La sádica decapitación del cruel Barbanegra tras recibir 25 heridas en combate
El 22 de noviembre de 1718, el teniente Robert Maynard tendió una trampa que costó la vida a Edward Thatch
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Edward Teach (más conocido como Barbanegra) ha sido definido por la gran pantalla como el pirata al que temían los piratas. Un sádico que, en el siglo XVII, sembró el terror en el Caribe con sus dos metros de altura y una barba repugnante en la que (según la leyenda) entrelazaba mechas encendidas para dar más pavor si cabe a los contrarios. De lo que no se suele hablar es que el reino del terror de este capitán tuvo su fin el 22 de noviembre de 1718, ahora hace 300 años, cuando el teniente de laRoyal Navy Robert Maynard acabó con él tras una batalla que terminó con la cabeza del bucanero separada de su cuerpo.
La caza contra Barbanegra se orquestó de la mano del vicegobernador de Virginia, Alexander Spotswood, un político que temía que su colonia vecina, Carolina del Norte, pudiera ser utilizada por el pirata y sus compinches como base para extender su imperio del terror. Decidido a terminar de raíz con la mala hierba, preguntó al teniente de la Royal Navy si podía arrestar al bucanero vivo o muerto. «Virginia era una colonia con una economía y una población mucho más grandes. Tenía mucho que más que perder que Carolina del Norte», explica el historiador Eric Jay Dolin (autor de « Black Flags, Blue Waters: The Epic History of America’s Most Notorious Pirates») en declaraciones recogidas por «History Channel».
Maynard, tal y como afirma Richard Walser en su libro « North Carolina Parade: Stories of History and People», salió entonces de Virginia rumbo a la isla de Ocracoke (base de operaciones de Barbanegra) con las balandras «Ranger» y «Jane» dispuesto a cumplir sus órdenes. El problema es que, según desvela Christopher Klein en su dossier « How Blackbeard Lost His Head in a Bloody, Sword-Swinging Battle», contrató aquellos bajeles con su dinero «a pesar de que carecía de autoridad legal» y violando la «soberanía de Carolina de Norte».
«Muchos habitantes de Virginia veían a Carolina del Norte con condescendencia y a Barbanegra con gran temor, lo que hizo que Spotswood planeara una incursión fácil y no se preocupara por las repercusiones», completa Dolin.
Para terminar de completar esta ilegalidad, no informó de su plan al gobernador de Carolina del Norte (pues creía que podía haber sido pagado por Barbanegra) y tampoco contó nada a sus colegas de la asamblea de su propia colonia. Todo ello, para terminar de forma radical con el peligro que suponía este bucanero para los mares. Para terminar, la elección de los bajeles que le cazarían no fue al azar. Nada de eso. Spotswood escogió dos balandras porque su escaso calado haría que pudiesen arribar hasta las cercanías de las islas de Outer Banks sin encallar. El problema, en palabras de Klein, es que su tamaño les impedía portar cañones. «Los marineros deberían confiar en sus armas individuales», añade.
A la caza
Después de llegar al extremo sur de la isla de Ocracoke el día 21 de noviembre, Maynard divisó a su objetivo. «Tras la puesta de sol vio el barco de Barbanegra, el “Adventure”, anclado en las cercanías de Ocracoke», explica, en este caso, Walser. Por desgracia para la armada inglesa, el bucanero les estaba esperando. Y es que, el secretario del mismo gobernador le había escrito una carta para avisarle de la operación secreta que se había organizado contra él.
Con todo, algunos autores como el mismo Daniel Defoe (escritor de obras como «Historia general de los piratas») afirma en « El capitán Teach, alias barbanegra», que el bucanero había recibido tantos avisos falsos que no se creyó el enviado por el secretario. «A Barbanegra le habían llegado varios rumores que después habían resultado falsos, así que no dio crédito a esta advertencia, y no se convenció hasta que vio las balandras: entonces fue el momento de poner su nave en posición de defensa; no tenía más que veinticinco hombres, aunque hacía creer a todas las embarcaciones que eran cuarenta», explica el autor.
Daniel Defoe sí coincide con Walser en que, cuando todo estuvo preparado para el combate el día 21 de noviembre, Barbanegra desembarcó en tierra y pasó toda la noche bebiendo ron «con el patrón de una balandra mercante que, según se creía, tenía más negocios con Teach de los que debiera». «No estaba preocupado. Mientras que Maynard había pasado toda la noche preparando el ataque, Barbanegra había estado bebiendo», añade el autor actual en la mencionada obra.
En cualquier caso, también esta claro que ambos se prepararon a su modo para la batalla final que les esperaba: uno emborrachándose y otro tejiendo un complicado plan para acabar con su enemigo. A ninguno de los dos les sirvió de mucho su vigilia, todo hay que decirlo.
Comienza la batalla
En un intento de asaltar de forma rauda la balandra «Adventure», el teniente despachó un lanchón con órdenes de hacer las veces de observador. Pero el pirata, prevenido como estaba ante el ataque, cañoneó la chalupa a placer. «Al llegar a un tiro de cañón del pirata, recibió su fuego; a lo cual Maynard izó la enseña del rey, y enfiló directamente hacia él, con toda la potencia de que eran capaces sus velas y sus remos», completa Defoe. Podía estar advertido de lo que se le venía encima, pero Barbanegra no era un loco. Así que, cuando vio toda la potencia inglesa dirigirse hacia él, empezó a retirarse mientras desjarretaba andanada tras andanada sobre el enemigo.
