23 noviembre, 2024

Los legendarios guerreros de Alamut, la secta de los asesinos

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Desde su inexpugnable fortaleza de Alamut, en Irán, los nizaríes extendieron su doctrina chiita por el Próximo Oriente en tiempos de las cruzadas. La fama de sus atentados llegó hasta Europa, donde se les conoció como «asesinos»

El viejo de la montaña

Según cuenta Marco Polo, el líder de los asesinos hacía beber un brebaje a los jóvenes que adiestraba en el uso de las armas para adormecerles y que despertaran en un lugar maravilloso. Así les hacía creer que él era un profeta que poseía las llaves del paraíso y obtenía absoluto poder sobre su voluntad. Miniatura del Libro de las Maravillas. Siglo XV. Biblioteca Nacional, París.

Foto: Bridgeman / Aci

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El arma de los asesinos

Daga persa con incrustaciones de oro y piedras preciosas. Museo Victoria y Alberto, Londres.

Foto: MATJAZ KRIVIC / GETTY IMAGES

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La fortaleza de Alamut

El cuartel general de los asesinos, en el actual Irán, recibía el nombre de Aluh Amujt (nido de águilas). Su sola mención causaba pavor en todas la cortes de Persia.

Foto: Werner Forman / Gtres

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El oro de los asesinos

Los nizaríes se convirtieron en un movimiento tan poderoso que incluso acuñaron monedas de oro como esta del siglo XII. Se encuentra en la Sociedad Numismática, en Nueva York.

Foto: Akg / Album

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Alejandro Magno y los recogedores de opio. Miniatura. 1495. Palacio de Topkapi, Estambul.

Los orientalistas europeos del siglo XIX contribuyeron a difundir la idea de que los hashishiyya se llamaban así porque ingerían hachís antes de cometer sus atentados. Sin embargo, las acciones de los fedayines requerían una preparación y una paciencia reñidas con el consumo de drogas. Lo más probable es que se tratara de un término despectivo que los cruzados interpretaron mal.

Foto: E. Lessing / Album

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El gran imperio fatimí

Bajo el gobierno fatimí, Egipto fue el centro de un gran imperio que abarcaba desde el norte de África hasta Siria y Yemen. Aquí se puede ver un pendiente de oro con incrustaciones realizado por artesanos fatimíes. Data del siglo XI y se encuentra en el Museo de Arte Islámico, El Cairo.

Foto: Julian Love / Getty Images

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Mezquita de Al-Azhar

EL Cairo, la capital del Egipto fatimí, fue el gran centro de poder ismaelita. En la imagen, la mezquita fatimí de al-Azhar, erigida en el año 972.

Foto: Bridgeman / Aci

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Asesinato de Nizam Al-Mulk. Miniatura persa. Palacio de Topkapi, Estambul.

Muerte al visir

El visir Abu’Ali Hasan, más conocido por su título de Nizam al-Mulk, «el orden del reino», fue la primera víctima de alto rango asesinada por orden de Hasan-i Sabbah. Este acto marcó el fin de la dinastía selyúcida y la desaparición del mejor político de su tiempo. Su tratado sobre el gobierno se adelantó cuatro siglos a El príncipe de Nicolás Maquiavelo.

Foto: TOP FOTO / CORDON PRESS

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San Luis, rey de Francia, recibe en Egipto a los mensajeros del viejo de la montaña en 1251.

Los asesinos vistos por un cronista

«En las fronteras de Damasco, Antioquía y Alepo hay un tipo de sarracenos en las montañas comúnmente llamados heyssessini y, en romano, señores de la montaña. Esta raza de hombres viven sin ley, comen carne de cerdo contra la ley de los sarracenos y abusan de todas las mujeres con indiferencia, incluso de hermanas y madres […] Entre ellos hay un señor que causa un gran temor a todos los príncipes sarracenos cercanos y lejanos, así como a los vecinos cristianos, porque tiene una asombrosa forma de matarlos […] Este príncipe tiene muchos y hermosos palacios en las montañas […]. En estos palacios tienen a muchos de los hijos de sus campesinos, llevados desde la cuna […] Les enseñan a obedecer al señor de su tierra, a todas sus palabras y órdenes.
Cuando están en presencia del príncipe les pregunta si desean obedecer sus órdenes y otorgarles el paraíso […] Se postran a sus pies y responden con fervor ser obedientes en toda cosa que se les ordenase. A continuación, el príncipe les entrega un cuchillo de oro y les ordena matar a todo príncipe que él señale«.
Burchard de Estrasburgo, Crónica de los eslavos (1175), lib. VII, cap. 8.

