La obsesión enfermiza de Hitler por el petróleo ruso: «Si no conquisto sus pozos, perderé la guerra pronto»
Muchos historiadores defienden que la Segunda Guerra Mundial estuvo marcadas por la feroz lucha que se produjo para hacerse con este preciado recurso, como demuestran las operaciones puesta en marcha por la Alemania nazi en la URSS
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Ya lo advertía ABC el 16 de marzo de 1939, cuando ni siquiera había acabado la Guerra Civil. Faltaban todavía cinco meses para que Hitler ordenara la invasión de Polonia y estallara la Segunda Guerra Mundial, pero la siguiente noticia era, sin duda, premonitoria con respecto a la que iba a ser una de las principales obsesiones del dictador durante el transcurso del conflicto más devastador de la historia: el petróleo.
«Los periódicos declaran que los nazis ambicionan los pozos petrolíferos de Ucrania y las materias primeras de la Ucrania carpática. Dicen que la opinión norteamericana sigue los acontecimientos con calma, pero consciente de la gravedad del nuevo empuje alemán y convencida de que Alemania no se detendrá en este camino.
Estados Unidos, por lo tanto, debe llevar a cabo su formidable programa de rearme, con urgencia, para poder apoyar cualquier resistencia a una agresión eventual contra las democracias occidentales», advertía el corresponsal en Washington.
Hay historiadores que defienden que la Segunda Guerra Mundial se desencadenó y decidió por el petróleo. Que las batallas que se libraron en territorios tan dispares como los desiertos del norte de África, las aguas del Atlántico, las selvas del Pacífico Sur o el corazón de Europa estuvieron marcadas por la feroz lucha para hacerse con este preciado recurso al que se conoce como «oro negro». Una idea que al ‘Führer’ se le metió en la cabeza desde mucho tiempo antes, tal y como hemos leído, y que se convirtió en prioritaria, a comienzos de 1941, cuando se empezó a diseñar la Operación Barbarroja para invadir la URSS.
Como prueba de ello, un dato. Durante los 17 meses que estuvo vigente el pacto de no agresión firmado entre los ministros de Asuntos Exteriores germano y soviético, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov, respectivamente, la URSS suministró a Alemania varios millones de toneladas de petróleo. El recurso era tan necesario para ganar la guerra que, incluso, cuando Hitler ordenó que se iniciara la conquista del gigante comunista, decidió esperar hasta el último momento, para que el último cargamento enviado por Stalin estuviera sano y salvo en el Tercer Reich.
Operación Barbarroja
La noche del 21 al 22 de junio, el expreso Berlín-Moscú atravesó la frontera en el horario previsto. Las semanas anteriores a la invasión, la URSS había proporcionado a Alemania los dos últimos millones de «oro negro» que utilizaría, precisamente, para invadir Rusia. Los últimos trenes pasaron la frontera puntualmente antes de que esta comenzara. Los puestos aduaneros, que no sospechaban lo que se les venía encima, permanecieron abiertos con normalidad. Y, a las 3.15 horas, los cañones nazis fueron despojados de su camuflaje o sacados de sus escondites en graneros y almacenes, para abrir fuego indiscriminadamente contra sus socios.
«El resplandor de aquel ataque fue tan enorme que los habitantes de las localidades fronterizas creyeron que estaban asistiendo a un fenómeno natural sin precedentes: el sol parecía salir por el oeste», apunta Alvaro Lozano en ‘Stalin, el tirano rojo’ (Nowtilus, 2012). En aquel asalto colosal Hitler empleó tres millones de soldados y decenas de miles de tanques y aviones que comenzaron a avanzar por un frente de 2.500 kilómetros. El objetivo era triple: el Grupo Sur de Ejércitos atacaría Ucrania con destino a Kiev, la región industrial del Donetsk y Crimea; el Grupo Norte se abriría paso por la región del Báltico y tomaría Leningrado, y el Grupo Centro se abalanzaría sobre Minsk, para llegar después a Moscú.
En la mente del dictador alemán, sin embargo, estaba presente siempre la misma cuestión. Sin petróleo no podía ganar la guerra y lo estaban gastando a pasos agigantados. Por eso tenía que hacerse con los pozos petrolíferos más importantes para poder continuar vivo. Aquella cuestión le obsesionaba de manera enfermiza, hasta el punto de que había estudiado cómo se obtenía y refinaba. Estaba convencido, además, de que en el subsuelo del Cáucaso, entre el mar Negro y el mar Caspio, se escondían ingentes cantidades de crudo. Sabía, además, que el 70% del petróleo utilizado por los rusos procedía de los pozos de Bakú, en Azerbaiyán, mientras que otro 25% venía de Maikop y Grozni. Si estos caían en sus alemanas, la Wehrmacht evitaría una crisis de combustible y, a la vez, le privaría al Ejército Rojo de él.
