Las guerras y batallas más estúpidas de la historia
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Decía Asimov que la violencia es el único recurso del incompetente. La guerra ha sido glorificada por cientos de culturas a lo largo de la historia, aunque desde la comodidad de casa matarse mutuamente no parece lo más práctico. De hecho parece estúpido.
Sin embargo, a lo largo de la historia el ser humano ha necesitado más bien pocas excusas para iniciar una guerra, o estar a punto de hacerlo. Desde un cubo de agua a un cerdo y unas patatas. Estas son algunas de las guerras más absurdas de la historia.
La guerra del cubo
De todas las posibles razones para iniciar una guerra, un cubo de agua es quizá la más idiota, aunque es cierto que este es únicamente un incidente más dentro de una rivalidad de más de 300 años entre Módena –apoyada por el Sacro Imperio Romano Germánico– y Bolonia –apoyada por el papado-. Ocurrió en 1325. Tras meses de tensión entre las dos ciudades estado, un grupo de soldados de Módena se infiltraron en Bolonia y robaron un cubo de un pozo del centro de la ciudad. Las autoridades boloñesas se tomaron muy mal lo sucedido y demandaron su devolución.
Como los modenenses se negaron, en Bolonia reunieron un ejército de 30.000 hombres, que se enfrentaron a los 7000 de Módena en la batalla de Zappolino. Pese a la diferencia numérica, los ladrones de cubos se impusieron en una batalla en la que murieron cerca de 2000 personas.
Módena se pudo quedar con el cubo, del que hoy se puede ver una réplica en la Torre della Ghirlandina, conmemorando aquella victoria.
La guerra de Líjar contra Francia
Líjar es un pequeño municipio de apenas 28 kilómetros cuadrados y que actualmente cuenta con apenas 400 habitantes, pero durante cien años estuvo en Guerra con Francia. En 1883 –con la derrota francesa en la guerra Franco-Prusiana caliente-, el rey Alfonso XII realizó una gira por varios países europeos, incluyendo Francia y Alemania. En Berlín, en una cena con Bismark, declaró que apoyaría el país germano en una nueva guerra con Francia. Esto no sentó muy bien en París, por donde pasó en su regreso a España y donde recibió insultos y lanzamiento de objetos.
Ante esta afrenta, el pequeño pueblo no tuvo reparos en declarar la guerra a Francia. Así, a lo loco. En 1983, tras 100 años sin incidentes ni enfrentamientos, y tras una visita de Juan Carlos I en la que fue tratado de forma correcta a entender de los habitantes de Líjar, se declaró la paz en un acto al que acudieron tanto el cónsul como el vicecónsul de Francia en Málaga y Almería.
Las guerras Púnicas
Si una cultura ha moldeado la historia de la civilización occidental, esa es Roma. Durante siete siglos, la ciudad eterna fue la principal potencia del mundo, dominio cimentado tras las tres guerras Púnicas en las que Roma derrotó a su principal rival por el control del Mediterráneo: Cartago. Sin embargo, el incidente que desencadenó esta guerra ronda lo cómico.
Los responsables del sainete fueron los Mamertinos, un grupo de mercenarios de origen italiano contratados por Agatocles, tirano de Siracusa y autoproclamado Rey de Sicilia en la Tercera Guerra Siciliana, en el 315 AC, que perdió frente a Cartago, que pasó a dominar la isla.
Muchos de los mercenarios volvieron a casa, pero otros se quedaron en Sicilia. Sin nada mejor que hacer, tomaron la Mesana, masacraron a su población y se repartieron las mujeres y tierras, convirtiendo el pueblo en una base desde la que lanzaron campañas de piratería durante 20 años.
Pero estas actividades no acababan de gustar en Siracusa desde donde salió un ejército que derrotó a la avanzadilla mamertina y rodeó la Mesana. Ante esto, los Mamertinos pidieron ayuda a una flota cartaginesa que se encontraba en la bahía, lo que hizo que Siracusa se retirase. Ocurrió entonces que a los Mamertinos no les gustó estar bajo control cartaginés, por lo que decidieron pedir ayuda a Roma –porque al fin y al cabo somos todos italianos–. Aunque al principio no les hicieron mucho caso, a Roma no le hacía mucha gracia la expansión cartaginesa por las islas italianas, por lo que finalmente decidieron acudir en su ayuda, iniciando la Primera Guerra Púnica, el conflicto más importante que había visto el mundo antiguo hasta la fecha.