Foto: Ullstein / Photoaisa

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Hasan-i Sabbah

El viejo de la montaña. Grabado coloreado.

Foto: Dea / Album

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Placa de marfil

Este objeto adornó un ataúd de época fatimí. siglos XII-XIII. Museo del Bargello, Florencia.

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Próximo oriente hacia el año 1100

El grupo más heterodoxo del Islam

En contraste con el legalismo de la corriente mayoritaria del Islam, la sunnita, los ismaelíes daban más importancia a la interpretación esotérica del Corán que al cumplimiento de las leyes de la sharia, la ley islámica De hecho, para ellos la abolición de la sharia era el último paso para alcanzar la «resurrección espiritual». Esta ruptura del equilibrio entre la doctrina y la sharia hace de los ismaelíes uno de los grupos más singulares que se hayan conocido en el Islam. Cuando en agosto del año 1164 se proclamó en Alamut la «gran resurrección», la sharia quedó derogada y los creyentes fueron liberados del cumplimiento de las leyes musulmanas. El Islam en Alamut y en el resto de las plazas bajo su autoridad pasaba a ser una religión estrictamente espiritual y personal.

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Foto: Bridgeman / Aci

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El enemigo selyúcida

Los nizaríes atacaron con éxito al sultanato selyúcida, que se extendía de Asia Central a Palestina. Abajo, incensario selyúcida de bronce en forma de león procedente de Jorasán (Irán). Museo del Louvre.

Foto: FRÉDÉRIC SOREAU / GETTY IMAGES

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Castillo de Masyaf

Ubicado en el valle del Orontes, en la población de Masyaf (Siria), esta fortaleza fue el centro del poder nizarí durante algo más de un siglo, hasta finales del siglo XIII.

Foto: Akg / Album

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El golpe más duro

Los mongoles, hábiles jinetes y valerosos guerreros, liderados por Hulagu, nieto de Gengis Kan, arrasaron las fortalezas de los nizaríes, que no se recuperarían hasta el siglo XV. En la imagen se ve una silla de montar mongola. Se encuentra en el Museo del Hermitage, San Petersburgo.

Foto: PHOTOAISA

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Sitio de Alamut por los mongoles. 1438. Biblioteca nacional, París.

La caída de Alamut

En 1255, Hulagu, hermano del gran kan de los mongoles Mongke, lanzó una ofensiva contra la secta de los asesinos, que en 1241 había asesinado a Chagatai, uno de los hijos de Gengis Kan.
El líder nizarí Rukn al-Din negoció con los mongoles y propició la rendición de Alamut. Hulagu hizo destruir la fortaleza y quemar la mayor parte de la biblioteca que allí se guardaba.

el 28 de abril 1192, Conrado de Monferrato celebraba en Tiro su designación como rey de Jerusalén –un título importante para los cruzados, pese a que la capital de Tierra Santa había caído en manos de Saladino cinco años atrás–. Entonces llegaron dos emisarios con un mensaje para él.

Mientras Conrado tenía las manos ocupadas sosteniendo el escrito, los enviados se acercaron, sacaron sus dagas y acabaron con él. Y aunque había muchos más cristianos que musulmanes interesados en su muerte, se culpó del crimen a un extraño grupo que los cronistas de la época conocían por los nombres de assessinis, assissinis, axecessi, axasessi y, sobre todo, assissinorum secta, la «secta de los asesinos»; términos que darían lugar a la palabra «asesino» que usamos hoy en día.

