6 diciembre, 2024

La venganza de las legiones romanas contra el ejército del gladiador Espartaco que también sufrió Jesucristo

La muerte de Espartaco, en un grabado posterior ABC
La muerte de Espartaco, en un grabado posterior ABC

Tras aplastar a su ejército de esclavos durante la Tercera Guerra Servil, Licinio Craso ordenó crucificar a 6.000 prisioneros desde Roma hasta Capua

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Su aura no la ha igualado nadie, ni siquiera el gran Máximo Décimo Meridio, ahora de moda por enésima vez gracias al estreno de ‘Gladiator II’. Espartaco, el gladiador tracio que orquestó una revolución de esclavos e hizo tambalearse los pilares de la Roma republicana, ha pasado a la historia como un héroe indomable que no hincó la rodilla ante las legiones. Y vaya si es cierto. Aunque también lo es que su ejército tuvo un turbio final: los cadáveres de 6.000 de sus hombres acabaron crucificados en el camino que iba desde Roma hasta Capua. Dos centenares de kilómetros que, durante semanas, estuvieron plagados de cuerpos inertes para escarmiento de sus enemigos..

Cuesta resumir la historia de Espartaco. Se sospecha que nuestro protagonista era de familia noble y que nació en el siglo II a.C. allá por Tracia, en la actual Bulgaria. Las fuentes clásicas hablan de su paso por el ejército romano y cuentan que, años después, cayó en desgracia y terminó como gladiador en el ‘ludus’ de Lentulus Batiatus. Allí, harto de los maltratos del lanista, se escapó junto una setentena de compañeros. Lo llamativo es que su fuga animó a otros tantos esclavos a hacer lo propio y, al final, en el año 73 a.C., nuestro protagonista había movilizado ya un colosal ejército de unos 100.000 hombres libres.

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Liderados por Espartaco y sus principales generales –el más famoso fue el celta Criso–, aquella marabunta de esclavos se dirigió hacia el norte con un solo objetivo en mente: cruzar hacia la Galia Cisalpina. Sin embargo, las divisiones internas generaron tal caos que el gladiador se vio obligado a abandonar sus planes y poner rumbo al sur. El porqué es todavía un gran enigma. La República romana, por su parte, respondió ante aquella movilización con el general Marco Licinio Craso, uno de los hombres más ricos de la Ciudad Eterna. Acababa de estallar la Tercera Guerra Servil.

Aunque dividido, el ejército de Espartaco no estaba apaleado. Craso lo tenía claro, pero también veía la guerra como una palanca para obtener prestigio en el seno de la República. Así que, cuando le informaron de que Pompeyo y Marco Terencio Varro Lúculo habían salido con sus legiones de Tracia e Hispania para apoyarle, se lanzó a por su enemigo a toda prisa. El miedo a compartir la gloria, según cuenta el historiador Plutarco en ‘Vidas paralelas’: «Ya había noticias de que se acercaba Pompeyo, y no pocos hacían correr en los comicios la voz de que aquella victoria le estaba reservada, pues lo mismo sería llegar que dar una batalla y poner fin a aquella guerra».

Craso interceptó al ejército de Espartaco en el 71 a.C., en el valle del río Silaro, a la altura de Strongoli (al sur de Italia). Y, como una provocación, ubicó su campamento a vista de los esclavos. «Se dio prisa a combatir y a situarse para ello al lado de los enemigos», explica Plutarco. Poco después –como si no fuera ya bastante osadía– el general ordenó a sus obreros abrir un foso para establecer tras él sus defensas. Aquello generó una vorágine en la que los «esclavos le asaltaron para pelear con los trabajadores». Pintaban bastos, la batalla se masticaba y el gladiador entendió que no podía hacer más que organizar a sus hombres para el combate.

