¿Por qué te torturaba y quemaba (o no) la Inquisición en Toledo? – Leyendas de Toledo
Libros prohibidos, moriscos, criptojudíos, blasfemos, muñecos de vudú, invocaciones al demonio, Delitos contra la fe, contra la moral, perseguidos por la Inquisición también en la ciudad de Toledo. En este interesante artículo de Felipe Vidales descubrimos algunos de los procesos inquisitoriales realizados en la ciudad de Toledo.
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Libros prohibidos, moriscos, criptojudíos, blasfemos, muñecos de vudú, invocaciones al demonio, lecturas de manos, desviaciones sexuales, filtros y brebajes curativos preparados para atraer el amor de un hombre… Delitos contra la fe, contra la moral, perseguidos por la Inquisición también en la ciudad de Toledo. En este interesante artículo de Felipe Vidales descubrimos algunos de los procesos inquisitoriales realizados en la ciudad de Toledo.
“Nos los Inquisidores contra la herética Pravedad, y Apostasía, en esta ciudad y Arzobispado de Toledo (…) A todos los vecinos y moradores, estantes y residentes en todas las Ciudades, villas, y lugares de este nuestro distrito, de cualquier estado, condición, preeminencia, o dignidad que sean, exentos o no exentos, y cada uno y cualquier de vos, a cuya noticia viniere lo contenido en esta nuestra Carta en cualquier manera (…) Hacemos saber que ante nos pareció el Promotor Fiscal del Santo Oficio, y nos hizo relación, diciendo, que bien sabíamos, y nos era notorio, que de algunos días y tiempo a esta parte por nos en muchas Ciudades, villas, y lugares de este distrito, no se había hecho Inquisición, ni visita general. Por lo cual no habían venido a nuestra noticia muchos delitos que se habían cometido y perpetrado contra nuestra sancta Fe católica, y estaban por castigar, y que de ello se seguía de servicio a nuestro Señor, y gran daño y perjuicio a la religión cristiana, que nosotros mandásemos, e hiciésemos la dicha inquisición y visita general, leyendo para ello Edictos públicos, y castigando los que se hallasen culpados, de manera que nuestra sancta Fe católica siempre fuese ensalzada, y aumentada. Y nosotros, visto su pedimento ser justo, queriendo proveer cerca de ello lo que conviene al servicio de Dios nuestro Señor, mandamos dar, e dimos la presente para vosotros, y cada uno de vosotros en la dicha razón, para que si supiéredes, o entendiéredes, o hubiéredes visto, o oído decir, que alguna, o algunas personas, vivos, presentes, o ausentes, o difuntos hayan hecho, o dicho, o creído algunas opiniones, o palabras heréticas, sospechosas, erróneas, temerarias, mal sonantes, escandalosas, o blasfemia heretical, contra Dios nuestro Señor y su Santa Fe católica, y contra lo que tiene, predica y enseña nuestra Santa madre Iglesia Romana, lo digáis, y manifestéis ante nosotros”
Cualquier rencilla personal, cualquier venganza, cualquier denuncia falsa podía llevar a una persona a la cárcel primero y ante los inquisidores después.
Quienes vivían en la España de los siglos XVI al XIX sabían perfectamente qué significaba este texto. Era un Edicto de Fe dictado, impreso y difundido por el tribunal de la Inquisición. Sabían que después de escucharlo leer en voz alta en alguna plaza de su localidad se abría un periodo de 40 días en el que estaban obligados a delatar a sus vecinos o a autodelatarse si habían incurrido en algún tipo de herejía. Con estas palabras el miedo se extendía entre la población, conscientes de que cualquier rencilla personal, cualquier venganza, cualquier denuncia falsa podía también llevar a una persona a la cárcel primero y ante los inquisidores después. Nadie estaba a salvo de la Inquisición y del Tribunal de Toledo, el más extenso y poderoso de todos los que existieron.
Orígenes de la Inquisición
La religión católica constituyó uno de los ejes vertebradores de la sociedad española de la Edad Moderna (siglos XVI al XIX). La teología católica era el instrumento a la luz del cual se interpretaba todo, se daba sentido a todo, ya fuese natural o sobrenatural. Cualquier acto, cualquier manifestación humana o no, tenía sentido dentro de esa teología…o no tenía ningún sentido.
