Las chicas Mitford – La Soga | Revista Cultural
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Las chicas Mitford
El 1 de marzo de 1937 el Daily Express dedicaba su portada a una sensacional exclusiva: la joven hija de un lord se había fugado a una España en plena Guerra Civil para casarse con su primo, quien además resultaba ser el sobrino rojo de Churchill. Pero es que aquí no acababan los motivos que hacían de la noticia una verdadera bomba. La novia era nada menos que Jessica (conocida por todos como Decca) Mitford, hermana pequeña de las ya célebres por escándalos propios Diana (quien el año anterior se había casado con Oswald Mosley, líder de los fascistas británicos), y Unity (conocida simpatizante nazi y amiga personal de Hitler). Para solucionar el embrollo, otra hermana, la todavía no tan famosa Nancy, se había embarcado en un destructor de la armada británica con destino en Bermeo para ir a recoger a los tortolitos. En casa esperaba la hermana menor, Deborah, quien también se vio envuelta en el escándalo al ser identificada erróneamente por el Daily Express como la novia huida. Con las mil libras que ganó al periódico por difamación se compró un abrigo de pieles.
Unos años antes de llegar a este punto, nada hacía presagiar unas vidas tan ajetreadas (como diría una novela de la época), y una popularidad que durante mucho tiempo convertiría a las chicas Mitford en el centro de la vida social inglesa. Para empezar por el principio (o por un principio, ya que sus ancestros conocidos se remontan a la conquista normanda, en el siglo XI) habrá que contar que sus padres pertenecían a la nobleza menor y que vivían sin muchas pretensiones más allá de una tranquilidad que su progenie nunca les concedió. El padre, David, o Lord Redesdale, había alcanzado esta distinción tras la muerte de su hermano mayor en la Primera Guerra Mundial, y en ningún momento mostró demasiado interés por su puesto en la Cámara de los Lores, más allá de oponerse a todo (por ejemplo, a la inclusión de mujeres en la Cámara Alta, no por machismo, sino porque solo había un servicio y todo eso iba a ser un lío). Pese a su posición como par del reino, nunca estuvo muy sobrado de dinero, lo que le llevó a emprender diferentes negocios, como la compra de una mina de oro en Canadá, con el mismo desastroso resultado que todas sus iniciativas. Para el mundo, David quedaría inmortalizado como el tío Matthew, uno de los personajes más memorables de las novelas de su hija Nancy: un gruñón xenófobo y con impetuosos ataques de rabia, pero que se hace querer.
La madre, Sydney Bowles, Muv en las novelas de Nancy, era por temperamento totalmente opuesta a su marido. Hija de un editor de revistas y diputado conservador, siempre trató a sus hijas con frialdad y distanciamiento, como se espera de una noble inglesa; aunque también fue un apoyo permanente a lo largo de sus conflictivas vidas. Con unas particulares creencias sobre la mejor forma de criar a sus hijas, que incluían el rechazo a las vacunas, una dieta restrictiva y el mantener las ventanas un poco abiertas por la noche, ya fuera verano o invierno, Nancy y Decca siempre le reprocharían el no haberles proporcionado una educación formal y no permitir que fueran a la universidad, privilegio que sin embargo sí disfrutó Tom, su único hermano varón.
Pese a estos inconvenientes y frustraciones, y a lo que más tarde contaría Decca en unas memorias influidas por acontecimientos posteriores, la infancia de las Mitford estuvo muy cerca de lo idílico. En uno de los muchos contrastes que las diferencian de las por otra parte tan asimilables hermanas Brontë, las Mitford disfrutaron de un entorno acomodado, aunque sin excesos, en el que primaban los juegos, la camaradería y un buen humor que compartían todas las hermanas y que, junto a su habilidad para la escritura, es quizá por encima de otros adornos más llamativos su principal marca característica. Esta alegría se prolongaría durante su juventud, vivida en los felices años veinte. Especialmente Nancy, cuya simpatía e inteligencia la convertían en la invitada perfecta, y Diana, una belleza extraordinaria (especialmente en un país como Inglaterra) formaron parte de lo que se conoció como los Bright Young Things, que incluía a lo más granado de la clase alta británica, reunida por sus ganas de pasárselo bien (ricos decadentes, desde otro punto de vista). En un mundo dominado por la endogamia (a veces en sentido literal, pues todos parecían ser parientes en algún grado), las Mitford parecían conocer a todo aquel que contaba, desde su tío Churchill hasta el genial escritor Evelyn Waugh.
