28 marzo, 2024

Morbus gothorum: el misterioso mal que condenó a los reyes visigodos de Hispania a la destrucción

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Hispania a la destrucción

Durante dos siglos, los asesinatos fueron habituales en la monarquía visigótica; tanto, que Gregorio de Tours acuñó un término para referirse a ellas

Líbrenos quien nos tenga que librar de extender la Leyenda Negra que tanto mal ha hecho a nuestro país; pero consiga también que no caigamos en aquello del tropiezo doble con el mismo pedrusco. Sin llegar a replicar la falacia que un escocido Amadeo de Saboya musitó antes de marcharse por la puerta de atrás («Si fueran extranjeros los enemigos de España… pero son todos españoles»), sí es palpable que, en no pocas ocasiones a lo largo de la historia, hemos sido maestros en el innoble arte de las guerrillas internas. Valga como ejemplo el término «Morbus gothorum», acuñado para referirse a los recurrentes asesinatos que, durante la era visigótica, se sucedieron en la corte para deponer monarcas que habían logrado el trono por elección de sus nobles (una tradición de los pueblos germánicos).

Alarico I
Alarico I

Vayan por delante los datos, capaces siempre de alumbrar las tinieblas. De entre los 33 y 35 reyes visigodos (en efecto, todavía existe discrepancia entre los autores sobre cuáles deben incluirse en la famosa lista desaparecida ya de las escuelas), once de ellos fueron asesinados, uno envenenado y tres derrocados y obligados a abandonar el trono por las bravas. La peor de las etapas se sucedió entre principios y mediados del siglo VI, en el alumbramiento del Reino de Toledo. Fue en ese período cuando hasta cinco monarcas dejaron este mundo por culpa de un complot urdido contra su persona. A saber: GasaleicoAmalaricoTeudisTeudiselo Agila I.

Fue también en esos años, allá por el 548, cuando el obispo Gregorio de Tours acuñó el concepto «Morbus Gothorum» (el mal de los godos) y dijo aquello de que «los godos habían adquirido la perversa costumbre de asesinar por la espalda a los reyes que no les complacían, sustituyéndolos por otros de su agrado». Aunque tan real como esto, y en descargo de los antepasados que pisaron nuestras tierras, es también que autores como el hispanista Roger Collins han equiparado este concepto a una suerte de broma macabra del religioso y han insistido en que los asesinatos no se extendieron más allá del siglo VII. Según explica el inglés en «La conquista árabe, 710-797», entre los años 642 y 710 las sucesiones fueron tranquilas y sin derramamiento de sangre.

Turbios inicios

En defensa de nuestra Hispania habría que decir también que los visigodos no adquirieron estas costumbres en la Península, sino que ya las traían consigo desde el centro Europa. La historia de este pueblo, una suerte de rama de los godos, nació a finales del siglo IV, aunque entró por la puerta grande en los libros en el 410, cuando Alarico I estremeció al viejo continente al conquistar y saquear Roma. Basta con leer la carta enviada por el sacerdote y monje Jerónimo dos años después para entender cómo afectó este suceso a los intelectuales del momento:

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«Oh Dios, los paganos se han hecho con tu herencia; han profanado tu sagrado templo […] La antigua ciudad que durante muchos cientos de años gobernó el mundo se desmorona».

Desde allí, los visigodos se establecieron en el sur de la Galia (a la postre, en Tolosa) tras negociar su marcha con el ya renqueante Imperio romano. A través de esta región accedieron al norte de Hispania poco a poco, sin prisa pero sin pausa, a costa de los pueblos afincados en la Península. Aunque no fue Alarico el guía de sus súbditos durante esta nueva aventura, pues falleció por causas naturales el mismo 410, sino Ataúlfo, su primo y cuñado. Y fue él también quien tuvo el triste honor de iniciar la tradición del «Morbus gothorum» cuando, cinco años después, fue asesinado por un sirviente a golpe de puñaladas mientras se hallaba en sus caballerizas de Barcelona. La razón se desconoce, pero se baraja un complot urdido por una facción enemiga o, incluso, por la misma Ciudad Eterna.

