22 noviembre, 2024

La traición de Lucky «Luciano» al mafioso más grosero que ha conocido Nueva York

15 de abril de 1931, mediodía, restaurante el Nuevo Villa Tammara, en Nueva York. En un asfixiante ambiente siciliano, Lucky Luciano –aventajado discípulo de Joe Massería, el capo de capos– come junto al jefe de su banda un grasiento plato de espaguetis con salsa de almejas rojas; una langosta Fra Diavola y de bebida comparte una botella de Chianti. Como es costumbre en Masseria, un hombre de gestos bruscos y apetito crudo, el siciliano bebe y come hasta el atracón antes de proponer jugar una partida de cartas para distraer la sobremesa. En medio de la partida, Luciano se levanta de la mesa con una excusa a medio explicar. Los guardaespaldas del capo siciliano se esfuman. Sin tiempo de reaccionar, tres asesinos entran en el restaurante y tirotean hasta seis veces a Masseria, que, inmóvil en su silla, fallece con «un as de espadas agarrada en su enjoyada manaza».

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Con la Ley Seca, el orden mafioso de Nuevo York cambió en muy poco tiempo. Tras pasar en la cárcel diez años, un envejecido Giuseppe Morello, el primer padre de la Mafia en EE.UU, regresó a las calles italianas de la ciudad en 1920 solo para descubrir que todo había cambiado dramáticamente. La competencia entre familias sicilianas cada vez era mayor, la irrupción de la Camorra napolitana había sido frenada a un alto coste en sangre y los beneficios que el contrabando de alcohol habían abierto convertían en minucias las cifras que Morello manejó en sus mejores años. Sin muchas opciones, la familia Morello-Terranova, lejos de sus días de gloria, decidió aliarse con Joe «El patrón» Masseria, un siciliano de modales groseros y escasa cultura que ejercía como «capi di tutti capi».

Masseria ascendió en la organización criminal sobresaliendo como uno de los gánster más agresivos de su generación y aprovechando el auge del contrabando de alcohol

«Le salía la barriga bajo el chaleco medio abierto. Llevaba el cuello desabrochado y la corbata aflojada. Una de las mangas de su camisa estaba abotonada en los ojales equivocados», describió Joe Bonnano, jefe de una de las cinco familias mafiosas de Nueva York. Con solo 1,65 metros de altura y de caderas gruesas, el siciliano carecía del porte para impresionar a sus compatriotas, dados a comparar vestimentas, y de la elocuencia tanto en italiano como en inglés para encandilarlos, pero era implacable en sus métodos.

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Un ascenso milagroso esquivando balas

En pocos años, Masseria ascendió en la organización criminal sobresaliendo como uno de los gánster más agresivos de su generación y aprovechando el auge del contrabando de alcohol. Además de por su glotonería y su violencia, Masseria se hizo famoso por su capacidad casi sobrenatural para esquivar los problemas e incluso las balas. Como el historiador Mike Dash narra de forma minuciosa en «La Primera Familia» (Debate, 2010), al menos en dos ocasiones varios gánsteres rivales acorralaron al aspirante a capo en emboscadas donde salió milagrosamente ileso. Frente al ascenso de Masseria en dirección al trono, Toto d’ Aquila –capo de capos durante casi dos décadas»– no pudo hacer nada, ni pudo evitar su asesinato en octubre de 1928. Masseria fue el principal sospechoso de un crimen que no levantó mucha polvareda entre la prensa. Al fin y al cabo, el poderoso Aquila siempre había sido un hombre poco ostentoso.

Nacido en 1887 en la provincia de Trapani, Joe Masseria había huido de Sicilia con diecisiete años para evitar un procesamiento por asesinato en la isla, lo que le convertía en uno de los últimos representantes de la visión más tradicionalista de la Mafia, que se oponía frontalmente a las prácticas de jóvenes como Luciano con poco apego por Sicilia, sin el menor reparo en acometer negocios fraudulentos con personas de distintas razas. Tras Morello y Toto d’ Aquila, «El Patrón» tomó el relevo como capo de capos de la ciudad a razón de sus excepcionales habilidades para la violencia, pero su total ausencia de sutileza o diplomacia iban hacer que el trono se le escurriera pronto por entre sus «manazas».

Fotografía de una calle de Nueva York a principios de siglo XX-Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

La pretensión de «El patrón», llamado así por su intransigencia, de convertir el cargo de capo de capos en algo más allá de una posición de árbitro imparcial levantó en principio protestas, luego una oposición encubierta y, finalmente, un conflicto abierto entre familias sicilianas conocido como «guerra de castellammarese» debido a la especial resistencia que presentó un grupo de mafiosos procedentes de la población portuaria de Castellammarese. Entre los ya de por sí tenaces sicilianos, los de Castellammarese eran célebres por su negativa a aceptar imposiciones o abusos de poder.

