La tumba del nadador de Paestum, un salto arqueológico de la muerte al erotismo de la vida
Desde su hallazgo en 1968, las pinturas e imágenes del excepcional enterramiento griego han suscitado muchos interrogantes. El clasicista Tonio Hölscher arroja una nueva interpretación.
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El periodo de mayor esplendor de la ciudad de Paestum, como la llamaron los romanos, se registró en los siglos VI y V a.C. La colonia griega fundada en la costa meridional de la península sorrentina, cerca de Nápoles, y bautizada en honor de Poseidón, el dios del mar, contaba con un gran ágora y monumentales santuarios. Dos de los edificios dedicados al culto estaban adornados con grandes series de paneles de relieves (metopas). Una de ellas contiene el mayor número de imágenes de mitos griegos que se haya visto jamás en una construcción de la Antigüedad.
En 1968, durante los trabajos de excavación de las necrópolis del yacimiento, que buscaban profundizar en el conocimiento de la historia social y cultural del sitio —los hallazgos, hasta ese momento, trazaban una sociedad que daba mucha importancia en sus sepulturas a los logros bélicos y al estatus social—, se descubrió una tumba extraordinaria. En forma de caja, el interior de sus paredes y su cubierta estaba decorado con una serie de pinturas de gran calidad artística, un ejemplo único del arte pictórico griego datado hacia el año 480 a.C.
No había ninguna inscripción que desvelase el nombre o la condición del fallecido, solo unas ofrendas funerarias escasas y poco significativas —una vasija para el aceite, el caparazón de una tortuga y fragmentos de una posible lira—. Los huesos, además, quedaron destruidos inmediatamente después de ser extraídos de la tumba, que probablemente se construyó de forma rápida ante la prematura e inesperada muerte de su propietario y fue encargada por sus allegados.
Los arqueólogos, dirigidos por Mario Napoli, documentaron un testimonio excepcional de la gran pintura de los inicios del arte griego clásico. Del conjunto, que en las paredes laterales representa un simposio, un banquete de parejas formadas por un hombre maduro y otro joven con escenas de música y erotismo, destaca la imagen de la cara interna de la losa que cubre la cámara. En un paisaje natural y delicado, un efebo con el cuerpo desnudo y erecto se lanza al mar de cabeza desde una torre. Se trata del fresco que dio nombre a la «Tomba del Tuffatore» o del nadador de Paestum.
La primera interpretación de las pinturas fue metafórica, escatológica: simbolizan el salto del muchacho hacia el mar de la muerte como tránsito hacia la vida eterna. La torre sería la frontera entre el mundo terrenal y el más allá —las columnas de Hércules— y el simposio una reunión religiosa para materializar ese viaje.
Sin embargo, como recuerda el arqueólogo y clasicista Tonio Hölscher en El nadador de Paestum (Crítica), un librito breve y erudito sobre el mundo de la belleza, la cultura de la juventud o la relación con el mar y la naturaleza de los antiguos griegos con esta cámara funeraria como eje vertebrador, una serie de investigaciones recientes han señalado que las imágenes de las tumbas de la Antigüedad reflejan fundamentalmente las posiciones sociales, los principios y las formas de vida de la persona fallecida. Es arte realista, no simbólico. Para el investigador, la tumba, casi con seguridad de un miembro de la élite local, es «una proclamación del maravilloso sentido de la realidad que tenían las artes plásticas griegas».
Las sepulturas refinadas en forma de caja construidas con losas de piedra caliza fueron una modalidad habitual en Paestum. La del nadador quedó sellada para siempre y por eso se ha conservado tan bien, pero en el mundo vecino de los etruscos se volvían a abrir por los entierros de otros miembros de la familia. También fueron decoradas con bellos frescos, como la tumba de la caza y pesca de Tarquinia, algo más antigua y donde aparece otro muchacho lanzándose de cabeza al agua.
Las escenas de pesca y natación por placer también aparecen en la cerámica ateniense. Lanzarse al agua era un hábito real entre los jóvenes: una actividad social, una prueba de capacidad atlética y valor viril realizada en compañía de hombres adultos que sentían atracción erótica por ellos. Era una suerte de rito de iniciación para saltar de la infancia a la edad adulta. «El salto no es en modo alguno una metáfora, sino el punto de máxima concentración del cambio en un instante vital único», resume Hölscher.
Además de explicar la obsesión por alcanzar un físico de atleta y las etapas de la vida, el investigador reconstruye los espacios lejos de las urbes en los que se formaban los efebos para luego regresar más maduros y con un nuevo papel. La fuerza y la agilidad eran cualidades que también se buscaban en las jóvenes esposas: el famoso buceador Escilis, por ejemplo, entrenó con tanta pasión en la natación y el buceo a su hija Hidna que le permitió participar en una operación de sabotaje de la flota del rey aqueménida Jerjes durante una tormenta.
Una contraposición que aparece representada en la tumba de Paestum en forma del escenario de la cultura del banquete en la ciudad y el de la cultura del cuerpo en plena naturaleza. Son muchas las incógnitas que nunca se resolverán sobre el enterramiento, pero sus imágenes, concluye Hölscher, hablan sobre el difunto como miembro de una élite social y sobre el estilo de vida de la Magna Grecia.
Origen: La tumba del nadador de Paestum, un salto arqueológico de la muerte al erotismo de la vida