Las alusiones a España en el diario perdido del cerebro del Holocausto nazi usado en los juicios de Núremberg
Fue hallado por el general Patton en el castillo de Banz, en Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial, pero poco después desapareció durante décadas hasta que fue descubierto en 2013 por el FBI
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En abril de 1945, las tropas estadounidenses al mando del general George Patton llegaron hasta el castillo de Banz, en la ciudad alemana de Baviera. En su interior, en una cámara de seguridad oculta tras un falso muro de hormigón, hallaron una gran cantidad de documentos confidenciales nazis que incluían doscientas cincuenta volúmenes de correspondencia oficial y personal. Entre ellos había uno especialmente valioso: el diario personal de Alfred Rosenberg, con numerosas referencias a España que nunca han sido puestas en valor entre la otra información relevante que contenía.
El relato, escrito a mano, tenía una extensión de c
Para valorar la importancia del documento, hay que tener en cuenta que solo el ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels; el brutal gobernador-general de la Polonia ocupada, Hans Frank, y Rosenberg dejaron diarios de ese estilo. Los demás, incluido el ‘Führer’, se llevaron sus secretos a la tumba.
Rosenberg fue uno de los colaboradores más cercanos del ‘Führer’. Se le considera el principal ideólogo del nazismo y el «arquitecto del Holocausto», cuyo balance más desolador fue hecho público en 2017 por el Holocausto Memorial Museum de Washington, que estableció un mapa de 42.500 campos de concentración, guetos y factorías de trabajos forzados que provocaron entre 15 y 20 millones de muertos o internados. En su mayoría fueron judíos, pero también integrantes de otros grupos perseguidos por el nazismo, como los gitanos y los homosexuales, que fueron señalados por Rosenberg en su obra.
Según el diario, al cérebro de la ‘Solución final’ le preocupaba, en 1936, que Franco «no quiera saber nada de antisemitismo». No le quedaba claro si era «por respeto a sus judíos marroquíes o porque todavía no ha comprendido que el judaísmo se está vengando de Isabel y Fernando», pero la semilla de su odio ya estaba ahí.
Juicios de Núremberg
La memorias de Rosenberg fueron tan importantes que se utilizaron como prueba en los juicios de Núremberg, los mismos en los que 11 jerarcas nazis fueron condenados a muerte, tres a cadena perpetua, dos a veinte años de prisión, uno a 15 y otro a 10 años. El diario arrojaba luz sobre las actividades del Tercer Reich desde la perspectiva de un hombre que había actuado en los niveles más altos del partido nazi durante un cuarto de siglo. El mismo que tuvo que luchar con uñas y dientes contra importantes líderes como Himmler, Goering y Goebbels, para conseguir el poder que, a su juicio, se merecía.
«Hitler y él tenían el mismo punto de vista sobre las cuestiones más básicas, y Rosenberg se mostró siempre inequívocamente leal. Hitler le confió una serie de cargos relevantes dentro del partido y el Gobierno, elevando el perfil público de este y asegurándole una influencia enorme. Sus rivales en Berlín lo odiaban, pero los militantes de a pie veían en él a uno de los personajes más importantes del país: para ellos era un gran pensador al que prestaba oídos el propio ‘Führer’. Podrían encontrarse las huellas de Rosenberg en varios de los crímenes más famosos del nazismo. Él fue quien orquestó el expolio de obras de arte, archivos y bibliotecas de todo el continente», explican Robert K. Wittman y David Kinney en ‘El diario del diablo’ (Aguilar, 2017).
En 1946, Rosenberg fue uno de los ahorcados por el tribunal de Núremberg. La acusación se basaba en la multitud de documentos capturados por los Aliados al término de la guerra. Durante el proceso, Hans Fritzsche, imputado como criminal de guerra por su función como director del Departamento Radiofónico del Ministerio de Propaganda, dijo a un psiquiatra de la cárcel que nuestro protagonista había desempeñado un papel trascendental en la formación de las ideas filosóficas de Hitler en la década de 1920. «Su importancia radica en que sus ideas, que eran de naturaleza puramente teórica, se hicieron realidad en manos de Hitler. Eso fue lo trágico», aseguró. Roben H. Jackson, principal representante de la acusación por parte de los estadounidenses, le denunció como el «sumo sacerdote intelectual de la ‘raza superior’».
La desaparición del diario
Cuando se puso fin a los juicios en 1949, los fiscales americanos cerraron sus despachos y los documentos incautados a los nazis fueron enviados en barco a una vieja fábrica de torpedos a orillas del río Potomac, en el estado de Virginia. Allí fueron preparados para su registro en los Archivos Nacionales estadounidenses. Se hicieron microfilms y finalmente casi todos los originales fueron devueltos a Alemania. Sin embargo, algo ocurrió con el diario secreto de Rosenberg, que jamás llegó a Washington. Tampoco fue transcrito, traducido o estudiado en su totalidad por los especialistas en el Tercer Reich. Cuatro años después de ser desenterrado de la bóveda del palacio de Baviera, desapareció sin más.
