29 marzo, 2024

La terrible infancia de Federico II «El Grande»: el príncipe humillado que asaltó Europa

Federico Guillermo I ordenó que su hijo, al que había maltradado públicamente de niño, viera desde su celda como su mejor amigo y posible amante era decapitado en la fortaleza de Küstrin

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En cuestión de un siglo Prusia pasó de ser uno de los territorios más vapuleados y empobrecidos durante la Guerra de los 30 años a alzarse como una de las grandes potencias militares de Europa. Una serie de excepcionales monarcas de la dinastía Hohenzollern perfiló esta maquinaría de hierro y dio forma a un Estado puntero, la Ilustración en su máxima expresión. Federico Guillermo I y su hijo Federico II fueron responsables directos de este salto, a pesar de que sus personalidades resultaban la noche y el día.

El choque entre Federico Guillermo I y su hijo Federico II «El Grande» era inevitable desde el principio. El padre era un hombre estricto, hipermasculino, dado a brotes coléricos, muy religioso y obsesionado con la milicia; mientras que su hijo heredero era un joven sensible, devoto de las artes, destacado filósofo e historiador avanzado. Ante los abusos y los desprecios, Federico se vistió siendo adolescente de cínico, un supuesto misántropo sin fe en la humanidad que respondía con sarcasmo a las humillaciones y mostraba poco interés en la política. Obviamente era una fachada.

La cabecita de un prusiano francés

El autoritario Federico Guillermo no comprendía a aquel muchacho que se pasaba las horas leyendo y no parecía ser gran cosa en sus aptitudes militares, a pesar de que la Historia le iba a recordar más adelante como uno de los generales más brillantes de su tiempo. «Me habría gustado saber lo que había en su cabecita», diría el padre al observar a su hijo de 12 años con el pelo desordenado, hábitos sobre todo nocturnos y obsesión por la lectura.

Durante su vida, Federico II devoraría las obras de los más destacados autores ilustrados, así como las obras clásicas de Cicerón, Horacio, Plutarco, si bien criticaría las obras en alemán clasificándolas como «semibárbaras» (cuando los nazis recuperaron su figura con motivos propagandísticos en el siglo XX escondieron su desprecio por la cultura germana). De hecho, la mayor parte de la prodigiosa obra del «roi philosophe» (el rey filósofo) fue escrita originalmente en francés. Esta simpatía por la cultura francesa también estaba presente en la música, donde Federico era un habitual de la flauta travesera, invento reciente de los fabricantes franceses, que tocó hasta perder los dientes.

En muchos sentidos, el príncipe heredero llevaba una doble vida. Si bien cumplía en público con la rigidez que le exigía su padre, en privado hacía acopio de una populosa biblioteca y empezaba a tocar la flauta

En lo religioso, padre e hijo también eran inversos. Frente a la religiosidad extrema de su padre, Federico II se mostró devoto solo hasta sobrepasar la adolescencia. Christopher Clark en su libro «El reino de hierro» lo describe como vehementemente irreligioso, en tanto su Testamento Político de 1768 considera la cristiandad como «una vieja ficción metafísica, repleta de milagros, contradicciones y absurdos depositada por la febril imaginación de los orientales y luego difundida por Europa, donde algunos fanáticos la hicieron suya…».

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A consecuencia de todo ello, el príncipe heredero llevaba una doble vida. Si bien cumplía en público con la rigidez que le exigía su padre, en privado hacía acopio de una populosa biblioteca y empezaba a tocar la flauta. Ante la mínima sospecha de que Federico no le obedecía, su padre le abofeteaba, golpeaba y humillaba en público con frecuencia. Durante una de las palizas, el joven le gritaría a su padre que él, de haber recibido una humillación así de su padre, se habría suicidado.

Retrato familiar de Federico Guillermo I y sus hijos varones
Retrato familiar de Federico Guillermo I y sus hijos varones

Tampoco en su condición sexual el príncipe prusiano cumplía con los convencionalismo. Cierta leyenda exagerada le presentó como una suerte de vicioso sexual que organizaba orgías con muchachos en la corte, lo cual es un planteamiento disparatado para alguien tan discreto con su orientación. Federico le confesó a Grumbkow, un ministro de su padre, que se sentía poco atraído por el sexo femenino, sin precisar si en verdad era toda clase de sexo lo que no le interesaba lo más mínimo.

La ambiguedad fue su verdadera seña. Al casarse con Isabel de Brunswick-Bevern, elegida por su padre, Federico II no se divorció ni la desterró, simplemente la apartó de la corte y de su vida. Con 31 años, Isabel escribió desde su situación de semiretiro que «esperando la muerte pacíficamente, cuando a Dios le plazca llevarme de este mundo en el que ya no tengo nada que hacer». Los encuentros sexuales entre ellos fueron nulos, siendo el sobrino de Federico, Guillermo Federico II, quien heredaría a su muerte la corona de Prusia.

