19 marzo, 2024

La ruta española hacia El Dorado: vida y muerte del conquistador Pedro de Ursúa

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Nacido en el valle navarro de Baztán, organizó expediciones para encontrar El Dorado y murió asesinado a traición en una conspiración contra la Corona española

Una gran balsa atestada de soldados, pequeños falconetes, cajas de arcabuces y ballestas, condumio y otras zarandajas, bajaba por el enorme rio Marañon acercándose en su confluencia con el Ucayali; ambos afluentes, gestaban la cabecera del colosal Amazonas. En aquella suerte de plataforma gigantesca y sólida, bien construida por dos carpinteros de ribera de Guetaria, dos vascos, Ursúa y Aguirre, habían calentado rencillas desmarcándose el segundo del primero con malas maneras y bastante grosería. Ursúa era un capitán culto, de buenos modales, empático y de un buen saber estar, y el otro, un cabestro donde los haya. El escenario estaba muy soliviantado y se preveía que en cualquier momento surgiera lo inevitable.

A un lado y otro del gran río de aguas ocres que guardaban sus misteriosas tripas llenas de secretos y agresiones ocultas, los jibaros (famosos reductores de cabezas), iban siguiendo a aquella balsa durante todo el trayecto sin permitir que se acercaran a la orilla aquellos foráneos venidos del más allá, detrás de la misma venían algunas docenas de canoas con ballesteros y arcabuceros. Para entonces, dos destacamentos formados por una veintena de españoles habían desaparecido fagocitados por aquella espesura verde y no habían dado señales de vida. En caso de agresión, se había acordado que dos tiros consecutivos de arcabuz fueran el santo y seña para acudir prestos en ayuda de sus compañeros, pero en sendas ocasiones, no se había oído alarma alguna, sencillamente se los había tragado la tierra sin más.

América era el plan B de Pedro de Ursúa, estaba en su punto de mira y tenía recursos para afrontar aquella enorme aventura

Los jíbaros eran sedentarios, ocupaban una gran parte de la ribera del alto Amazonas y parte de la cuenca del Marañon. Eran extremadamente sigilosos y sus camuflajes eran indetectables para los españoles. Estos caían silenciosamente por efecto del curare arrojado por las cerbatanas en un medio donde los peninsulares poco o nada tenían que hacer. Los españoles sabían combatir a la perfección en lugares abiertos donde los perros mastines, los caballos y las formaciones de ballesteros y arcabuceros podían hacer estragos; pero en aquel infierno verde, estaban en una absoluta inferioridad de condiciones, cualquier descubierta o exploración desaparecía entre aquellas lianas caníbales sin ninguna explicación; el asombro ante estos escurridizos captores, asustaba a la tropa y no había voluntarios para desembarcar en medio de aquella monumental fortaleza natural, la Amazonia.

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Los sentimientos suelen ser un defecto químico que normalmente se alía con el perdedor. Es triste tener que decir esto, pues exponer una idea de forma tan realista, da escalofríos para los que sentimos la vida en su plenitud y belleza; pero la mente humana es inescrutable y más en situaciones extremas donde se ve lo mejor y lo peor de esta extraña especie. Pedro de Ursúa era un caballero de una pieza. Hijo de una saga de navarros de ascendencia vasca (estaban muy implicados con la comunidad vascohablante del valle del Baztán), sumaba un linaje de mucha aristocracia solapada por siglos de implicación con el Reino de Navarra. Él, era un “segundón” y en aquella época según las leyes de mayorazgo, el primogénito se quedaba con todo el “pastel”.

Viaje a las Américas

Solo le quedaban dos opciones, o se hacía tonsurado, elección impuesta por el derecho consuetudinario, o se abría a otros horizontes. Lo de estar toda la vida predicando y bautizando, no le “ponía”, y tampoco quería evitar eso de pecar sanamente con las fornidas féminas de Elizondo, Irurita, Lecaroz y zonas aledañas. América era su plan B, estaba en el punto de mira y tenía recursos para afrontar aquella enorme aventura. Con algunos amigos incondicionales se aprestó para aquella enorme apuesta.

Retrato de Pedro de Ursúa. (Wikipedia)
Retrato de Pedro de Ursúa. (Wikipedia)

Cuando Ursúa llega a Cartagena de Indias, el año 1545 ya tiene camino propio. Cuatro años antes, en 1541, Francisco Pizarro (el conquistador del imperio Inca), había caído atravesado por innumerables estocadas junto a cinco de sus fieles un domingo cuando iba a misa. Pero unos pocos años antes, por imperativo real se le había concedido a Diego de Almagro la gobernación del departamento de Cuzco, aquello era un guirigay de intereses enfrentados.

Tras la batalla de Las Salinas, los almagristas serían derrotados de manera inapelable. Al ser capturado este conspirador nato (sea dicho de paso, los dos bandos estaban enfangados en trifulcas), el hijo de Francisco Pizarro, Hernando, le echó el guante a aquel desgraciado y sin más preámbulos lo estranguló con sus propias manos y la ayuda de un torniquete de fortuna. Horas después, para rematar por la escuadra, en la Plaza Mayor de Cuzco, decapitaría al interfecto de un certero golpe como aviso a navegantes. En este enrarecido ambiente se había estrenado Ursúa.

