Los casos del Sherlock Holmes español: El crimen de «El Federal» – Archivo ABC
Fernández Luna, con su perseverancia, consiguió aclarar un asesinato aunque no todos los implicados fueron finalmente condenados
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El comisario Ramón Fernández Luna apuró el tercer café de la mañana. Eran las 8,30. Había terminado ya de leer los periódicos y mientras apagaba un cigarrillo, uno los policías de la Brigada de Investigación Criminal entró en su despacho que permanecía, como siempre, con la puerta abierta. El agente le informó de que el hijo de José Delgado Guzmán quería verle. Este era un conocido comerciante de El Rastro, al que llamaban «El Federal» pues tenía su negocio en el «Bazar del Federal», un solar en la acera de los pares de la Ronda de Toledo. Estaba especializado en venta de toda clase de maquinaria, incluida la del automóvil. El comisario le había tratado, claro está, como trataba a multitud de personas. Era su trabajo. «Hazle esperar unos minutos, ahora te aviso», contestó, mientras se levantaba a consultar su famoso archivo, en el que tenía fichas de numerosas personas, criminales principalmente, pero también de empresarios, comerciantes y toda clase de individuos que pudieran ayudarle en esclarecer sus casos. Tenía ficha de «El Federal», a quien había tratado alguna vez y del que tenía una buena opinión. Naturalmente que a veces vendía mercancía de dudosa procedencia, pero no podía ser considerado un perista.
Cuando el hijo de José Delgado entró en su despacho, el comisario le ofreció asiento y un café. «No, gracias» contestó. «Pues si no le importa yo sí me serviré uno. ¿Un cigarrillo?» y ante la negativa del hijo de «El Federal», se encendió el suyo. El chico, un joven de buena planta, le dijo que estaban preocupados por la desaparición de su padre. Este había marchado de viaje a Galicia para cerrar un negocio, la compra de maquinaria para fabricar alcohol de una antigua alcoholera de Padrón. Era algo normal, pues a eso se dedicaban. Y su padre viajaba a menudo a Galicia, donde tenía un buen amigo, Lorenzo Martínez, con el que solía hacer algún negocio. El caso es que partió el 19 de enero y no habían vuelto a tener noticias suyas. Era mediados de febrero y no era normal que su padre no diera señales de vida. «Además, partió con diez mil duros para cerrar la compra, que no se ha producido». Cuando Fernández Luna escuchó la cifra, arqueó las cejas, y tras anotar la cantidad en su libreta rodeó con un círculo ese detalle.
Comienzan las pesquisas
Al día siguiente, uno de los agentes de la Brigada de Investigación Criminal partió de la Estación del Norte rumbo a Galicia, acompañado del hijo del desaparecido. El caso comenzaba a circular por los mentideros de la Villa y el comisario quiso asegurarse de que no se trataba de un lío de faldas, una estafa o una desaparición voluntaria. Hablaron con Lorenzo Martínez, la última persona de la que se tenía constancia que lo había visto vivo. «Quedé con él al día siguiente de su llegada para proseguir parte del viaje juntos. Pero no se presentó», les aseguró. Al individuo que le esperó en la estación de Monforte no le había visto nunca. Pero tampoco era tan raro. «El Federal» hacía muchos negocios en Galicia y trataba con toda clase de individuos. Preguntaron, indagaron, incluso comprobaron que el cadáver de un hombre recién encontrado no se correspondía con el de «El Federal».
La prensa se hizo eco de la desaparición del popular vendedor del Rastro. Pero parecía que se le había tragado la tierra. Solo había una vaga posibilidad. Por las descripciones de las personas con quien se había visto a «El Federal» en Galicia, y tras consultar su famoso archivo de delincuentes, el comisario Fernández Luna creyó haber identificado a uno de ellos: Antonio Expósito, conocido como «El Gallego». Y posiblemente a su compañero de celda, Nicolás Rodríguez, «Valentón». Ambos acababan de salir de la cárcel, con antecedentes de numerosos robos y alguna estafa.