La Guerra del Cerdo
En 1859 Estados Unidos llevaba ya cerca de 80 años independizado del Reino Unido, pero en algunas zonas las fronteras entre la joven potencia y el viejo imperio todavía no estaban claras. Uno de estos puntos era una serie de islas frente a Vancouver, que ambos consideraban suyas.
En algún momento antes de 1859 una compañía británica, que consideraba bajo el poder la monarquía inglesa, convirtió aquellas islas en un rancho de ovejas. Poco después, un grupo de unos 30 colonos americanos, considerando aquello una extensión de la tierra de las libertades, se instaló en las islas sin parecerles raro que hubiera tantas ovejas.
El 15 de junio una muerte estuvo a punto de causar una guerra a gran escala entre ambos países. Fue la de un cerdo. Uno de los colonos americanos lo encontró comiéndose sus patatas. Tal fue su enfado que le disparó, matándolo y causando el enfado de un irlandés –a la postre dueño del cerdo- que estaba en la isla cuidando de las ovejas.
Como no llegaron a un acuerdo para reparar los daños, el irlandés pidió el arresto del americano, que a su vez reclamó la ayuda del ejército. El 10 de agosto, 461 soldados americanos con 14 cañones estaban atrincherados en la isla, rodeados por cinco navíos de guerra británicos con más de 2000 soldados.
El gobernador británico dio la orden de asaltar la isla, pero el almirante Robert L. Baynes desobedeció, asegurando que “que dos grandes naciones comiencen una guerra por un cerdo era estúpido”. Ambos comandantes dieron a sus hombres la orden de solo disparar si eran atacados.
Cuando las noticias del suceso llegaron a Washington y a Londres, en septiembre, comenzaron las negociaciones para evitar un conflicto mayor. Finalmente, se llegó a un acuerdo por el que ambos países mantendrían el control militar compartido de las islas.
Bonus Track: Batalla de Karánsebes
Lo cierto es que este episodio no se sabe si es cierto o no, pero de serlo sería uno de los mayores absurdos de la historia militar. Según un relato de J. Gross-Hoffinger escrito en 1847, el 17 de septiembre de 1788 –en plena guerra ruso-turca–, hasta 100.000 soldados austriacos lucharon entre ellos al creer que estaban siendo atacados por Otomanos, causando 10 bajas.
Ocurrió en la ciudad rumana de Karánsebes, lugar donde se debían reunir varios cuerpos del ejército austriaco, aliado de Rusia, provenientes de distintas partes del imperio y que –detalle importante- hablaban distintos idiomas y muy pocos el alemán.
Un grupo de exploradores húsares fue el primero en llegar, que al no encontrar ningún soldado turco en la zona decidieron ponerse a beber mientras esperaban los refuerzos. Al caer la noche, cuando estos estaban ya cocidos como una cuba, llegó un contingente de infantería que reclamó su porción de alcohol, pero los húsares se negaron a darlo, por lo que comenzó una disputa que acabó con un disparo al aire que fue confundido con un francotirador turco, causando la confusión.
Para tratar de poner orden, los oficiales alemanes comenzaron a gritar “¡halt!” (alto), pero que los rumanos, que no sabían alemán, confundieron con el grito “¡Alá!” que usaban los turcos. El caos fue visto en la lejanía por un contingente de caballería, que confundió a los húsares con los turcos y se lanzó al ataque. A su vez esta carga fue vista por un grupo de artillería… que ya podéis imaginar qué pensó.
El caos fue tal que todo el ejército se retiró ante un enemigo imaginario. Dos días después llegaron los otomanos reales, que encontraron los cadáveres, los heridos y tomaron fácilmente la ciudad.
Fuente informativa : EL ESPAÑOL