17 abril, 2024

La verdad sobre Rocroi, la batalla en la que los Tercios de España no perdieron ni el honor ni la hegemonía

Rocroi, el último tercio, por Augusto Ferrer-Dalmau (2011)
Rocroi, el último tercio, por Augusto Ferrer-Dalmau (2011)

A pesar de la propaganda francesa, el supuesto ocaso de la infantería española en el siglo XVII fue una derrota más, como tantas, a la que le siguieron muchas victorias de esos mismos veteranos que seguían causando miedo en Europa

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La entrada de Francia en la Guerra de los 30 años de parte del bando protestante lo cambió todo para la Monarquía hispánica, que con una serie de victorias contra suecos, holandeses y otros enemigos habituales habían recordado a Europa la superioridad de su infantería. La Francia de Luis XIII, ya liberada de sus problemas internos, supo tocar las teclas exactas para desestabilizar tanto en Flandes, Italia como en Portugal y Cataluña la fortaleza española. En la batalla de Rocroi, justo en la frontera con los Países Bajos, todos los planes en este sentido del Cardenal Richelieu (fallecido poco antes) se conjugaron para demostrar que la columna principal de los ejércitos Habsburgo, los Tercios españoles, habían alcanzado su ocaso.

Una afirmación repetida una y otra vez por la historiografía tradicional que, no obstante, requiere como poco un nuevo vistazo. Rocroi fue, más bien, una batalla cualquiera dentro de una guerra eterna. Tras sufrir en la primavera de 1643 una nueva incursión francesa en Cataluña, el comandante Francisco de Melo realizó, como en otros cursos, un ataque de distracción en la frontera norte. Eligió Rocroi pensando que sería fácil de conquistar, con una guarnición de solo 500 soldados, y ni siquiera tomó la precaución de proteger su retaguardia o cerrar el acceso por si llegaban refuerzos a la plaza. Y eso es precisamente lo que enviaron los franceses, un ejército de socorro.

El 19 de mayo de 1643, una fuerza francesa de unos 23.000 hombres (un tercio de ellos jinetes) al mando del joven Luis II de Borbón-Condé, de solo 22 años, obligó a entrar en combate a unos 20.000 hombres, en su mayoría infantería, bajo el mando de Francisco de Melo, entonces gobernador de los Países Bajos españoles. Los españoles reunieron en el lugar 18 piezas de artillería frente a las 14 francesas, de peor calidad. Prácticamente en todas las facetas ambos contendientes estaban en igualdad de condiciones.

Un general torpe

Aparte de soldados valones, alemanes, borgoñones e italianos, las tropas Habsburgo tenían presente en ese combate a algunas de las unidades más veteranas de los Tercios españoles, una infantería acostumbrada a vencer incluso en situación de inferioridad numérica. Con una zona boscosa, otra pantanosa y la propia ciudad fortificada de Rocroi a su espalda, Melo estaba en la tesitura de vencer o morir: no había opción al repliegue. Su experiencia militar había sido hasta entonces algo escasa, más dado a las mesas diplomáticas, por lo que delegó en el veterano conde de Fontaine, de 67 años y trasladado en una silla de mano por sufrir de gota, el despliegue táctico.

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Retrato de Francisco de Melo.
Retrato de Francisco de Melo.

Cuenta el historiador Pablo Martín Gómez en «El Ejército español en la Guerra de los Treinta años» (Almena) que ni antes ni durante la batalla el portugués tomó las debidas precauciones para reforzar los lugares más expuestos. Cuando el Duque de Alburquerque, al mando del ala izquierda, solicitó que se reforzara la posición donde iba a colocarse la caballería de Flandes con algunos mosqueteros o, por lo menos, se cavaran trincheras, Melo contestó que «no contaban con palas ni zapas para ello». ¿Y cómo pensaba asediar Rocroi si había salido de Bruselas sin el material más básico?

Con todo, la batalla se decantó al principio del bando de los españoles, que coleccionaban victorias como si fueran cromos de la Liga. Desmontada ambas alas francesas y capturada la artillería francesa, que se solía situar en el centro del campo, los soldados de a pie españoles dieron la contienda por ganado y hasta gritaron vítores y se quitaron el sombrero para saludar a los jinetes. El problema es que Melo no supo dar el golpe de gracia a su enemigo. La caballería del ala derecha se lanzó a la persecución del enemigo vencido y los jinetes croatas, famosos por su querencia de rapiña, se centraron en saquear el campamento rival. Mientras la infantería permanecía ociosa en el centro, el ala izquierda de Alburquerque fue cayendo poco a poco en una trampa que supo exprimir Luis, Duque d’Enghien, que se movía en caballo por las posiciones más expuestas, hasta sus últimas consecuencias.