Por eso, cuando apareióe el cadáver de Antonio Expósito «El Gallego», el caso dio un vuelco. Ocurrió en La Roda, Albacete, muy lejos de las últimas pistas. El juez solicitó ayuda a la dirección de Seguridad, que envió a dos policías de la Brigada Móvil. Se trasladaron luego a Vivero, donde residía la familia de Nicolás Rodríguez. Este había acudido a su pueblo a tallarse para el sorteo de quintos. Le vieron, borracho, buscando al alcalde pistola en mano para acabar con él por incluirle en el sorteo un año antes de lo que le correspondía. Y tanto él como su madre hacieron alarde de dinero. Dados los antecedentes de la familia en la comarca, el juez ordenó la detención de «Valentón» y el interrogatorio de su madre. En las pesquisas se encontraron con numerosos gastos, una abundancia de dinero de la que ni la madre ni el hijo dieron una explicación creíble. Le preguntaron por «El Federal», y por «El Gallego». Le detallaron la cantidad que llevaba el desaparecido, le dieron datos de su paso por Monforte, por Orense. Le dijeron dónde habían comido, cuántos eran. Era todo un farol. El intento de que alguno de esos datos le hiciera pensar al detenido que tenían más pruebas de las reales. En verdad sólo eran conjeturas, declaraciones más o menos vagas, intuiciones. Pero dieron sus frutos y el «Valentón», haciendo poco honor a su apodo, se derrumbó y comenzó a largar, sin dejar detalle.
El «Valentón» lo cuenta todo
Contó lo que pasó. Conocida la pujanza del negocio de «El Federal», habían maquinado, junto a un tercer compinche, Antonio Fernández Vila, «Marracú», una estafa: la venta de un supuesto ingenio de azúcar de la villa de Padrón, por la cantidad de cincuenta mil pesetas. Sabían que el comerciante de El Rastro pagaba siempre al contado y en metálico. «El Gallego» acompañó al comerciante hasta Galicia. Y ahí se reunieron con «Valentón» y con el tercero en discordia, Antonio Fernández Vila, «Marracú», que tenía una finca alquilada cerca de Orense, el «Bonillo», una yesera medio abandonada. En ella se reunieron los cuatro.
Por las declaraciones de «Valentón», «El Federal» pareció desconfiar. Se aferró a su cartera y se mostró esquivo. Preguntó por el ingenio, su estado, el peso, la posibilidad de trasladarlo. A todas las preguntas ellos respondieron con evasivas. El comerciante desconfió y les apremió. Cuando finalmente entró en la finca, se encontró con unas instalaciones cochambrosas, con una chimenea encendida y poca luz. Y ni rastro de la maquinaria que iba a comprar. Fue entonces cuando se enfadó y les insinuó que se iba, la cosa no era seria y él no tenía tiempo que perder. Eran las once de la noche del día 21, y le llevaban mareando un par de días. Entre los tres trataron de convencerle de que no tuviera prisa, que todo se arreglaría. Y fue en ese momento cuando «Marracú» golpeó con un martillo por detrás al pobre comerciante. Fue tal la violencia del golpe que los sesos se esparcieron por la habitación. Y por si acaso, le apuñalaron repetidas veces, en el muslo y en el tórax.
Después le despojaron de casi todas sus ropas y de los zapatos, posiblemente en un ingenuo intento de dificultar el reconocimiento del cadáver. Entre los tres le trasladaron unos sesenta metros, hasta un pozo cercano. El desenlace fue cosa de «Marracú» , según comentó «Valentón». Ni él ni su compañero de cárcel habían pensado en ello. Sólo querían robarle y desaparecer. Tal vez dejarle abandonado para que tardara en poder dar la voz de alarma. Habían tenido cuidado en dificultar su identificación. Solo querían robar. Pero «Valentón» era más cruel. Había matado a más personas en su finca. Era un ser despiadado. Eso era lo que «Valentón» repetía una y otra vez.
El descubrimiento del cadáver
Conocidos todos los detalles, el juez ordenó que se buscara en la finca el cadáver de «El Federal». Dos policías de la Brigada de Investigación Criminal acompañaron al hijo del comerciante hasta el lugar. El espectáculo fue increíble. Más de cuatro mil vecinos de los alrededores se agolparon, dificultando el trabajo de búsqueda del cadáver. Los detalles dados por «Valentón» permitieron identificar el pozo sin problemas. Fernández Luna ordenó que se fotografiara la escena del crimen y que se tomaran todas las pistas posibles. Además, avisó a la prensa, para que se pudiera dar fe del levantamiento del cadáver, que en eso también fue precursor.
Cuando quitaron la tierra arrojada al pozo para tapar el cadáver, se derrumbó parte del terreno y quedó a la vista el cadáver de un varón de alrededor de sesenta años. La posición era extraña, con un brazo apoyado en un escalón, como si hubiera intentado salir. El hijo reconoció rápidamente el cuerpo de su padre, a la primera ojeada. Comprobó la falta de un diente y la existencia de una cicatriz en la espalda. Se halló también un pequeño envoltorio que contenía algunas de las prendas que vestía el desgraciado asesinado, y entre ellas un pañuelo con las iniciales A. D., que el hijo reconoció, depositándolo en el ataúd donde fueron colocados los restos de la víctima, que vestía únicamente una camiseta, que aparecía desgarrada, y un pantalón. No llevaba ni calcetines ni botas. Fue trasladado al Depósito Judicial, donde los médicos forenses le practicaron la autopsia.
