Probo, el emperador romano ejecutado por sus legionarios: los explotó para realizar una obra
El gobernante de finales del siglo III, que resistió varias conspiraciones y triunfó en guerras contra los bárbaros, descubrió las dramáticas consecuencias de los caprichos imperiales.
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Durante el reinado del emperador Aureliano, a mediados del siglo III d.C., se registró una de esas historias que fascinaban a las fuentes romanas. En una campaña contra los alanos o algún otro pueblo bárbaro, se capturó un caballo que supuestamente podía galopar cien millas por día durante diez jornadas consecutivas. El animal le fue entregado al general Probo, quien lo rechazó argumentando que un équido con semejante resistencia era más adecuado para alguien interesado en la retirada. Entonces, lo sorteó entre sus hombres, de los que cuatro se llamaban como él; y dio la casualidad que el nombre extraído de la urna fue el de Probo. Aunque el militar no había participado, sus soldados insistieron en que se quedara con el caballo.
El inverosímil relato refleja la precaución con la que debe ser abordada la figura de Probo, uno de los llamados emperadores soldados más exitosos. Su gobierno se extendió entre los años 276 y 282, una época de gran incertidumbre tanto en las fronteras de Roma como en el interior del propio Imperio, donde se encadenaban rebeliones y magnicidios. En su «poco fiable» biografía, según los historiadores, recogida en la Historia Agusta, el líder romano prometió a su pueblo «un siglo de oro» sin guerras ni campamentos, en el que ya no se fabricarían más armas y en el que los soldados podrían dejar el ejército y dedicarse a labrar la tierra o al estudio. Pero esa política acabó siendo su propia tumba.
Probo, natural de Sirmio, en la región de Panonia, que se correspondía con la actual Hungría y la parte oriental de Austria, comenzó a servir como legionario al inicio de su edad adulta. «Se dice que, mientras era tribuno, actuó con una valentía extraordinaria durante una de las guerras sármatas, al parecer cruzando el Danubio para llevar a cabo sus gestas», apunta el historiador Guy de la Bédoyère en su libro Gladius (Pasado&Presente). «Su biografía no se considera muy fiable, pero es probable que el relato de su carrera militar contenga algunos elementos de verdad».
Curtido en las fronteras del Rin durante el reinado de Aureliano, a Probo se le concedieron, según la Historia Augusta, cuatro lanzas, dos coronas vallares, una cívica, cuatro estandartes blancos, dos brazaletes de oro, un collar de oro y una copa de cinco libras para los sacrificios. Después de esto fue ascendido al mando de «la tercera legión», posiblemente la Legio III Italica. Tras la muerte del emperador y su sucesor, Tácito, ambos asesinados por sus propios hombres, el mando del Imperio romano se lo iban a repartir Floriano y Probo, que se haría finalmente con el control de la Urbs tras ser también su enemigo ajusticiado por sus tropas en 276.
El sensacionalismo de las fuentes antiguas, atraídas por historias de brutalidad y exaltación de la virtus romana, dibujan en ocasiones a un Probo que rozó lo sanguinario —dicen que pagó un áureo de oro por la cabeza de cada bárbaro enemigo decapitado que le trajeran a Roma— o que hasta trató de imitar la excentricidades de Nerón: hizo que los soldados arrancaran los árboles con sus raíces y los transportaran hasta el Coliseo de Roma, donde se dispusieron sobre una plataforma en la arena formada por travesaños de madera y cubierta con tierra para emular un bosque en un espectáculo de cazas de bestias. En esos juegos, supuestamente, se mataron miles de animales.
Rebelión legionaria
Durante el gobierno de Probo se ejecutaron medidas importantes, como la autorización a todos los galos, hispanos y britanos a poseer viñas y a producir vino. Desecó pantanos para que pudieran utilizarse como tierras de cultivo y también, valiéndose de los legionarios y demostrando que además de ser un eficaz emperador soldado le interesaban cuestiones civiles básicas como la infraestructura imperial, desarrolló en zonas como Egipto numerosas obras de puentes, templos, atrios y basílicas.
Sin embargo, sería precisamente una de estas empresas públicas la que dinamitaría la situación. En el año 282, cuando Probo llegó a su Sirmio natal tras haber instaurado al fin una sudada paz y con el sueño de lanzar una campaña hacia Oriente, aprovechó para acometer un proyecto de ensanchar y hacer más fértil el suelo de su patria. Para ello destinó a miles de legionarios a secar una ciénaga, construir una fosa gigante y desviarla con un canal para que el terreno pudiese ser aprovechado por sus habitantes. Los soldados, abrasados por el calor y ante el escenario del fin de la guerra, decidieron amotinarse.
«Soliviantados por ellos —describe la Historia Augusta—, le dieron muerte en el quinto año de su reinado, en el momento en que trataba de huir a una torre guarnecida con hierro, que había ordenado construir a gran altura para utilizarla como atalaya» desde la que vigilar a sus hombres. Probo descubrió que la sobreexplotación de los soldados para caprichos imperiales tenía consecuencias dramáticas. Sin embargo, los legionarios inmortalizaron a pesar de todo el amor que tenían por su líder, a quien le construyeron un gran túmulo con un epitafio honorífico: «Aquí yace el emperador Probo, que es verdaderamente probo, vencedor de todos los pueblos bárbaros, vencedor también de los tiranos».
El emperador había logrados apagar tres rebeliones internas que amenazaron su poder, triunfar en guerras contra los bárbaros en la Galia y en el Rin y rechazar una invasión de los vándalos a través de Iliria. Pero a pesar de todas esas amenazas, lo que acabó definitivamente con su reinado y su vida fueron sus ansias por desarrollar la economía de su región natal de Panonia valiéndose de la mano de obra militar. En Roma las riendas pasaban por controlar al ejército, a quien había que mantener satisfecho y bien alimentado.
Origen: Probo, el emperador romano ejecutado por sus legionarios: los explotó para realizar una obra