La caballería de Flandes, con Alburquerque luchando con tenacidad, se alejó de la infantería y terminó aniquilada por jinetes dirigidos personalmente por d’Enghien. El ala derecha estaba fuera de juego, mientras que la izquierda, con sus hombres desperdigados, aguantó poco más sobre sus caballos. D’Enghien se tomó su tiempo…

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Con la artillería de nuevo encendida y la caballería dueña de los alrededores, el general francés fue deshojando poco a poco el bloque de infantería. Primero los italianos, que se retiraron casi al primer choque ignorando las bravatas de Melo, que se unió a sus filas diciendo «aquí quiero morir, con los señores italianos». Luego contra los valones y alemanes, que resistieron con la mayoría de sus oficiales heridos o muertos pero al final también sucumbieron. Y finalmente contra los veteranos españoles.

La lucha entre infantes acabó desembocando en un desenlace heroico donde un enorme y único cuadro de picas, como si fuera un islote en medio de un naufragio, resistió durante horas

La lucha entre infantes acabó desembocando en un desenlace heroico donde un enorme y único cuadro de picas, como si fuera un islote en medio de un naufragio, resistió durante horas a ataques simultáneos en dos y tres de sus costados. Supervivientes de otras unidades, jinetes descabalgados y hasta piezas de artillería que de vez en cuando escupían fuego se congregaron en este último tercio. D’Enghien llegó a desesperarse ante su incapacidad para desmontar aquel castillo de hombres. Redobló las cargas de caballería y acercó la artillería… El resultado fue una carnicería de veteranos y de valor.

Solo dos tercios mantuvieron sus banderas en alto, el de Alburquerque y el Garciez, aunque ambas unidades eran una mezcolanza de hombres y cadáveres que fueron sumándose al bloque. Henri De Bessé en su descripción de la batalla narra cómo algunas compañías dispersas recorrieron el campo en orden hasta ponerse a cobijo con sus camaradas: «Habiendo sido los mosqueteros destrozados y su cuerpo de piqueros rodeado por todas partes por la caballería francesa, aguantó todas las cargas que se le hicieron y se retiró unido y lentamente a incorporarse al grueso de la infantería».

Un fruto de la propaganda

Desfallecidos y sin munición, lo que no impedía que dispararan solo pólvora por fastidiar, la hazaña de los españoles fue arrancarle en esas condiciones una rendición ordenada al duque de Enghien. Esto era, ser tratados como si de defensores de una plaza fuerte se trataran. La afanosa complejidad de reducir a esa horda de homicidas ibéricos –los franceses en sus crónicas los calificarían como «muros de carne»– obligó al francés a ceder unas condiciones tan generosas que algunos historiadores han llegado a estimar de empate el resultado de la batalla.

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Parece que la principal razón por las que el mando galo cedió estas condiciones fue por el temor a la llegada de refuerzos. El barón de Beck, al frente de 4.000 hombres, incluido el Tercio de Ávila, estaba ya de camino. D’Enghien prefirió no arriesgarse frente a aquellos soldados que mantuvieron, a costa de su sangre, el honor y su famosa bravuconería. Una leyenda que nunca ha podido ser demostrada cuenta que un oficial francés interrogó a un español herido sobre el número de bajas que habían contado ese día, a lo que el soldado de los tercios respondió desafiante: «Contad los muertos».

El Duque de Enghien en la batalla de Rocroi.
El Duque de Enghien en la batalla de Rocroi.

Los españoles se dejaron sobre el campo de Rocroi al menos 1.000 veteranos muertos, 2.000 heridos y 3826 prisioneros (2.000 fueron repatriados al año), pero los franceses tuvieron más bajas: 2.000 muertos y 2.500 heridos. Estos datos, sumados al hecho de que España se impuso con una superioridad aplastante a los franceses un año después en la batalla de Tuttlingen y un año antes en Honnencourt, victoria que hizo temblar de nuevo a los parisinos con la posibilidad de una ocupación española, plantean si verdad los Tercios de España siguieron siendo igual de temibles hasta, al menos, la batalla de las Dunas (1658) o, hablando en términos ibéricos, la batalla de Villaviciosa (1665). A finales de 1643, el ejército español estaba completamente reorganizado, mientras que el galo estaba diezmado a pesar de los supuestos éxitos de ese año.

Lo que fue una derrota más moral que militar se convirtió, gracias al empuje de la propaganda francesa y a la indiferencia española, en el gran y reluciente inicio de la hegemonía europea del rey Luis XIV, el Rey Sol. El historiador Peter H. Wilson, autor del monumental libro «La guerra de los Treinta Años» (editado en dos volúmenes en castellano por Desperta Ferro Ediciones), reconoce que «Rocroi debe su lugar en la historia militar a la propaganda francesa».

Los franceses suscriben encantados ese relato épico que, con los años, los españoles han dado por bueno debido a lo bien que encaja con el aire trágico que impregna la historia patria y a que fue un general extranjero, Francisco de Melo, a quien se le puede achacar gran parte de la culpa. Un ocaso adecuado, conveniente y cebado de romanticismo, con las tropas españolas abandonadas a su desdicha por los mandos centrales.

Origen: La verdad sobre Rocroi, la batalla en la que los Tercios de España no perdieron ni el honor ni la hegemonía

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