25 abril, 2024

Los hijos secretos de Alfonso XII y Alfonso XIII que cambiaron la historia

Retrato de Alfonso XIII (1905), por Julio Romero de Torres. ABC
Retrato de Alfonso XIII (1905), por Julio Romero de Torres. ABC

Entre una jauría de mujeres tan larga y variada como la lista de los reyes godos, el único hijo varón de Isabel II mantuvo como su amante oficial a la cantante Elena Sanz, una de las mayores voces de la historia de la ópera

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A pesar de la fama de libertinos de la dinastía de los Borbones, lo cual es más propio de la rama francesa, los primeros cinco reyes de esta familia en España fueron rigurosamente fieles a sus mujeres o, desde luego, no se les conocieron amantes notorias. Es el caso de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. A este último se le atribuyó ser víctima de la infidelidad de su esposa con Manuel Godoy, secretario y hombre fuerte del reinado, pero no parece que hubiera un componente sexual en esta extraña relación, más propia de un hijo y una madre que de dos amantes.

Harina de otro costal fue el Rey Fernando VII, un pionero para los Borbones españoles en este aspecto. De la mano de un destacado miembro de la camarilla, el Duque de Alagón, que seleccionaba a mujeres de mucho trapío y poco señorío para divertir al Rey, conoció a Pepa la Malagueña en una de sus muchas salidas nocturnas por los barrios bajos. Parece ser que esta mujer fue la amante más duradera de las que tuvo Fernando, que solía bromear con que el celibato no era para los Borbones. No consta, a pesar de sus esfuerzos, de la existencia de ningún hijo fuera del matrimonio.

Su hija Isabel II, casada con su primo Francisco de Asís, conoció ya en su adolescencia al militar moderado Francisco Serrano, «el general bonito», con una impresionante hoja de servicios. Junto a él se encaminó sin frenos hacia una aventura escandalosa con un hombre veinte años mayor que ella a principios de 1847. Serrano no fue más que el primero de los muchos amantes de Isabel. Este agitado comportamiento privado colocó a la Reina en el ojo de la opinión pública, que podía tolerar las infidelidades si las protagonizaban los hombres pero no si eran ellas las escandalosas. Tampoco se puede hablar de que ninguno de sus hijos fuera bastardo, pues todos fueron incluidos con brocha gorda como nacidos en el fallido matrimonio…

Los bastardos llegarían con los Alfonsos. Entre una jauría de mujeres tan larga y variada como la lista de los reyes godos, Alfonso XII, el único hijo varón de Isabel II, mantuvo como su amante oficial a la cantante Elena Sanz, una de las mayores voces de la historia de la ópera. Huérfana sin fortuna, esta valenciana se hizo a sí misma tras ser educada en el madrileño Colegio de las Niñas de Leganés, institución fundada por Ambrosio Spínola, aquel general que rindió la ciudad de Breda en el siglo XVII, con objeto de proteger a niñas sin recursos, sobre todo a las más bonitas, pues están «más expuestas a los peligros del mundo» que las feas (esto se sobreentiende por sus estrictos estatutos).

La voz de fantasía de Elena no tardó en llamar la atención de los mortales. Becada por Isabel II para completar su formación en el extranjero, la niña triunfó tanto en los teatros de Europa como en los de América. Fue por medio de la propia reina como se produjo el primer encuentro de la contralto y el príncipe cuando este estudiaba en Viena. Él contaba entonces más espinillas que años, mientras que ella, de veintisiete primaveras, exhibía lo que Pérez Galdós definió como «espléndidas hechuras». El republicano Emilio Castelar, por su parte, se puso estupendo para describirla como «una divinidad egipcia, los ojos negros e insondables, cual los abismos que llaman a la muerte y al amor».

Él contaba entonces más espinillas que años, mientras que ella, de veintisiete primaveras, exhibía lo que Pérez Galdós definió como «espléndidas hechuras»

Desde los escuchimizados cánones actuales la belleza valenciana más bien parece algo vasta y demasiado compacta, pero en ese tiempo se sobró para camelar al adolescente Borbón, que ya coronado se reencontró con Elena en Madrid durante el estreno de la ópera ‘La Favorita’, de Gaetano Donizetti, en la que actuaba. La cantante aparcó su carrera artística para instalarse en un lujoso piso situado en la confluencia de las calles Alcalá y Jorge Juan, que pagaba con la fabulosa pensión, aun así inferior a lo que ganaba en los escenarios, que el rey le entregada a cambio de su felicidad.

