Napoleón, el emperador que nunca habló bien francés
Napoleón no hablaba francés, de niño. El más francés de todos los franceses era en realidad lo que ahora llamaríamos multicultural: nacido en la isla de Córcega
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Napoleón no hablaba francés, de niño. El más francés de todos los franceses era en realidad lo que llamaríamos multicultural: nacido en la isla de Córcega apenas un año después de que esta entrara a formar parte del Hexágono, sus lenguas maternas eran el corso e italiano, e italiano era su apellido. No es un caso único, muchos de los reyes, héroes, emperadores convertidos en símbolos fundacionales de un país o bien provienen de otro o bien no se expresaban en el idioma ahora oficial de ellos. Ejemplos son Ricardo Corazón de León, que no hablaba una palabra de inglés, y Don Pelayo, que si realmente existió y lanzó a sus hombres contra los musulmanes, no lo hizo en castellano.
En 1769 nació en Ajaccio Napoleón Bonaparte, aunque el registro más antiguo en el que aparece con este nombre es un informe oficial fechado el 28 de marzo de 1796; antes había sido Napoleone di Buonaparte, Nabolione o Nabulione en corso. Durante cinco siglos, Córcega había formado parte de la República de Génova, que la vendió a los franceses, quienes tras una campaña militar tomaron posesión aquel mismo 1769.
En aquella isla disputada se había desarrollado el corso, una lengua italorromance con raíces toscanas; se presume que esta fue la lengua materna del pequeño Napoleón, ya que en ella se expresaba su madre, Maria Letizia Ramolino, ferviente nacionalista corsa. Efectivamente, Ramolino creció en una Córcega aún genovesa en la que no se hablaba la lengua de Molière, y pronto desarrolló un fuerte sentimiento antifrancés que transmitió a sus hijos, Napoleón incluido, junto a la militancia nacional corsa.
El corso
Se presume que esta fue la lengua materna del pequeño Napoleón, ya que en ella se expresaba su madre, Maria Letizia Ramolino, ferviente nacionalista corsa
Es por tanto lógico que la infancia del futuro emperador… francés transcurriera en corso e italiano, paradojas de la historia. El padre de Napoleón, Carlo Buonaparte, abogado y diplomático, formado en Italia, sí dominaba en cambio el francés, llegándolo a escribir correctamente, algo que en cambio nunca consiguió su ilustre hijo, pese a los esfuerzos destinados a ello. Carlo Buonaparte dispuso que sus dos vástagos mayores, José y Napoleón, recibieran clases de francés de un clérigo, el Abbé Reco, antes de partir al College d’Autun, pero no fue suficiente, y entre enero y abril de 1778 los hermanos tuvieron que realizar un curso intensivo en aquella lengua.
Se puede decir que entonces, a los nueve años y medio, Napoleón ya se expresaba en francés oralmente, a pesar de que en su inscripción en la escuela militar de Brienne-le-Château -a la que fue enviado unos meses más tarde mientras su hermano José permanecía en Autun-, se especificaba que “il ne parlait que l’idiome de son île maternelle”, según explica Alexandre Dumas en su biografía de Napoleón.
El abad Chardon, quien fue profesor suyo durante tres meses en Autun, explicaba en una carta que “tenía muchas cualidades, comprendía y aprendía fácilmente; cuando le daba clase escuchaba las lecciones con el aire flemático y frío propio de su carácter”. “Le enseñé francés para que pudiera mantener una conversación”, decía el abad, pero si en este capítulo avanzó, no ocurrió lo mismo con el escrito.
Así, sus redacciones estaban llenas de italianismos, que mantuvo durante toda la vida, igual que el fuerte acento corso; por ejemplo, escribía “naicence” por “naissance” (nacimiento), “alor” por “allors” (entonces), “otorizé” por “autorizé” (autorizado), y deformaba la lengua a su conveniencia e imaginación, como en el caso de frases enteras como “delamourdelaglorie” en lugar de “de l’amour de la glorie”.
La escritura
Su caligrafía era tan extraña que tanto sus esposas como el propio Napoleón tenían problemas para entenderla
También su caligrafía era poco menos que catastrófica… y no mejoró con los años. Uno de los privilegios que tuvieron sus dos esposas, Josefina de Beauharnais y María Luisa de Austria, era el de no recibir más que cartas manuscritas de Bonaparte; pues bien, la emperatriz Josefina tampoco conseguía entender la letra de su marido, de manera que cuando le preguntaban se limitaba a decir que el emperador estaba bien. Incluso el propio emperador tenía problemas para releer sus textos.
