La verdad sobre el mito de la falta de higiene, el oscurantismo y la represión sexual en la Edad Media
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Detalle de una ilustración del Liber de quibusdam ultramarinis partibus, Guillaume de Boldensele, de 1410
Durante la Ilustración surgieron una serie de mitos sobre la Edad Media que redujeron este periodo a la mayor pestilencia moral de la historia. Los cinturones de castidad, que nunca existieron; la quema de brujas, más bien del siglo XVI; y otra serie de mitos como el derecho de pernada se exageraron y deformaron para desprestigiar a la nobleza y a la Iglesia. La literatura y el cine, más interesados por saciar el imaginario popular que por la fidelidad histórica, han perpetuado estas imágenes estereotipadas sobre un periodo que se extendió casi mil años.
Aparte de que tantos siglos no permiten confeccionar una imagen uniforme, ni para bien ni para mal, es que mucho de los hábitos que se atribuyen al periodo y, por contagio, a principios de la Edad Moderna, son claramente cuentos para asustar a los niños o, ya en plano de la manipulación interesada de la historia, una deformación para atizar a la Iglesia y a sus herederos culturales.
Desde su cuenta en Twitter y en sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas, Consuelo Sanz de Bremond Lloret se dedica a diario a desmitificar tópicos fuertemente arraigados en la mente de la gente y a señalar aquellos elementos más hirientes que presentan ficciones del periodo medieval. Ni la película «Alatriste», ni las series de «La Peste» o de «La Catedral del Mar» se libran de su afilado ojo. Esta investigadora y asesora independiente (su formación académica no está vinculada a esta faceta de su vida) sobre la indumentaria hábitos desde la Edad Media al siglo XVII acompaña cada artículo de una detallada de documentación y, lo que resulta más accesible para el gran público, cuadros, grabados e ilustraciones del periodo. Pues, ante la duda, lo mejor es consultar las fuentes originales…
ABC Historia ha querido charlar con ella para conocer algunos de estos mitos extendidos y el trabajo que hace desde su blog:
—Una idea persistente es el de la escasa higiene de los cristianos en la Edad Media, frente a los muy aseados musulmanes, ¿por qué surge esta creencia tan extendida?
—Curiosamente este mito también se aplica a los conquistadores frente a los indígenas en América. Es difícil señalar un culpable, pero no hay duda de que los historiadores de los siglos XVIII y XIX (época que podríamos llamar el Siglo de Oro de la «mitología») estudiaron la Edad Media con prejuicios. Al mismo tiempo los viajeros románticos crearon la imagen edulcorada de un orientalismo lleno de harenes, magníficos baños, músicos y poetas. Es ridículo pensar que nuestros antepasados medievales no conservaran los antiguos saberes botánicos y de limpieza personal, como ridículo es pensar que las mujeres, responsables principales de las comodidades domésticas, fuesen incapaces de cuidar la higiene no solo de su propio cuerpo, sino también la de su gente. Tal vez haya sido nuestra superioridad tecnológica la que nos ha llevado a creer que la vida de nuestros antepasados transcurría entre porquería.
—¿Hay parte de realidad en este mito de una Edad Media cristiana oscura y sucia?
—Los hábitos de higiene han sido importantes siempre, también en la Edad Media. Me asombra que en novelas y cine se siga dando una idea tan errónea sobre este tema. Quizá sea porque copian los estereotipos de Hollywood o porque los asesores históricos leen obras obsoletas. Desde hace unos años han aparecido trabajos específicos que desmitifican esta falta de higiene. Y por mi parte llevo tiempo recopilando escritos de época en los que se hacen referencias a la preocupación por el aseo. Sabemos de la existencia de baños públicos en las urbes cristianas. Existen recetarios medievales para la limpieza del cuerpo, para mantener la piel sana, para quitar manchas de la ropa, para la elaboración de cosméticos, para la fabricación de perfumes. Había normas en hospitales para asear a los enfermos y mantener limpia la ropa de la cama. Cualquier tipo de prenda se consideraba un bien muy valioso, se heredaban incluso las apolilladas. En la propia iconografía podemos ver hombres y mujeres preocupados por su imagen, con cabellos bien peinados, arreglados con sofisticación.
—En su blog defiende que hasta el siglo XV (cuando hubo un cierre lento de estos lugares) estuvo muy extendido el uso de baños públicos en ciudades cristianas, ¿por qué se cerraron estos centros?
—Se han sugerido varias teorías, pero hay tres que se dieron al mismo tiempo:
1. Durante el siglo XV hubo un aumento alarmante de la promiscuidad sexual en los baños públicos, llegando incluso a practicarse la prostitución, lo que generó una corriente de opinión en su contra y a favor del cierre de estos establecimientos.
2. Se creyó que los baños eran un punto de propagación de enfermedades como la peste o la sífilis. Pensaban que entraban con más facilidad al abrirse los poros de la piel con el agua caliente y el vapor.
3. El mantenimiento de los baños requerían un alto consumo de agua y de leña: a finales del siglo XV en la Península Ibérica la deforestación empezó a ser un problema debido a la construcción de barcos, la falta de mantenimiento de los bosques, el aumento del pastoreo junto con un cultivo intenso y por el aumento de la población urbana.
—En el siglo XVI se desaconsejó el uso de baños calientes o de calor en España (no sé si también en el resto de Europa), ¿por qué este cambio radical?