La herejía, la desviación de la fe, se consideraba un pecado pero también un delito. Como pecado se podía perdonar en el seno de la confesión, pero como delito sólo podía ser castigado por un tribunal y una ley. Pecado y delito iban unidos en la mente de los inquisidores. Y es en ese contexto en el que nace el tribunal de la Inquisición, cuya ley en sus casi cuatro siglos de existencia en España siempre fue una mezcla entre la teología cristiana y la razón de estado. Porque aunque se hayan escrito ríos de tinta hablando de su origen y su aprovechamiento por parte de la iglesia, quienes más se sirvieron de ella fueron los reyes. Y he aquí el primero de una larga serie de mitos que han distorsionado enormemente la historia de la Inquisición.
Es un error pensar en la Inquisición como una creación propiamente española.
Quizá el más extendido sea aquel que habla de este tribunal como una creación propiamente española. Es un error. El tribunal de la Inquisición, encargado de perseguir y juzgar esas desviaciones heréticas producidas en el seno del cristianismo, no fue el producto de una decisión radical de una serie de religiosos sádicos y atormentados, sino que apareció en un contexto determinado en el que se combinaron los intereses del pueblo llano, del clero bajo y alto y especialmente de los poderes políticos, encabezados por el rey. No fue la iglesia la que estuvo detrás de su creación, sino los emperadores alemanes que solicitaron a al Papa entre finales del XII y comienzos del XIII la creación de este tribunal. Su objetivo inicial era combatir la herejía de los cátaros en el sur de Francia y el norte de Italia. Más de dos siglos después, fueron los Reyes Católicos quienes solicitaron al Papa Sixto IV que habilitase también a unos religiosos para ejercer de inquisidores en Aragón y Castilla, esta vez dedicados a perseguir a los miles de musulmanes y judíos convertidos al cristianismo (los moriscos y los conversos), los nuevos herejes. Así llegó (pero no nació) la Inquisición a la actual España, de la mano de los frailes dominicos y especialmente vinculada a su convento de San Pedro Mártir, hoy sede de la universidad y entonces de cientos de autos de fe.
La Inquisición fue un instrumento de control, una policía política que determinó y condicionó el día a día de los españoles durante siglos.
Foto: Claustro de San Pedro Mártir (Toledo) en el siglo XIX. Fotografía de Jean Laurent. The Library of Congress of the United States of America. Blog Toledo Olvidado.
No tardaron mucho en darse cuenta los reyes españoles de las enormes ventajas de este tribunal para perseguir todo tipo de desviaciones y “corregir los errores” de los cristianos nuevos… pero también de los viejos, aquellos que aparentemente no llevaban en su sangre la mancha del islam o del judaísmo. La Inquisición fue un instrumento de control, una policía política que determinó y condicionó el día a día de los españoles durante siglos y que sencillamente copió los métodos y prácticas de la Inquisición primigenia, que eran a su vez los propios de la justicia civil europea: instauró la tortura de forma habitual para arrancar confesiones, condenó a la horca y a la hoguera a infinidad de reos e inhabilitó socialmente a familias enteras. En todo ello, a pesar de la extensa Leyenda Negra que persigue a los españoles, tampoco fuimos originales, únicos ni distintos al resto de europeos que no contaron en sus territorios con un sólo tribunal inquisitorial.
¿Qué perseguía la Inquisición en Toledo?
La Inquisición perseguía tres tipos de delitos:
- Contra la fe (considerados contrarios al dogma católico), que abarcaban un amplio abanico de apostasías, proposiciones heréticas, blasfemas e impías, etc.
- Contra la Inquisición, incluyendo todo tipo de obstaculización a sus acciones, ofensas verbales a sus miembros, incumplimiento de las sentencias impuestas, etc.
- Contra la moral, aquellos que no atacaban a la creencia o a la fe sino a la vida cotidiana, a la conducta y acciones públicas y privadas que se suponía que debía tener un buen católico. Blasfemias, dobles matrimonios y bigamia, supersticiones de todo tipo (brujería, hechicería, prácticas mágicas heterodoxas), homosexualidad, bestialismo, amancebamiento y delitos propios de religiosos como la solicitación de favores sexuales durante la confesión fueron los más perseguidos.
