¿Qué pasó en Barcelona el 21 de julio de 1936?
20 DE JULIO, LUNES POR LA MAÑANA
Sólo quedaban dos reductos facciosos: el convento de los carmelitas y el núcleo de Atarazanas y Dependencias militares.
Al final de las Ramblas, ante el monumento a Colón, a la izquierda, se encontraba el edifico de las Dependencias Militares, y a la derecha, justo enfrente, el cuartel de Atarazanas, dividido en dos zonas, separadas por amplios patios separados por muros y puertas atrancadas: la Maestranza (edificio hoy desaparecido que daba a la Rambla de Santa Mónica), que aún resistía, y los antiguos astilleros medievales, ya tomados. El palacio de Dependencias (actual Gobierno Militar, donde fue juzgado en 1973 Salvador Puig Antich), albergaba todos los servicios auxiliares de la División: juzgados, auditoría, fiscalía, centro de movilización, etcétera.
El fuego cruzado entre los edificios de las Dependencias, monumento a Colón y Atarazanas, los hacía inexpugnables. Desde el balcón de Atarazanas, que se abría sobre la Rambla, se batía un amplio espacio que causaba gran mortandad entre los asaltantes. El asedio había empezado el día 19. Al amanecer del día 20, dominada ya la sublevación en toda la ciudad, todas las fuerzas disponibles se desplegaban en la rambla de Santa Mónica en espera del asalto final. Una pieza del 7,5, al mando del sargento Gordo, no cesaba de disparar sobre el viejo caserón de Atarazanas, al tiempo que el camión que había salido de Pueblo Nuevo, con la ametralladora atornillada en la parte trasera de la plataforma, protegido con colchones, hacía marcha atrás aproximándose al cuartel sin dejar de disparar sus ráfagas de ametralladora. La situación se hizo insostenible para los asediados: unos ciento cincuenta hombres, ciento diez en Dependencias y unos cuarenta en Atarazanas. Al asedio se sumaron dos cañones y dos morteros emplazados en el muelle. La aviación bombardeaba y ametrallaba asiduamente. Desde las terrazas próximas se lanzaban bombas de mano. El agotamiento de la dotación de munición de los asediados decidió la rendición de los soldados de las Dependencias Militares, que tras negociar en Gobernación la salida con garantías de los familiares de la oficialidad, que había en el edificio, izaron bandera blanca poco después de mediodía, permitiendo la entrada de los guardias de asalto. Los anarquistas que asediaban el último reducto de los rebeldes, en Atarazanas, rechazaron la intervención de la guardia civil y de los militantes del POUM en el asalto final. El Comité de Defensa de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el antiguo grupo “Nosotros” en pleno, estaba frente a Atarazanas, decidido a tomarlo. Los asaltantes anarquistas se aproximaron al cuartel, unos cubriéndose de árbol en árbol, otros “tras las bobinas de papel de periódico rodando”
. En un imprudente avance Francisco Ascaso fue muerto de un tiro en la cabeza. Poco después se rindieron los combatientes en Atarazanas, que izaron bandera blanca, a cuya vista los libertarios saltaron los muros y entraron en tromba disparando sobre los oficiales y confraternizando con la tropa. Faltaba poco para la una de la tarde.
En treinta y dos horas el pueblo de Barcelona, en las jornadas del 19 y 20 de julio de 1936, había vencido al ejército. Contabilizados ambos bandos el saldo fue de unos cuatrocientos cincuenta muertos (en su mayoría cenetistas) y miles de heridos. Casi todas las iglesias y conventos, algunas ya desde la mañana del 19, volvieron a arder controladamente, o vieron cómo se encendían fogatas sacrílegas a sus puertas, con las notables excepciones de la catedral y la Sagrada Familia, custodiada la primera por los mossos d´esquadra, y la segunda por libertarios. El proletariado barcelonés estaba armado con los treinta mil fusiles de San Andrés. Escofet dimitió a finales de julio de su cargo de comisario de orden público, porque ya no podía garantizarlo. La guardia de asalto y la guardia civil eran sin duda, desde un punto de vista militar, más eficientes y disciplinadas que los comités de defensa, o los distintos grupos de obreros armados; pero sin la multitudinaria participación popular en la calle, esas compañías de guardias civiles o de asalto, políticamente conservadores o fascistas, se hubieran pasado con armas y bagajes del lado de las tropas sublevadas: no eran ni los vencidos ni los vencedores de la jornada. La sublevación militar y fascista, que contaba con la complicidad de la Iglesia, fracasó en casi toda España, creando como reacción una situación revolucionaria.