El caso estaba resuelto, pero quedaba un cabo suelto. Tras repartirse el botín, los tres asesinos se habían separado. El «Marracú», el mayor de los tres, estaba casado y tenía cuatro hijos, dos chicas y dos chicos. Se dirigió a La Coruña, donde tomó el vapor Barcelona hacia La Habana. Durante el trayecto enfermó uno de sus hijos, que falleció al poco de llegar a Cuba, el 21 de mayo, en un hospital. En La Habana se instalaron en una casa en el número 103 de la calle Villegas. «Valentón» dio tumbos, entre su casa, Zaragoza y otras localidades, igual que «El Gallego».
Cuando «Valentón» fue detenido, el comisario Fernández Luna envió a dos de sus hombres a que investigaran en Galicia. Y descubrieron que el «Marracú» se embarcó rumbo a La Habana. El comisario se puso en contacto con un policía cubano, Manuel Rey. Le informó del barco, de los nombres de toda la familia y de todos los detalles que pudo recopilar. No fue difícil encontrar al «Marracú». No había hecho más que ostentación desde su llegada, sin ninguna discreción. Pero cuando acudieron a detenerlo, solo encontraron a su mujer, Jacinta Vila Cid, de setenta y cuatro años, y a sus hijas Josefa y Ludivina. El «Marracú» se escapó, primero al interior de Cuba, y más tarde a Guatemala, México y los Estados Unidos, donde fue herido de bala, tras lo que regresó a Cuba. Las tres mujeres fueron extraditadas a España, acusadas de cómplices del asesinato de José Delgado Guzman. Pero fueron puestas en libertad por falta de pruebas.
El comisario Fernández Luna no dejó en el olvido el caso de «El Federal», y continuó las pesquisas como pudo. Al poco de conseguir la extradición de la mujer e hijas del «Marracú», el ministro de gobernación decidió su traslado a Barcelona, ante lo cual el comisario pidió la excedencia. Fue la época en la que abrió su agencia de «policía particular» en San Cosme, 12, como se anunciaba en la prensa. En mayo de 1921 volvió a la policía, esta vez en el Cuerpo de Vigilancia, con destino en Barcelona, aunque trabajando en toda España.
A finales de 1923 abandonó definitivamente la Policía, dos años antes de su jubilación. Oficialmente fue por «incapacidad física». Reabrió su agencia de «policía particular» y una academia de preparación para la entrada al cuerpo de Policía. Y mantuvo contacto con sus antiguos compañeros y con policías de muchos países, por lo que pudo conocer el regreso del «Marracú», cinco años después del crimen, pero no a España sino a Portugal, donde abrió una zapatería con su hijo. El delincuente se había dedicado mucho tiempo al contrabando y contaba con numerosos contacto a ambos lados de la frontera. El «Marracú» no tenía en regla su documentación, por lo que se pidió su extradición, algo menor, para no llamar la atención de los posibles cómplices que pudiera tener. Cuando fue entregado en la frontera, quien le recibió fue la Brigada de Investigación Criminal, que inmediatamente le puso en manos del juez. En prisión provisional, enfermó a la espera de juicio y murió. Nunca confesó su crimen.
Un final agridulce
Ramón Fernández Luna apagó su enésimo cigarrillo, apuró su quinto café y archivó el caso del asesinato de «El Federal». Todo se había resuelto pronto, aunque había sido más difícil atrapar a todos los implicados. «El Gallego» fue asesinado por su compinche, el «Marracú» pudo por fin ser detenido. Pero los familiares, que sin duda conocían los hechos, se escaparon por falta de pruebas concluyentes. Sorprendentemente, Nicolás Rodríguez, «Valentón», fue absuelto por falta de pruebas. Tal vez su confesión tuvo algo que ver con algún trato con el juez, o tal vez las pruebas no fueron tomadas con la minuciosidad que pedía siempre el antiguo comisario de la Brigada de Investigación Criminal. Todos sus subordinados sabían que la constancia era el principal arma de la Policía, y que nunca había que dejar de buscar a los culpables. Tenían todos los informes que había ido acumulando Fernández Luna, contactos, fotografías, huellas. Esperaban que tarde o temprano pudiera ser detenido, juzgado y condenado. Pero del «Valentón» nunca más se supo.
Origen: Los casos del Sherlock Holmes español: El crimen de «El Federal» – Archivo ABC