La «pornogracia», el siglo olvidado en el que las mujeres dirigieron la Iglesia desde las sombras
En la Alta Edad Media, Marozia y su madre Teodora eligieron a una serie de personajes de paja para ponerse al frente de Roma. Aquellos pontífices menos inclinados a obedecer solían desaparecer en extrañas circunstancias
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En un periodo bautizado como «saeculum obscurum» (Edad Oscura) desfilaron por el «trono de San Pedro» un total de 48 papas en poco más de 150 años (del 880 al 1046). La traición, el asesinato y la compra de cargos monopolizaron la vida diaria de Roma. No obstante, el periodo correspondiente a los siglos IX y X recibió su propio nombre, la «pornogracia», porque distintas mujeres (calificadas de cortesanas a modo despectivo) manejaron entre las sombras la designación de los pontífices.
Tal como recogió en sus «Anales Eclesiásticos» el cardenal e historiador del siglo XVI Cesare Baronio, el periodo de las mujeres fue conocido así por los orígenes oscuros de estas mujeres pero no porque realmente fueran prostitutas. Tras el brevísimo papado de León V en el 903, el Papa Sergio III obtuvo el puesto por medio del asesinato y con el apoyo de la nobleza italiana, en especial de los Spoloto, que estaban emparentados con su amante, una joven llamada Marozia.
Marozia era hija de una influyente noble llamada Teodora y del senador romano Teofilacto I, aunque otras fuentes afirman que su verdadero padre fue el Papa Juan X. La amante de Sergio influyó en el Papa para que su familia recibiera distintos cargos y prebendas. Estas malas influencias y su autoritarismo causaron gran descontento entre los eclesiásticos, pese a lo cual se vivió un cierto respiro respecto a los anteriores y convulsos papados. Sergio III murió de forma natural en el año 911 tras ocupar el lugar de San Pedro durante siete años. A continuación –como reseña Luis Jiménez Alcaide en su libro «Los Papas que marcaron la Historia» (Editorial Almuzara, 2014)–, Teodora y su hija Marozia se encargaron de elevar a Roma a los siguientes pontífices, débiles y de poca influencia.
Teodora y los Spoleto mandan en Roma
Tras la muerte de Sergio III, Teodora nombraría a los tres siguientes: Anastatius III (911-913), Lando (murió después de 6 meses) y a Juan X en 914. La senadora eligió a Juan X porque creyeron que podría ser favorable a sus intereses y más moldeable, especialmente si las órdenes las dictaba ella. Entre el mito y la realidad, se considera que Teodora fue amante de Juan X años antes de que éste portara el solio de San Pedro. En lo respectivo a su política, Juan advirtió desde el primer momento que la marea sarracena constituía un inminente peligro para Roma y trató de convencer a los nobles italianos para realizar una incursión contra los musulmanes. Juan X en persona dirigió las tropas que expulsaron a los sarracenos de Italia en el año 915.
A raíz de la campaña contra los sarracenos, Juan X se distanció de los Spoleto y de esas dos mujeres de ambición desmedida. Con el apoyo del pueblo, el Papa consiguió alejar a los Spoleto de Roma. El segundo marido de Marozia, Guido, marqués de Tuscia, dirigió a un puñado de gente armada contra el palacio de Letrán y encarceló al Papa en Sant’Angelo, para quitarle luego la vida asfixiándole bajo una almohada.
Fallecida ya su madre, Marozia, llamada «la Donna Senatrix», se convirtió sin discusión en la dueña y señora de Roma. Marozia hizo dar la tiara pontificia primeramente a León VI, que no reinó más que seis meses al desaparecer en circunstancias extrañas; y después a Esteban VII, un Papa de paja del que se cuenta que le cortaron la nariz y las orejas por desafiar a «la Donna Senatrix» y desde entonces no salió a la calle, muriendo finalmente en circunstancias difusas en 931.
Amante de Papas, madre de Papas, ¿nieta?
Marozia se valió de estos dos hombres de paja con el propósito de hacer tiempo hasta que su hijo, el futuro Juan XI, alcanzara una edad aceptable para ser elevado al trono de San Pedro. Juan XI, de solo 20 años de edad, era el hijo que Marozia tuvo con el Papa Sergio III, aunque otros autores apuntan a que realmente su padre era su primer esposo, un noble italiano llamado Alberico.
Con su hijo al frente de la Iglesia occidental, ¿qué más podía pedir aquella mujer que se hacía llamar «Domna Senatrix» y dominaba desde su castillo de Sant’Angelo el Vaticano y media Italia? Pues el Sacro Imperio Romano Germánico. Viuda de nuevo, Marozia decidió unirse en terceras nupcias con Hugo de Provenza, que reinaba en el norte de Italia y ambicionaba también la corona del Imperio. Así, el Rey Hugo, con la esperanza de ser pronto emperador, entró en Roma dispuesto a celebrar las bodas en marzo del año 932 con la mayor magnificencia.
La ceremonia nupcial tuvo lugar en el castillo de Sant’Angelo, presidida por el pontífice. Para desgracia de sus planes, durante el banquete otro de los hijos de Marozia, el heredero del matrimonio con Alberico, Alberico II, mostró su descontento respecto al enlace insultando a su padrastro. Tras el incidente, Alberico II amotinó al pueblo de Roma contra Marozia y Hugo, que había dejado su escolta fuera de los muros de la ciudad. Hugo se descolgó precipitadamente de una ventana por una escalera de cuerda, pero Marozia cayó prisionera de su propio hijo, así como el Papa Juan XI. No se volvió a saber nada más de la «Domna Senatrix». Sí, en cambio, de Juan XI, que tras su paso por prisión fue privado de todo poder político. Se limitó a actuar en los sucesivo en las cuestiones puramente eclesiásticas.
Origen: La «pornogracia», el siglo olvidado en el que las mujeres dirigieron la Iglesia desde las sombras