Estando en Panamá, había conocido al entonces virrey de Perú, Hurtado de Mendoza, que le encomienda para ir haciendo boca, reprimir una insurrección de cimarrones (esclavos africanos) capitaneados por su líder, un tal Bayamo. La cuestión es que Ursúa lo pilla in fraganti retozando con una mulatita de muy buen ver y lo lleva cargado de cadenas junto a otros compinches para entregarlo al virrey. Su reputación sube enteros.

En busca de El Dorado

Dicho virrey iba tras el famoso mito de El Dorado, para ello escoge al navarro que capitanea la expedición hacia esas fabulosas tierras. Previamente ya hubo una expedición en 1541 conducida al fracaso por Felipe de Hutten, un capitán alemán al servicio de La Corona. El Dorado era una obsesión colectiva que solo proporcionaba quebraderos de cabeza a todos los que perseguían aquella ilusión. Algunos miles de kilómetros más abajo en la cuenca del Amazonas, los portugueses ya habían hecho un espectacular descubrimiento en el área de Minas Gerais donde literalmente brotaban del suelo diamantes y oro en perfecta comunión.

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El objetivo encubierto de la misión más allá no era otro por parte del virrey que el de alejar a los díscolos restos de las revueltas y conspiraciones

Con unos escasos 15.000 pesos y aportaciones personales suyas, implementó la construcción de unos pequeños bergantines de quilla corta para navegar por un rio de sedimentos cambiantes, algunas balsas y dos centenares de canoas. En una complicada misión de reclutamiento hubo que buscar a pilotos y soldados aptos para tamaña empresa. Además, quedaba por resolver el complejo tema de la logística, abastecimiento de alimentos, etc. El ambiente no era el más favorable, pues entre la tropa venían muchos muy quemados por la guerra civil antedicha y la palabra insubordinación la llevaban escrita en la frente.

Antes de afrontar aquel majestuoso reto, Ursúa se subió a un pequeño montículo desde el cual se divisaba aquel infinito verde interminable; le dio la sensación de que eran como gotas de leche sobre un océano de tinta china, las vistas le parecieron aterradoras y sublimes al mismo tiempo. Su pasmo encajaba en aquella consideración que definió Kant en sus ‘Observaciones sobre el sentimiento de lo sublime y bello‘. Estaba impresionado por aquella visión y sabía que afrontaba un reto de una magnitud inusual.

El objetivo encubierto de la misión más allá del propósito inicial, no era otro por parte del virrey que el de alejar a los díscolos restos de las revueltas y conspiraciones que amenazaban el buen rumbo y la consolidación del virreinato después de la compleja y costosa pacificación de De la Gasca. Ursúa tenía compañeros de armas fieles e incondicionales con los que había estado en los frentes europeos y americanos, todos ellos vasco navarros como es el caso del capitán Martín Díez de Armendariz.

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La traición de Aguirre

Hacia el 26 de setiembre de 1560 y tras haber pasado por una lluvia diluviana, alrededor de 300 naves entre un bergantín, decenas de piraguas y enormes balsas se comienzan a alejar del río Huallaga. La bellísima Inés de Atienza, una extremeña de Trujillo e hija de uno de los primeros conquistadores contra el incanato, va en una de las balsas. La tragedia comenzó a tomar forma a través de las soflamas incendiarias, ‘sotto voce’ primero, abiertamente después, de un tal Lope de Aguirre. Hay que resaltar que muchos de los que se habían alistado tenían cuentas pendientes con la justicia. Aguirre era uno de ellos pero al principio, Ursúa no se percató de las verdaderas dimensiones de llevar una hiena que con el tiempo sería un autentico cáncer de la expedición.

Una noche, cuando dormía en su tienda, una docena de secuaces a las órdenes del traidor Aguirre cosieron hasta desfigurarlo a aquel gentilhombre que siempre dio buen trato a sus soldados y donde las buenas maneras le acreditaron como un capitán con mayúsculas por su buen hacer, no solo en lo referente a lo militar, sino también por el reconocimiento de los suyos. Pero los afines a Aguirre iban por su cuenta, eran gentes patibularias, asesinos de indios fuera del contexto de las escaramuzas, y sus intenciones (que no pudo contener Ursúa), pasaban por el pillaje y las violaciones de las nativas. Sus rasgos ególatras y chulescos pronto generarían un nivel de violencia entre la propia tropa que supuso la desaparición de cerca de dos docenas de los amigos e incondicionales de Ursúa. Una tragedia.

Aguirre, Lope de Aguirre, merece capítulo aparte, se declaró en un polémico manifiesto, libre de vasallaje al rey y tras esta decisión desató en infierno por donde pasó. Esta sección le dedicó en su momento un artículo que traza un perfil del siniestro personaje cuyo enlace les dejamos a continuación.

Sobre España, decir que solo en el solar de una memoria saneada se puede construir un edificio sin mentiras.

Origen: La ruta española hacia El Dorado: vida y muerte del conquistador Pedro de Ursúa

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