La derrota del ejército por el proletariado en la “zona roja” había dinamitado el monopolio estatal de la violencia, brotando de la explosión una miríada de poderes locales, directamente asociados al ejercicio local de la violencia. Violencia y poder estuvieron íntimamente relacionados. Por otra parte, en Barcelona, las llamadas “fuerzas de orden público”, esos guardias de asalto y esa guardia civil, que tanto habían dudado sobre el bando a elegir, y que habían acabado confraternizando con el pueblo en armas, habían sido acuarteladas por el gobierno de la Generalidad, a la espera del momento oportuno de apoyar la contrarrevolución. Esa situación revolucionaria común fue la que hizo surgir, sin consignas de organización alguna, ni centros de dirección de ningún tipo, en todos los lugares de España donde la sublevación fascista había sido derrotada: comités; armamento del proletariado; barricadas y patrullas de control; milicias populares; coches y camiones incautados con siglas pintadas en las carrocerías, abarrotados de hombres agitando fusiles por encima de sus cabezas, recorriendo alocada y ruidosamente las calles; desaparición de sombreros y corbatas; quema de iglesias; pases emitidos por los comités de defensa; saqueos de casas de la burguesía; juntas revolucionarias de ámbito regional o comarcal en Málaga, Barcelona, Aragón, Valencia, Gijón, Madrid, Santander, Sama de Langreo, Lérida, Castellón, Cartagena, Alicante, Almería, entre las más destacadas; persecución, encarcelamiento o asesinatos “in situ” de fascistas, militares sublevados, patrones y clero; incautación de fábricas, cuarteles y locales de todo tipo; comités de control obrero y un largo etcétera en el que el ejercicio de la violencia ERA EN SÍ MISMA la manifestación del nuevo poder obrero.
En resumen: el CCMA no era un gobierno revolucionario, sino un organismo de colaboración de clases. No existía una situación de doble poder, sino de atomización del poder entre una multitud de comités de todo tipo: de defensa, de abastos, de barrio, locales, de control obrero, de fábrica o taller, de barricada… además de las distintas organizaciones políticas y sindicales o la propia Generalidad.
Por otra parte, el alzamiento militar había abierto una vía nueva en la resolución de los conflictos políticos: la violencia armada. En una situación de guerra civil se imponía una ley suprema sobre cualquier otra legislación obsoleta y caduca, a causa de la propia situación bélica existente: al enemigo se le mata o te mata. Y al enemigo se le mata por la única razón de serlo.
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Ese mismo lunes, Balius y Gilabert, que vieron vacía la redacción de la “Soli”, decidieron elaborar el número de ese día. Los nervios, propios de los momentos que se estaban viviendo, y la improvisación, hicieron que se equivocaran en la fecha y pusieran erróneamente “lunes, 21 de julio de 1936”, donde debía decir “lunes, 20 de julio de 1936”. Tampoco lo numeraron, ni pusieron la habitual información del año y época. En la cabecera se leía: “Suplemento de Solidaridad Obrera”. Se trataba más bien de una hoja volante, impresa probablemente sólo a una cara, que de un diario completo al uso[6]. El único día que no se editó Solidaridad Obrera, fue el martes, día 21 de julio[7].
Esa hoja de la “Soli” del lunes 20 de julio insertaba un titular que decía: “La CNT con las armas en la mano está luchando a muerte con los criminales del fascio”.
DESTACABA EL MANIFIESTO DEL COMITÉ REGIONAL (CR)[8], FECHADO ESE MISMO DÍA:
“Responsables en la gravedad de los momentos que se atraviesan, encarecemos a todos los confederados y al pueblo en general de Barcelona y de Cataluña, sean ordenados en la actuación a seguir, ateniéndose al cumplimiento de todas las consignas que emanen de este Comité.
Sólo observando esta conducta podremos ahorrar esfuerzos y plantear la lucha en el terreno más conveniente a la que sostenemos contra la negra reacción.
