23 noviembre, 2024

María Antonieta comenzó en Francia con buen pie

María Antonieta alrededor de 1767-1768. Terceros
María Antonieta alrededor de 1767-1768. Terceros

La boda de la archiduquesa con el heredero francés generaba grandes expectativas. Las aptitudes mostradas por la novia le procuraron una muy buena imagen

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El 7 de mayo de 1770, María Antonieta de Habsburgo-Lorena, archiduquesa austríaca, llegaba a Estrasburgo para contraer matrimonio con el heredero de la Corona de Francia, el futuro Luis XVI. La boda del delfín francés con la menor de las hijas de la emperatriz María Teresa de Austria acababa con más de dos siglos de enfrentamientos entre los Habsburgo y la monarquía gala.

La joven novia –solo tenía catorce años– cruzó la frontera escoltada por medio centenar de carruajes en los que viajaban las 130 personas de su séquito. Tras encontrarse con la delegación francesa, este contingente regresaría a Austria para ser reemplazado por el nuevo servicio de la delfina.

Para recibirla, se había levantado un pabellón de madera en la isla de Épis sobre el Rin. Allí, la recién llegada debía cambiar su indumentaria para vestirse al modo francés. Era todo un símbolo. Entraba en el recinto como archiduquesa austríaca, pero salía de él como delfina de Francia.

Solo se le permitió conservar una escasa parte de su equipaje y a su mascota, un caniche llamado Pek. A cambio, se le presentaron las alhajas de su ajuar como futura reina de Francia: un collar de perlas que había pertenecido a Ana de Austria, bisabuela del novio; una parure de diamantes propiedad de María Josefa de Sajonia, la fallecida madre del delfín; un abanico con incrustaciones de diamantes; y diversos broches de esmalte con su anagrama, una M y una A entrelazadas.

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María Antonieta a los 7 años por Martin van der Meytens.

María Antonieta a los 7 años, por Martin van der Meytens.

Dominio público

Parece que, pese a sus pocos años, María Antonieta sobrellevó el complejo ceremonial con toda dignidad. Es más, cuando, una vez en la ciudad, el alcalde de Estrasburgo le habló en alemán, le respondió: “Es usted muy gentil, monseñor, pero desde ahora no entiendo otro idioma que no sea la lengua francesa”.

Fue el primero de una larga serie de gestos con los que la joven conquistó a la corte. Luis XV se rindió ante la recién llegada, desarmado por su gentileza y delicada presencia. Y el pueblo tampoco se le resistió. Aquel matrimonio despertaba grandes esperanzas. Luis XV, al que se juzgaba embaucado por los encantos de madame du Barry, no estaba bien considerado, y un cambio generacional auguraba un futuro mejor.

Frente a María Antonieta, una belleza muy al gusto de la época, de piel muy blanca, cabellos rubios y ojos claros, su prometido era un muchacho tímido y de escaso atractivo. Tenía 16 años, dos más que su prometida. Huérfano de madre desde temprana edad, se crio bajo la tutela de sus conservadoras tías y de su ayo al margen del libertinaje cortesano.

Dotado de una cierta inteligencia natural, el delfín adquirió una estimable cultura. Dado el torbellino de frivolidad que era Versalles, sus tutores le apartaron de toda relación social, con lo que creció instruido y piadoso, pero, según escribió un embajador veneciano en 1767, “tan rústico como si hubiera crecido en el bosque”.

Luis XVI como delfín de Francia.

Luis XVI como delfín de Francia.

Dominio público

María Antonieta, por su parte, había tenido que seguir un cursillo acelerado para convertirse en heredera al trono galo. Hasta entonces nunca había mostrado un excesivo interés por el estudio. Dominaba el italiano y era excelente al arpa, pero su preparación distaba mucho de ser la adecuada para una reina de Francia.

La emperatriz María Teresa aceptó que la corte francesa enviara a Viena una serie de profesores que a lo largo de un año instruyeron a la futura delfina. A principios de 1770, el embajador de Francia en Viena escribió a Luis XV que la archiduquesa se había convertido en “una princesa de los pies a la cabeza”.

Versalles, de gala

Desde Estrasburgo, María Antonieta continuó viaje hasta Compiègne, donde el 13 de mayo se encontró con su futuro esposo. Desde allí partieron juntos hasta Versalles, donde estaba previsto celebrar la ceremonia religiosa de la boda tres días después (el matrimonio por poderes había tenido lugar en la capital austríaca un mes antes).

La capilla, dotada de una cierta teatralidad, era el escenario idóneo para una fastuosa ceremonia. Comenzó a la una del mediodía, cuando la pareja apareció ante los seis mil invitados que les esperaban en la galería de los Espejos. De allí pasaron al templo, donde el arzobispo de Reims ofició el sacramento.

María Antonieta, vestida de caza, en un retrato de 1771.

María Antonieta, vestida de caza, en un retrato de 1771.

Dominio público

Al parecer, María Antonieta tuvo que ser ayudada por sus damas para llegar hasta el altar por el peso del vestido, un atuendo “a la francesa”, es decir, de formas voluminosas y barrocas, tejido con hilos de oro y decorado con diamantes y otras piedras preciosas. Se cubría con un manto ribeteado de armiño, la piel que simbolizaba la virginidad.

