23 noviembre, 2024

Médicos en la máquina del tiempo | Ciencia | EL PAÍS

César, Alarico I, Dante o Enrique VIII tenían enfermedades que marcaron su vida y la historia

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Hay médicos cuyos pacientes murieron hace 200 o 2.000 años. Rara vez tienen sus cuerpos para hacerles un diagnóstico. Así que tienen que recurrir a los libros de historia, aprender griego o latín para leer las fuentes originales o preguntar a los historiadores del arte. Son los paleopatógrafos y se meten en una máquina del tiempo para descubrir la enfermedad que marcó la vida de grandes personajes de la historia, enfermedades que marcaron la historia de todos.

«La paleopatología tradicional investiga las marcas de la enfermedad en huesos y momias pero, si realmente quieres saber cómo se manifestaban las enfermedades hace siglos y cómo han evolucionado tienes que estudiar también las señales y síntomas en pacientes antiguos», dice el médico y paleopatólogo del Instituto de Medicina Evolutiva de la Universidad de Zúrich, el italiano Francesco Galassi. A falta de restos de pacientes antiguos «las biografías de personajes históricos, con la cantidad de fuentes que hay sobre ellos, ofrecen una posibilidad», añade un Galassi incluido en la lista Forbes de los mejores investigadores menores de 30 años.

La paleopatografía describe la enfermedad de pacientes de hace siglos usando los registros históricos

Uno de esos personajes es Julio César, el creador del Imperio romano. Aparte del interés que pueda tener por sí mismo, las biografías de los grandes de la historia como César, «no deben ser estudiadas por su fama sino porque son las únicas que ofrecen información biomédica relevante del pasado», argumenta Galassi. Fruto de esa visión es el libro Julius Caesar’s Disease (La enfermedad de Julio César, aún no editado en España) que, junto a su colega del Imperial College de Londres, Hutan Ashrafian, ha escrito sobre el dictator romano.

La historia oficial cuenta que Julio César era epiléptico. Sin embargo, para Galassi y Ashrafian existe otra posibilidad que encaja mejor con lo que sus biógrafos cuentan de la vida del romano. Su tesis, expuesta en 2015, es que el general sufrió al menos dos derrames cerebrales. En el libro de ahora, además de acumular más pistas y argumentos, afinan el diagnóstico: ataque isquémico transitorio. Esta especie de mini ictus podrían haberse repetido a lo largo de la vida de César.

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«¿Por qué muchos grandes personajes han tenido epilepsia? ¿Era porque tenían una gran incidencia o había una segunda intención?», plantea el paleopatólogo italiano. La epilepsia era considerado un mal sagrado, el morbus comitialis que paralizaba una sesión del Senado romano. Pero también aparece en escritos aristotélicos relacionada con la genialidad. «Si César, en especial en sus últimos años, no podía ocultar que tenía una enfermedad ¿qué era mejor para él, decir que tenía una enfermedad cualquiera que le debilitaba o una asociada con la divinidad? Creo que la respuesta era obvia para alguien que sabía qué gestos usar para impresionar al pueblo», explica Galassi. Otros grandes, como Napoleón, también dijeron ser epilépticos.

Impacto en la historia

Portada del libro sobre la enfermedad de Julio César.
Portada del libro sobre la enfermedad de Julio César.

La revisión de las fuentes antiguas con ojos de médico permite esclarecer episodios de la historia aún confusos. Es el caso de la repentina muerte de Alarico I. El rey visigodo se atrevió a saquear Roma, ciudad inexpugnable durante casi un milenio, en el año 410. El saqueo es para muchos el símbolo del ocaso del Imperio romano. Pero Alarico quería más, pensaba pasar a África, el granero del imperio. Sin embargo, murió ese mismo año de unas fiebres a su paso por Calabria.

