La sanguinaria secta de «samuráis» que se creyó que Japón había ganado la IIGM
Jesús Hernández publica «Japón ganó la guerra». El libro es la única investigación en castellano sobre el grupo terrorista que reprimió a los colonos nipones en Brasil que admitían que su país natal había sucumbido ante los aliados
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Un grupo terrorista, una secta o –simplemente- una pandilla de locos armados que hicieron sangrar a los colonos japoneses establecidos en Brasil. El Shindo Renmei (o la «Liga del camino de los súbditos») responde a todas estas definiciones. Aunque sus miembros (los «Tokkotai», quienes se consideraban una especie de samuráis justicieros) fueron más conocidos en Sao Paulo por creerse que Japón –su tierra natal- había obtenido la victoria en la Segunda Guerra Mundial y por asesinar a todo compatriota afincado en esa región que se negara a aceptar esa versión.
Esta curiosa mentira, la misma que les llevó a asesinar a casi una treintena de personas y perpetrar atentados contra una infinidad, es la que expone abiertamente el periodista e historiador Jesús Hernández en su nuevo libro de investigación: «Japón ganó la guerra» («Melusina», 2016). Un libro para el que no solo ha obtenido información de dossieres oficiales, sino para el que ha contado también con varias entrevistas a miembros de este grupo terrorista que todavía viven. El resultado ha sido un concienzudo trabajo, el primer serio que se hace sobre el Shindo Renmei en castellano.
La primera colonia
Para hallar el principio de nuestra historia es necesario viajar hasta el Lejano Oriente. Más concretamente hasta Japón. Pero no a los tiempos de los primeros samuráis, sino a comienzos del siglo XX. Una época en la que la región andaba katana en alto contra los zares en la denominada «Guerra ruso-japonesa» y en la que a los nipones todavía les faltaba algún tiempo para ser derrotados por los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
De ese país -por entonces floreciente y ávido de expandir sus territorios a costa de Corea– fue de donde empezaron a partir cientos de colonos con destino a Brasil. Región desde la que se reclamaban brazos fuertes para recolectar los granos de los llamados «árboles de los frutos de oro». Estos bosques no eran dorados y sus frutos tampoco servían para fabricar joyas, pero casi valían su peso en quilates debido a la importancia que tenían para la subsistencia de los brasileños. Eran los cafetos, o plantas del café.
«Aquellos japoneses que dejaron todo, vendieron sus posesiones y se dispusieron a atravesar el Pacífico, llegarían a Brasil reclamados por la ingente necesidad de hombres que requería el cultivo de café, que era entonces la base sobre la que se sustentaba la economía del país, tal como había ocurrido antes con el azúcar o el oro», explica el periodista e historiador Jesús Hernández en «Japón ganó la guerra». Aquel oro negro era el que movía Brasil. Y ya no solo por la necesidad de recolectarlo, sino porque también hacían falta desde transportistas que lo distribuyeran, hasta administradores y contables.
Movidos por sueños de un trabajo seguro, en abril de 1908 salieron de la tierra del sol naciente miles de japoneses a bordo del «Kasato Maru». El primer buque cargado de emigrantes nipones con destino a Brasil. Sus bodegas estaban repletas de hombres, mujeres y niños. Y es que, aquellos que dejaron atrás su patria lo hicieron acompañados de sus familias, pues querían asentarse en la nueva «tierra prometida» de forma perpetua.
«Viajaban unas 800 personas […] que habían respondido a la llamada de las agencias niponas encargadas de coordinar el flujo migratorio», completa el autor español. Después de casi dos meses de viaje, los nuevos pobladores llegaron a su destino ávidos de ganarse su estancia a base de trabajo. Sin embargo, en lugar de ser recibidos con palmadas en la espalda por el gran riesgo que habían decidido correr dejando atrás su patria, lo hicieron entre odio y racismo.
