La triste vida de Rolf: «A los 12 años supe que era hijo de Mengele»
No supo que había sido alumbrado por Josef Mengele hasta 1957 y, cuando la noticia se extendió, acabó con su futuro
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Rolf siempre se consideró un niño común. Tuvo la mala suerte de nacer en Alemania en 1944, en los últimos días del nazismo; lo mismo que otros tantos. A los diez años era un chiquillo feliz que, de vez en cuando, recibía noticias de su tío Fritz. La parte más triste es que no había conocido a su padre; su madre le decía que era un héroe desaparecido en combate. La verdad fue esquiva por mucho tiempo.
Fue a los 12 años, en 1956, cuando se enteró de todo. El tío Fritz, aquel al que había enviado decenas de cartas, era en realidad su padre: el criminal de guerra Josef Mengele. La noticia disipó enigmas, cierto, pero también le trajo la desgracia. «Enterarme de la realidad tuvo un fuerte impacto sobre mí. No era muy bueno ser su hijo», afirmó décadas después. Lo peor fue el regreso a la escuela. Cuando la noticia se extendió, sus compañeros no tuvieron piedad y volaron las burlas. «Tu padre es un criminal», «pequeño nazi» o «SS Mengele» son solo algunos de los improperios que escuchó a diario.
Misterio desvelado
Cuando estalló la mentira, vivió también los intentos de Josef por mantener una buena relación con él. Pero el tiempo separados les había condenado. A pesar de ello, Rolf aceptó mantener un último encuentro con su padre en Sao Paulo. Allí palpó la caída al abismo de su progenitor. El orgulloso asesino de las SS se había transformado en un anciano obsesionado con esconderse. El chico le exigió explicaciones sobre el Holocausto, pero tan solo obtuvo evasivas. «Nunca entenderé cómo seres humanos pudieron comportarse de ese modo. Es contrario a toda ética, a toda moral», esgrimió.
La muerte de su padre en 1979 en extrañas circunstancias no le sorprendió. Al enterarse de la noticia, Rolf subió a un avión para recuperar las últimas posesiones del miembro de las SS. Quería esconderlas para evitar que fueran requisadas, pues temía que los negocios de la familia se vieran afectados. Después, estuvo tres décadas en silencio por orden del clan Mengele, los últimos parientes del ‘ángel de la muerte’.
Así, hasta 1985. Ese año contó todo a la prensa a costa de romper la relación con su familia. Con la conciencia tranquila se cambió el apellido a Jenckel para que sus hijos esquivaran la pesada carga de su antepasado. Volvió a hablar en 2008, cuando pidió a la comunidad judía que le perdonara. Hasta quiso peregrinar a Israel, pero abandonó la idea. «Es posible que los supervivientes puedan sentirse molestos», explicó.
La discreción se convirtió entonces en su máxima. Cuando, en 2017, los huesos de su padre fueron exhumados para instruir a los futuros médicos brasileños en el arte de la identificación de cadáveres, Rolf se lavó las manos. «Los doctores contactaron con la familia de Mengele. Su hijo Rolf, quien se había cambiado el nombre, rehusó viajar a Brasil a buscar el cuerpo de su padre y darle sepultura», escribió ABC. Para entonces ya llevaba alejado de los focos más de treinta años.
Locura nazi
Rolf siempre se sintió avergonzado de dos cosas: las matanzas perpetradas en el campo de concentración y las sanguinarias pruebas médicas que su padre había llevado a cabo en Auschwitz. Y es que, lo que verdaderamente llamaba la atención de Mengele era la experimentación con gemelos. El interés por este tipo de sujetos se lo había suscitado uno de sus mentores, Eugen Fischer: «Para el citado Fischer, la experimentación con gemelos era el instrumento de investigación más importante en relación a la llamada ‘higiene racial’», explica el periodista Óscar Herradón en su obra ‘La orden negra: El ejército pagano del III Reich’.
«Los médicos nazis pretendían ‘clonar’ una nueva raza muchas décadas antes de que se descubriera la secuencia completa del ADN humano. Creían que en los gemelos estaba la clave para la reproducción selectiva de la raza aria», señala el periodista español. Es decir, buscaban que las madres alemanas pudieran dar a luz a multitud de hijos arios que reemplazaran a las llamadas razas inferiores.
«En una ocasión trató los ojos de cuatro parejas de gemelos de origen gitano que había asesinado y los envió al Instituto Kaiser Wilhelm, donde servirían a un tal doctor Magnussen para un ensayo que estaba escribiendo sobre el tema», explica Herradón. En otra, infectó a gemelos judíos y húngaros con bacterias de fiebre tifoidea y les extrajo sangre en varias etapas siguiendo el curso de la enfermedad hasta su muerte. Pretendía comprobar en ellos las similitudes anatómicas y sus reacciones a determinados experimentos. Una vez finalizada su macabra tarea, los diseccionaba.
Sin embargo, sus experimentos todavía podían llegar a ser más inhumanos, sobre todo los que realizaba en bebés, sus sujetos de estudio favoritos. «El cénit de su depravación llegó en el momento en que pretendió ‘crear’ siameses: escogió a dos niños gemelos de cuatro años –uno de ellos jorobado–, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por las venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor era insoportable», señala el experto. Todo ello, unido a la selección que hacía en la rampa del campo, le convirtieron en la pesadilla de los reos.
Origen: La triste vida de Rolf: «A los 12 años supe que era hijo de Mengele»