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Aunque esta secta era conocida por los cruzados, los relatos que nos han llegado son muy confusos. Todos los testimonios llaman al líder de estos asesinos «el viejo», aplicándole calificativos tan descriptivos como el «señor de las dagas». El rabino Benjamín de Tudela, que hizo un viaje por Palestina en torno a 1170, iba más allá y presentó a este anciano como un profeta entre los suyos, el shayk al-Hashishim, «jefe de los asesinos». También todos estaban de acuerdo en que estos asesinos no eran buenos musulmanes. Su falta de celo los llevó a aparecer en las crónicas cristianas como infieles y maestros de la incredulidad, gentes que gustaban del vino y de la carne de cerdo en contra de las normas del IslamA esto hay que añadir los rumores sobre su vida en comunidad, entre ellos la supresión de la propiedad privada y, lo que era más sugerente, ciertas libertades sexuales que se les achacaban. Su supuesto poco apego al Islam hizo que se les creyese desde descendientes de judíos hasta individuos prestos a cristianizarse.

A pesar de la confusión sobre las creencias de los asesinos, otro cronista apuntaba un par de cosas muy interesantes sobre ellos. La primera es que su jefatura no se establecía por vía hereditaria, sino por méritos propios, algo que chocaba frontalmente con los hábitos de los cristianos en Tierra Santa.

La segunda, que los asesinos atacaban a los príncipes que abusaban del pueblo. Aun así, el Viejo y sus asesinos podían haber quedado como una anécdota más dentro de los relatos de las cruzadas de no ser porque a principios del siglo XIV se difundió con enorme éxito por toda Europa el Libro de las maravillas de Marco PoloEn él se presenta al Viejo de la Montaña utilizando drogas para formar a sus asesinos, y ésta fue la versión que quedó grabada en la imaginación de los europeos durante siglos.

UN CISMA RELIGIOSO

Para comprender la naturaleza de esta «secta de los asesinos» hay que remontarse hasta los orígenes del Islam. Tras la repentina muerte de Mahoma en el año 632 sin dejar un sucesor claro, se desató una feroz lucha por el liderazgo de la comunidad musulmana que provocaría un gran cisma. Los partidarios del primo y yerno de Mahoma, Ali ibn Abi Talib, reclamaron el poder para él ya que pertenecía a la familia del Profeta. En cambio, sus rivales defendían que cualquier miembro de la tribu de Mahoma podía acceder a liderar la comunidad. Con el paso del tiempo, la disputa entre los seguidores de Ali, conocidos como chiitas, y sus enemigos, los sunnitas, dividiría a la Umma, la comunidad musulmana forjada por la actuación de Mahoma.

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El mensaje chiita fue ganando muchos adeptos no árabes en las nuevas tierras conquistadas, sobre todo entre los persas. Estos recién conversos, recelosos de los nuevos amos árabes y poco islamizados, poseían creencias milenarias, como el mazdeísmo, que enriquecieron notablemente el Islam chiita. Además, a partir del siglo VIII empezó a desarrollarse en tierras persas una interpretación particular del Corán, una lectura simbólica o esotérica que incorporó asimismo elementos de la filosofía de la antigua Grecia. Dada la presión de la ortodoxia sunnita dominante, esta interpretación se llevó a cabo de forma secreta y bajo un sistema de enseñanza muy jerarquizado, siguiendo la idea de que mientras que para el vulgo era suficiente la lectura literal del Corán y el cumplimiento de la sharia o ley islámica, los iniciados podían conocer la verdad última oculta en el libro sagrado.

LOS REVOLUCIONARIOS ISMAELÍES

En el siglo IX, la interpretación esotérica del Corán quedó encarnada en una facción chiita conocida como ismaelíes. Organizados como una sociedad secreta, expertos en la acción clandestina para eludir las persecuciones de los poderes sunnitas, crearon un sistema de misioneros o propagandistas capaces de actuar por todo el Islam. Estos misioneros se encontraban entre los hombres más educados de su tiempo, por lo que en muchos de los logros intelectuales de la época se puede detectar la presencia de los ismaelíes. No sólo era un grupo que estaba asimilando las nuevas ideas, sino que se trataba de un verdadero movimiento revolucionario temido en todas las cortes musulmanas. Ciertas dosis de mesianismo –la creencia en la próxima llegada de un mahdi o «bien guiado» que inauguraría una era de equidad y luz– ayudaban a dar esperanzas a todos los que deseaban justicia.