Cuenta Plutarco que, «en tan preciso trance, puso en orden a todo su ejército». Aunque antes desenvainó la espada y acabó con la vida de su jamelgo delante de sus hombres. «Si venzo, tendré muchos y hermosos caballos de los enemigos; más si soy vencido, no lo necesitaré», afirmó el tracio. Según las crónicas, eran 60.000 esclavos contra una decena de legiones; aunque la historiografía moderna rebaja los números del ejército de Espartaco hasta los 30.000 combatientes. Vaya usted a saber. Lo que está claro, según recoge el cronista Apiano en su ‘Historia romana’, es que el resultado fue «una batalla larga y sangrienta, como cabía esperar».

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No está claro qué diantres le sucedió al gran Espartaco. Plutarco mantiene en sus textos que el gladiador se dirigió a toda prisa contra Craso «por entre muchas armas y heridas». No consiguió llegar hasta él, pero «quitó la vida a dos centuriones que se encontró a su paso». Para su desgracia, quedó frenado en seco y, tras una larga lucha, aquellos que le acompañaban se retiraron. «Él permaneció inmóvil y, cercado de muchos, se defendió hasta que le hicieron pedazos». Fue una triste forma de morir para el hombre que había mantenido en jaque a la República romana durante meses.

Apiano ofrece una visión parecida de una batalla que, según afirma, ocupó a miles de hombres desesperados. «Espartaco resultó herido en el muslo por una lanza y, doblando la rodilla en tierra y cubriéndose con el escudo, se defendió de sus atacantes hasta que él y una gran masa de partidarios suyos fueron cercados y perecieron», explica. El problema que alimentó la leyenda, y de paso el misterio, es que jamás se hallaron sus restos entre la muchedumbre. «Los romanos perdieron mil hombres, y no se encontró el cadáver de Espartaco», confirma el autor clásico. Lo que pasó todavía se desconoce.

Cruel castigo

Con la muerte de Espartaco, sus hombres terminaron de disgregarse e iniciaron una huida masiva. Pero quiso la fortuna que aquella debacle supuso un duro revés para el general romano. «Craso llenó todos los deberes de un buen general y no dejó de poner en riesgo su persona. Y, sin embargo, aún sirvió esta victoria para aumentar las glorias de Pompeyo, porque los que de aquel huían dieron en las manos de éste y los deshizo», explicó Plutarco. El recién llegado no tardó en escribir al Senado para explicar que sí, su colega había «vencido a los fugitivos», pero él «había arrancado la raíz de la guerra». Casi nada.

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Poco más explica el cronista Plutarco del final de la Tercera Guerra Servil; tan solo que «a Pompeyo se le decretó un magnífico triunfo» por su victoria contra Sertorio en Hispania. Y que Craso, a cambio, ni siquiera «se atrevió a pedirlo, más ni aun el menos solemne, a que llaman ovación». Al final, acabar con un ejército de esclavos no parecía suficiente gloria para obtener méritos y réditos políticos. De cara al público, ambos mantuvieron una buena relación durante el posterior consulado. Sin embargo, la realidad fue que su relación era pésima y que combatieron a nivel político durante los años siguientes.

Fue Apiano quien recogió lo que aconteció en las semanas siguientes. En sus palabras, tras la desbandada del ejército de Espartaco –«que huyó y cayó en masa, hasta el punto de ser imposible contar el número de muertos»– quedaba todavía en las montañas un gran número de sus hombres. Craso se dirigió contra ellos. «Éstos se dividieron en cuatro partes y continuaron luchando hasta que perecieron todos a excepción de seis mil», añade el cronista. Y estos fueron los que terminaron sus días «capturados y crucificados a lo largo de todo el camino que va desde Capua a Roma».

Los cadáveres quedaron alineados a lo largo de este trayecto que abarcaba dos centenares de kilómetros, desde Brundisium a Roma. Y, como no dio orden de bajarlos de la cruz, semanas después seguían pudriéndose al sol.

Origen: La venganza de las legiones romanas contra el ejército del gladiador Espartaco que también sufrió Jesucristo

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