Antoine Claire Thibaudeau, letrado que contribuyó a la elaboración del código napoleónico, contaba que en una ocasión Napoleón envió un proyecto de ley manuscrito “y todos los miembros de la sección hicieron vanos intentos por leerlo. Berlier fue el encargado de ir a decírselo; después de echarle un vistazo y tirarlo, el Primer Cónsul le dijo: ‘¿Crees que yo mismo soy capaz de entenderlo?’”.
En el College d’Autun la formación en francés era intensa, para compensar que en aquel momento en realidad no era un idioma que conocieran todos los habitantes del país, algo que iba a cambiar con la Revolución (1789). Un decreto de 1792 estableció que la enseñanza debía realizarse en francés en toda la República, mientras los “dialectos”, que en los primeros días de la Revolución habían sido vistos como una riqueza multicultural, ahora lo eran como un vestigio del Antiguo Régimen que atentaba contra el principio de igualdad (y que además dificultaba la difusión de las ideas revolucionarias).
Para entonces, Napoleón ya se había caído del caballo del nacionalismo corso, y una vez convertido en emperador, al tiempo que extendía en los territorios conquistados la ley francesa, hacía lo propio con el francés en su país.
Los otros idiomas
La Revolución que extendió el francés
Cuando se produjo el levantamiento que marca el inicio de la edad contemporánea, se estima que de los 28 millones de habitantes con que contaba el país, unos seis millones no entendían nada de francés y otros seis millones eran incapaces de mantener una conversación en aquel idioma, que sin embargo gozaba de un gran predicamento entre las personas de clase alta de países como Rusia o Alemania, donde, como en Holanda, existía un nutrido grupo de profesionales que utilizaban el idioma de Voltaire.
Henri-Baptiste Grégoire, clérigo conocido como Abbé o Abate Grégoire, participó activamente en la causa revolucionaria, en la que destacó por sus intervenciones para imponer la lengua francesa en todo el país frente a lo que consideraba “dialectos” o “idiomas extranjeros”, y de los que contó una treintena, incluyendo el bretón (un millón de hablantes), alemán (igualmente un millón de hablantes), catalán (cien mil hablantes), vasco (cien mil hablantes), además del burgiñón, flamenco, lionés, gascón…
Militante de la francofonía, sí, pero en sus últimos años Napoleón quiso aprender inglés; sus primeras aproximaciones tuvieron lugar en el Northumberland, en la travesía de dos meses que le llevaría al exilio en Santa Elena. Instalado en la isla y rodeado por más de dos mil kilómetros de agua en todas direcciones, solo y lejos del poder, el emperador caído no tenía nada que leer, los periódicos estaban prohibidos y solo de vez en cuando conseguía algunos… en inglés.
Las clases de inglés se retomaron a cargo del conde Emmanuel de las Cases, cartógrafo e historiador que acompañó a Napoleón en el exilio; De las Cases explica en su Mémorial de Sainte-Hélène: “Hoy el emperador recibió su primera clase de inglés, y como mi objetivo es ponerlo en disposición de poder leer los periódicos, esta primera clase consistió en conocer una gaceta en inglés”. Era 16 de enero de 1816 y durante los tres meses siguientes las clases se sucedieron prácticamente todas las tardes, en ocasiones prolongándose durante cinco horas.
Napoleón trabajaba su inglés “a veces con una aplicación realmente admirable, a veces con visible disgusto”, pero ahora no por las mismas razones que en el College d’Autun, ansioso por dedicarse a sus juegos y batallas, sino por tratarse de la lengua de sus vencedores, por eso y porque a pesar de su “extraordinaria inteligencia”, como la define el conde, “tenía muy mala memoria: esto último le molestaba especialmente” y le impedía avanzar al mismo nivel en el vocabulario que en la gramática.
Por las noches, un insomne Napoleón escribía notas en inglés para que De las Cases las corrigiera al día siguiente. Y de las que se han conservado se desprende que tenía los mismos problemas de grafía que en francés. En una nota fechada el 7 de marzo de 1816, describe sus dificultades por hacerse con el idioma:
“Count lascases: Since six weeks j learn the englich and j do not any progress. Six weeks do fourty and two day. If might have learn fivity word four day I could know it two thusand and two hundred. It is in the dictionary more of fourty thousand (…) After this you shall agrée that to study one tongue is a great labour who it must do into the young aged”.
(Conde lascases – Desde la sexta semana aprendo el inglés y no he progresado. Seis semanas hacen cuarenta y dos días. Si hubiera aprendido cinco palabras en cuatro días, podría saber dos mil doscientas (…) Después de esto, estará de acuerdo en que estudiar una lengua es un gran trabajo que se debe hacer en los años jóvenes).
«Desde la sexta semana aprendo el inglés y no he progresado», escribió el antiguo emperador a su profesor
Pese a estas dificultades, el ex emperador consiguió leer los periódicos y escribirlo un poco, a su manera. También a hablarlo, con acento francés y seguro que bajo este, corso.