Mauthausen: la verdad oculta tras la liberación del campo de concentración más bárbaro del nazismo
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El 5 de mayo de 1945, hace hoy 75 años, los Estados Unidos liberaron este campo de concentración ubicado en Austria. Sin embargo, se han obviado muchos datos sobre este suceso
El año 1945 tuvo un sabor agridulce para una Europa desgastada por más de un lustro de Segunda Guerra Mundial y 75 millones de muertes. Una cara de la moneda tenía serigrafiadas tragedias como la matanza sistemática de civiles por parte del Tercer Reich; pero los grabados de la otra denotaban la llegada de la esperanza tras haber destruido, al fin, las defensas de la Alemania nazi. El premio final era ver caer Berlín y los vientos dejaban tras de sí, al fin, un ligero perfume a victoria. Por desgracia, la autopista hacia el «Führerbunker» obligó también a inspirar el pesado hedor de la muerte que sobrevolaba en los campos de concentración y exterminio con los que Adolf Hitler había forjado su Holocausto.
El 5 de mayo aunó ambas partes cuando el sargento Albert J. Kosiek, al mando de un pelotón de reconocimiento de la 11ª División Acorazada norteamericana formado por 23 hombres, se topó en su camino con lo que, tal y como explicó a la postre, eran «algunas personas que parecían estar en grandes jaulas». Aquel fue su primer contacto con Gusen III, uno de los centros de reclusión satélites cercanos al espeluznante campo de concentración de Mauthausen, ubicado a 20 kilómetros de Linz (Austria). A este lugar de pesadilla arribó poco después, tras convencer a sus mandos de que debía desviarse de su ruta original. Hizo bien y, como resultado, obtuvo el cariño eterno de los reos apresados en su interior. Muchos de ellos, republicanos españoles capturados al comenzar la Segunda Guerra Mundial.
Hasta aquí la historia oficial; o la más conocida si prefieren. Sin embargo, existe otra parte de la liberación del campo de concentración de Mauthausen que se suele obviar, y es la que narra algunos pormenores sobre la llegada de Kosiek hasta el cerro en el que se asentaba el emplazamiento. Entre ellas, que el verdadero objetivo de los cuatro jeeps y los tres vehículos blindados del sargento consistía en explorar un puente cercano, que sus mandos se negaron en principio a que se desviara de la ruta o que, como bien explica Carlos Hernández de Miguel en «Los últimos españoles de Mauthausen. La historia de nuestros últimos deportados, sus verdugos y sus cómplices», la «irresponsabilidad de sus mandos» le obligó a abandonar a su suerte al «desesperado ejército de reclusos» poco después.
Más allá de las bambalinas de la liberación, lo que es innegable es que, aquel 5 de mayo de 1945, el sargento Kosiek se convirtió en la luz al final de un túnel de muerte. Algo que quedó patente cuando los reos vislumbraron cómo ascendían por la carretera los soldados aliados. «¡Ya vienen! ¡Están aquí!». El momento fue tan impactante para algunos de los españoles presentes aquella jornada que dejaron constancia de ello tras la Segunda Guerra Mundial. «No podía creérmelo. Me costaba creer que aquello era real. La gente gritaba, lloraba de alegría, se abrazaba…», afirmó Juan Romero, uno de los supervivientes.
Nuevo campo de muerte
Mauthausen no coincide con la imagen que tenemos de un campo de concentración en la actualidad. En su magna «KL»,Nikolaus Wachsmann narra que no nació con el objetivo de exterminar a la población, sino que su construcción respondió a la necesidad de piedra que tenía Alemania. «Gracias a la obsesión constructora del Tercer Reich, la producción había experimentado un crecimiento en los últimos años», señala el autor. A mediados de marzo de 1938, dos enviados de Adolf Hitler (Oswald Pohl y Theodor Eicke) se fijaron en la zona por sus canteras de granito. Dos días después comenzaron los preparativos para instalar en ella una prisión en la que los reos se dejasen la vida trabajando.
Los primeros presos llegaron al campo el 8 de agosto de ese mismo año. En principio, los miembros de las temibles SS los instalaron en unas dependencias provisionales en la cantera de Wiener Graben, arrendada a la ciudad de Viena. Poco después, cuando los barracones estuvieron operativos, fueron trasladados a lo alto del cerro. Aquel lugar con un paisaje de ensueño (hoy todavía sorprende ascender por la carretera rodeada de vegetación que da acceso al campo de concentración) se convirtió pronto en un infierno rodeado de altos muros y torres de granito. Dos señas de identidad que compartía con su campo gemelo, Flossenürg, y que, según narra el investigador en «KL», hacía que pareciese una suerte de horrible castillo medieval.
Era distinto, sí, pero igual de terrible. «Mauthausen tenía unos objetivos diferentes que otros campos como el de Auschwitz, en el que una buena parte de los que entraban eran asesinados en el momento. Aquí los presos no venían, necesariamente, para ser aniquilados, sino para ser mano de obra esclava. Es cierto que al final morían, pero lo hacían por las pésimas condiciones de vida, la dureza del campo y la falta de comida», explicaba en 2015 a ABC Christian Dürr (jefe de Archivos e Investigación Histórica del Memorial de Mauthausen) sobre el terreno. La larga «escalera de la muerte» que daba acceso a la cantera, insegura a la par que vertiginosa, era un ejemplo de ello. Día tras día, y azuzados por golpes, los reos debían subir y bajar sus peldañós cargados de pesado material. Un tropezón podía significar la muerte.
