Los tres tipos que creían ser Dios: el experimento que puso a prueba la paradoja más extrema imaginable
Año 1959, el psicólogo Milton Rokeach se hace la siguiente pregunta: ¿dónde está límite de la fe y creencias humanas? Bajo esta premisa comienza el experimento conocido como la Trinidad de Cristos: el encuentro durante dos años en una habitación con tres personas que aseguran ser el mismísimo Jesús. ¿Qué podría suceder cuando cada uno de ellos se enfrenta a la paradoja más extrema imaginable?
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Año 1959, el psicólogo Milton Rokeach se hace la siguiente pregunta: ¿dónde está límite de la fe y creencias humanas? Bajo esta premisa comienza el experimento conocido como la Trinidad de Cristos: el encuentro durante dos años en una habitación con tres personas que aseguran ser el mismísimo Jesús. ¿Qué podría suceder cuando cada uno de ellos se enfrenta a la paradoja más extrema imaginable?
La idea por tanto estaba clara. Si quería poner a prueba la posibilidad de quebrar la mayor de las creencias en un ser humano, lo debía hacer bajo una mente humana al límite, una fe que escapa a cualquier principio de lógica. Así que el encuentro que tuvo lugar en el verano de 1959 tenía todos los mimbres para, desde un punto de vista psicológico, al menos encontrar una respuesta, quizá incluso una solución a la cuestión. Esto fue lo que ocurrió en los dos años que duró el experimento.
Milton Rokeach, una vida dedicada al estudio de los valores y creencias
Milton Rokeach fue un psicólogo estadounidense de origen polaco además de profesor en varias universidades del país. Un hombre cuyo trabajo en el campo de la psicología fue de gran relevancia en el siglo pasado. Posiblemente el trabajo del que hoy hablamos fue el más famoso al enfrentar de esta manera a tres enfermos mentales.
Pero no fue el único. Rokeach también llevó a cabo un importante estudio en la década de lo 50, un trabajo en el sur de Estados Unidos donde trataba de determinar la base de los prejuicios raciales. La exposición final encontró que el problema estaba relacionado de manera directa con el nivel socioeconómico, llegando a la conclusión de que tal sesgo se utilizaba en un intento por elevar el estatus propio de los ciudadanos.
Más tarde llegaría la publicación de su libro The Nature of Human Values (1973), donde Rokeach se lanza a explicar toda una escala de valores por las que los seres humanos nos guiamos en la vida. Un libro que sirvió de prueba y donde postuló que cada uno de nosotros tiene un número relativamente pequeño de “valores humanos distintivos”, es decir, los puntos de referencia internos que cada persona usa para desarrollar sus actitudes y opiniones, y que gracias a ellas se podría predecir una amplia variedad de nuestro comportamiento incluyendo afiliaciones políticas o creencias religiosas.
Con este historial podemos entender mejor la medida que quiso poner a prueba con el experimento de 1959. ¿Podría cambiar los valores de tres esquizofrénicos que creen ser Dios?
Hola, me llamo Jesús
El psicólogo ya había pasado tiempo investigando la relación que existe entre la identidad de una persona y sus creencias más íntimas. Los trabajos siempre le llevaban a la mismas preguntas: ¿son esos cánones internos del comportamiento fundamentales para la determinación de la personalidad? ¿Qué ocurre cuando uno de los principales ejes de los sistemas de creencias de una persona se ve amenazado?
Para empezar con sus propias hijas. Rokeach había visto en el ejemplo de sus pequeñas cómo eran sumamente sensibles a cualquier intento de violación de su identidad. Un ejemplo: en sus libros hablaba de una anécdota en la que a modo de broma mezclaba los nombres de sus dos hijas. Estas le preguntaban en un primer momento a su padre si se trataba de una broma, a lo que el psicólogo continuaba con el juego, momento en el que ambas comenzaban a mostrarse cada vez más nerviosas. Rokeach entonces les diría que no se trataba de un juego, justo el momento en el que ambas le piden que parase. Como él mismo diría, estaba atacando directamente al núcleo de la más íntima convicción, el sentido de identidad de ambas.
Él sólo podía aventurar una respuesta a lo que habría sucedido si se hubiera mantenido en su postura de mezclar sus nombres una semana entera, pero obviamente nos encontraríamos con un experimento que cruzaría todas las líneas de lo que podríamos considerar como ético. En cambio había leído algo parecido a lo que tenía en mente. En las prisiones chinas llevaban años realizando lavados de cerebro con técnicas similares, experimentos que sugerían que los efectos sobre la identidad de una persona eran realmente fuertes.
Así fue como llegó a la conclusión de que podría llevar a cabo un experimento similar con tres personas que tengan algún tipo de rasgo psicótico en la mente, con personas que piensan que son otra persona. La idea era que si podía reunir bajo un mismo techo a varios, y que todos piensen que son la misma persona, esto causaría dos creencias fundamentales que chocarían: la falsa convicción en cuanto a quiénes eran y su convicción correcta de que los otros dos no pueden tener la misma identidad.
