28 marzo, 2024

Los detalles desconocidos de la firma que puso fin a la IIGM hace hoy 75 años: «¡Que Dios preserve la paz!»

El general MaCarthur observa como uno de los representantes de Japón firma la rendición, poniendo punto y final encima del acorazado Missouri a la Segunda Guerra Mundial - Vídeo: Así fue la rendición de Japón: una ceremonia que puso fin a la Segunda Guerra Mundial - ABC Multimedia
El general MaCarthur observa como uno de los representantes de Japón firma la rendición, poniendo punto y final encima del acorazado Missouri a la Segunda Guerra Mundial – Vídeo: Así fue la rendición de Japón: una ceremonia que puso fin a la Segunda Guerra Mundial – ABC Multimedia

El 2 de septiembre de 1945, Japón firmó su rendición en el acorazado Missouri, frente al general MaCarthur y los representantes de las potencias vencedoras, poniéndose fin al mayor cataclismo de violencia de la historia de la humanidad. Asistieron poco más de un centenar de personas. «Nuestras diferencias ideológicas ya se han decidido en los campos de batalla del mundo y no van a ser objeto de debate por nuestra parte»

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ABC, 2 de septiembre de 1945: «Cuando el lector lea este periódico en la mañana de hoy, la ceremonia de la rendición se habrá efectuado ya a bordo del acorazado Missouri. Si nada ha intervenido a última hora, lo que es muy poco probable, el acto habrá tenido lugar a las 2 de la madrugada hora española. Japón pierde así todas las conquistas realizadas desde hace medio siglo y queda reducida a las cuatro islas metropolitanas, un territorio demasiado estrecho para más de 80 millones de habitantes».

Aquella ceremonia ponía fin de una vez por todas a la Segunda Guerra Mundial, el mayor cataclismo de violencia de la historia de la humanidad, con más de 60 millones de muertos. Era y sigue siendo, con toda probabilidad, el acto más importante de todos cuantos se han celebrado hasta el día de hoy en el ámbito de la política internacional. Pero, ¿cómo se desarrolló?, ¿cuánto duró?, ¿quién estuvo presente?, ¿cómo iban vestidos y cómo fue el cruce de miradas entre los representantes de ambos bandos?, ¿qué se dijeron?, ¿qué actitud tuvieron los perdedores, habida cuenta de la humillación que significaba para ellos aquella rendición? Detalles todo ellos que «las autoridades no iban a difundir por el momento», según apuntó también este periódico, y que han caído en el olvido tres cuartos de siglo después.

La guerra acabó tal día como hoy hace 75 años encima del mencionado acorazado, que se encontraba anclado en la bahía de Tokio. El Missouri era el más nuevo —y el último— de la Armada estadounidense. Había entrado en servicio en junio de 1944, justo cuando arrancaba la campaña para la conquista de Saipán. Pese a la elegancia de sus líneas y a su moderno equipamiento, había sido diseñado para una forma de guerra naval que ya casi no se practicaba. Y aunque había participado en campañas tan importantes como las de Iwo Jima y Okinawa, sobreviviendo al ataque de no pocos kamikazes, aquel iba a ser su gran momento histórico.

Su tripulación lo había fregado y cepillado hasta dejarlo en perfecto estado de revista: sus dorados estaban relucientes y sus nueve cañones de 406 mm apuntaban hacia el cielo en un ángulo de 45 grados, a modo de saludo. En uno de sus mástiles ondeaba la bandera de Estados Unidos, aunque aquel domingo también se habían izado las banderas de Gran Bretaña, la Unión Soviética y China, cuando el destructor Lansdowne de clase Gleaves, veterano de mil batallas en el Pacífico, de Guadalcanal a Okinawa, apareció por el horizonte a las 8.55 de la mañana y redujo su marcha hasta colocarse al costado del Missouri.