Por su parte, Maynard (que carecía de cañones) se limitó a ordenar hacer fuego contra el «Adventure» a sus soldados. «Mr. Maynard, mantuvo un fuego constante con sus armas pequeñas, mientras algunos de sus hombres se esforzaban en los remos», añade el escritor. Al poco tiempo, el pirata se vio tan acosado que aprovechó el menor calado de su barco para ceñirse, cuanto más mejor, a la costa. Y el plan le salió a pedir de boca, pues el británico tuvo que detenerse para no encallar. «Maynard ancló a medio tiro del enemigo, y, a fin de aligerar su embarcación, y poder abordarle, el lugarteniente ordenó que arrojasen todo el lastre por la borda, se desfondasen todos los barriles de agua, se levase ancla luego, y siguiesen», completa Defoe.
Mientras el inglés se deshacía del peso extra, Barbanegra empezó a increparle desde el «Adventure». Así lo narra Defoe en su obra (la cual alberga ciertos tintes novelescos imposibles de ocultar):
-¡Malditos villanos! ¿Quiénes sois? ¿Y de dónde venís?
-Podéis ver por nuestra enseña que no somos piratas.
Barbanegra le pidió que enviase un bote hasta el «Adventure» con un emisario que le explicase lo que estaba sucediendo.
-No puedo desprenderme de mi bote, pero yo mismo subiré a vuestro bordo, en cuanto pueda, con toda mi balandra.
Como respuesta, el pirata tomó en sus manos un vaso de licor y le dedicó un trago al inglés.
-Así se condene mi alma si os doy cuartel u os pido alguno.
Maynard tampoco estaba dispuesto a pedirlo o entregarlo. Así que ambos estaban de acuerdo. Poco a poco, y gracias a los remos, el inglés continuó avanzando hacia el «Adventure» dispuesto a abordarle. Sin embargo, con lo que no había contado era con la potencia de los cañones de Barbanegra. Aunque este no tardó en recordárselo…
Cuando los británicos estuvieron lo suficientemente cerca como para poder oler su té, el pirata ordenó a sus hombres disparar contra ellos todo lo que tuvieran. «¡Fue un golpe fatal para ellos! La balandra del lugarteniente estaba a su merced, y cayeron veinte hombres entre muertos y heridos, y nueve en la otra balandra», completa. Eso supuso la muerte de un tercio de los marineros de la «Royal Navy».
Duelo a muerte
A partir de ese momento las aguas se convirtieron en el juez de esta batalla. La «Ranger» y la «Jane» no tardaron en embarrancar y quedar a merced de la «Adventure». Maynard, sabedor de que el barco de Barbanegra no tardaría en cañonearle y asaltarle ahora que se encontraba indefenso, ordenó a sus hombres esconderse bajo la cubierta para evitar las balas enemigas.
«Mr. Maynard fue la única persona que permaneció en la cubierta, además del hombre que iba al timón, a quien ordenó que se tumbase y protegiese; y a los hombres de la bodega les ordenó que preparasen las pistolas y espadas para la lucha cuerpo a cuerpo, y subiesen cuando él ordenase», añade el autor.
No le faltaba razón, pues Barbanegra ordenó asaltar la balandra del inglés cuando se percató de que no había marino alguno sobre la cubierta de la «Jane». «Viendo Barbanegra pocos o ningún hombre a bordo, dijo a los suyos que les habían dado en la cresta a todos, salvo a tres o cuatro», completa el escritor.
-¡Saltemos y hagámoslos pedazos!
Sediento de sangre y de venganza, Barbanegra saltó junto a la mitad de sus hombres a la balandra dispuesto a pasar a cuchillo a los pocos ingleses que quedasen. Pero no se encontró con un buque desierto. Para nada. Cayó de bruces en una trampa de la que se percató cuando su archienemigo ordenó a sus hombres ascender desde la parte inferior de la cubierta y cargar. A partir de entonces comenzó un baile de espadas y balas que se extendería durante varias horas y en el que el bucanero y el oficial se enfrentaron hasta la muerte.
«Ahora estaban estrecha y acaloradamente empeñados en la lucha, el lugarteniente y doce hombres contra Barbanegra y catorce», añade Defoe. En en fragor de la batalla, Maynard amartilló su arma y disparó sobre Barbanegra, quien se mantuvo estoico y con la espada en la mano luchando con tremenda furia.
Con todo, y aunque era un gran luchador, no disponía de la inmortalidad. Así que, cuando recibió 25 heridas, 5 de ellas de pistola, cayó fulminado sobre la cubierta. «A la sazón, habían muerto ocho más de los catorce, el resto, con bastantes heridas, saltó por la borda y pidió cuartel, lo que se les concedió, aunque eso sólo prolongó sus vidas unos días», completa el autor.
Mientras, la «Ranger» apareció por el costado tras desembarrancar y empezó a repartir disparos a los supervivientes de la «Adventure» hasta que se rindieron.
Así quedó sellada la leyenda de Barbanegra. Cuando ya había fallecido, Maynard no mostró piedad con su cadáver y ordenó que le cortasen la cabeza. Un triste trofeo que colgó del bauprés de su bajel durante varias semanas. «El lugarteniente regresó a los barcos de guerra del río James, Virginia, con la cabeza de Barbanegra colgando aún de la punta del bauprés, y quince prisioneros, trece de los cuales fueron ahorcados», finaliza.
Origen: La sádica decapitación del cruel Barbanegra tras recibir 25 heridas en combate