Las crueles torturas japonesas perdonadas por el prisionero de guerra Eric Lomax
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Durante la Segunda Guerra Mundial los combatientes aliados capturados fueron trasladados a diferentes campos de concentración donde serían víctimas de la hostilidad nipona
¿Es posible sustituir un odio profundo, originado por un grave acto de injusticia, por una actitud conciliadora?, formuló Mariano Crespo, un filósofo español en su obra «El perdón: una investigación filosófica».
Eric Lomax fue uno de los cientos de miles de soldados aliados capturados por el Ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Los prisioneros fueron víctimas de los más atroces crímenes de guerra en los campos de concentración del sudeste asiático, donde los que no fueron asesinados serían torturados sin piedad.
Este combatiente británico relató uno de los episodios más terroríficos de la historia en sus memorias «The railway man» (El hombre del ferrocarril); en donde la construcción de las vías del tren desde Tailandia a Birmania sería el escenario de la crueldad nipona. No obstante a pesar de todo el sufrimiento, Lomax apartaría a un lado el odio para sembrar un gran mensaje de esperanza: el perdón.
Durante la década de los 80 Lomax obtuvo noticias de uno de los responsables de su tortura, el intérprete del Ejército Imperial Japonés Nagase Takashi. El nipón había escrito un mensaje en el diario«Japan Times». Su foto aparecía junto a un artículo a través del cual expresaba su más sentida culpa, por cada una de las atrocidades cometidas contra los prisioneros. La mujer del británico, Patricia, – quien estaba siendo una víctima colateral de un hombre maltratado hasta el borde de la muerte- contactaría con Takashi para preparar un encuentro entre ambos. Ella tenía la ilusión de que su esposo sanara mediante la reconciliación con su pasado.
En 1983 -un año después de la primera correspondencia- Lomax y Nagase se volverían a mirar a los ojos sobre el puente del río Kwai (Tailandia); un lugar con mucha carga emocional para los dos, por haber sido construido por los prisioneros aliados durante el terrorífico cautiverio.
Después de ese reencuentro, ambos hombres sentirían una verdadera liberación gracias al perdón. Tras abrazar al que fue su peor enemigo, Eric publicaría sus memorias –como una tarea terapéutica asignada por la organización Fundación Médica para la Atención de Víctimas de la Tortura– comenzando el principio de una extraordinaria amistad entre el británico y el japonés.
Japón, la expansión del terror
Hasta el siglo XIX los japoneses se habían destacado de otras naciones por la conducta benévola con sus prisioneros de guerra, como así lo relata la historiadora Laurence Rees en su libro«El holocausto: asiático: Los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial». Esta afirmación está sujeta a los numerosos testimonios recogidos de alemanes y rusos que habían sido capturados por los nipones durante la Primera Guerra Mundial. «Los prisioneros europeos se beneficiaban de un edicto imperial de 1880 que estipulaba que las fuerzas armadas japonesas debían tratar a los prisioneros capturados con respeto» sostiene Rees.
No obstante, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, aquella actitud honorable -dentro de la «moral castrense»- desaparecería con el holocausto perpetrado en China. Desde 1937 al 2 de septiembre de 1945 –con la firma de la rendición del Imperio del Sol Naciente– el Ejército japonés masacraría de la manera más espeluznante a 10 millones de chinos.
Ante la falta de espacio vital en Japón comenzarían una violenta colonización. China y los países del sudoeste asiático: Tailandia, Malasia y Birmania eran clave para su expansión territorial.
La posición geográfica de Birmania permitía la comunicación con China. Los Aliados les enviaban suministros para que el país asiático resistiera a la invasión japonesa. Ante este hecho, el Ejército del Imperio del Sol Naciente cortaría las vías de acceso y establecería una campaña bélica en 1942 que logró expulsar a los occidentales deBirmania.
Parte de las fuerzas británicas y la Royal Corps – brazo de apoyo de combate del Ejército británico responsable de establecer la comunicación en el campo de batalla- se encontraban en Singapur(Malasia) cuando fueron alcanzados por los japoneses.
