Los crímenes de la unidad en la que combatió Yaroslav Hunka, el nazi aclamado por error en Canadá: «Fueron responsables de asesinatos en masa»
Hunka, calificado por error como «héroe de Ucrania y Canadá», combatió en una de las divisiones más aberrantes de la Segunda Guerra Mundial
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El error agitó las aguas históricas, nunca en calma. El pasado viernes, el más que popular Volodimir Zelenski visitaba el Parlamento canadiense cuando su homólogo, el presidente de la Cámara de Representantes Anthony Rota, describió a un ucraniano afincado en su país, Yaroslav Hunka, como «un héroe ucraniano y canadiense». Triste error por el que tuvo que pedir perdón el lunes, pues el tipo en cuestión era un acérrimo seguidor del nazismo y había colaborado en la matanza sistemática de civiles como miembro de una unidad de las SS. Rectificó rápido, no se puede negar, pero con una mancha que le costará borrar.
División asesina
Poco sabemos del personaje en cuestión, aunque por desidia, ya que él mismo narró su historia en un artículo publicado en 2011. «Mi generación se convirtió en la heredera de los hijos famosos de este país, nuestros antepasados», afirmó. Hunka vino al mundo en el pueblo de Urman, entonces parte de Polonia, en 1925. Según sus propias palabras, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial anhelaba que su pueblo fuese liberado de una vez por la nación vecina: «Todos los días mirábamos con impaciencia esperando que, en cualquier momento, apareciesen esos caballeros teutónicos que tanto pateaban en los huevos a los odiados polacos».
No le sonrió la fortuna. Lo que arribó, cual vendaval, fue «una columna de jinetes con estrellas rojas en sus gorros». Eran los soldados soviéticos que invadían el país al calor de un tratado secreto entre Iósif Stalin y Adolf Hitler para dividirse Polonia. A partir de entonces, el chiquillo vio cómo partían, día tras día, los trenes del Camarada Supremo en dirección a Siberia. Deportaciones y barbarie en el territorio, entonces ya parte de Ucrania. Aunque todo cambió tras el estallido de la Operación Barbarroja, el asalto en el verano de 1941 de la URSS por parte de un ‘Führer’ ávido de someter el este costase lo que le costase; ya fuera hombres, ya fuera la traición a su, hasta entonces, aliado comunista.
Hunka vivió aquello como un milagro: sus adorados nazis habían llegado a la zona: «El nuevo libertador del pueblo ucraniano, el líder Hitler, gobernó esta tierra. En cada aula había retratos suyos vestido con un abrigo largo». La represión a la que el ‘Führer‘ sometió Ucrania no cambió las ideas del chaval; más bien acrecentó su sed de sangre. Así, en 1943 se alistó en las Waffen SS con un solo objetivo, evitar «el regreso de aquellas bestias con forma humana y una estrella roja en la frente». Su unidad pasó entonces a ser la ‘Division Galizien’, más conocida sobre el papel como la 14ª División de Granaderos de las SS.
Según explica Chris Bishop en ‘SS Hitler’s Foreign Divisions: Foreign Volunteers in the Waffen-SS 1940–45’, la unidad acababa de formarse y aglutinaba a miles de voluntarios del oeste de Ucrania. El entrenamiento comenzó en septiembre y se perfeccionó en abril del año siguiente en Silesia. La Galizien –renombrada en varias ocasiones, aunque siempre manteniendo la esencia– olió sangre por primera vez en junio de 1944, y lo cierto es que fue un desastre. «Armada de forma poco adecuada, escasamente bregada, y con tropas que adolecían de una moral alta, no fue rival para la ofensiva a gran escala que el Ejército Rojo lanzó en verano», añade el experto. Aquello fue un desastre: solo sobrevivieron 3.000 de sus 15.000 miembros. Entre ellos, Hunka.