(Este parece un momento tan bueno como cualquier otro para librarnos de una vez de Pamela, la segunda hermana en orden cronológico, la hermana que nunca hizo nada memorable [su mayor logro registrado es estar entre el primer centenar de mujeres en cruzar el Atlántico en avión]y que durante un tiempo estuvo casada con un héroe de guerra tan quisquilloso que era capaz de parar un tren tirando del freno de emergencia porque su compartimento estaba sucio; y de Tom, el hermano demasiado perfecto y demasiado sensato como para ser interesante). Empecemos a hablar en serio (¿?) de Nancy.
Nancy: noblesse oblige
Porque Nancy, además de ser la mayor, y pese a que era demasiado burlona y sarcástica como para ser la preferida de ninguna de sus hermanas, es sin duda mi Mitford predilecta. No solo se trata de una escritora de primera categoría (para quien no la conozca [¡ya estás tardando!], se podría decir de forma tosca e incompleta, pero expresiva, que es una mezcla de Jane Austen y P. G. Wodehouse), sino de una persona que desbordaba encanto y saber estar.
Nancy es sobre todo conocida, especialmente en España, por novelas como A la caza del amor o Amor en clima frío (recuperadas en los últimos años por Libros del Asteroide), novelas con claros tintes autobiográficos en los que retrataba a su disparatada familia y a un variado grupo de excéntricos con encanto, que fueron instantáneos éxitos de venta y que todavía hoy son reeditados (¡y leídos!) con asiduidad. Pero Nancy también escribió biografías históricas, como las dedicadas a Madame de Pompadour o a Voltaire, que si bien no lograron la respetabilidad académica, si alcanzaron una encomiable altura literaria; o un artefacto tan curioso como Noblesse Oblige, en la que ejerció de editora de una serie de artículos sobre la diferencia entre lenguaje U (de upper class, clase alta) y no U, y que se convirtió en otro inesperado suceso (en el francés y buen sentido). Como en tantas otras ocasiones, lo que para Nancy no era más que una broma (confesaba que de seguir sus propias normas, tendría que reescribir todos sus libros), otros se lo tomaron en serio y el libro ha permanecido como referencia de esas marcas de distinción lingüística tan inglesas.
Frente al radicalismo de Diana, Unity y Decca, Nancy demostró durante toda su vida un equilibrio mucho más simpático. Y no lo digo en sentido estrictamente político (que también, Nancy no pasó de ser una socialista moderada), sino por su estilo de vida, desenvuelto y libre. Primero encaprichada de un esteta manifiestamente homosexual (como tantos componentes de su círculo de amigos: cuando su hermano Tom le dijo que se olvidara de él lo hacía con conocimiento de causa); después se casó por impulso con un sabelotodo y, claro, se equivocó (aunque el figura se convertiría en otro caso de pánfilo inmortalizado por la literatura al servir de modelo a Evelyn Waugh para crear a su Basil Seal). Durante su matrimonio, al que tampoco le dedicaba demasiada atención, protagonizaría uno de los momentos que más nos la acercan al prestar su ayuda a los refugiados españoles que malvivían en Francia tras su exilio forzado. Poco más tarde se enamoraría de Gaston Palewski, mano derecha de De Gaulle en los tiempos de la Resistencia, con el que mantendría una relación (complicada) durante muchos años. Y si no se pudo casar con él, como siempre deseó, al menos salió ganando yéndose a vivir a Francia, primero a su mítica casa en la rue Monsieur, convertida en centro de reunión de los ingleses que vivían o pasaban por París, y más tarde en su casa de Versalles, donde vivió como la reina de las Letras que era.