Había dos registros anteriores en la literatura psicológica, dos ejemplos del siglo XVII en el que dos hombres creían ser Jesucristo y se habían encontrado por casualidad en un manicomio. Dos siglos después después ocurría algo parecido en una institución psiquiátrica donde dos “Jesucristos” se encontraban cara a cara. En ambos casos los libros hablaban de que las “reuniones” habían dado lugar a una recuperación parcial.
Con estos mimbres el psicólogo esperaba que el experimento no sólo revelaría más sobre el sistema de creencias internas de las personas, sino también sugeriría nuevas posibilidades terapéuticas para este tipo de trastornos. Fue entonces cuando comenzó su búsqueda entre 25.000 pacientes de hasta 5 centros psiquiátricos en Michigan. Encontró todo tipo de “dioses” (incluso una Blancanieves), y de entre ellos una docena de Cristos.
Así, escogió a dos “cristos” que ya eran residentes en la clínica en Ypsilanti, lugar donde tendría lugar el experimento, junto a un tercero que fue trasladado allí. Dos años por delante en los que dormirían en camas adyacentes y se les asignaría tareas en conjunto.
Reunidas las tres “divinidades”, es hora de la presentación. El 1 de julio de 1959 los tres hombres se presentan en una sala donde les esperaba Rokeach. El psicólogo les pide amablemente a los tres que se presenten:
- Hola, mi nombre es Joseph Cassel. Soy Dios.
- Mi nombre es Clyde Benshon. Yo hice a Dios.
- Hola, en mi certificado de nacimiento pone que soy la reencarnación de Jesús de Nazareth.
La Trinidad de Cristos
Así daba pie uno de los experimentos más extraños de la historia de la psicología. Acababa de comenzar la paradoja más extrema imaginable, una en la que no se sabía como reaccionarían cuando supieran de la existencia de otro “Jesús” (tanto Dios como Jesús eran lo mismo para los tres).
El primero de ellos era Leon Gabor, de Detroit. Gabor había crecido en el seno de una familia fanática y ultra religiosa, había pasado por el ejército para luego volver a vivir con su madre. En 1953, con 32 años, comenzó a oír voces que le decían que era Jesús. Un año más tarde se registró en un hospital psiquiátrico.
Clyde Benson se crió en Michigan. Cuando tenía 24 años su esposa, su cuñado y sus padres murieron en un accidente. Su hija mayor se casó más tarde alejándose de su padre. Sería el momento en el que Benson comenzaría a beber y se volvía a casar. Luego pasaría por una época violenta que daría con el hombre en la cárcel, fase en la que comienza el trastorno y pasa a afirmar que es Jesús. Con 53 años, en 1942 ingresa en una institución mental.
El último de los sujetos es el canadiense Joseph Cassel. Un hombre al que se describía como solitario. Cassel estuvo casado y con hijos, aunque con el tiempo comenzaría a temer por su vida creyendo que iba a ser envenenado. Precisamente esta ilusión fue la que le llevó hasta la institución en Ypsilanti en 1939. Tenía 39 años y 10 años más tarde comenzó a creer que era Dios.
Con este historial comenzarían las primeras reuniones tras la presentación oficial. Tras unos pocos encuentros, cada uno de ellos tenía una explicación para el hecho de que los otros dos se consideraran Jesús. Según afirmaría Benson:
Ellos realmente no están vivos. Las máquinas que conviven con ellos están hablando. Tomen las máquinas fuera de ellos y no van a hablar nada. Si quitan las máquinas verían como ellos no podrían hablar.
En cambio, la explicación que daba Cassel era de una lógica aplastante. Para él, tanto Gabor como Benson no podían ser Jesús porque evidentemente eran pacientes de una institución psiquiátrica. Para Gabor era un tanto distinto, según el tercer paciente, el resto decían ser Jesús simplemente para ganar prestigio.
Bajo este escenario y con el fin de intentar llegar a los tres hombres, Rokeach establece una serie de temas de discusión en cada una de las sesiones diarias. Se hablaba de la familia, de la infancia, de sus esposas, y finalmente (varias veces al día) de sus identidades. Este último era el momento en el que se producían encendidos debates. A las tres semanas de iniciarse las sesiones se produce el primer choque violento: Gabor demanda que Adán era negro, a lo que Benson responde con un ataque físico. Tras éste se producen otros dos altercados más. A partir ahí, el resto del experimento no tuvo ningún tipo de violencia y los tres “jesuses” se comportaron de manera pacífica.
Sin embargo todos seguían apegándose a la idea de quién creían ser. Tan sólo Gabor, presumiblemente influenciado por el golpe que le propinó Benson, cambió su opinión sobre el asunto del color de Adán, admitiendo que tal vez no era negro.
