La oscura paradoja de Thomas Jefferson: el libertador que esclavizó a 600 personas en su plantación
Una estatua del presidente ha sido la última víctima de la ola de revisionismo nacida tras la muerte de George Floyd
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«Todos los hombres son creados iguales». Apenas seis palabras plasmadas en la Declaración de Independencia (firmada en 1776) bastaron a Thomas Jefferson para dejar patente su odio a la esclavitud; una práctica que ya había calificado como un «conjunto de horrores» y «una guerra cruel contra la naturaleza humana que viola los derechos más sagrados de la humanidad». La paradoja radica en que el tercer presidente de los Estados Unidos fue dueño hasta su muerte de un total de 600 personas encargadas de tareas como la construcción y el mantenimiento de Monticello, la finca de Virginia en la que solía residir.
¿Cómo es posible que este famoso personaje luchara contra el vasallaje y, a la vez, se valiera de él en su finca privada? Según explica ‘ The Thomas Jefferson Foundation’, la respuesta es compleja y hay que analizarla desde la perspectiva del siglo XVIII.
«El trato que tenía con ellos era el típico para la época. Es cierto que dejó escrito que quería mejorar las condiciones de los esclavos y tratarles con menos dureza que el resto, pero no por ello renunció a las ventajas que le ofrecía disponer de seres humanos trabajando para él», explica la organización a través de su página web.
Parece, sin embargo, que la nueva ola de revisionismo que sacude Estados Unidos no está abierta a los tonos grises. Hoy priman los polos opuestos, como demuestra el que se haya aprobado que la estatua de Thomas Jefferson ubicada en el Ayuntamiento de Nueva York sea bajada de su pedestal. La razón: el pasado esclavista del político. Una tasa que se han visto obligados a pagar en estos meses personajes históricos como Cristóbal Colón y otros tantos conquistadores españoles. De poco le ha servido al ‘padre fundador’ haber sido el encargado de redactar la Declaración de Independencia y haber ocupado la poltrona presidencial.
Muchas claros
No hay que buscar mucho para hallar los claros de Thomas Jefferson. El político fue elegido delegado de Virginia en 1775 y, apenas un año después, sus dotes como orador le llevaron a acometer la tarea que le granjearía un hueco en la historia: redactar el borrador de la Declaración de Independencia. El germen que hizo florecer los Estados Unidos. También fue gobernador de Virginia y embajador de Francia antes de convertirse en presidente entre 1801 y 1809.
Su faceta más desconocida fue la de inventor de una decena de curiosos artilugios. Muchos de los cuales reseña el investigador Jorge Lucendo en ’80 siglos de invenciones’. «Uno de los más destacados fue la rueda de Jefferson. Fue una de las primeras máquinas criptográficas. Estaba compuesta de 26 ruedas de madera, cada una de ellas grabada con las letras del alfabeto de forma desordenada y colocadas sobre un eje común para formar un cilindro. El orden de cada una era único», explica el autor.
A ello se sumaron un arado mejorado, una máquina para elaborar pasta o el podómetro. No patentó ninguno de sus inventos porque consideraba que debían ser patrimonio de toda la sociedad. ‘The Thomas Jefferson Foundation’, con todo, le describe como un innovador: «No tenía ideas originales. Mejoraba algunas que ya existían».
Mención aparte requiere su lucha contra la esclavitud. Porque, en efecto, la tuvo. Ya desde la redacción de la Declaración de Independencia cargó de forma frontal contra la trata de negros. Los adjetivos que escribió en su contra se cuentan por decenas. Poco después, antes de ser presidente, consiguió que en la Constitución de Virginia figurase la posibilidad de que cada ‘propietario’ pudiese liberar a sus esclavos si así lo deseaba. Algo más que novedoso para la época. A la postre prohibió también la importación de seres humanos desde otras partes del mundo, una práctica habitual que Gran Bretaña llevaba a cabo desde la época de la conquista. Y, para rematar, favoreció que no se expropiaran las tierras a los nativos, sino que se llegara a acuerdos justos con ellos.
Y raros oscuros
Pero sus oscuros fueron igual de llamativos y entraron en conflicto con las ideas que había dejado sobre blanco en la Declaración de Independencia. Ya lo dijo el ministro abolicionista Moncure D. Conway, nacido en el siglo XIX, al hablar de Jefferson: «Nunca alguien consiguió tanta fama por algo que no hizo».
En parte llevaba razón. Es absurdo negar que el tercer presidente de los Estados Unidos se valió de mano de obra esclava en Monticello. Aunque lo que sorprende, según explica el historiador Henry Wiencek en un artículo para el ‘ Smithsonian’ sobre este personaje, es que jamás se esforzó en ocultarlo. De hecho, era habitual que el padre fundador incluyera detalles sobre el trabajo de las personas a su cargo en las misivas que incluía a sus allegados.
La mayoría están digitalizadas en ‘The Thomas Jefferson Foundation’ y demuestran que los «encargados» de Jefferson utilizaban los «instrumentos» típicos de la época para mantener el orden entre los trabajadores. Así queda claro en una carta enviada por el presidente a Thomas Mann en 1803; escrito en el que hacía referencia a Gabriel Lilly, uno de sus supervisores. «He olvidado pedirte que hables con Lilly sobre el trato con los trabajadores. Como volverán a estar bajo mi mando pronto, recomiendo que no degrademos su valor dándoles latigazos delante de todo el mundo». La fundación recuerda que el político sí ordenó castigos físicos en Monticello.
Wiencek es más que descriptivo en su artículo. Según sus palabras, Jefferson aparecía todos los días con las primeras luces del alba en la terraza de la vivienda y contemplaba «una larga y bien organizada línea de toneleros, herreros, cerveceros, cocineros, vidrieros, pintores, molineros, agricultores y tejedores». Todos ellos esclavos. Lo que más le preocupaban eran sus campos de tabaco, los más rentables para la familia.
Según la fundación que lleva su nombre, Jefferson sabía que la esclavitud era el principal motor económico del Sur y se benefició directamente del trabajo de seres humanos en sus granjas. A su vez, y después de que se prohibiera importar esclavos, entendió que las mujeres eran su principal activo económico, pues podían alumbrar nuevos siervos. «Muchos propietarios como él entendieron que las esclavas y sus futuros hijos representaban el mejor medio para aumentar el valor de sus propiedades. Él llamaba a esto ‘capital’», desvela el grupo.
La plantación de Monticello era el lugar en el que más trabajadores había. «En la práctica era un pueblo por su tamaño y complejidad. Algunos vivían donde trabajaban. Otros, en grupos de cabañas esparcidas montaña abajo», añade. Lo que subraya es que, a pesar de que es cierto que tuvo más de 600 esclavos, también lo es que fue a lo largo de toda su vida.
Origen: La oscura paradoja de Thomas Jefferson: el libertador que esclavizó a 600 personas en su plantación