Sigerico
Sigerico

Su muerte supuso el estallido del «mal godo». No ya por el asesinato en sí, sino porque el siguiente en la lista de monarcas, Sigerico, acabó a sangre fría con la vida de los seis hijos de Ataúlfo para garantizarse su ascenso al trono. Por si fuera poco, mancilló el honor de la esposa de su predecesor, Gala Placidia, también hermana del emperador de Roma, Honorio. El nuevo líder, contrario al Imperio, no tuvo piedad con la viuda y la obligó a caminar más de 15 kilómetros delante de su jamelgo con varias esclavas más. Otras fuentes son partidarias de que, además, la violó.

Dice el refrán que, quien a hierro mata, a hierro muere, y eso fue lo que le ocurrió a Sigerico. Siguiente protagonista de la turbia lista del «Morbus gothorum», reinó solo durante siete días, tras los cuales fue asesinado por los partidarios de Ataúlfo. Tal y como confirma el Catedrático en Historia Antigua Luis Agustín García Moreno en un dossier sobre este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia, es más que probable que los instigadores del regicidio fuesen generales locales vinculados de una u otra forma a Honorio. El siguiente noble en hacerse con el trono, Walia, rompió la tradición de los asesinatos, aunque no se han logrado esclarecer todavía las causas de su fallecimiento…

Más asesinatos

Después del largo reinado de Teodorico, muerto en la batalla de los Campos Cataláunicos en el 451 mientras se enfrentaba a los temibles hunos, el «Morbus gothorum» volvió a golpear a este pueblo mientras estaba a los mandos de Turismundo. A pesar de que fue uno de los primeros arquitectos de la expansión del reino visigodo, sus recelos y su separación del decadente Imperio romano provocaron que el general Falvio Aecio, encargado de la defensa de la Ciudad Eterna, llegara a un acuerdo con sus hermanos para asesinarle. Tras haber perseguido a Atila y haber puesto en jaque la ciudad de Arlens, falleció asfixiado en el año 453 por sus propios familiares después de haberse sentado con ellos en una larga cena.

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Batalla de los Campos Catalaúnicos
Batalla de los Campos Catalaúnicos

El siguiente en llegar hasta la poltrona fue Teodrico II, hermano del fallecido y uno de sus asesinos. Algo habitual durante el período del «Morbus gothorum». El flamante monarca pagó su deuda con Roma sirviendo con sus ejércitos al Imperio en las Galias y en Hispania. Al menos sobre el papel, ya que, en realidad, la expedición que encabezó hacia la Península con su gigantesco ejército en el 456 fue orquestada bajo sus propios intereses en el territorio. La jugada le salió más que bien, pues, a pesar de las fricciones iniciales con varios gobernantes de la «urbs», se estableció por estos lares con el beneplácito de sus superiores. Sin embargo, su fulgurante ascenso se vio truncado cuando uno de sus hermanos, Eurico, le asesinó en el año 466.

La llegada de Eurico supuso un paréntesis en el «Morbus gothorum». Ni puñales, ni venenos. Este monarca falleció de manera natural en el 484 tras haber tenido el honor de vislumbrar la destrucción del Imperio romano. Aunque con él comenzaron unas nuevas tensiones hasta entonces enterradas bajo otros tantos problemas y conjuras: las diferencias religiosas entre la mayor parte de sus súbditos (católicos) y la clase alta y regente (que profesaban el arrianismo).

El relevo se lo tomó su vástago, Alarico II, quien se dejó la vida enfrentándose a los francos en el 507. Su fallecimiento fue también determinante, pues con él se marcharon la mayoría de las posesiones que los visigodos mantenían en el sur de Francia. A partir de entonces, por tanto, este pueblo quedó limitado a nuestra Península Ibérica, lo que supuso la fundación del futuro Reino de Toledo.

Tiempos sangrientos

Gesaleico, obligado a retirarse con su pueblo hasta Hispania ante el avance enemigo, fue el siguiente en ascender al trono. No murió en una conjura, pero sí de forma cruel mientras abandonaba una batalla en el 511.