El 15 de febrero de 1942 Arthur Percival, el comandante en jefe del Ejército británico en Malasia, ondeó bandera blanca ante la falta de suministros. Tras el mayor desastre militar en la historia del Reino Unido–como así lo consideraba Churchill– Percival firmaría la rendición al general Tomayuki Yamashita. Acto seguido, las tropas inglesas serían trasladadas a los diferentes campos de concentración; en donde les esperaban unas condiciones muy diferentes al gentil edicto imperial de 1880.
La radio de Eric
Lomax estaba operando en los servicios de comunicaciones de la Royal Corps en Singapur durante la rendición. Alrededor de 80.000 soldados fueron enviados a los campos japoneses, donde serían obligados al trabajo esclavo en la construcción del tren de Tailandia a Birmania.
Eric había sido destinado en un principio a la prisión de Chiang, en la cual estaría un lapso corto. Allí crearía una radio para obtener noticias sobre el avance de los Aliados. Más tarde durante el traslado al campo de concentración de Kanchanaburi burlaría los estrictos controles de seguridad, pasando este dispositivo en una caja de galletas.
La rendición de Japón
La construcción del ferrocarril en Birmania había sido un proyecto del Reino Unido; pero el este no se llevaría a cabo a causa de las complicadas condiciones geográficas de la zona. Sin embargo, los nipones rescatarían la idea de los británicos para auxiliar al Ejército Imperial Japonés durante la Segunda Guerra Mundial.
Desde la prisión de Kanchanaburi los cautivos se entregaban al trabajo de fuerza en la construcción de las vías del «Ferrocarril de la Muerte», el cual comenzaba su recorrido en Tailandia hasta Birmania. En ese tiempo Eric fue sorprendido con una radio, ante el descubrimiento los japoneses lo acusarían junto a otros 9 soldados de conspirar contra el Eje. Aunque los presidiarios trataron de defenderse, alegando que únicamente tenía un fin informativo; el intérprete del Ejército Imperial, Nagase Takashi, incentivaría a que fuesen brutalmente torturados.
Las palizas con el palo de un pico acabaron con la vida de dos compañeros suyos y Eric estaría al borde de la muerte, con todas las extremidades y las costillas rotas. Posteriormente lo encerrarían en unas celdas donde estaría expuesto a enfermedades mortales y bajo una severa desnutrición.
Al finalizar el conflicto armado Lomax y otros prisioneros se convertirían en sobrevivientes. Sin embargo la pesadilla no finalizaría con la firma de la rendición nipona el 2 de septiembre de 1945.
Después de su rescate y liberación por las tropas norteamericanas seguirían estando cautivos, pero esta vez del miedo. La violencia a la que habían sido sometidos causó un daño emocional irreparable en cada uno de los soldados; lo cual generó una brecha entre ellos y la esperanza de normalizar sus vidas.
El perdón
Durante los juicios contra los crímenes de guerra Nagase Takashi no fue sentenciado por los norteamericanos; justificando su participación únicamente como intérprete. De esta manera se salvaría de ser ejecutado. No obstante, ayudaría a los estadounidenses a identificar a los cadáveres y serviría nuevamente como traductor en los tribunales militares.
Al otro lado del mundo, Eric estaba sufriendo las graves secuelas psicológicas motivadas por la tortura. La internalización de su dolor le impediría desarrollarse como un civil más. Cuarenta años más tarde, motivado por su esposa, Patricia, acudiría a un centro de rehabilitación emocional. Los terapeutas de la Fundación Médica para la Atención de Víctimas de la Tortura le ayudarían a romper el ciclo de violencia, buscando otra alternativa a la venganza: la reconciliación.
Estos profesionales médicos le proporcionaron todas las herramientas emocionales para enfrentarse a su pasado y al hombre que le atormentó durante su cautiverio y más de 40 años de una dolorosa memoria. Para el momento que vislumbró a lo lejos a Nagase, la terrible ansiedad de venganza parecía haberse difuminado; el perdón había llegado para los dos.
«No he perdonado a Japón como nación, pero he perdonado a un hombre porque ha experimentado un gran remordimiento personal», confesó Eric en una entrevista concedida al periódico «The New York Times» en 1995; tras publicar sus memorias en su obra «The railway man».
Origen: Las crueles torturas japonesas perdonadas por el prisionero de guerra Eric Lomax