Operaciones Azul y Edelweiss
En abril de 1942, el ‘Führer’ anunció su nuevo plan ofensivo: la Operación Azul. Previamente, uno de sus consejeros de confianza le había advertido: El objetivo era avanzar hacia el Cáucaso y hacerse con los valiosos pozos petrolíferos. Creía que, a esas alturas del conflicto, si Alemania no conseguía el preciado recurso, su Ejército sería derrotado en tres meses. Cuenta el ganador del premio Pullitzer Daniel Yergin en ‘El premio: la búsqueda épica por el petróleo, el dinero y el poder’ (1992), que Stalin convocó a Nikolai Baibakov, vicecomisario de Producción de Crudo, para informarle: «Camarada, ya sabes que Hitler quiere el petróleo del Cáucaso. Por esa razón he decidido enviarte allí: Eres el responsable de que no quede ni una gota de petróleo a nuestras espaldas, so pena de la vida. ¿Sabes que Hitler ha declarado que sin petróleo perderá la guerra?».
Uno de los consejeros más cercanos del ‘Führer’ ya le había advertido de que era «crucial tomar los pozos del Cáucaso y explotarlos cuanto antes». Por eso creó enseguida una brigada especial que debía conquistar pronto esos campos petrolíferos antes de que los rusos destruyeran las instalaciones. También firmó un acuerdo con la compañía alemana Konti Öl que permitiría iniciar la explotación en cuanto estuvieran en su poder. «Si no tomamos Maikop y Grozni, tendré que parar la guerra», le especificó también el dictador al mariscal Wilhelm List, al mando del Grupo de Ejércitos A que se encargaría de esa operación.
Esta última campaña formaba parte de la Operación Azul y se la llamó Operación Edelweiss, en referencia a la flor blanca de los Alpes. La primera acción se produjo el 25 de julio de 1942. Mientras List controlaba los movimientos desde la distancia, el coronel Ewald von Kleist, al mando del 1er Ejército Panzer, conquistó Rostov del Don, la ciudad conocida como la ‘Puerta del Cáucaso’. El camino hasta los pozos, sin embargo, era largo. Quedaban 350 kilómetros hasta Maikop, 750 hasta Grozni y 1.285 hasta Bakú. Los alemanes, confiados, creían que sería cuestión de dos meses hacerse con ellos.
El fracaso de Maikop
En los primeros días, las tropas de Von Kleist avanzaron por las estepas del Cáucaso a una velocidad vertiginosa. No encontraron ninguna oposición importante hasta que, a finales de mes, Stalin emitió la Orden 227, famosa por las palabras de «¡Ni un paso atrás!», que prohibía al Ejército Rojo retirarse como había hecho el jefe de la defensa rusa, Semión Budionni, tras una serie de derrotas. Aun así, a las pocas semanas los alemanes divisaron su primer objetivo: Maikop. El vicecomisario soviético de Producción de Crudo, Nikolai Baibakov, se encontró ante la difícil tarea de saber cuándo tenía que destruir los pozos, porque si lo hacía demasiado pronto, su vida correría peligro.
En el ataque a esta ciudad tuvo un papel muy importante una unidad de élite de la División Brandenburgo, formada por 61 soldados, especializada en infiltrarse. Todos hablaban ruso con bastante fluidez. El 2 de agosto consiguieron cruzar las líneas enemigas disfrazados de miembros de la policía de seguridad soviética, el NKVD, y su jefe, el barón Adrian von Fölkersam, se presentó en Maikop asumiendo la identidad de un supuesto mayor enviado desde Stalingrado en misión especial. Los rusos no solo le creyeron, sino que le permitieron entrar en la ciudad y le enseñaron con detalle todas las defensas.
Con toda esa información valiosa fue a ver a Von Kleist, que el 8 de agosto ordenó a sus tanques atacar el centro de comunicaciones ruso, matar al personal que operaba en los telégrafos y hacer correr la falsa noticia de que Maikop estaba siendo evacuada. La confusión entre los soldados germano fue total y muchos huyeron a las montañas. Al día siguiente, los nazis entraron sin problemas en la ciudad. No obstante, fue un absoluto fracaso. En primer lugar, porque ese fue el único enclave que consiguieron conquistar y, en segundo, porque descubrieron que los pozos se encontraban a 50 kilómetros.
Cuando llegaron hasta allí, los rusos los habían dinamitado. El nivel de devastación era tan grande que, aunque se apresuraron a enviar a un grupo de expertos para su reconstrucción, estos fueron degollados por partisanos rusos. Alemania no recibió ni una sola gota del petróleo de aquella fuente. Además, de haber caído la región del Cáucaso en poder de los nazis, los soviéticos contaban con otra región productora al este del Volga, entre las localidades de Kuibyshev y Ufa. Era el llamado «segundo Bakú», que comenzó a explotarse en los años 30. Y, por último, los problemas derivados de la invasión germana, hizo que la URSS redujera la producción de 33 millones de toneladas en 1941 a 18 en 1943.