Tras dos meses, el psicólogo dejó que los tres hombres llevaran las discusiones. Cada uno de ellos presidía las reuniones eligiendo el tema de discusión. Hablarían de películas, comunismo o religión, pero jamás se referían a la cuestión de su propia identidad de nuevo. Si uno de ellos mencionaba de pasada que él era Dios, los demás cambiaban de manera hábil el tema. Por tanto nada estaba ocurriendo para sacudir la convicción de que cada uno de ellos era el verdadero Cristo.
Un día Gabor llegó y mostró una especie de tarjeta de visita escrita a mano donde se hacía llamar “Dr Domino dominorum et Rex rexarum, Simplis Christianus Puer Mentalis Doctor, la reencarnación de Jesús de Nazaret”. Meses después y en un movimiento sorpresa, en enero de 1960 Gabor cambia su nombre, ahora su tarjeta de visita decía: “Dr Righteous Idealed Dung Sir Simplis Christianus Puer Mentales Doctor”. Ante la nueva situación Rokeach le pregunta cómo quería que lo llamaran. Gabor responde que Doctor Dung sería un privilegio (algo así como Doctor abono o estiércol). El nombre causó dificultades en la clínica, principalmente porque las enfermeras se negaban a llamar así a Gabor. Ocurre que Gabor a partir de ese momento no respondería a otro nombre, así que finalmente llegan a un acuerdo y le llamarían bajo las iniciales R.I.
El psicólogo rápidamente advirtió que el cambio de nombre podría presagiar un cambio de identidad por parte de Gabor, aunque para Rokeach parecía claro que la motivación era simplemente que Gabor quería evitar una confrontación futura con las otras “divinidades”. En el transcurso del experimento el psicólogo leyó a los pacientes un artículo sobre el experimento que se estaba llevando a cabo con ellos. Una noticia publicada en el periódico local.
Rokeach entonces le pregunta a Benson si sabe de quién están hablando. Benson diría que no tenía ni idea, ya que sus nombres no salen en el artículo. Rokeach entonces le pregunta por el sujeto que está mejor según el artículo (en este caso Gabor), a lo que Benson respondería que ese hombre está perdiendo el tiempo tratando de ser Jesús. “¿Por qué?”, preguntaría el psicólogo. Benson, sorprendido, respondería:
¿Por qué un hombre trataría de ser otra persona, cuando no es ni siquiera él mismo? ¿por qué no puede ser él mismo?
La discusión terminaría dejando claro que Benson pensaba que los tres hombres en el artículo pertenecían a un hospital mental. Meses después, en abril de 1960, Gabor aparece en las reuniones con una noticia sorprendente. Decía que estaba esperando una carta de su esposa. Rokeach vio inmediatamente la oportunidad de ampliar el experimento, básicamente porque esa esposa sólo existía en la imaginación de Gabor. Era el único que jamás se había casado, así que el psicólogo quiso saber si realmente creía en su existencia, y de ser así, si era capaz de renunciar a su identidad falsa si ella se lo pidiera.
Rokeach comenzó entonces a escribir cartas a Gabor firmadas como “Señora del Doctor R.I. Estiércol”, cartas que se le entregarían a Gabor y que no hacían más que “convencer” al paciente de que tenía realmente una mujer. Acudía siempre a las supuestas citas donde su “mujer” estaría esperándole. Por supuesto, jamás aparecía, y tras varias semanas, Rokeach le dice a Gabor que su mujer era realmente Dios. Durante el tiempo que duró esta “correspondencia”, el psicólogo (Alias Señora Estiércol) escribía instrucciones para Gabor tales como cantar una determinada canción o compartir algún elemento con los otros miembros del experimento. Al principio obedecería las órdenes de su “esposa”, aunque jamás aceptó la petición de “esta” para que dejara de llamarse Doctor R.I. Estiércol.
Un 15 de agosto de 1961, dos años después del primer encuentro, los tres Cristos se reunirían por última vez. Rokeach había abandonado toda esperanza de que alguno de los sujetos volviera a la normalidad a través de la terapia. No sólo eso, al final reconoció y aprendió que los tres hombres prefirieron simplemente vivir en paz entre ellos en lugar de tratar de resolver la cuestión de su identidad.
El experimento se convirtió en el libro The Three Christs of Ypsilanti (1964). Un escrito que fue muy criticado en la época por la propia moralidad del proyecto debido a la falta de honradez y a la manipulación por parte del psicólogo con los pacientes. Y es que el mismo Rokeach se arrepintió de su experimento con el tiempo. El psicólogo escribiría a modo de disculpa en el epílogo de la edición de 1984:
Aunque el experimento no curó a ninguno de los tres Cristos, me curó de mi delirio divino en el que pensaba que podía manipularles y sacarles de sus creencias. Realmente no tenía derecho, incluso en el nombre de la ciencia, a jugar a ser Dios e interferir durante todo el día en su vida cotidiana.