Mitos desmontados de la Guerra Civil: los planes para disolver la Guardia Civil por ser leal a la II República
Madrid. 1939. La popular artista Pastora Imperio imponiendo una banderita de la Cruz Roja a un Guardia Civil, durante la fiesta de la banderita – José Zegrí.
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«Ha ocurrido algo que os tengo que comentar –informa con solemnidad el cabo Gutiérrez en la película ‘Amanece, que no es poco’ (1989)–: la Guardia Civil ha perdido las elecciones. Las ha ganado la Secreta». El pueblo reunido responde con un pitido general a este anuncio. «Ahora sí –continúa el personaje de ficción–, la Secreta somos nosotros mismos. Menos…, menos Fermín. El guardia Fermín queda fuera de las fuerzas del orden público. En cualquier caso, yo pido un aplauso muy grande para el guardia Fermín».
La escena ilustra, en clave de humor y para alivio de los Fermines del mundo real, justamente lo contrario que es la Guardia Civil, que no se presenta a las elecciones ni hace política, aunque no pueda evitar que otros la hayan hecho a su costa a lo largo de sus casi dos siglos de historia.
Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, fundó en 1844 la Guardia Civil con la idea de que fuera inmune a las veleidades políticas y perviviera a largo plazo como una institución leal al Estado. El problema es que ser leal al Estado en los turbulentos siglos XIX y XX significó moverse por arenas movedizas y enemistarse con todos los actores políticos tarde o temprano. Tras el alzamiento de O’Donnell en 1854 (la Vicalvarada), hubo voces que pidieron la disolución de la Guardia Civil por haber permanecido leal al gobierno legalmente establecido. Fue la primera de muchas peticiones similares…
Divida en dos
Especialmente problemático fue el periodo de la Segunda República, donde algunos elementos progresistas identificaron a la Benemérita como una fuerza conservadora dedicada a disolver manifestaciones por gusto. En realidad, dedicada a cumplir órdenes. Tras los sucesos de Castilblanco y los de Arnedo, se desencadenó un debate político sobre la extrema dureza de la Guardia Civil apagando manifestación públicas, lo que finalizó con el cese del general Sanjurjo como director general del cuerpo y su sustitución por el general Cabanellas el 3 de julio de 1932.
No ayudó a mejorar la imagen pública del cuerpo que en agosto de 1932 Sanjurjo, a modo de venganza, se alzara contra el gobierno con el apoyo de ciertas unidades del Ejército y de la Guardia Civil. La conocida como Sanjurjada provocó que la Dirección General de la Guardia Civil, dependiente del Ministerio de la Guerra, se transformara en Inspección General para pasar a depender del Ministerio de Gobernación. No obstante, los sucesivos gobiernos terminaron comprendiendo que no había otra alternativa que emplear a la Guardia Civil para el mantenimiento del orden y la legalidad, como ocurrió con los sucesos del pueblo de Casas Viejas (Cádiz), donde los anarquistas atacaron el cuartel de la Guardia Civil hiriendo de muerte al sargento y a uno de los agentes, y durante los sucesos revolucionarios de Asturias, que dejaron 98 casas cuartel destruidas y más de 100 muertos.
El prestigio de la Guardia Civil salió así reforzado a nivel institucional, mereciendo el reconocimiento del Gobierno, que le concedió al Instituto la Corbata de la Orden de la República el 12 de febrero de 1935 «para premiar como recompensa colectiva los innumerables actos de heroísmo llevados a cabo por el personal del mismo y los relevantes servicios de carácter cívico y humanitario que ha rendido a España y a la República en el cumplimiento de sus deberes». Para algunos sectores radicales de la población, sin embargo, su papel en Asturias solo aumentó su odio hacia este enemigo tan recurrente.
Pese a los prejuicios, el golpe de Estado de julio de 1936 fracturó el cuerpo en dos partes, como la propia España. Más de la mitad de la plantilla de 33.500 hombres permaneció fiel a la República durante la Guerra Civil. Como explica la web del Ministerio de Interior dedicada a la Benemérita, «se trataba de profesionales, conocedores del terreno y desplegados por todo el territorio nacional. Por ello la Guardia Civil fue decisiva en el desarrollo de los acontecimientos iniciales, pudiendo afirmarse que prácticamente la sublevación triunfó donde se sumó la Guardia Civil y fracasó donde ésta permaneció fiel a la República».
Las cicatrices de la guerra
El inspector general de la Guardia Civil, el general Pozas Perea, se mantuvo fiel al gobierno de la República e impartió instrucciones a toda la plantilla para que sus hombres hicieran lo mismo. Así lo procuraron, por ejemplo, el coronel Escobar y el general Aranguren en Barcelona, lo que les costaría tras la guerra ser condenados a muerte. La Guardia Civil en Asturias, por su parte, permaneció fiel a la República, a excepción de la capital. Mientras que, en Andalucía, solo durante los tres primeros meses de la guerra perdieron la vida 712 guardias civiles defendiendo sus cuarteles de Sevilla, Granada y Córdoba.
El recuento final de bajas del cuerpo en ambos bandos dejó 2.714 muertos y 4.117 heridos, lo que supuso el 20% de sus efectivos iniciales. El Instituto continuó existiendo como tal en el bando nacional, mientras que en el republicano se reorganizó en un principio como Guardia Nacional Republicana y más tarde, en diciembre de 1936, como Cuerpo de Seguridad y Asalto unificando todos los cuerpos de carácter policial.
La división en dos de la Guardia Civil ocasionó que durante los primeros años del franquismo se la mirara con recelo por el bando ganador de la contienda, pues se la consideraba responsable del fracaso del golpe militar en las ciudades más importantes como Madrid, Barcelona y Valencia. Franco barajó incluso la posibilidad de disolver el cuerpo, pero al final se conformó con aumentar la vigilancia y la dependencia militar de la Benemérita. La creación de un Estado Mayor dentro de su estructura orgánica formado exclusivamente por oficiales del Ejército de Tierra se orientó en este sentido. Con el nuevo Reglamento Militar del 23 de julio de 1942, se integró a la Guardia Civil como un cuerpo del Ejército.