Diana: una vida de contrastes
Puede parecer una boutade, pero no creo exagerado decir que si Gran Bretaña se libró del extremismo mientras el resto de Europa caía en las garras del fascismo o del comunismo, fue en gran parte debido al sentido del humor. ¿Cómo tomarse en serio a esos fantoches disfrazados (que no de uniforme), que lanzaban proclamas absurdas y se erigían (¡literalmente!) en salvadores de la patria? Nancy desde luego no estaba dispuesta a seguirles el juego, y en 1935 publicó Trifulca a la vista, una parodia de los fascistas británicos con doble guasa, pues el líder de este movimiento en la vida real, Oswald Mosley, era nada menos que el marido de su hermana Diana.
Por lo que sea, esta no se tomo muy bien la broma de Nancy, a pesar de que ella misma tenía el mérito de haber inaugurado lo que se convertiría en una tradición familiar: provocar escándalos que causaban la delicia de periodistas y lectores y sacudían a la alta sociedad. Y eso que su entrada en la misma no podía haber sido más espectacular, cuando con dieciocho años se casó con Bryan Guinness (sí, el de la cerveza). Un matrimonio por amor (el novio era tan rico que el dinero le traía sin cuidado) que solo auguraba una vida plácida y plena, con un hombre que encima era cultivado y amable. Pero un malvado se cruzaría en su camino solo un par de años después de la boda, cuando Diana conoció a Mosley, un personaje tan talentoso y cautivador como repugnante. Porque la historia entre Diana y Oswald podría ser el prototipo del cuento de hadas romántico en el que una pareja hace frente al rechazo de la sociedad y se impone a los convencionalismos gracias a la fuerza del Amor. Una historia preciosa, si no fuera porque el galán era un facha de tomo y lomo.
Más cercano ideológicamente a Mussolini que a Hitler, después de formar parte tanto del Partido Conservador como del Laborista, Mosley fundo la Unión Británica de Fascistas (BUF por sus siglas en inglés, ¿cómo no iba a burlarse Nancy?). Destinado a grandes metas (su persuasiva oratoria, su don de gentes y su capacidad de liderazgo hacían de él un candidato muy plausible a Primer Ministro), en un principio el escándalo que provocó su relación con Diana no tuvo una causa política, sino moral. Que una mujer de la posición de Diana, además con dos hijos, se divorciara era motivo suficiente para convertirla en una paria a la que ni sus propias hermanas pequeñas podían tratar (sin embargo, el hecho de que Oswald estuviera casado y tuviera varias amantes no era para tanto). Como planificaría un escritor de novelas románticas con tendencia al sentimentalismo, de improviso la mujer de Mosley desapareció de escena al morir con tan solo treinta y cinco años, y los amantes pudieron formalizar su relación, nada menos que en casa de Goebbles, con Hitler de testigo (los motivos de esta relación tan estrecha se verán un poco más adelante, cuando hable de Unity) (cómo no, en la boda tampoco faltó un espía inglés). En fin, que Diana parecía haber recuperado la respetabilidad, cuando, vaya con nuestro Rosamund Pilcher particular, estalló la Segunda Guerra Mundial y de repente los apuestos Mosley se convirtieron en los dos ingleses más odiados del país.
En aquellos tiempos lo de «yo firmaba lo que me decía mi marido» todavía no se había puesto de moda, y Diana pasó en prisión cuatro años. Si Oswald era visto como un quintacolumnista encargado de hacerse con el poder como dictador títere en caso de invasión, los turbios negocios con el régimen nazi en los que Diana había ejercido de intermediaria durante los años previos a la guerra fueron motivo suficiente para mantenerla presa. Hasta Nancy y Decca escribieron cartas a las autoridades para advertir del peligro que suponía mantenerla en libertad (y si bien Nancy más tarde se arrepentiría, Decca llegaría a escribir otra misiva a su tío Churchill para exigirle que no la excarcelara cuando estaba todo listo para su puesta en libertad).