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La «guerra de castellammarese» representó un punto de inflexión en la historia del crimen organizado en Estados Unidos, que recordó la refriega durante varias generaciones. Nunca antes había habido un enfrentamiento directo entre italianos a esa escala. Con más recursos económicos y más hombres, Masseria tomó la iniciativa en la guerra y se sirvió de los consejos de Giuseppe Morello con tan buenos resultados que el conflicto iba camino de elevar al grosero siciliano a criminal más poderoso del país. No en vano, el otro bando, dirigido por Salvatore Maranzano –un sofisticado e inusualmente culto gánster también procedente de Sicilia– vio con claridad que el primer paso para finalizar la guerra pasaba por sacar del tablero de juego a Morello y dejar que fuera el bruto de Masseria quien moviera las piezas.

Sin Morello, la guerra cambia de color

«Maranzano solía decir que, si confiábamos en ganar la guerra, teníamos que coger a Morello antes de que el viejo zorro dejara de seguir su rutina cotidiana. En el momento que decidiera ocultarse, el viejo podría subsistir para siempre a base de pan duro, queso y cebollas», recordaría años después Joe Bonnano. El primer capo de capos de EE.UU. murió el 15 de agosto de 1930 atravesado por siete balas en las humildes oficinas donde gestionaba su imperio criminal en declive, y poco tiempo después Maranzano también ordenó eliminar a Manfredi Mineo, otro de los aliados de Masseria.

El equilibrio de poder por fin empezó a beneficiar a los castellammareses. Los desertores aumentaron entre las filas de Masseria y la ciudad entendió que el último obstáculo para finiquitar el conflicto era acabar con «El patrón», que sin la sutileza de sus consejeros fallecidos empezó a acumular error tras error. Lo que nadie esperaba, sin embargo, es que fuera uno de los más influyentes de entre sus asesores todavía vivos, Lucky Luciano, quien le inflingiera el golpe de gracia. Con 33 años, Luciano hablaba mejor inglés que italiano, a diferencia de la generación anterior de mafiosos, y compartía pocas cosas con las estatuas de otro tiempo que eran Mineo o Morello. El joven siciliano lo único que quería era ganar dinero y terminar de una vez con esa carísima guerra. Maranzano compartía el mismo anhelo, salvo que lo hacía por otras razones.

Fotografía de Charlie «Lucky» Luciano

A principios de 1931, Maranzano y Luciano se reunieron en una residencia privada de Brooklyn para encontrar la forma de eliminar al grosero mafioso. Joe Bonnano daría cuenta posteriormente de la conversación mantenida entre el presente y el futuro de la Cosa Nostraen Nueva York:

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–¿Cuánto tiempo necesita para hacer lo que tiene que hacer? –preguntó Maranzano.

–Una semana o dos.

–Bien. Entonces espero una Pascua en paz.

Aunque Masseria sobrevivió a la Pascua de 1931, que cayó el 5 de abril, al «patrón le quedaban contadas comidas en su vida». El 15 de abril, Lucky Luciano entregó en bandeja a su jefe a los sicarios de Maranzano, con el apoyo de Ciro Terranova, el último de los hermanastros de Morello en activo. Según los informes policiales, la muerte de Masseria fue mucho más prosaica: no hubo as de espadas ni rastro de Luciano, pero el resultado fue el mismo. «El patrón» perdió su título y su vida en la sobremesa de una comida probablemente copiosa.

Salvatore Maranzano otorgó la jefatura de la banda de Masseria a Luciano y reunió a los grandes mafiosos de la ciudad en una gran sala de un edificio del Bronx para dirigir un discurso a la multitud (medio millar de gánsters): «Todo lo que ha ocurrido en el pasado ha terminado. Si habéis perdido a alguien en esta última guerra, debéis perdonar y olvidar. Si han matado a su propio hermano, ni siquiera tratéis de averiguar quién lo ha hecho. Si lo hacéis, lo pagaréis con la vida». Proclamado «capo ti tutti capi» de Nueva York, Maranzano prometió un tiempo nuevo y muy lucrativo para la Cosa Nostra en la ciudad, pero iba a incumplir esa promesa en poco tiempo. Antes de que terminara ese año, Lucky Luciano demostró que le había cogido el gusto a lo de matar grandes capos y planeó la muerte de Salvatore Maranzano. El tiempo de los «Mustache Pete» (el sobrenombre para los mafiosos de la vieja escuela) había llegado a su fin.

Fuente informativa ABC 

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