28 marzo, 2024

Orina, barbas y ventanas: una historia de los impuestos absurdos

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Tributos que hoy pueden parecer disparatados retratan la sociedad de su época; sus motivaciones obedecen a una lógica

Desde nuestra óptica actual, muchos impuestos, despojados de su contexto histórico, pueden parecer inexplicables o incluso ridículos, pero todos ellos tenían siempre un motivo, en algunos casos simplemente recaudatorio, en otros, el de controlar substancias o materiales clave en la economía y algunos incluso para marcar diferencias entre las clases sociales. Estos son algunos ejemplos.

¿Uno de los tributos más antiguos?

El Antiguo Egipto es una de las civilizaciones antiguas de la que más vestigios han sobrevivido –pirámides, jeroglíficos, obeliscos y mitos–, algunos de ellos difícilmente descifrables, pero de lo que sí hay constancia histórica es del que pudo ser uno de los primeros impuestos: la tasa por el aceite.

El aceite tenía ya un alto valor en el Egipto clásico, y era controlado por el Estado, que tenía en el oro líquido una doble fuente de ingresos: la venta de aceite y la recaudación de un impuesto especial que gravaba su uso más habitual, cocinar.

Los escribas, equipados con pergaminos, visitaban los hogares egipcios con tal de asegurarse de que el tributo era pagado puntualmente y se cercioraban de que no se utilizaba otro tipo de grasa para cocinar, e incluso la reutilización excesiva estaba penalizada.

Pecunia non olet

El emperador Vespasiano comenzó su reinado a finales del 69 d.C, resuelto a restaurar las arcas de Roma; que se encontraban diezmadas después de un período de guerras civiles posteriores a la muerte del infame Nerón . Una de sus medidas menos elegantes fue establecer un tributo sobre la orina.

El Foro Romano, el antiguo centro neurálgico de la capital del imperio

El Foro Romano, el antiguo centro neurálgico de la capital del imperio (Bert Kaufmann)

En la Antigua Roma la orina humana era un valioso recurso que se utilizaba para curtir y lavar la ropa, gracias al amoniaco presente en las excreciones humanas. Esto llevó a algunos comerciantes a establecer su negocio entorno al orín, por lo que Vespasiano, necesitado de ingresos, instauró un tributo a la adquisición de micciones en los baños públicos.

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De aquí viene el proverbio latino pecunia non olet, ‘’el dinero no huele’’, haciendo referencia a la idea de que la procedencia dinero es tan solo una nimiedad: no importa de dónde salga, nunca mejor dicho.

Cuando veas las barbas de tu vecino tasar…

Por muy ridículo que parezca, al menos dos veces a lo largo de la historia se ha impuesto una tasa especial sobre el vello facial masculino. En la Inglaterra de Enrique VIII , la barba se convirtió en un símbolo de estatus, ya que el monarca proclamó un gravamen a cualquier barba, con la cuantía a desembolsar dependiendo del rango social. De esta manera, era fácil distinguir el nivel de nobleza de los caballeros ingleses: a más vello, mayor grandeza.

La segunda ocasión surgió del ingenio de Pedro el Grande , que solía lucir un exiguo bigote. En un intento de modernización de la sociedad rusa, el zar instauró en 1698 un tributo especial para todos los barbudos, con la intención de dejar atrás una moda que consideraba arcaica.

Para presumir de barba en la Rusia zarista de entonces era necesario pagar este impuesto, tras lo cual se recibía una moneda conmemorativa en la que se podía leer: ‘‘La barba es una carga superflua’’.

A oscuras y congelados

Durante la segunda mitad del siglo XVII los británicos tuvieron que soportar una doble imposición sobre ciertas comodidades hogareñas. A partir de 1662 todas las casas con chimenea debían abonar un arancel concebido especialmente para mantener a la familia del difunto Carlos II, haciendo así que muchos ciudadanos tapiaran sus chimeneas con tal de evitar pagar.