Son especialmente interesantes estos últimos delitos en relación a la inquisición de Toledo por la gran cuantía que supusieron. De hecho, no debería extrañarnos el hecho de que aquellos Edictos de fe con los que se abría este artículo dedicasen un párrafo concreto a una serie de delitos/pecados que se buscaba erradicar especialmente en Toledo. Mientras que el texto de los edictos de cualquier tribunal es una mera repetición de delitos que se buscan por igual en todos los rincones de España (judaizantes, mahometanos, luteranos y protestantes, libros prohibidos, proposiciones heréticas y blasfemias, etc), los edictos de fe que leían los toledanos en las puertas de las iglesias avisándoles de que tenían que delatar a quienes hubiesen visto u oído decir que habían cometido algún delito incidían en una serie de prácticas que parecían ajenas al resto de España. Aquí, en Toledo y no en Sevilla o Logroño, los inquisidores estaban especialmente atentos a perseguir un cuantioso elenco de prácticas mágicas relacionadas con la hechicería y la brujería que, podemos deducir por su insistencia, se practicaban en nuestra ciudad de forma más rutinaria y habitual que en otras. Así recordaban los inquisidores a los toledanos que acudiesen a denunciar:
“si sabéis o habéis oído decir de alguna o algunas personas que por saber de las cosas futuras y otras ocultas, descendientes del libre albedrío del hombre, hayan dado a la geomancia, esto es adivinación de la tierra; o hidromancia, que es adivinación por agua; o cromancia, que es del aire; o piromancia, que es de fuego; o nomancia, que es de las uñas de las manos; o coromancia, que es por las rayas de ellas; o necromancia de los cuerpos muertos, y otras adivinaciones por suertes y supersticiones, no sin compañía (a lo menos oculta) de los demonios, o pacto y concierto tácito con ellos. O hayan echado suertes para los dichos efectos con los dados, granos de trigo, o habas, o hayan atendido a adivinaciones y a fueros, y otras semejantes señales, y vanas consideraciones de cosas futuras. O si sabéis o habéis oído decir que alguno o algunas personas hayan hecho expreso pacto y concierto con el demonio, en manifiesta destrucción de sus almas, o hayan hecho encantamientos del arte mágica, haciendo instrumentos, o cercos, o hechizos, trazando o dibujando caracteres o señales diabólicas, invocando o consultando demonios, o pidiendo respuestas a los demonios, o recibiéndoles o ofreciéndoles ruegos, o sahumerios con incienso, e otras cosas, o ofreciéndoles otros sacrificios, encendiendo candelas, o usando mal y sacrílegamente para los dichos efectos de los santos sacramentos, o cosas sacramentales, y benditas, o dándoles la obediencia de adoración, hincando las rodillas o de otra cualquiera manera, atribuyéndoles cuto y veneración. O si han hecho o hecho hacer anillos, o espejos, vasijas, redomas, para atar, meter o encerrar (a su parecer) algún demonio, para pedirles y tener respuesta de ellos. O si sabéis (…) hayan preguntado en los cuerpos endemoniados, o espiritados, o lunáticos, cosas por venir ocultas, preguntándolas a los demonios. O si (…) hayan hecho algunas supersticiones o en vasijas o vasos de vidrio llenos de agua, o en un espejo encendidas unas candelas, aunque sean benditas en nombre del Ángel santo y blanco, hablando con humildad al demonio. O en las uñas o palmas de las manos, untándolas con aceite, preguntando cosas por venir, o otras ocultas, por medio de fantasmas y representaciones aparentes, o por fantásticas visiones, preguntando al mismo padre de la mentira el demonio: con otros encantos o varias supersticiones o veneraciones, pronosticando los sucesos de las dichas cosas por venir o ocultas. O si (…) haya compuesto escrito o impreso, o haya leído o tenido o tenga al presente algún libro de molde, o de mano, o algunos papeles o tratados en los que se contengan alguna o algunas de las dichas supersticiones o hechicerías, o en que se afirme que han de suceder cosas futuras, contingentes, o casos fortuitos, aquellos hechos que dependen del libre albedrío del hombre, o otros cualesquier libros de la geomancia, hidromancia, quiromancia, necromancia y otros en los cuales se contengan adivinaciones por suertes, hechizos, agüeros, encantamientos de la arte mágica, siendo como son todos los dichos libros, o escritos, malos y prohibidos por el Santo Concilio de Trento, por los catálogos expurgatorios de este Santo Oficio, dejando tan solamente permitido los libros o escritos que tratan de juicios, y observaciones naturales, para efecto de ayudar a la navegación, agricultura, y arte de la medicina, siendo como todo ello es para los tales efectos vano, y supersticioso, en gran daño, y perturbación de nuestra Religión y cristiana”.
