Los 56 carteros de Danzig (y la niña de 10 años) que murieron por frenar a Hitler el primer día de la IIGM
El 1 de septiembre de 1939, Hitler atacó esta pequeña ciudad con la que estaba obsesionado desde que, en 1919, le fue entregada a Polonia. Creía que la ocuparía en horas, pero un pequeño grupo de soldados se atrincheró en el edificio de Correos
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Hitler nunca pudo soportar que en el Tratado de Versalles, de 1919, las potencias ganadoras de la Primera Guerra Mundial le entregaran a Polonia la ciudad de Danzig. El futuro dictador nazi tenía 29 años y se encontraba en el hospital, recuperándose del ataque con gas venenoso que había sufrido en el frente de Ypres, cuando le informaron de que el conflicto había terminado y de que Alemania había sido derrotada. «Todo se hizo negro de nuevo ante mis ojos», comentó irritado.
En realidad, Danzig había sido declarada ciudad-estado libre y sería administrada conjuntamente por Polonia y la Sociedad de Naciones. Con este nuevo estatus, a los polacos se les permitía mantener unos derechos portuarios especiales, un arsenal protegido por un contingente de 88 soldados en la península de Westerplatte y la pequeña oficina de correos que protagoniza la historia que vamos a contarles. Una hazaña que supuso el primer acto de heroísmo de la Segunda Guerra Mundial.
Para el joven Adolf, sin embargo, la ciudad de Danzig «había sido arrebatada bajo coacción, con un revólver en la mano y amenazando a los germanos con la muerte por hambre», según denunció al llegar al poder en 1933. Era consciente de que la ciudad y su corredor habían sido muy importantes para las comunicaciones y el comercio de Alemania a principios del siglo XX, por eso la convirtió en una de sus principales obsesiones y en el centro de su política exterior cuando se puso al frente del país.
Danzig tenía que regresar a Alemania y tenía que hacerlo cuanto antes. Hitler sabía que el 90% de sus habitantes eran alemanes, por un 10% de la minoría polaca de casubios, una etnia que hablaba un dialecto propio. Desde Versalles, la ciudad estaba regida por un senado elegido democráticamente, pero las competencias exactas de Polonia sobre ella nunca quedaron definidas en un estatuto. Por eso las fricciones con los nazis fueron constantes. De hecho, el Gobierno de Polonia se vio obligado a reforzar sus defensas de Westerplatte en 1933, construyeron búnkeres y añadieron una protección reforzada con hormigón, entre otras cosas.
Los nazis, en el Ayuntamiento
La situación se complicó cuando los nacionalsocialistas entraron en el Ayuntamiento tras las elecciones municipales y empezaron a exigir en los plenos que la ciudad regresara a Alemania. Pronto, las peticiones oficiales se convirtieron en amenazas a través del ministro de Asuntos Exteriores del Tercer Reich, Joachim Ribbentrop, y de Hitler. El miedo se apoderó de los vecinos polacos al ver que los nazis invadían Checoslovaquia y Memel, esta última una ciudad que también había sido declarada libre en Versalles. Todo parecía indicar que Danzig sería la siguiente… y no se equivocaron.
El ‘Führer’ firmó una orden secreta para poner en marcha la invasión de Polonia, y esta debía empezar por su ansiada Danzig. Su conquista era de vital importancia, pues era una de las pocas salidas al mar con las que podía contar el país y su capitulación significaba la imposibilidad del enemigo de responder por mar a los ataques de los germanos. Con esa idea en la cabeza, el 31 de agosto de 1939 se puso en marcha el atentado de falsa bandera contra la emisora de radio de Gleiwitz, ciudad fronteriza de Polonia. Hitler dio así el pistoletazo de salida a la Segunda Guerra Mundial, para atacar Westerplatte el 1 de septiembre.
En total, 1.500 alemanes contra 200 polacos, en un episodio que ya les hemos contado en ABC. El ataque cogió por sorpresa a los habitantes de Danzig, que se despertaron sobresaltados por el ruido de los bombardeos y por las grandes columnas de humo que se elevaban desde los depósitos de combustible del puerto. En ocho minutos habían visto cómo caían sobre los muros exteriores ocho proyectiles de 280 milímetros, 59 de 155 y 600 de 20, con los que intentaron abrir una brecha para allanar el camino a los infantes que guardaban en tierra. Sin embargo, fracasaron y tuvieron que retroceder.
«Continuar esta lucha hasta el fin»
Después de aquel primer día de infructuosos combates en Westerplatte, Hitler dio un discurso ante el Reichstag sobre el inicio de la guerra contra Polonia. Danzig tuvo un protagonismo especial: «Desde hace años estamos sufriendo bajo la presión de un problema que se planteó en el Tratado de Versalles y cuyas consecuencias no son ahora insoportables. Danzig ha sido y es una ciudad alemana. El corredor ha sido y es, también, alemán. Danzig fue separada de nosotros, los polacos se anexionaron el corredor y, como en todas las regiones alemanas del este, los habitantes de dicho corredor han sido maltratados de manera intolerable. […]. Por eso estoy resuelto a continuar esta lucha hasta el fin».