Después de la guerra, el matrimonio por fin alcanzó algo de tranquilidad y mientras Oswald persistió en su infructuosa carrera política, Diana se convirtió en una respetada crítica literaria y en competente escritora (además de una autobiografía, escribió diversas semblanzas de amigos famosos, como la duquesa de Windsor, mujer del abdicado rey Eduardo VIII). Entre sus descendientes se encuentran algunos de los últimos representantes de los famosos y escandalosos Mitford: su hijo Max, antiguo presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, al que pillaron en una orgía de estética nazi; y su nieta Daphne Guinness, habitual de la prensa sensacionalista y modelo (como su prima, o algo así, ya me pierdo, Stella Tennant, nieta de Deborah).
Unity: la chica de Hitler
Si respecto a Diana se ha mantenido la controversia acerca de sus verdaderas inclinaciones políticas (que si su acercamiento a los fascistas británicos se debía simplemente a su devoción hacia Oswald; que si en un tiempo en el que el mundo se dividía entre fascistas y comunistas, Diana, como muchos otros de su clase, eligió el bando más cercano a sus valores; que si en realidad nunca fue antisemita), en lo que atañe a su hermana Unity no hay ninguna duda: ella misma presumía de estar predestinada a convertirse en una nazi. Y no solo por su nombre, Unity Walkyrie, sino porque fue concebida en la ciudad canadiense de Swastica (sus padres se encontraban allí por los negocios mineros de David). Y si sus primeros coqueteos con el nazismo fueron algo parecidos a los de una adolescente que adora a un grupo de rock (como cuenta Mary S. Lovell, el carácter obsesivo de Unity muy bien podría haberla llevado a convertirse en una fanática religiosa), pronto demostró ser una entregada a la causa. Porque lo que empezó casi como un juego en el que se enfrentaba de broma con Decca, su hermana comunista, pronto la llevó a una radicalización que no admite paños calientes ni justificaciones.
Frecuente visitante de Alemania, donde vivía su hermano Tom, Unity adoraba de tal manera a Hitler, a quien consideraba como el hombre más importante de la historia, que se convirtió en una acosadora. Tras conseguir conocer personalmente al dictador, este tomo cariño a la chica inglesa y se convirtieron en algo muy parecido a amigos íntimos. Desde entonces los rumores no han hecho más que crecer, y si al principio solo se habló de un posible romance (que en realidad es muy poco probable que se produjera), en los últimos años ha surgido la teoría de que Unity llegó a tener un hijo de Hitler, que habría nacido en Inglaterra y, quién sabe, a lo mejor todavía anda por ahí.
Pero, por muy nazi que fuera, Unity también era inglesa (presumía de que su nombre hacía referencia a la unidad entre Gran Bretaña y Alemania, aunque en realidad su madre se lo había puesto por una actriz a la que admiraba) y cuando, durante una de sus habituales estancias en Munich, su sueño de que ambos países se aliaran para hacer frente a los bolcheviques se vino abajo al declarar Inglaterra la guerra a Alemania, se pegó un tiro en la sien. Milagrosamente (tanto que algunas teorías también ponen en duda la veracidad de este hecho), Unity sobrevivió al incidente y regresó junto a su familia. Dicen que nunca volvió a ser la misma, pero pudo llevar una vida más o menos normal hasta que en 1948, debido a las secuelas causadas por el disparo, fue la primera de las hermanas en morir.