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ABC, el 2 de septiembre de 1945
ABC, el 2 de septiembre de 1945 – ARCHIVO ABC

«Una vez que la tripulación del Lansdowne amarró junto a la escala de embarque del Missouri, Mamoru Shigemitsu, ministro de Asuntos Exteriores de Japón, vestido impecablemente con su uniforme de gala, que incluía un sombrero de copa negro, bajó cuidadosamente hasta la rampa de acceso a la escala y empezó a subir. Lo hizo con cierta dificultad, pues hacía muchos años había perdido una pierna en Corea a causa de un atentado terrorista con bomba, y desde entonces llevaba una prótesis de madera», describe con todo detalle Craig L. Symonds en su último libro: «La Segunda Guerra Mundial en el mar» (La Esfera de Los Libros, 2019).

El prestigioso historiador estadounidense relata que, después de llegar a la cubierta del Missouri, Shigemitsu siguió avanzando de forma vacilante, con una visible cojera, apoyado en su bastón. «Resultaba un tanto doloroso el hecho de que Shigemitsu encabezara la delegación oficial de Japón, teniendo en cuenta que desde el principio él se había opuesto a las ambiciones de los militaristas del Estado Mayor del Ejército. Ahora que la locura de los belicistas había quedado plenamente en evidencia, Shigemitsu era el encargado de firmar el documento de rendición», añade Symonds.

El anuncio de Hirohito

Detrás de Shigemitsu iba el jefe de Estado Mayor del Ejército japonés, Yoshijirō Umezu, con su uniforme de campo de color verde y unos cordones dorados desplegados sobre el pecho. A diferencia de Shigemitsu, él sí había sido un furibundo defensor de continuar con la guerra. De ahí que estuviera anímicamente destrozado cuando, dos semanas antes, el emperador anunció que iba a rendirse. «Rompiendo todas las tradiciones japonesas, Hirohito ha hablado por primera vez ante el micrófono. Dijo a sus súbditos que Japón se había comprometido a deponer las armas ante Estados Unidos, Gran Bretaña, China y la URSS. «Después de pensar diariamente -declaró- sobre la situación general del mundo y la reinante hoy en nuestro Imperio, hemos decidido efectuar el arreglo de la misma recurriendo a una medida extraordinaria»», podía leerse en ABC.

Umezu había insistido hasta el final que Japón debía seguir luchando hasta que los británicos y los estadounidenses les ofrecieran unos términos mejores, pero tuvo que desistir cuando el emperador le ordenó personalmente que demostrara su lealtad aceptando la amarga derrota. Y tuvo que acudir a la humillante ceremonia del Missouri, junto a dos contraalmirantes relativamente jóvenes. Uno de ellos era Sadatoshi Tomioka, que también se había opuesto al ataque contra Pearl Harbor y a la campaña de Midway. El otro era Ichiro Yokoyama, el último agregado japonés en Estados Unidos antes de la guerra.

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Una vez que todos los miembros de la delegación japonesa llegaron a la cubierta del Missouri, los oficiales de Estado Mayor estadounidenses los dispusieron en tres hileras, con Shigemitsu y Umezu al frente. Los once delegados permanecieron allí en pie estoicamente, con rostro hierático, mientras los fotógrafos oficiales registraban el momento para la historia, en una tensa espera que «a Umezu aquello le resultó extraordinariamente dolorosa», según el historiador estadounidense.

El general MacArthur

Enfrente de ellos, a seis metros de distancia, al otro lado de una mesa de comedor corriente cubierta con un paño verde, se encontraban los representantes de los nueve países que habían participado en la guerra contra Japón. Douglas MacArthur, comandante en jefe de los aliados en el Pacífico, presidía la ceremonia con un uniforme de manga larga de color caqui que carecía de adornos salvo por un círculo de cinco estrellas de plata en ambas puntas del cuello de su camisa. Detrás de él, los representantes de los aliados de Estados Unidos vestían sencillos uniformes de cuello abierto de color caqui, salvo el representante británico, el almirante Bruce Fraser, que destacaba por su atuendo denominado uniforme blanco tropical: una camisa blanca de manga corta, pantalones cortos blancos hasta la rodilla y zapatos y calcetines blancos.

ABC, el 4 de septiembre de 1945
ABC, el 4 de septiembre de 1945 – ARCHIVO ABC

Había representantes hasta de la URSS, que solo había participado en la guerra del Pacífico durante tres semanas, Australia, los Países Bajos y, como no, China, pues aquella ceremonia era especialmente importante para ella, puesto que llevaba en guerra contra Japón desde 1937. Desde entonces había sumado entre 15 y 20 millones de muertos, treinta veces más que Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El daño sufrido solo era superado por los soviéticos, que había perdido a 26 millones de personas en la contienda.

