28 marzo, 2024

Miguel Hernández: fin a las dudas que no cesan

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  • ANTONIO LUCAS
  • Madrid
  • Antonio Lucas

En la vida de algunos poetas muertos cristaliza en ocasiones un tópico invasivo y alrededor de ese cliché se organiza el eco de su leyenda. Miguel Hernández (1910-1942) es uno de esos nombres que soportan la malversación barata de demasiados detalles inexactos desde los que se le han levantado estatuas: poeta pobre, poeta pastor, poeta autodidacta. Y así, más su compromiso de izquierdas y su muerte inducida por tantos del bando propio y del contrario, se ha puesto en pie la carpintería de su rastro en el merchandising de la historia.

El profesor José Luis Ferris ha empeñado casi media vida en huronear por archivos donde se guardase algo relacionado con el poeta alicantino. En 2002 lanzó una biografía que pretendía revocar algunos de esos lugares comunes tan eficaces y arriesgó otras cuestiones que fijaban de manera más nítida la expedición vital del poeta: Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Fue un trabajo logrado, pero aún faltaba luz en varios rincones. Con el afán de aclarar aún más siguió registrando cada papel en el que figurase algo relacionado con este hombre, cadáver tunelado por la tubeculósis en la cárcel de Alicante. A los 31 años. Tres lustros después, Ferris ha deshecho el puzzle de aquel estudio y lo ha vuelto a montar con el mismo título, aunque ahora publicado por la Fundación José Manuel Lara.

«Contar la vida de Miguel Hernández siempre es una aventura; y lo es porque su perfil rompe moldes y derriba normas y estadísticas. Se ajusta a un caso verdaderamente excepcional como escritor y como hombre», dice el biógrafo. «También lo es porque detrás de la construcción de su relato biográfico hay una labor de rescate y desescombro, de distanciamiento de los lugares comunes que hicieron de él una bandera, un mártir y un triste poeta cabrero. He querido devolverlo a su estado natural, a su condición de militante apasionado de la vida, limpio de leyendas».

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Entre ellas, que no era pobre sino humilde. Tampoco autodidacta, pues fue a la escuela más años (10) que la media de los niños de su calle. Y, además, tan sólo pastoreó en algún momento puntual de su juventud. Ferris arroja datos que desarman los tópicos y a la vez afina imprecisiones o dudas que quedaron colgando en su anterior trabajo. La primera de ellas tiene que ver con el mejor armado de los libros de Hernández, El rayo que no cesa. 29 poemas de amor que tenían por destinataria principal a la pintora Maruja Mallo, con la que Hernández mantuvo una relación de la que salió algo averiado. «El epistolario que publicó Gabriele Morelli entre el biógrafo italiano de Miguel, Dario Puccini, y Josefina Manresa, su mujer, aclara este punto que no quedaba áun claro del todo. Y es importante. Así como en las cartas de Aleixandre queda nítido no sólo la verdadera amistad entre ambos, también la admiración que Hernández profesó al premio Nobel y cómo la poderosa estructura de El rayo que no cesa fue un trabajo común en la ordenación de los poemas», acalara Ferris.

Pero en ese galope velocísimo que es la vida de Miguel Hernández, hecha de desvelos, «de herramientas y de manos», hubo un tiempo fatal y definitivo: la Guerra Civil. Enrolado en el ejército republicano, arriesgó la palabra y la vida. Y a él le arriesgaron la muerte. «Al acabar la guerra lo dejaron tirado. Cuando todo apuntaba ya al desastre no lo ayudaron como a otros. Pienso en Rafael Alberti y en María Teresa León, a los que se les puso un coche oficial del Gobierno de la República para trasladarlos a Elda, de donde partieron en uno de los cuatro aviones fletados que partieron hacia Orán. Los últimos que pudieron salir y donde a Miguel no le hicieron sitio, a pesar de que todos sabían el peligro que corría», subraya Ferris.

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Tampoco es muy conocido que a la muerte de Lorca lo nombraron director de La Barraca. Y que de los Dos cuentos para Manolillo, escritos en rollos de papel higiénico en la cárcel y que aparecieron en una edición facsímil en 1988, las ilustraciones son del maestro Eusebio Oca y no del poeta. Y que éste conservó dos cuentos más que no le dio tiempo de ilustrar antes de la muerte de Hernández. Todo ya publicado.

«Creo que a partir de este trabajo la percepción que se puede tener del autor de Viento del pueblo es mucho más completa.El suyo es un órgano literario que no ha dejado de latir», ataja Ferris. Ni de generar chatarra sentimental. Eslóganes de camiseta.

Origen: ELMUNDO

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