Decca: un antiguo conflicto
Resulta difícil imaginar el conflicto que suponía para Unity y Decca confrontar el extremismo de sus opiniones, pues desde pequeñas habían tenido una relación especial, incluso compartían un lenguaje privado, el boudledidge, que les permitía comunicarse entre ellas sin que nadie más las entendiera. Por eso Decca, que después de la fuga ya narrada al inicio de esta crónica se fue a Estados Unidos, siempre mantuvo una ambivalencia hacia su hermana nazi, a la que comprendía mejor que nadie y a la vez no podía entender. Eso a pesar de que Decca también era de convicciones fuertes y a lo largo de toda su vida mantuvo unas posiciones radicales: comunista entregada, fue miembro de carné del Partido en Estados Unidos, aunque lo abandonó porque, paradójicamente, le parecía que sus miembros pertenecían a la élite y estaban alejados del trabajador común.
La bonita historia de amor de Decca, que también daría para otra novela romántica, tuvo un trágico final cuando su marido desapareció en combate después de volver de un bombardeo sobre Alemania. Establecida en Estados Unidos, donde ya pasaría el resto de su vida, aunque con visitas cada vez más habituales a Europa, Decca se casaría en 1943 con Robert Treuhaft, comprometido abogado de causas civiles… judío. Ella misma participaría activamente en la reivindicación de los derechos de los más vulnerables, especialmente involucrada en la lucha de los negros por conseguir la igualdad.
A partir de los años sesenta Decca demostraría que también poseía el gen de las Mitford para la escritura al publicar Nobles y rebeldes, unas memorias quizá algo injustas, especialmente con su madre, pero escritas con gracia y una innegable calidad literaria. Pocos años después Decca inició su carrera como periodista con una nueva bomba. Su libro The American Way of Death, sobre los abusos de las funerarias en Estados Unidos, fue un éxito descomunal cuya relevancia se mantiene hoy en día, y que le permitió establecer su carrera como colaboradora en las publicaciones más prestigiosas de su país de adopción, mientras seguía escribiendo exitosos libros sobre diversas materias y se convertía, ella, que tanto había lamentado su falta de formación, en profesora universitaria.
Debo: la gran duquesa
Y voy concluyendo (que ya iba siendo hora) con un breve perfil de Debo. En realidad la menor de las Mitford era bastante equilibrada, y por lo tanto menos interesante que sus hermanas, pero su biografía también reserva algunos hechos interesantes. Como que, por azares de la vida, se convirtiera en duquesa de Devonshire después de que el hermano mayor de su marido muriera en la Segunda Guerra Mundial (por cierto, que su viuda, Kathleen Kennedy, hermana de John Fitzgerald, también tuvo una vida tremebunda, pero más que de novela romántica de tragedia griega). Además de conllevar una de las mayores fortunas del país, el título de duquesa iba acompañado de la propiedad de Chatsworth House, un castillo que hace que Downton Abbey parezca un chalecito, una impresionante casa de campo que ha sido elegida por votación como la preferida de los ingleses en repetidas ocasiones y que ha sido escenario de producciones como Barry Lyndon o la mejor versión de Orgullo y prejuicio, la que la BBC emitió en 1995. Aunque los Devonshire ya no viven allí, Decca se ocupó de convertir el castillo en el lugar de visita obligada que es hoy, una mezcla de esplendor arquitectónico y recogimiento familiar. Para continuar con la tradición familiar, en el mejor sentido, Debo también escribió varios libros, en su caso dedicados a Chatsworth.
Debo siempre intentó mantener el contacto con el resto de sus hermanas y limar las asperezas entre ellas, tarea ciertamente nada sencilla. Pero con todos los vaivenes imaginables, momentos de odio sucedidos por otro de reconciliación, desplantes, abrazos, reencuentros y olvidos voluntarios, las hermanas Mitford siempre fueron conscientes de que formaban parte de un clan del que no podrían renegar. En una ocasión Nancy dijo que «las hermanas son un escudo frente a la cruel adversidad de la vida», a lo que Decca replicó: «pero si las hermanas SON la cruel adversidad de la vida».
Autor : BY ANTONIO RODRÍGUEZ VELA