Las confesiones más íntimas antes de morir ahorcado del nazi que gaseó a millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial
El psiquiatra estadounidense León Goldensohn mantuvo varias entrevistas con Rudolf Höss, exoficial a cargo del campo de concentración de Auschwitz, durante su encarcelamiento previo a los procesos de Núremberg
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
León Goldensohn no estaba preparado para lo que iba a oír en la prisión de Núremberg durante el año 1946. Ni él, ni nadie. A sus 34 años, este psiquiatra no era un novato que acabara de presentarse voluntario para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Todo lo contrario. Antes de que le fuera asignada la tarea de «cuidar» la salud mental de la veintena de altos jerarcas nazis que eran juzgados por crímenes contra la humanidad, este judío ya había ejercido su profesión en el seno de la 63ª División de Infantería de los EE.UU. Y lo había hecho sin inconveniente alguno. No obstante, aquellos seis últimos meses de trabajo le «destrozaron terriblemente», según desvelaron sus descendientes.
Sobre el papel, el buen doctor no debía interrogar a los Hermann Göring, Alfred Jodl o Ernst Kaltenbrunner de turno. Su labor era, más bien, asegurarse de que no perdían la razón mientras un tribunal internacional decidía su destino. Sin embargo, durante las extensas entrevistas que mantuvo con ellos se sumergió en temas tan delicados como la matanza sistematizada de judíos durante la Segunda Guerra Mundial; la existencia de los campos de concentración; las razones que habían llevado a Alemania a cometer aquellas estremecedoras tropelías o -entre otras tantas cosas- los sentimientos que había generado en los acusados ser un engranaje más de la maquinaria de muerte de Adolf Hitler.
De todos los personajes con los Goldensohn mantuvo contacto, uno de los que más le estremeció fue el antiguo comandante de Auschwitz, Rudolf Höss (al que no se debe confundir con el lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess). El que fuera uno de los principales brazos ejecutores de la Solución Final, la aniquilación en cámaras de gas del pueblo judío, no solo le corroboró que su campo de concentración se había convertido en la punta de lanza de los planes del «Führer», sino que se vanaglorió de haber podido acabar con la vida de tantos seres humanos de una forma eficiente. «Todo fue sobre ruedas, cada vez mejor según fue pasando el tiempo», afirmó.
Con todo, a lo largo de los seis meses en los que pasó consulta con el psiquiatra, su máxima siempre fue que se había limitado a recibir órdenes del líder de las SS, Heinrich Himmler. Él tan solo cumplió, o eso aseveró, la misión de todo buen soldado: obedecer. Más allá de la hipocresía, ese argumento le permitió marchar a la horca (que abrazó su cuello el 16 de abril de 1947) con la conciencia tranquila, como demostró en una de las últimas conversaciones con Goldensohn:
—¿Tiene sueños de algún tipo?
—No, de vez en cuando sueño, pero a la mañana siguiente no me acuerdo de lo que he soñado.
—¿Tiene pesadillas alguna vez?
—Nunca.
Solución final
Se podría decir que, más que como un psiquiatra, este estadounidense de pelo engominado y gafillas redondas actuó como una suerte de confesor para Höss; un extraño compañero en su último viaje hacia la condena final. Ironías del destino, el mismo hombre que había sido conocido como el «animal de Auschwitz» se valió de un judío para combatir contra sus demonios mentales mientras pasaba semanas en una fría celda. Le contó todo. Habló de un padre ausente, de una madre severa que le había educado casi en solitario, del hombre al que había matado a golpes cuando no era más que un adolescente o de los años felices que había pasado junto a su familia durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero, de todos los temas a tratar, el que más horas les ocupó fue la Solución Final. Ya el 8 de abril de 1946, en el que fue uno de sus primeros encuentros cara a cara, Goldensohn no dudó en preguntarle por las matanzas de Auschwitz. Höss no negó su existencia, como si hicieron otros de sus colegas. Aunque sí redujo el número de fallecidos durante el Holocausto a dos millones de personas. A la postre, se sabría que en la Segunda Guerra Mundial los nazis asesinaron a un mínimo de seis millones de seres humanos.