Robert Kempner, uno de los fiscales de los juicios de Nuremberg, siempre estuvo bajo sospecha. Nacido en Alemania, este abogado judío emigró a Estados Unidos en la década de 1930 para escapar de los nazis y solo regresó para participar en el famos proceso tras la guerra. Su participación ya había sido importante antes, pues está acreditado que ayudó a revelar el denominado ‘Protocolo de Wannsee’, la conferencia de 1942 en la que los funcionarios nazis se reunieron para coordinar el genocidio contra los judíos.
Cuando terminaron los juicios, Kempner se apropió del documento para publicarlo en un libro posterior, pero al final no lo hizo. Cuando murió en 1993, con 93 años, comenzaron las disputas legales por sus papeles. Entre los pretendientes estaban su exsecretaria y fiel colaboradora, Jane Lester; el Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto, que luchaba por mantener viva la lucha contra la barbarie nazi, y sus propios hijos. Estos últimos acordaron finalmente cederlos al mencionado organismo para que la ayudante no siguiera explotando el legado de la familia.
Las menciones a España
Sin embargo, cuando los oficiales llegaron a su casa para recogerlos en 1999, encontraron que miles de páginas se habían perdido. El FBI abrió entonces una investigación criminal. No se presentaron cargos formales, pero más de 150.000 documentos fueron recuperados, incluidos los de la ex secretaria de Kempner, que se encontraron en la casa de un académico llamado Herbert Richardson. El diario de Rosenberg, no obstante, seguía desaparecido.
A principios de 2013, el Museo del Holocausto y un agente de Seguridad Nacional trabajaron de forma conjunta para tratar de encontrar las páginas perdidas. Los indicios les condujeron de nuevo hasta Richardson y dieron finalmente con ellas. Las confiscaron y se las cedieron igualmente a esta institución. Según explicaba Rosenberg, tan solo pretendía que le sirvieran como anotaciones «para poder revivir en la vejez esa época», pero es obvio que también las utilizó como desahogo para proferir todo tipo de descalificativos hacia sus compañeros. A Goebbels, por ejemplo, le llamaba «foco de pus» y a Ribbentrop, «un tipo realmente idiota».
Es interesante cómo reflejó Rosenberg en sus páginas la especial relación que hubo entre la dictadura franquista y la Alemania nazi. En ellas reveló las conversaciones que mantuvo con el joven José Antonio Primo de Rivera, preguntándose al principio de la Guerra Civil que, «si los generales sublevados ganan, ¿sabrán distanciarse de la Iglesia?». El líder nazi era, efectivamente, profundamente anticatólico aparte de antisemita furibundo, pero aseguraba que en esa charla le había dicho a al fundador de la Falange que el Tercer Reich no quería entrometerse en asuntos religiosos españoles. Cuenta el líder nazi que a este la idea le pareció excelente, pero subrayó que el Papa era semejante a un líder masón y que España elegiría el suyo propio.
Las cuestión judía de Franco
El encuentro está ubicado en la entrada correspondiente al 23 de agosto de 1936, dos meses antes de la muerte del falangista. En ella alude a que Franco no quería saber nada de antisemitismo, a diferencia de otros generales como Queipo de Llano. La explicación de Rosenberg sobre la conducta del futuro dictador fue que solo tendría respeto a los judíos marroquíes que le habían apoyado en la guerra contra la República. Y añadía: «Primo de Rivera vino a visitarme y me pareció un tipo inteligente y claro: católico, pero no clerical; nacionalista, pero no dinástico. Tampoco él se pronunció sobre la cuestión judía».
Otra referencia a España se puede leer en la entrada del 26 de septiembre del mismo año, en la que Roserberg señaló que el día anterior había regresado a Berlín Ronald von Strunck, el corresponsal del periódico de cabecera del partido nazi, el ‘Völkischer Beobachter’, cuyas misiones en la península iban más allá de las periodísticas. El líder nazi cuenta sobre este informante que «ha sido testigo de terribles mutilaciones a los nacionales, a veces en formas que revelan patologías sexuales imposibles de describir […]. El estado en el que se ha encontrado a las monjas asesinadas es terrible. Resulta difícil hacerse una idea del modo en que se han profanado los altares».
Señalaba también que Franco tendría que realizar una reforma agraria y que «las 34 familias a las que pertenece España deberán entregar el 50 por ciento de sus tierras» para evitar otra revolución. Apuntó que, si la guerra era ganada por un aliado del Tercer Reich, los franceses y los ingleses «harán todo cuanto esté en sus manos para al menos convertir Cataluña en un estado de contención». Más adelante habla también de la relación hispano-germana: «Una España aliada de Alemania significaría, a ojos de París, el desgarro de un flanco que siempre ha considerado seguro. Para Inglaterra supondría la posibilidad de que a las espaldas de Gibraltar gobernase en estas circunstancias un amigo de Italia».