Racismo
Como apunta Hernández, todo se debió a que el choque cultural fue brutal para ambas sociedades. Los brasileños, porque entendían que las costumbres japonesas eran demasiado exóticas. Y los nipones, otro tanto de lo mismo. Así fue como se dio rienda suelta al racismo. Una actitud ante la que los nuevos pobladores reaccionaron apartándose –todavía más si cabe- de sus nuevos vecinos.
«Los nipones fueron creando comunidades cerradas con el fin de autoprotegerse. No solían relacionarse con los brasileños o con otros inmigrantes e incluso eran pocos los que aprendían portugués», añade Hernández. Aquel muro invisible de segregación hizo que se acabase generalizando el odio hacia el nuevo «peligro amarillo», que se motivaran los primeros proyectos de ley «antijaponeses», y que se empezase a ver a aquellas colonias de forma peligrosa.
El aislamiento que llevó a la mentira
Con esos ingredientes, no fue raro que se fueran cociendo (y no precisamente a fuego lento) una serie de sociedades racistas apoyados por la dictadura existente en Brasil. Unos grupos que, a lo largo de los años 20 y 30, lograron presionar al gobierno lo suficiente como para que este prohibiera la publicación de diarios en lengua extranjeras (incluidas las japonesas, lo único que podían leer los nipones de las diferentes colonias en Brasil para saber lo que estaba sucediendo en la tierra del sol naciente) y, con el paso de los meses, les prohibieran incluso hablar en su lengua natal.
Aquellas medidas marcaron el aislacionismo informativo de las colonias niponas en esa parte de Sudamérica y pusieron los primeros mimbres para que –años después- la secta Shindo Renmei pudiese valerse de la desinformación existente para favorecer la gran mentira: que Japón había vencido a los aliados y obtenido la victoria en la guerra.
También ayudó a fomentar las mentiras el que, tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial (y después de la entrada de Japón en la contienda) Brasil fomentase todavía más leyes racistas. Un claro ejemplo de ello fue que, en 1942 (tres años después de que Hitler invadiese Polonia con sus unidades mecanizadas) el gobierno ordenase a la comunidad nipona entregar todos los aparatos de radio ubicados en sus casas o en sus respectivos lugares de trabajo.
«Tampoco podían utilizar sus automóviles, camiones, motocicletas o embarcaciones, que quedaron bajo custodia policial», completa Hernández. Por si todo eso fuese poco, en enero de 1943 el presidente del país –Getúlio Vargas– se decantó por el apoyo al bando aliado y despreció el nazismo, lo que hizo que el odio y el aislacionismo sobre los japoneses (cuya país de origen estaba aliado con Hitler) creciese todavía más.
Japón, derrotado
Mientras la colonia japonesa en Brasil andaba ciega y sorda ante lo que sucedía en la Segunda Guerra Mundial, fueron pasando los años. Y, tras no pocas batallas a katana y fusil, Japón acabó capitulando ante Estados Unidosdespués de que sus combatientes fueran derrotados y expulsados de cada una de las islas del Pacífico. Todo ello, acompañado de dos dosis de bomba atómica. Herida de muerte, la nación se rindió el 2 de septiembre de 1945 en una ceremonia celebrada sobre el acorazado «USS Missouri».
La rendición, y el posterior discurso del emperador japonés admitiendo la derrota, fueron transmitidos a todo el mundo. Y Brasil no fue una excepción. Sin embargo, el aislamiento informativo de la colonia nipona hasta entonces hizo que muchos de ellos no se creyesen que su país –al que creían toda una potencia militar– hubiese capitulado. Al fin y al cabo… ¿Cómo era posible? Este sentimiento se acrecentó gracias a la llegada de rumores y la publicación de noticias falsas que afirmaban que todo había sido una maniobra norteamericana para desmoralizar a los «amarillos».