—¿Cuál fue su cargo oficial?
—[…] Fui comandante en jefe de Auschwitz durante cuatro años, desde mayo de 1940 hasta el 1 de diciembre de 1943.
—¿Cuántas personas fueron ejecutadas en Auschwitz durante todo ese tiempo?
—El número exacto es difícil determinarlo. Yo calculo que alrededor de dos millones y medio de judíos.
—¿Solo judíos?
—Sí.
—¿Mujeres y niños también?
—Sí.
En sus palabras, la triste historia de Auschwitz arrancó en mayo de 1940, cuando Himmler le envió hasta las inmediaciones de un viejo acuartelamiento militar polaco de la Primera Guerra Mundial sobre el que debía levantar un pequeño campo de concentración que sirviera de lanzadera hasta otros tantos ubicados en Alemania. «El primer año se ejecutó a muy poca gente, solo a aquellos que habían sido condenados por la Gestapo», explicó. Pero todo cambió en la primavera de 1941. Fue entonces cuando le ordenaron evacuar la zona y extender el complejo en previsión de la llegada de unos 100.000 reos. Ya en el verano, el líder de las SS inició la pesadilla del Holocausto con una frase:
«El Führer ha decretado la Solución Final para el problema judío. Nosotros, las SS, tenemos que ejecutar esos planes. Es un trabajo duro, pero si no se lleva a cabo inmediatamente, en lugar de que nosotros exterminemos a los judíos, los judíos exterminarán a los alemanes en una fecha posterior».
Auschwitz, ubicado en un enclave privilegiado a nivel geográfico, debía convertirse en el epicentro del terror nazi. En horas, Höss fue enviado al campo de concentración de Treblinka a la velocidad del rayo para familiarizarse con las primeras cámaras de gas que se habían ideado allí (no más grandes que su posterior celda en Núremberg) y mejorar su funcionamiento. Hacerlas más eficientes. Poco después de regresar a Auschwitz halló la solución a todos sus problemas: el gas Zyklon-B, un matarratas que utilizaban para fumigar los barracones de los presos, y unas granjas cercanas al núcleo de la prisión:
—Convertí en cámaras de gas las dos granjas viejas que quedaban apartadas del campo. Quité los muros que separaban las habitaciones y los que daban al exterior y los recubrí de hormigón para que no hubiera escapes.
—¿Cuánta gente era exterminada a la vez en cada una de las granjas?
—En cada granja se podía gasear a la vez entre 1.800 y 2.000 personas.
—¿Con qué frecuencia se utilizaban?
—Ocurría así: […] cada tren traía a unas 2.000 personas, pero había períodos de entre tres y seis semanas en los que no llegaban transportes.
Engañados
Höss confesó la selección que los médicos de las SS hacían de los reos al llegar. Hombres y mujeres fuertes a un lado; enfermos, niños y ancianos al otro. Los primeros eran enviados a trabajar. El resto, a las cámaras de gas. También narró a Goldensohn cómo les engañaban para que se metieran en aquellos edificios de muerte sin alboroto alguno. Lo confirmó con orgullo, pues, decía, podía segar sus vidas de forma rápida y sin causar problemas psicológicos a los soldados. Para su retorcida mente, todos ganaban dentro de aquel juego macabro.
«Pusimos carteles grandes en los que se leía: “A la desinfección” o “Baños”. Eso era para que la gente creyera que solo iban a darse un baño o a ser desinfectados, y así no tener dificultades técnicas en el proceso de exterminio. Los internos que usábamos como interpretes les decían que tenían que tener cuidado con su ropa, que la dejasen en el suelo bien doblada para poder encontrarla cuando salieran del baño. Esos internos ayudaban a que la gente se calmase contestando a sus preguntas de una manera tranquilizadora».