El acto incluyó la entrega por parte del novio de las arras, trece monedas de oro, como promesa del próspero futuro que les aguardaba.

Siguió un gran banquete compuesto por más de cuarenta platos. La fiesta continuó en los jardines, mientras que la galería de los Espejos se reconvirtió en casino con la instalación de mesas de juego. María Antonieta se inició allí en el que sería su pasatiempo favorito: el lansquenet, un juego de naipes.

Una terrible tormenta frustró el espectáculo de fuegos artificiales que estaba previsto celebrar en los jardines aquella noche

Antes se formalizó el contrato matrimonial. Tras firmar el rey Luis XV, lo hicieron los novios. Posiblemente a causa de los nervios, al estampar un “Marie Antoinette Josepha Jeanne”, un borrón de tinta se escapó de la pluma de la delfina, percance que algunos quisieron interpretar como un mal presagio.

No fue el único contratiempo. Una terrible tormenta frustró el espectáculo de fuegos artificiales que estaba previsto celebrar en los jardines aquella noche, para el que se había desplazado desde París una gran multitud. Pero los imprevistos derivaron en drama. El 30 de mayo, un acto similar para cerrar los festejos nupciales en la plaza parisina de la Concordia acabaría con la vida de 130 espectadores por culpa de un estallido extemporáneo. Un trágico broche a las celebraciones.

Un tema espinoso

Llegado el momento, los jóvenes novios se retiraron a sus habitaciones acompañados por la corte en pleno. Tras la bendición del lecho nupcial por el arzobispo de Reims, el rey entregó al novio la camisa de dormir, mientras la duquesa de Chartres, la princesa de mayor rango, hacía lo propio con la recién casada, y, tras cerrar las cortinas del baldaquino, se retiraron.

De lo que sucedió después dio fe el propio delfín cuando, al día siguiente, escribió en su diario: “Nada”. Terrible término aplicado a una noche de bodas. La noticia corrió por Versalles como la pólvora, se extendió por todo París y llegó en forma de carta de la desposada hasta la cancillería de María Teresa.

La emperatriz se limitó a aconsejar a su hija que tuviera paciencia. En la correspondencia cruzada entre madre e hija se lee cómo María Teresa disculpa a su yerno, intuyendo la posibilidad de que el delfín fuera un muchacho inexperto, y recomienda a María Antonieta calma y delicadeza. Sus consejos debieron de ser provechosos, ya que, pese a la falta de intimidad matrimonial, entre la joven pareja reinaba una gran compenetración y una viva simpatía.

María Antonieta en un retrato realizado por Élisabeth Vigée Le Brun en 1778.

María Antonieta en un retrato realizado por Élisabeth Vigée Le Brun en 1778.

Terceros

No obstante, algunos autores achacan a la carencia de componente erótico en la relación el hecho de que María Antonieta se sumergiera en una espiral de frivolidad y diversión que dañó su imagen. De hecho, su día se repartía entre la elaboración de su complicadísimo tocado –el mismo que su hermano José calificaba de “demasiado ligero para sostener una corona”–, la práctica de la música y los juegos y diversiones con sus damas, amigos y cuñados.

En especial, con el joven conde de Artois, que cada día le preparaba mascaradas, conciertos, bailes o entretenimientos varios. La avidez de diversión la supo aprovechar una camarilla cortesana para servirse de María Antonieta y conseguir una posición de privilegio en palacio, aun a costa de socavar la figura pública de la delfina.

En busca del heredero

En 1774 la viruela acabó con la vida de Luis XV. María Antonieta tenía 19 años y su marido, ya Luis XVI, 20. La falta de sucesión se convirtió en un problema de Estado. Viendo peligrar el trono de su hija y, con él, la alianza franco-austríaca, la emperatriz María Teresa envió a París a su hijo, el futuro emperador José II.

Como hombre experimentado, habló con su cuñado y, con la franqueza típica de la correspondencia entre cancillerías de la época, escribió a su hermano Leopoldo que el rey de Francia “tiene erecciones muy fuertes e introduce el miembro durante algunos minutos pero se retira sin haber descargado”. Y continuaba con brutalidad: “Será necesario azotarle como se hace con los asnos”.

La familia real en el año 1781.

La familia real en el año 1781.

Dominio público

No hizo falta. Una charla y el consejo de los médicos de la corte bastaron para que, en julio de 1777, María Antonieta escribiera a su madre: “Desde hace ocho días mi matrimonio ha sido perfectamente consumado. La prueba se repitió ayer y aún fue más satisfactoria que la primera vez. No creo estar embarazada todavía, pero tengo la esperanza de que tal felicidad no tarde en llegar”.

No se equivocaba. El 19 de diciembre de 1778 nació la primera hija de la pareja, María Teresa, “madame Royale”, a la que siguieron Luis José, Luis Carlos y Sofía. La Corona de Francia ya tenía herederos, pero la historia tenía otros planes.

Origen: María Antonieta comenzó en Francia con buen pie

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