—Cierto. Pero hay que hacer una aclaración, los médicos de la primera mitad del siglo XVI desaconsejaron (que no prohibieron) los baños calientes de inmersión y de vapor, es decir, los baños artificiales o estufas. Preferían la costumbre de la limpieza del cuerpo por partes con aguamaniles, jofainas, palanganas, bacines, tinas…
—¿Nos chocaría hoy en día los olores y los aires que se respiraban en esa sociedad?
—Ciertamente nos extrañarían o nos repelerían olores a los que no estemos habituados. Por ejemplo: el ganado, las tintorerías, las curtidurías de piel, los mataderos o a los trabajos que se hacían con cuernos o con astas, cuyo olor es francamente desagradable. Hoy en día hay gente que no soporta el olor de las lonjas de pescado, cuadras, empresas papeleras, gasolineras…
—Dentro del imaginario, las cristianas de la Edad Media gozaban de un espacio público mínimo en este periodo, ¿estaban sometidas estas mujeres?
—Para nada. Aunque las mujeres casadas o menores de edad estaban bajo la tutela legal de un hombre, esto no significa que estuvieran sometidas, o cómo he llegado a leer, que se las considerase peor que al ganado. La mujer, para el hombre cristiano medieval, era una compañera. Ella formaba parte, con sus derechos y obligaciones, de la vida en común. El matrimonio era simplemente un acuerdo jurídico que cohesionaba intereses comunes. No quedaban aisladas en el interior de las casas como ocurría en el mundo musulmán. Tanto es así, que con frecuencia debían tomar el mando legal ante la ausencia de un padre o de un marido. Hubo mujeres solteras libres de cualquier tutela con la capacidad de regir sus propios bienes, como la mujer casada o viuda, podían comparecer en juicio tanto para demandar como para defenderse. El convento fue una opción que los padres podían «ofrecer» a sus hijas como alternativa al matrimonio. Lo mismo que a los hijos: o matrimonio o monasterio.
—Una imagen recurrente en las ficciones sobre la España de los Austrias es ver a las mujeres con mantos o velos a modo de costumbre heredada de los moros y sarracenos. ¿Se corresponde esto con la realidad histórica?
—No. Las mujeres ya se cubrían el cuerpo (que no se tapaban el rostro) mucho antes de aparecer el cristianismo, y por diversos motivos: religiosos, jerárquicos, para viajar, para mantener la piel blanca, etc. El manto era un sobretodo muy práctico para proteger la ropa y el pelo del polvo. El velo y la toca, en la Edad Media, sirvieron para diferenciar casadas de solteras. Pero desde el principio del siglo XVI estas prendas irán desapareciendo y lo acabarán llevando solo viudas y mujeres mayores. Sin embargo surgen las tapadas, prostitutas que solo mostraban un ojo, y que las mujeres de la burguesía imitan para andar con mayor libertad por las calles. Se dictaron pragmáticas contra esta costumbre.
—¿Lo habitual es que los cónyuges nunca se vieran desnudos a lo largo de su matrimonio?
No. Esta creencia aparece reflejada en la novela de Torrente Ballester, «Crónica del rey pasmado», y al llevarlo al cine se popularizó. Es un mito que posiblemente provenga de los Penitenciales del siglo VI. Ciertas comunidades de ascetas ubicadas en Irlanda intentan vivir bajo unas normas estrictas, inflexibles y mortificantes para poder alcanzar la santidad, entre estas prohibiciones estaba que los esposos no se vieran desnudos. En el siglo IX se prohibieron Los Penitenciales, y en el XI no hay rastro de estas comunidades tan severas. A la desnudez no se le daba tanta importancia: las Magdalenas son un buen ejemplo, como la práctica del nudismo en los ríos.
—En una de las entradas de su blog, usted habla de menos pudor que en otros países: nudismo en el Manzanares en pleno siglo XVII, ¿a qué se debió esa costumbre que incluso escandalizaba a los extranjeros?
No es tanto un problema de más o menos «pudor» con respecto a otros países, como la inesperada sorpresa que causó a los viajeros extranjeros ver que en los ríos españoles hombres y mujeres se bañaban desnudos. No concordaba con la idea de esa España católica, preservadora de la «buenas costumbres morales».
—¿A qué se debe esta idea extendida de una España oscura, pudorosa e intolerante que prácticamente arrastramos hasta hoy?
—En uno más de los tópicos difundidos por la Leyenda Negra, que todavía hoy en día se sigue fomentando.
—En otra de las entradas de su blog, usted critica muy duramente la imagen que ha extendido la literatura sobre la Inquisición española, empezando porque la escasez de sus efectivos le hacía incapaz de tener influencia activa en la vida de la gente corriente.
—Sí, no hay novela o película sin su inquisidor malvado, fanático y de mirada aviesa. En general los escritores, algunos de ellos muy influyentes, siguen anclados en esa idea decimonónica. Sus novelas están llenas de estereotipos y clichés en cuanto a la sociedad del Siglo de Oro, mostrando una España gris, amargada y decadente, con una Inquisición similar a la Gestapo o la KGB, y con un clero fanático y supersticioso. Investigadores serios en este tema llevan tiempo desmitificando la acción irracional y desenfrenada de esta institución, único tribunal europeo que garantizó jurídicamente los «derechos» de los reos. Además, apenas tuvo acción más allá de las grandes ciudades, y la idea de que fue vista con terror por la mayoría de la población no se sostiene. Creo que fue Kamen quien dijo que generaría un temor similar a lo que podemos sentir ahora cuando nos para la Guardia Civil.