Fue su sucesor, el ostrogodo Amalarico, quien inauguró el período más cruento del «Morbus gothorum». Según explica Fernando Mora en su concienzudo análisis «Morbus Gothorum, ambición y poder en el reino visigodo», dejó este mundo en Barcelona, mientras huía de los francos con parte del tesoro real. El puñal que le quitó la vida en el 531 fue el de un agente de sus enemigos con el beneplácito de parte de sus oficiales y de uno de sus principales generales: Teudis.

Como cabía esperar, fue Teudis el que asió el trono tras ser elegido por los altos oficiales del ejército. Para ser sinceros, no se le puede negar su buen hacer como monarca. Más bien lo contrario, pues consiguió detener el avance de los francos por el norte, cortó las alas a la poderosa aristocracia hispanorromana afincada en el sur y contuvo la invasión de Hispania protagonizada por el emperador bizantino Justiniano. Por si fuera poco, inició una centralización del reino alrededor de Toledo que, a la postre, marcó un hito en la historia de España. Por desgracia para él, una nueva conspiración, urdida presuntamente por facciones contrarias y protagonizada por un hombre que fingió estar loco, acabó con su vida en el 548. Fue la enésima víctima del «Morbo gothorum».

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Agila I
Agila I

Teudiselo le cogió el testigo, aunque no supo replicar su bien hacer como líder. De hecho, cronistas como Isidoro de Sevilla recuerdan que el nuevo rey mancilló el honor de las esposas de muchos personajes poderosos al obligarlas a prostituirse de forma pública con un doble objetivo: humillarlas ganar dinero para su tesoro particular. Aunque existen una infinidad de interpretaciones sobre este hecho, la realidad es que este tipo de comportamientos hicieron que se orquestara una conjura contra él por parte de la nobleza local. El asesinato se llevó a cabo, al parecer, mientras se celebraba una cena en su palacio andaluz. También se baraja la posibilidad de que participara en el mismo el que fue, poco después, su sucesor: Agila.

Agila I ascendió al trono en el año 549 tras ser votado por sus principales generales. El que se convertiría en la última víctima de la etapa más sangrienta del «Morbus gothorum» se vio obligado a hacer frente desde el principio a revueltas internas en el seno de la nobleza goda. Algo que, para su contrariedad, supo aprovechar a la perfección Bizancio. Su principal enemigo fue Atangildo, a quien Justiniano ayudó de forma esporádica con la intención de debilitar el reino de Toledo y poder extenderse a lo largo y ancho de la Península. El monarca resistió, sí, aunque no tardó en caer víctima de una daga. «Los nobles godos que apoyaban a Agila optaron por asesinarle en su cuartel general de Mérida en marzo del 555, reconociendo como rey a Atanagildo y uniendo sus fuerzas en la común lucha contra los imperiales», añade García Moreno.

Batalla del Río Guadalete
Batalla del Río Guadalete

Con su muerte se puso punto y seguido al tiempo más prolífico en lo que a regicidios visigodos se refiere. Sin embargo, los asesinatos continuaron años después. Así, a principios del siglo XVII fue asesinado Liuva II en una traición organizada por Witerico. Este, a su vez, fue el último monarca visigodo en fallecer víctima del «Morbus gothorum» (al menos, de forma oficial). Su asesinato se produjo en el 610, cuando su propia facción nobiliaria le quitó la vida durante un banquete celebrado en su honor.

Aunque existen otras tantas defunciones turbias entre los visigodos, estas son las que, en la actualidad, podemos demostrar en base a los textos de la época. Todas ellas, parte de un curioso y peligroso juego de tronos que terminó en el 711 cuando, durante la batalla del Río Guadalete, los invasores musulmanes provocaron la caída definitiva de Don Rodrigo. El resto, como se suele decir, es historia.

Origen: Morbus gothorum: el misterioso mal que condenó a los reyes visigodos de Hispania a la destrucción

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