Con la favorita tuvo dos hijos, Alfonso y Fernando, a los que el Rey nunca llegó a reconocer. Cuando años después, ya fallecido el Monarca, la regencia le retiró la pensión asignada a Elena Sanz, esta pleiteó con la casa real para demostrar con ciento diez documentos comprometedores en la mano, ni uno más ni uno menos, que sus hijos lo eran de Alfonso XII. Le asistió en esta batalla legal Nicolás Salmerón, abogado y uno de los presidentes de la Primera República, lo que garantizó a partes iguales pasión y profesionalidad en el lance.

Investidura de Alfonso XII como gran maestre de las Órdenes Militares el día 24 de febrero de 1877 ABC

La casa real acordó finalmente comprar las cartas por setecientas cincuenta mil pesetas, una cantidad millonaria que hoy daría para un yate de los gordos, de la que dos terceras partes se ingresó en un fondo que los hijos recibirían cuando alcanzaran la mayoría de edad. Al quebrar el banco que custodiaba los títulos a principios del siglo XX, los dos bastardos reales reclamaron el reconocimiento como hijos del monarca y, para levantar cierta polvareda, se dejaron notar por Madrid. Aquellos calcos de Alfonso XII se pavonearon por las calles provocando más de un besamanos improvisado, pero no lograron avances en su causa legal.

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La justicia desmontó sus solicitudes porque «un monarca no está sujeto al derecho común», y en consecuencia no se le podían reconocer hijos fuera del matrimonio, aparte de que la Constitución de 1876 declaraba que «el Rey no puede tener más hijos que los que le nacen dentro del matrimonio», con expresa mención de que «no se consiente la injerencia de seres extraños».

Siempre les quedaba París

La lista de amantes de Alfonso XIII es interminable, tal vez solo comparable a la de Felipe IV y, en menor media, la de su padre. Bajo el nombre de Monsieur Lamy pastoreó a varias mujeres hacia París, donde vivió encuentros tan tórridos como ruidosos. La mayoría de las damas nocturnas del Rey entraba y salía con la misma presteza de la alcoba real. Gerard Noel, el biógrafo británico de la reina Victoria Eugenia, recordaba que Alfonso hacía el amor «igual que devoraba una merienda: sin gusto ni gracia, fatalmente como un patán. Ninguna mujer sensata repetiría la experiencia, aunque todas gustaban de probarla una vez». Lo anterior tenía una explicación: el Rey padecía halitosis.

Fotografía de Carmen Ruiz Moragass. ABC

Se suele dar por válida la cifra de unos cinco hijos fuera del matrimonio, aunque falta todavía perspectiva histórica para hacer un cálculo global del impacto del apetito sexual de Alfonso XIII en la población femenina. Poco después de su boda con Victoria Eugenia, el Rey preñó a una nodriza irlandesa, que fue expulsada de la corte y con la cual tuvo una hija sobre la que siempre sintió predilección. Una aristócrata francesa le dio por vástago a Roger de Vilmorin, un botánico, horticultor y genetista muy destacado en el país vecino. Y fruto de su relación secreta con María Milans del Bosch, hija de su general más leal, nació una niña.

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Pero, sin duda, su amante más resistente, cuya existencia quizás más cabreaba a la Reina, era Carmen Ruiz de Moragas, una mujer de baja cuna, moderna y culta, a la que el Rey apodaba Neneta. La familia de esta actriz de cine y teatro intentó prevenirse del escándalo cansándola con un torero mexicano, pero el matrimonio solo duró seis meses, tras los cuales Neneta cayó atrapada varios lustros en la telaraña del Rey, que firmaba sus cartas con el sobrenombre de El Soldadito o Toledo. De la relación nacieron dos hijos, María Teresa y Leandro, al que la justicia española autorizó en 2003 a usar el apellido Borbón.

Origen: Los hijos secretos de Alfonso XII y Alfonso XIII que cambiaron la historia

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