Libros, habas, muñecos de vudú, invocaciones al demonio, lecturas de manos, naipes y cartas, filtros y brebajes curativos preparados para atraer el amor de un hombre, para saber de aquel que un día las abandonó o para evitar que el marido continuase abusando y maltratando a la esposa. El edicto no incidía en la condición social de quienes cometían estos delitos y pecados, pero hoy sabemos que de forma mayoritaria fueron mujeres las que cayeron en manos de la Inquisición acusadas de todo lo anterior. Ellas fueron las protagonistas de los cientos de procesos y juicios celebrados en Toledo por acusaciones derivadas de la hechicería y de la brujería, mucho más numerosos y cuantiosos aquí en Toledo que en comparación con cualquier otro tribunal inquisitorial español. Aquella tradición medieval de Toledo como punto de encuentro de magos y nigromantes adoptó una nueva forma en los siglos XVI y XVII, la de las brujas y hechiceras.
Hoy sabemos que de forma mayoritaria fueron mujeres las que cayeron en manos de la Inquisición.
¿Eso quiere decir que no hubo brujos? Claro que los hubo, pero pocos y mejor parados en sus sentencias. ¿No hubo hombres casados varias veces? Muchos, pero la sentencia siempre les situaba en una posición de superioridad frente a la mujer. Los delitos relacionados con la moral fueron especialmente lesivos con ellas, consideradas inferiores, “incompletas”, ilusas y culpables del pecado original como se encargaron de recordar quienes fijaron el ideario para las actuaciones inquisitoriales, desde Aristóteles y el Génesis bíblico a Tomás de Aquino pasando por Agustín de Hipona. La recuperación de algunos procesos inquisitoriales es una forma de dar vida a estas toledanas que vivieron en nuestras mismas calles y plazas hace siglos.
Algunos ejemplos de procesos de la Inquisición en Toledo
Vidas como las de Catalina García de Castro, pobre de solemnidad que vivía en unas cuevas a la espalda de San Lucas pagando alquiler por ellas al párroco de San Justo. Obligada a prostituirse por necesidad, la Inquisición fue a por ella tras haber sido delatada por uno de sus clientes que le acusaba de haberle hecho desaparecer de la cueva tras un estruendo enorme y haber aparecido de repente en San Juan de la Penitencia una noche de primavera de 1731.
O como la de la lavandera Inés Rodríguez, que vivía en las inmediaciones del actual mirador de la Virgen de Gracia y facilitaba conjuros a un hombre que “estaba aficionado de una mujer (…) por lo cual andaba loco”. Inés y otras hechiceras le dijeron a su cliente que se masturbase, que “tomase de la simiente natural suya” (que recogiese su propio semen) y lo camuflase en una copa de vino que debería dar a aquella dama que amaba mientras él le susurraba: “así como esto es salido de mis pulmones, así te mueras por mis amores, y que de esta suerte le querría bien la dicha mujer”. No funcionó, el galán toledano que vivía en la calle Santa Justa denunció a la hechicera y sin más pruebas que esa Inés fue condenada por pactar con el diablo en 1618.
