Las cartas de odio de la familia Primo de Rivera contra Francisco Franco tras la traición a Falange
Miguel y Pilar, defensores del credo joseantoniano, criticaron en 1941 la pérdida del poder del partido tras uno de los muchos movimientos de funambulista del dictador
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El fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, verso suelto en el bando sublevado, al comenzar la Guerra Civil fue un soplo de aire para Francisco Franco. El militar se quitó de en medio a un líder con carisma suficiente como para hacerle sombra, y lo logró de la mano de la torpeza de la Segunda República. A partir de entonces, y tras el alzamiento hasta la poltrona del poder absoluto el 1 de octubre de 1936 del futuro dictador, comenzó el declive de la Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS). El partido, pulmón ideológico y brazo camorrista en las calles de los Nacionales, se difuminó poco a poco hasta quedar tan solo como un viejo recuerdo añorado por los joseantonianos.
Franco, más trémulo ante los adversarios interiores que ante aquellos que portaban la tricolor, dio el primer gran golpe de efecto el 20 de abril de 1937, cuando fue promulgado el famoso Decreto de Unificación. Aquella jornada, el futuro dictador fusionó a la Falange y al carlismo en un partido único: FET y de las JONS, o Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Aquella fue una victoria sin paliativos que le permitió alzarse como mando, acabar con las guerrillas internas dentro de ambos grupos, apartar a los opositores más molestos y empujar a sus amigotes hacia las altas esferas del Estado. Y todo ello, mediante una sencilla directriz:
«Una acción de gobierno eficiente, cual cumple ser la del nuevo Estado español, nacido por otra parte bajo el signo de la unidad y la grandeza de la Patria, exige supeditar a su destino común la acción individual y colectiva de todos los españoles».
El final de la Guerra Civil no mejoró la situación. Analistas como el divulgador y compilador Jesús Palacios Tapias sostienen en ‘Las cartas de Franco: la correspondencia desconocida que marcó el destino de España’ que Franco, gallego como era, hizo movimientos de funambulista para mantener a todos y cada uno de los tentáculos del Régimen a raya y equilibrados por lo bajo. Tras el ascenso fulgurante de Ramón Serrano Suñer en el seno de FET y de las JONS y el Gobierno, el dictador reactivó el ministerio de Gobernación y puso al frente a un monárquico antifalangista, el coronel Valentín Galarza. Aquello supuso una patada en el esófago para la vieja guardia joseantoniana. La máxima era el equilibrio.
Pero, en este caso, la reacción no tardó en llegar: Dionisio Ridruejo, miembro ilustre de la Falange más clásica –los llamados camisas viejas–, publicó un artículo en el periódico ‘Arriba’ titulado ‘El hombre y el pelele’ contra Galarza. Había comenzado la crisis de 1941. Poco después fue apartado de sus funciones, lo mismo que Antonio Tovar, uno de los muchos defensores dentro del grupo de que había que combatir junto al Eje en la Segunda Guerra Mundial. Todo ello, sumado a que el partido había quedado decapitado en marzo de 1940 después de que Agustín Muñoz Grandes dimitiera como secretario general de FET y de las JONS para dirigirse a Gibraltar primero, y a la Unión Soviética al frente de la División Azul después.
Miguel, contra Franco
En mitad de aquella marejada, dos de los hermanos de Primo de Rivera decidieron romper de forma parcial su relación con Franco y abandonar sus funciones políticas más relevantes antes de pasar por la humillación de ser defenestrados. El primero de ellos fue Miguel, menor que José Antonio. Y lo cierto es que no era un don nadie. Según confirma el historiador Miguel Argaya Roca en un artículo sobre este personaje para la Real Academia de la Historia, había viajado con la legación española en 1940 para estudiar la propaganda en el Tercer Reich y, desde diciembre de ese mismo año, se hallaba al frente del Gobierno Civil y la Jefatura Provincial de la Falange Española Tradicionalista de Madrid.
El 1 de mayo de 1941, Miguel cargó de forma frontal, aunque siempre con el respeto que le infundía el miedo a Franco, en una misiva extensa y sincera. Y después, abandonó aquellos cargos. Encabezado por el «mi querido general» de rigor, el texto rezumaba disgusto por todos sus costados: «Desde hace tiempo, sentimos claramente el descontento, en repetidas ocasiones dicho a Su Excelencia, […] de que la política de España difiere notablemente del pensamiento de aquel que nos puso a todos los hombres de la Falange en ardoroso servicio. Pensamiento fundamentalmente expresado en los 27 puntos de la Falange Española de las JONS».