Un claro ejemplo de ello es un testimonio que recoge Hernández en su obra. Las palabras de uno de aquellos japoneses que se enteraron de la rendición: «Ayer hablaban de la rendición incondicional de Japón, engañados por noticias falsas enviadas por Estados Unidos. Tuvimos así un día de vergüenza, pasé la noche sin dormir. Llorando». La idea, poco a poco, fue calando entre los nipones, que llegaron a afirmar que «Aquello fue una transmisión americana hecha en japonés», y no una ceremonia oficial.
«Ayer hablaban de la rendición incondicional de Japón, engañados por noticias falsas enviadas por Estados Unidos»
Así fue como, poco a poco, la colonia japonesa en Brasil se fue dividiendo en dos bandos. «Los que aceptaban que Japón había perdido la guerra eran denominados “makegumi” o “derrotistas”. […] Eran los que estaban mejor informados. […] Por el contrario, los que estaban convencidos de que la contienda había concluido con un triunfo nipón, o que incluso continuaba, eran los “kachigumi” o “creyentes en la victoria”, y reclamaban para sí el término “patriotas”», añade el autor en su obra.
En los meses siguientes, aunque el gobierno brasileño y los mismos «makegumis» trataron de explicar la verdad a los «patriotas», estos se negaron a aceptarla.
Nace la secta
En este contexto nació, precisamente, la banda terrorista Shindo Renmei. Un grupo que llegó a Brasil (más concretamente Sao Paulo) de manos del coronelJunji Kikawa y cuyo origen se remonta a 1942, cuando arribaron con el objetivo de sabotear a todos aquellos que enviaban ayuda a los aliados.
No obstante, la banda adquirió su importancia real cuando se propusieron acabar con todos aquellos «makegumis» que vertían lo que ellos consideraban severas mentiras sobre la rendición de Japón. «Cuando la contienda finalizó, el grupo pasó a acosar y amenazar a los miembros de la comunidad nipona que admitían que Japón había sido derrotado», añade Hernández.
Estas fueron las palabras que Kikawa dijo cuando creó el Shindo Renmei: «En tiempos de guerra, la única manera de mostrar nuestra fidelidad a la patria es cumplir con las obligaciones de los súbditos del trono. La colonia ya no está huérfana. El emperador no será ultrajado más en Brasil. Hoy ha nacido el Shindo Renmei, la Liga del Camino de los Súbditos. ¡Larga, muy larga vida al Shindo Renmei!».
A partir de ese momento, el grupo se dedicó a varias tareas: llevar a cabo acciones de sabotaje, acallar a los mentirosos (ambos ya comentado), unificar la colonia y verter propaganda en favor de la victoria de los nipones en la Segunda Guerra Mundial.
«Gracias a la impunidad en la que se movía el Shindo Renmei, las amenazas contra los “derrotistas” eran cada vez más frecuentes»
Con todo, parece que en principio su objetivo no era asesinar, pues comenzaron a atacar a los «no patriotas» mediante pequeños actos de vandalismoentre los que se incluían pegar carteles en sus casas llamándoles «traidores», enviarles cartas amenazadoras o instarles a que se metieran su «falsa propaganda» donde les cupiera. Sin embargo, el que la policía brasileña no iniciase una persecución contra el grupo provocó que, poco a poco, aquellas chiquilladas pasaran a mayores.
«Gracias a la impunidad en la que se movía el Shindo Renmei, las amenazas contra los “derrotistas” eran cada vez más frecuentes. En las ciudades, las cartas que contenían esas intimidaciones eran deslizadas por debajo de la puerta, mientras que en las pequeñas localidades era habitual que en las fachadas de las casas apareciesen pintadas señalando públicamente al traidor», añade el experto. A su vez, comenzaron a enviar notas a sus «enemigos» amenazando con que cortarían sus cuellos con el arma más sagrada de Japón: la katana.
Crueles asesinatos
Finalmente, y ante la falta de actuación de las autoridades, el Shindo Renmeipasó a la acción y cometió su primer asesinato el 7 de marzo de 1946, cuando sus miembros acabaron con la vida de Ikura Mizobe. Este japonés era un administrador de cooperativas que, según este grupo, había atacado a Japón en 1945 cuando distribuyó una circular entre sus trabajadores en la que se explicaba que su país natal se había rendido a los aliados. Aquel intento de desvelar la verdad le condenaría a recibir decenas de notas amenazadoras (anónimos a los que la policía no hizo ningún caso) y, posteriormente, también a la muerte.