Todas ellas estaban especializadas en la que quizá es una de las más claras prácticas de vudú ocurridas en España
Vidas, en definitiva, como las de María Romero, Ana la Gitanilla, la Sopetilla, Cebriana de Escobar, Mariana Díaz del Valle y tantas otras hechiceras, cuyo oficio se vio bruscamente truncado cuando una de ellas fue delatada. Amigas y vecinas de la bajada de Santa Ana y la antigua calle del Mármol en la judería con ramificaciones por la travesía del Aljibillo y la plaza de Abdón de Paz, que no soportaron la presión del proceso y terminaron delatándose unas a otras en los primeros años del siglo XVIII. Reconocieron echar los naipes para adivinar el futuro, conjurar a los demonios para atraer voluntades de hombres y evitar maltratos de estos a sus mujeres entre varios recursos clásicos de las hechiceras toledanas. Y entre todos los conjuros y prácticas, todas ellas estaban especializadas en la que quizá es una de las más claras prácticas de vudú ocurridas en España. Sin duda influidas ya en esos años por la circulación de ideas, creencias y prácticas entre el Viejo y el Nuevo Mundo, confeccionaban muñecos de pan o de cera verde, blanca o amarilla los cuales metían “en un bujero lleno de alfileres y cabellos” que debían haber sido cogidos de la cabeza o de “las partes obscenas” de los hombres a quienes se quería embrujar. Así cayó fulminado un trabajador de la seda vecino del barrio de San Lucas llamado Francisco, que acudió a casa de una de ellas a por unos polvos con la “intención de echarlos a una mujer en el manto a donde los pisase (…) para efecto de conseguir a dicha mujer para casamiento”. Algo hizo mal Francisco que ofendió a la bruja, pues su amigo el platero José Gálvez, que vivía en las últimas casas junto a la puerta de Valmardón y que también debería frecuentar ese grupo de hechiceras, reconoció la muerte de su amigo cuando vio en casa de una de ellas un muñeco agujereado y lleno de alfileres con la forma de Francisco.
Torturas de la Inquisición
Otro gran mito sobre la Inquisición tiene que ver con la tortura. Rara vez aplicó la Inquisición “el tormento” contra estas mujeres. El potro, la mancuerda, el tormento del agua, de la escalera y tantas otras sádicas ocurrencias se reservaban especialmente para judaizantes, moriscos, alumbrados, protestantes y quienes verdaderamente suponían un peligro tanto para la Inquisición como para los reyes y sus ministros. No las hechiceras y brujas, supersticiosas sin más que solían pagar con azotes y destierro sus penas y jamás con la muerte. De hecho, una única mujer fue asesinada en toda la historia del tribunal de Toledo tras ser acusada de bruja, la Manjirona, vecina del Carpio del Tajo a quien el alcalde de su pueblo estaba esperando con la horca en la mano cuando salió libre de su proceso inquisitorial. Y allí murió en manos de aquel alcalde después de que la Inquisición le hubiese perdonado la vida.
Los moriscos y conversos sí que conocieron la dureza de las torturas. Mari Pérez Limpati, de 19 años, fue acusada de “profesar la secta de Mahoma” y se le torturó “habiéndosele dado hasta 5 vueltas de cordel. A la postrera pareció desmayarse de manera que no respondía a lo que se le preguntaba, ni se quejaba, ni volvía en sí por gran rato aunque se hicieran algunas diligencias con ella, y quedando así desmayada cesó la diligencia del tormento”. María Hernández, esposa del azacán Diego Hernández, vecina del barrio de los Tintes con casa frontera a la iglesia de San Bartolomé, fue delatada por practicar el mes de ayuno de Ramadán y torturada sin pruebas tan sólo para extraer en su confesión los nombres de otros moriscos. Su arrojo sorprendió a los inquisidores, pues María no delató a nadie de los suyos, y tras ser torturada y acusada sin pruebas, salió absuelta.
“Venciólo” era el término que empleaban los inquisidores para referir cómo el tormento había servido para matar al reo o para hacerle confesar.