Y de aquí, a los golpes más directos. Aunque admitió que era difícil cumplir los puntos fundacionales de la Falange en aquella España posterior a la Guerra Civil, argumentó que «el Partido FET y de las JONS está desprovisto de los medios y de las posibilidades mínimas para llevar a término su difícil misión». Su primera crítica se cernía sobre el Consejo Nacional, el órgano encargado de la dirección. «Este carece tan perfectamente de misión auténtica que solo se ha reunido una vez desde su constitución, hace más de año y medio, y esto ha sido para escuchar pasivamente la lectura de la Ley Sindical y la del Frente de Juventudes».
El siguiente mandoble era para las milicias del partido, «el marco que debía encuadrar toda la pasión militar y civil de una juventud que, junto con nuestro glorioso Ejército, tuvo tan certeramente el sentido de los eternos destinos de España». Según Miguel, aquel orgulloso ejército no existía más que sobre el papel. Eran, en la práctica, un borrón de lo que les habían prometido que serían: «Solo existen en una ley sin reglamentar y apenas si habrá en todo nuestro territorio cien españoles que sepan lo que las Milicias del partido son, y quién las manda directamente». Y otro tanto estaba convencido que sucedía con el Frente de Juventudes, una suerte de Juventudes Hitlerianas germanas.
Como razón principal de esta decadencia, Miguel esgrimía la marcha de Muñoz Grandes y la ausencia de un líder reconocible. Aquella falta de mando único había provocado una guerra interna entre diferentes sectores de la Falange; o eso creía él. Mil razones más tenía, pero estas le bastaron para justificar su salida del partido y su ruptura parcial con el dictador:
«Estas primeras causas señaladas, aquellas en que se dice la precaria realidad del partido, me mueven al firme propósito de cesar en el ejercicio de los cargos que hoy cumplo, ya que ese ejercicio no es posible más que teniendo la fuerte convicción y la plena alegría de saberse servidor de los eternos destinos de España. Esta para mí tan dolorosa decisión que tomo, estoy seguro que es entendida por V. E., y por cuantos escucharon nuestra tristeza y nuestras peticiones para que la lánguida e incongruente existencia del partido se trocase en algo claro, vigoroso y prometedor. No quiero saber las razones por las cuales, si eso no se quiso hacer, no se hizo […] Con la lealtad, el respeto y el afecto de siempre quedo a sus órdenes brazo en alto».
Pilar, cansada
La siguiente fue Pilar Primo de Rivera, la cuarta de las hijas. En una misiva fechada también el 1 de mayo, comunicó a Franco que había decidido abandonar su puesto como Delegada Nacional de la Sección Femenina. «En conciencia, no puedo seguir colaborando con en esto que estamos haciendo creer a la gente que es la Falange, pero que en realidad no lo es». Aunque pedía al dictador que no viera en el escrito «la menor sombra de indisciplina», le explicaba que no estaba contenta con los últimos nombramientos:
«La Falange, que debía ser un cuerpo total inspirador de los actos del Estado, en este momento crítico quizás para España, desde hace mucho tiempo no es más que una lánguida desorganización en la que lo único que queda en pie es la Sección Femenina. […] Primeramente ha sido la ausencia casi total en los cargos del Estado de gente falangista. Desde los puestos más importantes se ha combatido a la Falange con toda clase de armas. Y, por otro lado, las Delegaciones están totalmente deshechas. Así sucede con las Milicias y el Frente de Juventudes. Por otro lado, la Secretaría General vacante y los Jefes Provinciales totalmente desilusionados haciendo cada uno por su cuenta lo que cree que es mejor para la unidad de mando».
Con todo, el uno y el otro, el otro y el uno, no rompieron del todo con Franco. De hecho, estuvieron al lado del Movimiento durante el resto de su vida tras la caída de Serrano Suñer al año siguiente. Y antes, mantuvieron ciertas responsabilidades, aunque alejadas de la primera línea. Cosas de los juegos políticos.
Origen: Las cartas de odio de la familia Primo de Rivera contra Francisco Franco tras la traición a Falange