«Aquel fatídico 7 de marzo de 1946 discurriría con la misma rutina que siempre. Mizobre madrugó, se dirigió a la cooperativa y trabajó hasta medio día. […] Luego regresó a su casa […] Al cabo de un rato, Mizobe salió por la puerta de la cocina y se dirigió al retrete. […] Al salir del baño, recibió un disparo en el pecho, quedando tendido en el suelo», añade el historiador y periodista en su obra.
Aquel asesinato fue el punto de partida de las carnicerías de una banda que llegó a acabar con una veintena de «traidores» en un año y herir casi a 150. Curiosamente, los verdugos (que no tenían problemas a la hora de «cazar» a sus víctimas indefensas) solían entregarse tras perpetrar sus crímenes, pues consideraban que lo habían hecho como parte de su deber.
Tras esta primera muerte continuaron unos intentos de asesinato como el del «derrotista» Shigetsuna Furuya (otro de los que habían difundido la noticia de la derrota de Japón) o la muerte de Chuzaburo Nomura (un destacado «makegumi».
El 1 de abril, por ejemplo, cayó bajo la katana de este grupo el diplomático Furuya. El comando de la banda terrorista no se complicó y le atacó a las cinco de la madrugada, en su propia casa. Le dispararon 17 veces y le volvieron a rematar en el suelo, con gran odio. Con todo, y a pesar de que no tenían problemas a la hora de acabar con la vida de un varón frente a su familia, siempre se enorgullecieron de que no mataban ni a mujeres, ni a niños.
Represión policial
Al final, las autoridades no tuvieron más remedio que tomarse a este grupo (que fue ganando adeptos hasta contar con cientos de miembros en sus filas) en serio. Por desgracia, decidieron devolverles todo el daño que causaban con crueles torturas. Y no solo físicas, sino también psicológicas. Así pues, a un original comisario no se le ocurrió otra cosa que obligar a todos los miembros del grupo que capturaba a pisar la imagen de Hirohito y hacerle escupir sobre la bandera de Japón.
«Además, al ser considerados criminales fanáticos, la policía perdía cualquier consideración y se veía con las manos libres para utilizar con ellos métodos más brutales como golpearles con porras las plantas de los pies», añade Hernández. Y no solo eso, sino que la policía también utilizó con ellos el «ahogamiento simulado», una técnica que había creado la Inquisición y que –a día de hoy- sigue utilizando extraoficialmente la CIA.
El seguimiento policial de los sucesos les terminó, finalmente, llevando a los agentes hasta Kikawa, al que capturaron el 8 de mayo de 1946. Esta detención se sumó a la de otros tantos líderes del grupo terrorista. Sin embargo, tal y como señala Hernández, eso no impidió al grupo seguir actuando durante algún tiempo más como células independientes.
El seguimiento policial de los sucesos les terminó llevando a los agentes hasta Kikawa, al que capturaron el 8 de mayo de 1946
Al final, las autoridades se vieron obligadas a sumar una lista de más de 30.000 sospechosos de pertenecer a esta banda. Hubo que esperar hasta el 6 de enero de 1947 para que se sucediera el último crimen. Un asesinato que fue perpetrado a pesar de que el Shindo Renmei ya estaba acercñandose a las autoridades sabedor de que su lucha estaba condenada.
Al final el grupo fue cayendo en el olvido. Y es que era imposible esconder por mucho más tiempo que –efectivamente- Japón había sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Aunque su existencia siempre permanecerá como una mancha imborrable de lo que puede hacer una mezcla de desinformación, violencia, fanatismo y segregación.
Origen: La sanguinaria secta de «samuráis» que se creyó que Japón había ganado la IIGM