Höss también desveló que, en principio, quemaban en grandes piras los cadáveres, pero que fue él quien se dio cuenta de que había que agilizar ese proceso para continuar con los gaseamientos a buen ritmo. Así fue como ideó la construcción de un gran complejo formado por edificios de dos plantas. En la primera ubicó nuevas cámaras de gas camufladas como duchas; en la segunda, hornos crematorios que recibían los cuerpos a través de montacargas. Su gran obra…
«Había cinco hornos dobles. En 24 horas se podían incinerar a 2.000 personas. Normalmente conseguíamos incinerar solo a 1.800 cuerpos. O sea, que siempre íbamos con retraso en la cremación. Era más fácil exterminar que incinerar».
A todas aquellas muertes, confirmó, se sumaron más de medio millón de judíos fallecidos por culpa de las enfermedades, el hambre y el frio. Lo más grave fueron las epidemias de tifus, dolencia que no podía ser tratada debido, o eso dijo, a la falta de presupuesto por parte del Tercer Reich.
Culpas tardías
Pero el médico no se conformó con la mera explicación de los hechos. Como buen psiquiatra, intentó adentrarse en la mente de Höss con un doble objetivo: desvelar por qué había perpetrado aquellos crímenes y saber si sentía remordimientos. A la primera pregunta siempre obtuvo la misma respuesta: acataba órdenes. Y eso contestaba de forma automática la segunda… Ni por un momento pensó en desafiar a Himmler, al igual que no se planteó la máxima de que los judíos orquestaban en secreto un plan para acabar con la raza aria.
—¿Qué piensa usted de […] haber enviado a la muerte al increíble número de dos millones y medio de hombres, mujeres y niños […], todo eso no le perturba?
—Pensaba que hacía lo correcto. Obedecía órdenes. […] Yo era solo el director del programa de extermino de Auschwitz. Fue Hitler quien, a través de Himmler, lo ordenó. Y fue Eichmann quien me daba las órdenes relativas al transporte.
Goldensohn sí consiguió, si es que puede calificarse de logro, que Höss asumiera que sus acciones fueron reprobables. El 8 de abril de 1946, por ejemplo, admitió que «ahora, naturalmente, pienso que no fue correcto hacerlo». Una jornada después se abrió un poco más al psiquiatra y le explicó que, a pesar de que «creía que estaba cumpliendo órdenes correctamente» a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, después de la capitulación de Alemania entendió el mal que había causado cuando leyó los diarios aliados. Dos jornadas más tarde, asumió que asesinar a niños no era para él plato de buen gusto.
—¿No le incomodaba matar a niños que tenían la edad de los suyos?
—No fue fácil para mí ni para los otros militares de las SS, pero nos habían convencido de las órdenes y de la necesidad de cumplirlas.
Höss pasó sus últimos días en prisión intentando, como él mismo admitió, buscar la paz interior. A pesar de que siempre había renegado del catolicismo, leyó pasajes de la Biblia para entender si su vida había discurrido por el camino adecuado o no. Aunque se negó a acudir a los servicios religiosos organizados en Núremberg. El psiquiatra confirmó en sus notas que, cuando supo que su destino era el patíbulo, su carácter se volvió más apático de lo que ya de por sí era. Su única preocupación a partir de entonces fue que su mujer y sus hijos pudieran sobrevivir a las barbaridades que él había cometido durante la Segunda Guerra Mundial y que no fuesen señalados por la sociedad.
Eso, y un dolor de pies provocado, según insistía, por el frío sufrido en una de las celdas en las que había residido después de que le capturaran. Goldensohn siempre defendió que sus extremidades estaban bien, así que es posible que aquellas molestias no fueran más que una manifestación física de sus remordimientos. Si es que alguna vez los tuvo…