En medio de todo este caos inicial se produjo uno de los episodios más impresionantes e insólitos de la guerra: el asalto a la sede de Correos, formada por varios edificios que habían sido construidos originalmente como un hospital militar alemán. A medida que aumentaba la tensión con Alemania en los meses previos al estallido de la guerra, Polonia envió al ingeniero de combate y subteniente de reserva del ejército Konrad Guderski, para que, junto al comandante Alfons Flisykowski, organizara al personal de seguridad y a los voluntarios de la oficina para que defendieran la pequeña plaza de las posibles hostilidades.
Sin duda, se lo tomaron muy en serio, pues también entrenaron al personal y prepararon las defensas dentro y alrededor del edificio, talando todos los árboles cercanos para ganar visibilidad y fortificando la entrada. A mediados de agosto de 1939, cuando se intuía que Hitler iba a atacar la ciudad, se enviaron diez empleados adicionales desde otras oficinas de correos polacas en Gdynia y Bydgoszcz. Cuando comenzó la invasión el 1 de septiembre, habían 56 personas en el complejo: Guderski, 42 empleados locales polacos, diez empleados de Gdynia y Bydgoszcz y el cuidador del edificio junto a su esposa y su hija de diez años, Erwinia. La familia vivía en un pequeño apartamento allí mismo.
Un pequeño arsenal
Para defenderse, los empleados polacos tenían un pequeño alijo de armas compuesto de tres ametralladoras ligeras Browning, 40 armas de fuego y tres cajas de granadas de mano. Con este arsenal debían mantener a los alemanes alejados del edificio durante solo seis horas, ya que una fuerza de relevo del Ejército de Pomerania aseguraría la zona antes de que acabara ese plazo. El plan de los nazis, diseñado más de dos meses antes, era asaltar el edificio principal desde dos direcciones: un ataque de distracción por la entrada principal, mientras la fuerza principal atravesaba el muro de la Oficina de Trabajo vecina.
Hasta allí se había trasladado un contingente de policías afines a los nazis al mando de Willi Bethke, que rodeó el edificio a las 4 de la mañana, 45 minutos antes de que el acorazado Schleswig-Holstein iniciara el bombardeo sobre Westerplatte. Después cortaron las líneas de teléfono y la electricidad y, a la hora señalada, comenzó el intercambio de disparos con los sitiados. Los alemanes fueron apoyados pronto por formaciones locales de las SA y unidades de las SS Wachsturmbann Eimann y de las SS Heimwehr, con tres vehículos blindados pesados de la Policía.
Albert Forster, jefe del partido nazi local, llegó en uno de los vehículos para presenciar el evento como si de una película se tratara. También hicieron acto de presencia un buen grupo de periodistas locales de los periódicos, la radio y la agencia de noticias de la ciudad para cubrir la batalla. El primer ataque fue repelido, aunque algunos alemanes lograron entrar brevemente al edificio. Murieron dos personas y siete fueron heridas, incluido el líder de grupo. El segundo también fue repelido, muriendo el mismo Guderski por la explosión de su propia granada. Los polacos estaban ofreciendo una resistencia mucho más feroz y decidida de lo que los nazis esperaban.
600 kilos de explosivos
A las 11.00, la Wehrmacht envió dos cañones de 75 milímetros y un obús de 105 de apoyo, pero la ofensiva fue igualmente contenida. A las 15.00, los alemanes declararon un alto el fuego provisional de dos horas y exigieron la rendición de los polacos, pero estos optaron por resistir. Mientras se llevaban a cabo las negociaciones, zapadores nazis cavaron túneles bajo los cimientos del edificio y colocaron 600 kilogramos de explosivos. Bethke había optado por la opción más brutal y despiadada de todas. Había que acabar con esos carteros lo más pronto posible… antes de que acabaran humillándolos.
A las 17.00 fueron detonados, destruyendo parte de la pared de la sede, por donde se lanzó entonces el tercer ataque con el apoyo de la artillería. Capturaron la mayor parte del inmueble, pero el sótano se resistió. Frustrado, Bethke solicitó a los bomberos una cisterna que llenaron de gasolina para inundarlo y prenderle fuego con granadas de mano. Tres polacos murieron como consecuencia de las llamas y el resto tuvo que entregarse. Primero salió el director, Jan Michon, con una bandera blanca. Aquello no le ayudó, porque los germanos le dispararon igualmente. Después, el comandante Józef Wąsik fue quemado vivo en cuanto apareció en la calle.
A los defensores restantes se les permitió rendirse y abandonar el edificio en llamas. Se contabilizaron 16 heridos, de los cuales seis acabaron falleciendo en el hospital de la Gestapo, incluida la niña de 10 años. Los otros 28 supervivientes fueron arrestados y torturados, junto a otros 400 vecinos de Danzig en la cercana Escuela Victoria. Hasta el día de hoy se desconoce su destino. Cuatro defensores lograron escapar y esconderse, sobreviviendo a la guerra, pero las familias de estos y los carteros también fueron perseguidas. Era los primeros de los más de 60 millones de muertos que produciría la guerra más devastadora de la humanidad.