28 marzo, 2024

La prostitución masculina en Roma y Grecia que la historia ocultó | Cultura Colectiva – Cultura Colectiva

En el seno de una sociedad machista, no resulta extraño que la concepción femenina a lo largo de la historia se limite al papel torpe, entrometido y virulento, en contraste con los grandes hombres que –desde esta óptica– forjaron el pensamiento, las ciencias, el arte y todo lo que resulta digno de ovación.

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Lo creían San Agustín, Schopenhauer y el propio Darwin: el papel de las mujeres quedó relegado desde la Antigüedad al del hombre y a partir de entonces, la historia se dedicó a narrar quijotescas proezas masculinas por un lado y torpes embrollos femeninos por el otro: la quema de brujas y las prácticas inquisidoras durante el Medioevo o la aparición de la histeria femenina como una enfermedad que explicaba la tendencia de este género al caos, son algunos de los ejemplos más visibles del denigrante papel de la mujer en la historia.

Caracterizadas como propias de lo prohibido, visceral y rastrero, la humillante noción femenina escrita por el hombre omitió algunos episodios de la historia donde a su parecer, el género masculino no salía bien parado. Uno de ellos es el de la prostitución masculina en las sociedades griegas y romanas de la Antigüedad:

Los hombres y la prostitución

En la Antigua Grecia, la orientación sexual tomó un papel secundario en la concepción de hombres y mujeres, alejándose de los cánones heterosexuales y experimentó una liberación sin parangón en la historia de la humanidad. Las personas no se definían por sus preferencias sexuales, pues la norma social en turno obviaba a la práctica del sexo como un acto natural que no definía las reglas de pertenencia a una polis o la aceptación del resto.

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La prostitución masculina era casi tan común como la femenina. No obstante, existía un principio de superioridad jerárquica, manifestado a través de la masculinidad en las relaciones sexuales. El binomio activo-pasivo para concebir al sexo tomó importancia trascendental y funcionó como una forma auténtica de expresión que diferenciaba entre un estatus social determinado según su rol durante el acto: los hombres y las mujeres penetradas tomaban un papel sumiso, correspondiente con la inferioridad, mientras quienes penetraban generalmente eran individuos de alto rango, con títulos militares o sociales.

De forma opuesta a la prostitución femenina, los hombres podían ofrecer su cuerpo a mujeres, aunque el verdadero auge de su actividad estaba destinado a complacer los deseos de otros individuos de su propio sexo. A pesar de la supuesta legalidad en las polis griegas del oficio, existían dos formas distintas de practicar la prostitución masculina que resultaban denigrantes a diferentes niveles.

Putos sin derechos u hombres de compañía

Los putos o pórnoi eran considerados inferiores e indeseables, pues vendían su cuerpo para subsistir y ninguno contaba con el título de ciudadano. Se trataban de esclavos de guerra, ubicados en lo más bajo del estrato social helénico, cuyo papel pasivo era estrictamente necesario para quienes contrataban sus favores. El mismo principio fue adoptado por la sociedad romana y protegido por distintas leyes que se encargaban de que el sujeto de alto rango asumiera el rol activo y fuera el penetrador, de lo contrario, podía ser juzgado y castigado con la pena capital.

El segundo tipo de prostitución masculina eran los hetairikos, cuyo parecido con las prostitutas de alto rango en Grecia, las hetairas, los identificaba con un papel semejante al de las damas de compañía de la actualidad. Estos hombres eran “adoptados” temporalmente por ciudadanos de alto rango y proveían de favores sexuales a sus “amos”, siempre que respetaran el principio de la relación pasivo-activo, al menos durante sus comparecencias en público.

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Referencias

Martínez Fernández, Ángel, “Imágenes de las heteras y la prostitución femenina y masculina
Arqueología e Historia del Sexo
Livius

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