No en vano, la posible homosexualidad de Federico II se hizo patente en el enfrentamiento más violento entre padre e hijo, cuando se formaron dos ligas entre los partidarios de que se casara con una princesa inglesa, como deseaba su madre; y los que lo eran de que lo hiciera con una princesa alemana, lo cual defendía el padre y el Imperio austriaco. Finalmente Federico Guillermo se salió con la suya, pero lo hizo a costa de que su hijo le terminara de aborrecer. En el verano de 1730, Federico planeó su huida de la corte y de aquella atmósfera tan asfixiante. Para llegar a cabo este plan acudió a su amigo (su amante, según algunas crónicas), el oficial Hans Hermann von Katte, con el que compartía inquietudes culturales y una intensa realación.

El soldado del Regimiento de Gendarmes Reales se ofreció a usar un periodo de permiso para huir con el príncipe, lo cual se convirtió rápidamente en el secreto peor guardado de la corte. Una aventura romántica de juventud que iba a acabar en tragedia griega. Al enterarse el Rey de Prusia del plan del príncipe anuló el permiso de von Katte y puso a los sirvientes de Federico sobre aviso.

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La huida que terminó en tragedia

En la noche del 4 de agosto, el príncipe se escabulló de su campamento en el pueblo de Steinsfurt. Cuando solo había recorrido unos metros, un criado dio la voz de alarma y Federico fue capturado. Federico Guillermo ordenó que su hijo fuera encerrado en una mazmorra de la fortaleza de Küstrin y le obligó a vestir el traje marrón de los criminales. Además, los carceleros recibieron instrucciones de no responder a las preguntas del príncipe y de no suministrarle más que una vela diaria y una biblia.

Federico Guillermo I llegó a plantearse desheredar a su hijo e incluso condenarlo a muerte por traición. Entre las 180 preguntas que le realizaron los enviados del Rey una de ellas planteaba al propio Federico cómo debía proceder su padre: «¿Se retiraría con el fin de salvar su vida, y renunciaría a su derecho al trono de tal modo que esto pueda ser confirmado por todo el Sacro Romano Imperio [autoridad nominal en todos los territorios germanos]?». Así y todo, con sorprendente calma Federico contestó a esta pregunta que «su vida no le era tan querida».

Mientras el príncipe seguía preso, muchos de sus colaboradores y amigos fueron perseguidos de forma desproporcionada. Una joven burguesa con la que había flirteado en el pasado fue azotada y humillada públicamente. Por su parte, Von Katte fue inicialmente condenado a cadena perpetua por un tribunal militar, pero el Rey en persona insistió que fuera ejecutado acusado de alta traición. Solo concedió cierta clemencia el monarca al conmutar la salvaje pena destinada a los que traicionaban al Rey (desgarrar sus miembros) por simplemente la decapitación.

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Ilustración de la ejecución de Von Katte, con Federico asomado a la ventana de su celda
Ilustración de la ejecución de Von Katte, con Federico asomado a la ventana de su celda

Hasta aquí alcanzó el corazón de hierro del Rey, que descartó todas las peticiones de clemencia y dispuso que Katte fuera ahorcado en la fortaleza de Küstrin, de modo que Federico pudiera ver a su amigo decapitado en directo. Según un testigo del suceso, ambos amigos «se despidieron con algunas palabras corteses y amistosas dichas en francés, sin la más mínima tristeza», siendo que Federico fue forzado a mirar a través de los barrotes de su celda cuando la cabeza se separó del cuerpo de Katte. El príncipe se desmayó en brazos de sus guardias ante aquel horror, y quedó postrado en un estado terror en los siguientes días.

Incluso aceptó casarse con la esposa que le ordenó su padre

Federico suplicó a su padre e incluso le pidió que perdonara a su amigo a cambio de renunciar al trono. Nada bastó para evitar la tragedia; y sin embargo aquello enfrió la tensión entre padre e hijo de una manera extraña. El odio entre ambos fue sepultado por kilos de pragmatismo político y de cinismo. ¿Puede que Federico temiera tanto a su padre, puesto que llegó a pensar que él iba a ser el siguiente en morir, que cambió su actitud a partir de entonces? Acaso, ¿la frialdad era una forma sofisticada de venganza del príncipe? Esas preguntas sola las puede responder el propio Federico, que en los siguientes años recuperó progresivamente su libertad de movimiento y se implicó en asuntos de Estado, primero a nivel local con mucha eficacia.

Incluso aceptó casarse con la esposa que le ordenó su padre, si bien el apoyo austriaco a este matrimonio quedó, de alguna manera, tatuado en su mente y germinó en una hostilidad diplomática hacia el Imperio habsburgo. Las guerras contra Austria son precisamente lo más recordado del reinado de Federico «El Grande», quien nunca terminó de desprenderse del aire de pesadumbre ni del odio a lo que representaba su padre.

El 16 de diciembre de 1740, ya como Rey de Prusia, Federico II condujo un ejército de 27.000 hombres a la conquista de la Silesia Habsburgo. Su éxito frente al Sacro Imperio Romano, hasta entonces intocable para los pequeños reinos alemanes, abrió la puerta de Prusia a la liga de las grandes potencias europeas. El genio militar del Rey de Prusia iba a asombrar a Europa en los siguientes años.

Origen: La terrible infancia de Federico II «El Grande»: el príncipe humillado que asaltó Europa

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