Hasta su liberación, por Mauthausen pasaron aquellos reos a los que los nazis consideraban la escoria de la sociedad. Entre los mismos se hallaban los «delincuentes profesionales» (distinguidos por un triángulo verde invertido en su ropa), «antisociales» o gitanos. La razón la narra el autor de «KL» en su libro: «Los trabajos forzosos en aquellas montañas se consideraban particularmente extenuantes, y muchos oficiales nazis creían que los peores presos necesitaban merecían el trabajo más duro». A pesar de ello, en su interior se instaló también una pequeña cámara de gas destinada a perpetrar la finalidad última del Holocausto: la aniquilación sistemática de todos a los que el Reich consideraba enemigos.
Según recoge el «United States Holocaust Memorial Museum», durante el tiempo en el que este campo de categoría III (la reservada a los centros más duros) estuvo abierto acogió a un total 199.400 personas en su interior. De ellas, unas 7.200 eran españoles. Al final de la Segunda Guerra Mundial 119.000 habían perdido la vida por una infinidad de causas. Entre ellas el fusilamiento, las palizas, la horca, el hambre, la misma cámara de gas o el agotamiento. Tampoco era raro que, para divertirse, los miembros de las SS lanzaran a los trabajadores desde lo alto de la «escalera de la muerte» cuando observaban que estaban demasiado cansados para continuar con su labor. Por si fuera poco, Mauthausen se convirtió en el epicentro de una red de 60 subcampos tan prolífica económicamente para el Reich como letal.
Los secretos de la liberación
Aquel infierno sobre la Tierra se terminó el 5 de mayo, a eso del mediodía, cuando el pelotón de Kosiek llegó hasta el campo de concentración. Sin embargo, tras aquella foto idílica en la que se observa a un grupo de españoles asiendo una pancarta con un mensaje de esperanza («Españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertarias) se han obviado muchos detalles. El primero es que, como explica Hernández de Miguel, «la liberación no fue fruto de una planificada operación de rescate», sino más bien de la casualidad. Así lo atestigua el que la misión que se había asignado a la unidad de exploración era reconocer el estado en el que se hallaba un puente ubicado en la zona de St. Georgen.
Después de toparse con Gusen III, Kosiek halló en el camino hacia el puente a un delegado de la Cruz Roja que le informó con pavor de que las SS habían amenazado con exterminar a todos los presos del campo para evitar que sus tropelías fuesen descubiertas por los Aliados. El sargento solicitó entonces permiso para acudir a liberar el lugar. «Fue difícil para mí obtener su aprobación porque suponía sobrepasar los límites de la misión que teníamos asignada, provocando un riesgo innecesario por lo que a nosotros respecta. Finalmente aceptó, aunque insistió en que permaneciéramos en contacto permanente por radio». Antes, eso sí, tuvo que cumplir su objetivo primario.
Tampoco se suele hablar de que, poco después de liberar el campo, y por orden de sus mandos, los hombres de Kosiek abandonaron la zona. Fue esa misma tarde, para ser más concretos, y después de repetir hasta la saciedad dos palabras: «Sois libres». «En el fondo del patio había cuerpos apilados en un montón. Se podría pensar que no se trataba de seres humanos si no fuera porque podían reconocerse ciertas características físicas. Los cadáveres estaban siendo devorados por las ratas y a nadie parecía importarle. Luego nos mostraron donde gaseaban a la gente y los grandes hornos en que les incineraban. […] Vi cosas que nunca hubiera creído si no las hubiera contemplado con mis propios ojos. Nunca pensé que los seres humanos podían tratar a otros seres humanos de esta manera», describió el militar.
Su partida derivó el caos. Los actos de venganza contra los alemanes presentes todavía en el campo se generalizaron. Los supervivientes españoles recordaron, tras la Segunda Guerra Mundial, que algunos de los presos se ensañaron con los «kapos», presos que se ofrecían a mantener el orden en los barracones a base de golpes a cambio de ciertas ventajas. «Aquí golpeaban con un mandoble sobre el vientre de un kapo; allí un grupo enrabietado sacudía a un funcionario por todos los costados; más allá otro grupo corría tras un desesperado que, atajado, caía, entre una nube de golpes, al suelo, de donde no se levantaría más», afirmó, en declaraciones recogidas por el autor español, Enrique Calcerrada, presente en aquellos momentos. Unas 500 personas fallecieron en las jornadas posteriores en Mauthausen.
El desconcierto fue máximo. En las horas posteriores a la liberación los presos no disponían de comida alguna y, desesperados, asaltaron casas cercanas para tener algo que llevarse a la boca. Tampoco sabían qué sería de ellos. En palabras del autor español, los Aliados, quizá por mero descontrol, no enviaron a ninguna unidad para garantizar orden y vituallas. Para terminar de dibujar este trágico lienzo, otros tantos fallecieron debido a que sus atrofiados aparatos digestivos no podían soportar volver a tener comida en su interior.
¿A qué se debía ese descontrol por parte de los americanos? En palabras de Hernández, a la mala planificación y a que, aunque se ha extendido lo contrario, la prioridad de los ejércitos que viajaban hacia el Reich era acabar con el Tercer Reich. «La gestión, hasta la llegada del primer hospital de campaña tres jornadas después, fue caótica. Inmerso en otras preocupaciones, Patton ignoró el hecho de que en el camino por el que avanzaban sus tropas se encontraban algunos de los mayores campos de concentración del sobrevolaba sobre los deportados de Mauthausen y Gusen», añade el español.
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