Como movimiento revolucionario, los ismaelíes lograrían su objetivo de tomar el poder en el año 909, en el norte de África. Con ayuda de tribus bereberes conquistaron Túnez y establecieron el llamado califato fatimí. La conquista de Egipto en 969 y su expansión hacia Palestina y Siria hicieron de los fatimíes una de las mayores potencias de su época. La tolerancia hacia los cristianos y los judíos sería una de las señas de identidad de la nueva dinastía, mientras que la pasión de los ismaelíes por el conocimiento convertiría a El Cairo en el mayor centro cultural y científico del Islam durante un par de siglos.

Los últimos conversos al Islam, los selyúcidas se convirtieron en los más férreos defensores de la tambaleante ortodoxia sunnita

Los fatimíes sometieron un vasto territorio mientras proseguía la actividad de los misioneros ismaelíes. Si a esto añadimos el control del califato de Bagdad por una dinastía chiita desde mediados del siglo X, los búyidas, parecía que el Islam chiita desplazaría al sunnismo del mundo musulmán. Pero sucedió entonces que los últimos conversos al Islam, los selyúcidas –una dinastía de origen turco–, se convirtieron en los más férreos defensores de la tambaleante ortodoxia sunnita: en 1055 arrebataron Bagdad a la dinastía búyida , lo que impidió la expansión del chiismo.

UN LÍDER INTELIGENTE Y AUDAZ

A mediados del siglo XI, un joven estudiante persa de 17 años llamado Hasan-i Sabbah se encontró con un misionero ismaelí. Su curiosidad le hizo entablar relación con el misionero, quien, según cuenta el mismo Hasan en su autobiografía, sembró la duda sobre sus creencias hasta destrozarlas por completo. Y, lo que es más importante, le mostró que podía existir la verdad fuera del Islam. Tras estudiar los textos ismaelíes y sobrevivir a una terrible enfermedad, Hasan-i Sabbah se unió a la causa ismaelí en junio de 1072. Tras seis años y medio de iniciación demostró su talento hasta el punto de ser enviado a El Cairo, el corazón intelectual del ismaelismo, desde donde accedería a los más altos grados de la organización.

Pero la ciudad que encontró Hasan-i Sabbah no era la de los tiempos de esplendor del Imperio fatimí. Siete años consecutivos de malas cosechas debidas a las escasas crecidas del Nilo, con sus inevitables revueltas, habían dejado a Egipto en la más absoluta miseria. De la actividad de Hasan-i Sabbah en Egipto sólo existen rumores, aunque se puede suponer que recibió la instrucción propia de un alto cargo dentro de la estructura ismaelí. Tres años después lo encontramos ejerciendo de misionero en Persia. Casi una década de esfuerzos organizando a los ismaelíes, captando más seguidores y conspirando en la clandestinidad contra los selyúcidas culminaría con la toma del castillo de Alamut, en las inaccesibles montañas del Daylam, en el actual Irán. Con una audaz táctica basada en la infiltración y el soborno, Hasan-i Sabbah entraba el 4 de septiembre de 1090 en la fortaleza sin que la guarnición presentase oposición. Con estos métodos no tardaría en ocupar otras fortalezas en las zonas montañosas de Persia y consolidar un imponente sistema defensivo.

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EL VIEJO DE LA MONTAÑA

Pasar a la ofensiva contra los selyúcidas no sería tan fácil. Hasan-i Sabbah sabía perfectamente que atacar en campo abierto sólo daría gloria a los mártires, pero no depararía ninguna victoria. La solución que encontró fue organizar un cuerpo especial de combatientes, los fedayines, y lanzarlos contra objetivos muy bien seleccionados. Estos fedayines –término árabe que significa «los que ofrecen su vida por otro»– debían cumplir su misión sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos, ya fuese su tortura o ejecución. En octubre de 1092 acabaron con la vida del visir Nizam al-Mulk, un pilar fundamental del sultanato selyúcida. Al mes siguiente, el sultán selyúcida Malik Shah fallecía envenenado. La conocida capacidad de infiltración por parte de los ismaelíes señalaba a Alamut como origen del magnicidio. Tras la muerte del sultán, las luchas por la sucesión acabarían destruyendo el poder selyúcida, reducido a una serie de pequeños reinos muy debilitados. Hasan-i Sabbah había vencido sin presentar batalla, y la efectividad de sus métodos quedó confirmada.