Para más inri, en 1696 se estableció un impuesto a las ventanas. Como el anterior, pretendía ser un impuesto progresivo, ya que buscaba que aquellos hogares más ricos -que previsiblemente deberían tener más ventanas- pagasen acorde a su renta. En la práctica, las viviendas construidas desde entonces disponían de menos ventanas, y multitud de familias inglesas cegaron las existentes con ladrillos, al no poder hacer frente al nuevo tributo.

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El rey Carlos II de Inglaterra, en una pintura de John Michael Wright

El rey Carlos II de Inglaterra, en una pintura de John Michael Wright (wikimedia)

Tasando el aseo

Los beneficios de la higiene diaria tardaron en llegar a la población inglesa debido a un impuesto que se mantuvo 141 años vigente: el jabón sufría un gravamen tan alto que impedía a las clases más humildes su uso cotidiano. Este arancel se convirtió en una importante fuente de ingresos para las arcas públicas inglesas, equivalente a lo que recaudan actualmente en impuestos al alcohol.

Establecido en 1712, la vasta mayoría de la población no podía hacer frente al tributo higiénico, por lo que surgió, paradójicamente, un mercado negro de jabón. Con el tiempo, los recaudadores de impuestos se percataron de las sucias prácticas de vendedores y población y procedió a la clausura nocturna de los hornos en los que se fabricaba el jabón clandestino.

Libertad hasta las últimas consecuencias

La lucha feminista no es una moda reciente ni una reivindicación exclusivamente occidental. Un claro ejemplo es la dura respuesta que tuvo el mulakkaram, una tasa de la India del siglo XIX que obligaba a las mujeres de las castas inferiores a pagar por cubrirse los pechos en público.

Según un artículo de K.S. Manilal en la revista del Centro de Investigación en Ciencias del Conocimiento Indígena (CRIKSC), estuvo vigente durante un corto período de tiempo en el por entonces reino de Travancore. Este impuesto se pagaba tan pronto se empezaban a desarrollar los pechos y provocó una auténtica rebelión de las mujeres indias.

El acto más significativo de la protesta, y el que a la postre puso fin al pudoroso tributo, fue protagonizado por una mujer llamada Nangeli. Como desafío a la medida recaudatoria, se cortó los senos y se los entregó en una hoja de palmera al presumiblemente atónito recaudador de impuestos. La reivindicativa Nangeli murió por las heridas provocadas por su acción, pero el revuelo causado sirvió para abolir el impuesto.

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Racismo impositivo

Los estados, naciones, reinos y ciudades han utilizado los impuestos a las minorías a lo largo de la historia para mantener el poder, desincentivar la inmigración o por simples motivos religiosos, tal y como explica Carles Viñas, doctor en Historia Contemporánea por la UB.

Por ejemplo, cuando los sarracenos ocuparon Barcelona en el año 718, obligaron a los cristianos a pagar un tributo por su fe, por lo que algunos ciudadanos se convirtieron al islam con tal de no pagar impuestos y favorecerse del nuevo régimen.

Por su parte, los zoos de la Corona de Aragón, instalados primeramente en el Palacio de la Reina de Barcelona en el siglo XIV y más adelante en ValenciaZaragoza Perpiñán, eran financiados a través de los impuestos que pagaban los judíos. Cuando se expulsó a esta comunidad de sus barrios en las distintas ciudades, surgió el problema de cómo mantenerlos, así que, provisionalmente, el rey Juan I de Aragón destinó una parte del salario de los altos funcionarios a este menester.

Uno de los ejemplos más recientes de tasa xenófoba es el impuesto a la inmigración china que estuvo vigente en Canadá durante 37 años. Todos los inmigrantes chinos que llegaron a la tierra del sirope de arce durante 1885 y 1923 pagaban una tasa de 50 dólares canadienses inicialmente, que se disparó hasta los 500 en 1903. Este precio suponía una auténtica barrera de entrada para los migrantes chinos, que una vez instalados apenas ganaban 1 dólar al día. Canadá pretendía así desalentar la inmigración asiática, pero ningún otro grupo étnico había de pagar impuesto alguno.

Origen: Oriba, barbas y ventanas: una historia de los impuestos absurdos

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