Siguiendo el enfoque multidisciplinar de la paleopatografía, un equipo de historiadores de la medicina, antropólogos y epidemiólogos en el que estaba Galassi concluyó el año pasado que el Plasmodium falciparum, el protozoo causante de la malaria fue el asesino más probable de Alarico. «Venía de una región donde no existía la malaria», recuerda Galassi, por lo que su sistema inmunitario no estaba entrenado, «y fue a una región, Calabria, donde la enfermedad fue endémica hasta los años 70 del siglo pasado», añade.

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Los casos como el de Alarico se salen de la historia de la medicina para saltar a la historia a secas. Aunque no es el objeto de los paleopatógrafos, a veces la enfermedad de un solo hombre altera el curso de los acontecimientos. La que sufría Enrique VIII debe ser una de las más investigadas a tenor de la cantidad de estudios que hay sobre la salud de este personaje. Rey inglés entre 1491 y 1547, se casó seis veces, para lo que tuvo que romper con la iglesia de Roma, y tuvo otras tres amantes. Con tanto casorio buscaba un heredero varón que prolongara su dinastía. Pero entre abortos e hijos nacidos al poco de morir, solo uno de ellos, Eduardo VI, llegó a gobernar un lustro antes de morir con 15 años.

Un problema en la sangre de Enrique VIII explicaría sus problemas para tener hijos varones vivos a pesar de casarse seis veces

El problema no eran sus mujeres, eran sus genes. «Enrique debía tener alguna condición médica transmitida por línea paterna que pudiera causar pérdida del feto, abortos o muerte neonatal», comenta la antropóloga Kyra Kramer. Junto a su colega Catrina Banks, investigadora del Museo de Nuevo México (EE UU), Kramer hizo uno de los diagnósticos más convincentes sobre los problemas de Enrique VIII. El rey inglés bien pudo sufrir el síndrome McLeod y su sangre unos antígenos que condenaban a sus hijos varones.

«Los historiadores se enfrentan a grandes obstáculos en su intento por descubrir la verdad y es aún más difícil hacer un diagnóstico médico usando solo información recogida de algunos registros históricos quizá sesgados», recuerda Kramer, autora del libro Blood Will Tell: A Medical Explanation for the Tyranny of Henry VIII (algo así como La sangre lo contará. Una explicación médica de la tiranía de Enrique VIII, sin editar en España). Para Kramer, solo un complicado análisis genético podría confirmar sus conclusiones. Hasta entonces, escribe Kramer «la única manera de definir la verosimilitud de la hipótesis McLeod era recurrir a recursos médicos e históricos para ver si había suficiente correlación entre los hechos de la vida de Enrique y la teoría». Pura paleopatografía.

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DE LA NARCOLEPSIA DE DANTE A LA ELA DE CHAMPOLLION

Entre Francesco Galassi y Hutan Ashrafian, los autores del libro sobre la enfermedad de Julio César, han hecho más de una veintena de diagnósticos a personajes históricos.

Algunos casos, como la narcolepsia de Dante Alighieri, se basan en el análisis de pasajes de su obra, la Divina Comedia, donde el propio Dante es uno de los protagonistas. En otros, como el del francés Jean-François Champollion, padre de la egiptología y descifrador de los jeroglíficos, se basa en fuentes secundarias. El estudioso de la piedra Rosetta empezó a tener problemas de movilidad hasta acabar completamente paralizado poco antes de morir en un caso probable de esclerosis lateral amiotrófica.

Ashrafian en solitario ha buceado en los documentos y restos arqueológicos del pasado para encontrar los primeros ejemplos de algunas enfermedades. Así, ha hallado casos de ictus entre los reyes elamitas que pudieron alterar el curso de sus guerras con los asirios, o ha estudiado la herencia de afecciones entre los faraones egipcios.

Galassi, por su parte, también bucea en personajes mitológicos o ficticios para estudiar la representación de la enfermedad en el pasado y su evolución. Así, ha diagnosticado a Medusa, la fimosis del dios Príapo de los frescos de Pompeya o apuntado a que la deformidad grotesca de Polichinela podía deberse a la tuberculosis.

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