Había llegado el momento de expandir la doctrina de Alamut, y Siria parecía el lugar idóneo

La gran victoria ismaelí en Persia contrastaba con las noticias que llegaban de El Cairo. Allí también se desató una lucha por el poder, que en este caso sentenció a los fatimíes. Hasan-i Sabbah tomó partido por uno de los aspirantes al trono, Abu Mansur Nizar, quien fue asesinado en 1095. Esto creó un cisma entre los ismaelíes: los partidarios de Hasan-i Sabbah, que empezaron a ser conocidos como nizaríes, se desvincularon de El Cairo y empezaron a operar con total independencia. Había llegado el momento de expandir la doctrina de Alamut, y Siria parecía el lugar idóneo.

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Con este objetivo, a principios del siglo XII, Hasan-i Sabbah decidió enviar misioneros a Siria y Palestina, donde se habían instalado los cruzados europeos tras conquistar Jerusalén en 1099. Al principio, las relaciones con éstos fueron hostiles, lo que obligó a los nizaríes a cambiar constantemente de base de operaciones: así, del castillo de Apamea pasaron a Damasco y luego se instalaron en el castillo de Baniyas, hasta que en 1140 se hicieron con la fortaleza de Masyaf, cerca de Hama. Por puro pragmatismo decidieron entonces establecer una alianza con los europeos y al final incluso se convirtieron en tributarios de los templarios, a los que pagaban dos mil piezas de oro al año. En la década de 1160, llegó a Siria Rashid al-Din Sinan, un virtuoso asceta, dotado del don de la profecía y con ciertos poderes sobrenaturales, según los propios nizaríes. Sinan, el «Viejo de la Montaña» del que hablan los cronistas de las cruzadas, forjó un complejo sistema de alianzas con cruzados y musulmanes que mantendría a salvo a los nizaríes.

ATENTADOS EN TIERRA SANTA

Sinan se introdujo de noche en la tienda del sultán y dejó a su lado unas galletas, una daga envenenada y un poema

Mientras los nizaríes tendían esta red de alianzas con cruzados y musulmanes, llevaron a cabo los atentados que darían pie a su leyenda en Occidente. Así, en 1106 fue asesinado Khalaf ibn Mula’ib, emir de Apamea. Veinte años más tarde caería Aqsonqor il-Bursuqi, atabeg o gobernador de Alepo. El primer cristiano abatido por los nizaríes fue Raimundo II, conde de Trípoli, en 1152. Sinan, que se sentía amenazado por el sultán ayubí Saladino –quien desde 1174 se había convertido en el hombre fuerte en la región– envió fedayines en dos ocasiones para matarlo, pero Saladino salió ileso y en respuesta decidió acabar con los nizaríes. Sitió el castillo de Masyaf, pero, cuando todos daban por hecho que éste sería el fin de Sinan y los suyos, Saladino se retiró inesperadamente. Cuentan que Sinan se introdujo de noche en la tienda del sultán y dejó a su lado unas galletas, una daga envenenada y un poema; al parecer, Saladino entendió el mensaje.

Los nizaríes protagonizaron otros atentados. Además de matar a Conrado de Monferrato, rey de Jerusalén, en 1213 acabaron con la vida de Raimundo, conde de Trípoli; en 1252 asesinaron a Isabel I, reina de Armenia, y en 1270, a Felipe de Monforte. Dos años más tarde, su objetivo fue Eduardo I de Inglaterra, que se salvó, pero comprendió el mensaje y abandonó de inmediato Tierra Santa, adonde había llegado como jefe de la novena cruzada. Por entonces, los nizaríes habían ya perdido su gran base en Irán, Alamut, conquistada por los mongoles en 1256, tras lo que se dispersaron por diversos países, desde el Yemen hasta la India, dejando tras de sí el recuerdo de su determinación implacable.

Origen: Los legendarios guerreros de Alamut, la secta de los asesinos

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