En calidad de testigos, había más oficiales de uniforme caqui, en su mayoría estadounidenses, entre los que figuraban William Halsey, Charles Lockwood, John S. McCain y Richmond Kelly Turner. Por encima de ellos, abarrotando los pasamanos y sentados en lo alto de una de las torretas de artillería del buque, había cientos de marineros rasos, que forcejeaban para poder contemplar mejor aquel momento histórico. Algunos tenían las piernas colgadas del borde de la torreta. «Es muy probable que a cualquiera de los delegados japoneses que observaban la escena por el rabillo del ojo les pareciera deplorable semejante actitud informal, contraria a la disciplina, que nunca se habría tolerado en la Armada Imperial», subraya Symonds.

«Surgirá un mundo mejor»

El general MacArthur dejó claro nada más empezar que aquello no era una negociación ni un debate: «Las cuestiones que tienen que ver con nuestros diferentes ideales e ideologías ya se han decidido en los campos de batalla del mundo, y por consiguiente no van a ser objeto de discusión ni de debate por nuestra parte». A continuación manifestó su «ferviente esperanza» de que «surja un mundo mejor del derramamiento de sangre y de las matanzas del pasado». Y después invitó a todos «los representantes del emperador de Japón y del Gobierno japonés a firmar el Instrumento de Rendición en los lugares indicados».

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El primero en firmar fue Shigemitsu. Se acercó cojeando hasta la mesa, se quitó el sombrero, buscó un lugar para dejarlo y, al no encontrarlo, lo puso sobre la mesa. Después se sentó en la única silla que los estadounidenses había colocado, enfrente de los oficiales cuyos países habían derrotado a los nipones. Se inclinó hacia adelante, estampó cuidadosamente su nombre en caracteres kanji japoneses, y a continuación regresó a su puesto. Uno por uno, los demás delegados japoneses hicieron lo propio. Y a continuación, MacArthur anunció que a continuación iba a firmar él «en nombre de todas las naciones en guerra con Japón».

Aunque era un acto histórico y solemne, el comandante en jefe de los aliados decidió asumir una actitud desenfadada todo el rato, alternando entre tener las manos agarradas detrás de la espalda o metidas en los bolsillos. Una postura cómoda que rozaba, sin pretenderlo, la descortesía. Y mientras estampaba su firma, dos testigos con los rostros demacrados observaban la escena de cerca: el general estadounidense Jonathan Wainwrigh y el general británico Arthur Percival, que habían sido hechos prisioneros al principio de la guerra del Pacífico. Ambos habían estado cautivos de los japoneses durante cuatro años, pero sobrevivieron para presenciar aquella ceremonia.

«El acto ha concluido»

Después firmó Chester Nimitz, seguido de los representantes de China, Gran Bretaña, la Unión Soviética, Australia, Canadá, Francia, Países Bajos y Nueva Zelanda. La firma llevó varios minutos, durante los cuales nadie habló, salvo en susurros casi inaudibles de los actores secundarios presentes. Concluida la firma, MacArthur volvió a acercarse al micrófono. Hablando pausadamente con su estentórea voz de barítono, consciente de que su público no eran los escasos centenares de personas congregadas sobre la cubierta del Missouri, sino la historia misma, MacArthur anunció solemnemente: «Recemos para que a partir de ahora se restablezca la paz en el mundo, y que Dios la preserve para siempre. El acto ha concluido».

Un día más tarde, ABC recogía las palabras del presidente Truman: «No nos olvidaremos de Pearl Harbour, como tampoco los japoneses podrán olvidarse del acorazado Missouri». Y añadía: «A bordo del buque de guerra, ya famoso para siempre, ha quedado doblegado el orgullo de los agresores del extremo oriente, que se lanzaron a una guerra sin la menor posibilidad de salir triunfantes».

Origen: Los detalles desconocidos de la firma que puso fin a la IIGM hace hoy 75 años: «¡Que Dios preserve la paz!»

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