En su historia, sin embargo, no está solo la derrota. Sobre la Galizien recae la sombra de la brutalidad. Son muchos los autores que, según Bishop, sostienen que fue una división «sanguinaria y brutal» que cometió todo tipo de barbaridades contra la población local. Así lo confirmó esta misma semana el Centro Simon Wiesenthal para Estudios del Holocausto en un comunicado: «Fue responsable del asesinato en masa de miles de civiles inocentes con un nivel de brutalidad y malicia incomparables». David McCormack, autor de ‘The Galician Division. 1943-1945’ es de la misma opinión, aunque rebaja en su obra las locuras perpetradas por el grupo: «El vórtice de violencia ilimitada en el que se sumergieron pudo embrutecerles. Su papel puede haber sido ‘marginal’, como explican algunos, pero eso no significa que fuera insignificante».
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, y tras la rendición de su unidad, Hunka hizo todo lo posible por huir de Alemania. En primer lugar cruzó el canal y se instaló en el Reino Unido, donde contrajo matrimonio. Sin embargo, el miedo y la sombra de la persecución aliada le hicieron tomar un barco hasta Canadá. El antiguo soldado pudo haber pasado página. De hecho, se zambulló de lleno en la industria aeronáutica y consiguió un buen trabajo como ingeniero. Pero, a la vez, continuó sus relaciones con la comunidad de veteranos de las Waffen SS exiliados en la zona. El golpe de gracia lo dio cuando, en 2011, hizo una desagradable comparación entre sus camaradas exiliados y los judíos:
«Creo que era la voluntad de Dios que viajáramos por el mundo como la tribu de Israel, le contáramos al mundo lo que había sucedido en Ucrania y, 45 años después, volviéramos con ayuda. Nuestra misión fue difícil porque el mundo sabía muy poco sobre nosotros. Y lo que sabía, fue presentado de forma falsa por nuestros vecinos. Para un occidental, todo el camino hacia el este, desde Varsovia hasta Japón, era Rusia. Poco a poco, mediante trabajo duro y contactos, fuimos ganándonos la opinión de los pueblos occidentales y los atrajimos a nuestro lado».
Odio a los soviéticos
Hunka fue uno de los muchos ucranianos que se mostraron contrarios a la URSS. La realidad es que aquella primigenia Ucrania alumbrada al calor de la Revolución de Octubre y la Primera Guerra Mundial ya sufrió los sinsabores de la muerte cuando, a partir de 1917, auspició en su seno una guerra civil entre independentistas, imperialistas rusos y bolcheviques. Un cóctel letal que derivó en la muerte de miles y miles de ciudadanos a manos de las balas y las bayonetas. Lo que pocos saben es que los tres millones de judíos que vivían en la región, aproximadamente un 12% de la población total del país, sufrieron un destino distinto: el de la barbarie y la represión por la religión que profesaban.
Así lo explica el catedrático de Historia y Estudios Judaicos en la Universidad de Michigan, Jeffrey Veidlinger, en ‘En el corazón de la Europa civilizada’ (Galaxia Gutenberg). En sus palabras, es necesario recordar a la sociedad que, antes de la llegada del nazismo, se sucedieron tres años de violencia indiscriminada contra los judíos ucranianos. Una infinidad de pogromos lo demuestran; el más sonado, de un millar de muertos. Aunque hubo otros tantos más pequeños en los que ciudadanos y soldados rusos robaron las propiedades a sus vecinos semitas, les arrancaron las barbas y les torturaron antes de darles un paseo por las afueras de las ciudades y fusilarlos.
Los números estremecen. Según Veidlinger, los tres años de represión provocaron un mínimo de 40.000 semitas asesinados. La cifra más aceptada, sin embargo, eleva esta cifra hasta los 100.000, pues entre 60.000 y 70.000 más fallecieron después a causa de las heridas o las enfermedades. Pero el catedrático en historia va más allá y se atreve a afirmar que aquellos pogromos –o persecuciones masivas– fueron el precedente directo del Holocausto. No solo eso, sino que es partidario de que Adolf Hitler se basó en ellos para orquestar su matanza sistemática de seis millones de judíos a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial. Lo que sí está claro es que, cuando el ‘Führer’ conquistó Ucrania en el verano de 1941, comenzó un proceso similar e igual de bárbaro.