Otros no tuvieron tanta suerte en la dureza del tormento. “Venciólo” era el término que empleaban los inquisidores para referir cómo el tormento había servido para matar al reo o para hacerle confesar. Un total de 18 de los reos fallecieron en relación al tormento, o durante o poco después (cárcel, infarto, en el hospital intentando curarse) y 1 de suicidio en la cárcel, tan sólo en los años que van de 1575 a 1605. Uno de ellos fue Francisco de Córdoba, morisco de Berbería que tuvo que comparecer dos veces ante el tribunal de Toledo denunciado por vivir en la ley de Mahoma y por poner en práctica sus ancestrales conocimientos médicos y mágicos de raíz islámica. Dos testigos contaron que acudieron a él parta que curase a una persona afectada de hechizos, y que el morisco prescribió al paciente que tomase “ciertas cedulillas escritas” que debía ingerir con el vino, y que realmente eran papelitos con textos del Corán escritos. Fue torturado una vez y reconoció ante el juez que practicaba curaciones con versos del Corán aunque sabía sobradamente “que las cosas del Corán y secta de Mahoma eran contrarias a nuestra santa fe católica”. Pero a los inquisidores no les bastaba con esta confesión, y querían más nombres, más cómplices. Fue torturado nuevamente “y le venció”, muriendo en la cárcel toledana donde hoy se encuentra el Palacio Universitario de Lorenzana como consecuencia del tormento que no superó. Algo parecido vivió doña Felipa Núñez, judía conversa que vivía en la calle de la Sierpe, que con 70 años sufrió una tortura de más de una hora que le dejó al borde de la muerte por culpa de unos vecinos que le vieron esconder unos libros que los inquisidores jamás encontraron. Anciana ya y cansada de vivir su religiosidad de forma oculta, se negó a delatar a más familiares y amigos con los que quizá compartiese en secreto su fe.
Foto: Ventura Reyes Prósper en el Patio del Instituto Universitario Lorenzana. Postal de la Edición Menor. Toledo Olvidado.
Que la tortura se aplicaba con el fin de obtener más delaciones, más nombres que implicasen a más personas que pudieran ser procesadas, se ve claramente en el proceso a la joven Lucrecia cuyos sueños se volvieron en su contra. Desde niña soñaba con conseguir todo lo que su padre le negaba, un buen marido y una familia, y en sus sueños los protagonistas comenzaron a cambiar. Su tiránico padre pasó a ser en sus sueños Felipe II, a quien responsabilizaba de los males de España, del mal gobierno, de la pobreza de la gente. Sus sueños se hicieron famosos tras ser manipulados por un clérigo toledano y se convirtieron en un problema de estado al servir de corriente de oposición crítica contra el rey más poderoso del mundo. Lucrecia, la niña soñadora, la profetisa, había cometido el fatal error siendo mujer de entrar en política, terreno vetado sólo para hombres. La Inquisición intervino alentada por el rey, y con Lucrecia en la cárcel dieron forma a una acusación que buscaba hacer culpable a la joven no sólo de un delito de orden público, sino de un pecado peligrosísimo: el de brujería. Lucrecia fue acusada de soñar lo que soñaba instigada por el demonio, torturada durante días en el verano de 1595 en los que delató a todos aquellos que formaban parte, como ella, de la facción política de oposición a Felipe II. No hubo clemencia. Lucrecia fue finalmente encerrada y abandonada en los conventos de Santa Ana y de las Beatas de la Reina.
Otros y otras no fueron torturados, pero sus vidas quedaron arruinadas tras verse envueltos en procesos inquisitoriales.
En el Hospital del Rey primero y en el de San Lázaro después terminó sus días Elena o Eleno de Céspedes. Teniendo todo en contra para sobrevivir, consiguió llevar una vida acorde con su sexualidad, renunciando a vestir y a actuar como mujer, convirtiéndose en soldado primero y en cirujano después y consiguiendo engañar a una Iglesia que terminó sin saberlo casándole con otra mujer en lo que sin duda es el primer matrimonio entre mujeres en el seno de la iglesia católica. Su vida se truncó cuando fue descubierta, acusada de haber cometido sodomía, bigamia, brujería y sacrilegio del sacramento del matrimonio. Elena, Eleno, deberían pasar a la historia como un ejemplo de superación y como la primera mujer titulada como médico cirujana de la historia, a quien se sigue sin reconocer ese mérito mientras su increíble vida sigue esperando a ser revivida entre legajos del Archivo Histórico Nacional.
Protagonistas con nombres y apellidos, vecinos y vecinas de ese Toledo que seguimos habitando, investigando y mostrando a quienes se interesen por este oscuro capítulo de la historia del cristianismo europeo, y no sólo de Toledo o de España. Es hora de darles voz, de acercarnos a sus casas, a los lugares en los que fueron juzgados y humillados, y conocer qué tienen que decirnos.
Origen: ¿Por qué te torturaba y quemaba (o no) la Inquisición en Toledo? – Leyendas de Toledo