Hay un enemigo común, bien delineado: el fascismo. Contra él vamos: contra él luchamos, a él tenemos que aplastar. No hay más ni menos. Que cuantos actos se realicen tiendan a lograr este objetivo: aplastar el fascismo: hundir a la reacción.
Los compañeros confederados han respondido con heroísmo inenarrable en la lucha contra el enemigo común. En este momento, la situación en Barcelona puede decirse que ha sido dominada, hablando en términos generales. Sólo pequeños núcleos aislados siguen manteniendo su posición insurrecta. Tal vez, al leer estas líneas, ya estarán completamente destrozados. Sin embargo, hablando con franqueza, el fascismo aún no ha sido destruido en España, ni en Cataluña. En lograrlo ponemos todo el entusiasmo. Para conseguir esta necesidad del pueblo, están los hombres de la CNT, dispuestos a dar hasta la vida. Ello quiere decir que hay que mantener la posición firme con las armas en la mano para acudir a todos los lugares que sea preciso y aplastar a cuantos elementos se han alzado para imponerse al pueblo con su indecente despotismo.
Es una posición la nuestra que nadie podrá censurar. Creemos que hay que asegurar que al pueblo no le falte el pan, y del control preciso para que esto sea un hecho, se encargue la organización confederal.
¡En pie, pues, pueblo de Cataluña! ¡Con la responsabilidad precisa, mantendremos la lucha hasta que no quede ni un solo insurrecto!
¡Contra el fascismo, todos a la lucha! ¡Viva la CNT!
El Comité Regional. Barcelona, 20 julio 1936.
Nota: Esta mañana ya dimos por la Radio la orden de reintegrarse al trabajo los panaderos, lecheros, empleados de mercados, etc., a fin de que no faltasen las subsistencias más precisas [necesarias]”.
Destaca en este manifiesto la temprana adhesión a la ideología de unidad antifascista y la ausencia de consignas revolucionarias, aún antes de la entrevista con Companys. Los objetivos inmediatos no eran otros que terminar totalmente con la sublevación militar y controlar los abastecimientos, para evitar la falta de pan.
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En otros artículos de ese mismo número de la “Soli”, que se distribuyó esa misma tarde-noche, y al día siguiente, gratuitamente, como hojas volantes, aparecía la necesidad de unas patrullas de control y el concepto de “justicia popular”.
En ese enfrentamiento con los “pacos” (francotiradores) estuvo el origen de los milicianos de retaguardia y se dieron los primeros pasos para constituir unas “patrullas de control”.
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El artículo, titulado “Queremos justicia. El pueblo es el encargado de sancionar a los asesinos de la clase trabajadora”, se calificaba el enfrentamiento entre el pueblo y los militares como “un instante de inspiración revolucionaria”, en el que “la clase trabajadora ha hecho sentir el peso de su indignación sobre las cabezas de sus enemigos seculares”. Se aseguraba que no podía desperdiciarse “la ocasión que la Historia nos brinda para arrojar para siempre del suelo español a los fascistas que pretenden retrotraernos a las épocas más nefastas”.
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El periodista, que propugnaba que se tratara a los culpables del alzamiento militar con la misma animosidad que éstos habían usado contra el pueblo, daba fe presencial del nacimiento de una nueva justicia popular, espontánea e inmediata:
“En la calle hemos presenciado lo que es el pueblo. […] El pueblo no ha de dormirse. Es de una trascendencia histórica que ni uno solo de nuestros enemigos pueda eludir el peso categórico de nuestras ansias de justicia.
No hay que conceder cuartel a los fascistas. La justicia popular ha de acometer con gran decisión la gran tarea que se inicia el 19 de julio.
No descuidemos la labor de depuración que ha de realizarse sin demora. Y el pueblo ha de emprenderlo por su cuenta”.
La consigna del momento era esa labor de depuración de la retaguardia, que consistía en castigar a los oficiales detenidos y en apresar a todos los cómplices que aún no lo habían sido. En esa “limpieza” de la retaguardia, el cura, las iglesias y los conventos eran los objetivos más señalados y odiados, los más fáciles de identificar y los más accesibles de atacar; eran además los más simbólicos, en cuanto significaban el fin del viejo mundo y de la secular opresión oscurantista de la detestada Iglesia, que tan tozudamente se había opuesto a las cautas reformas republicanas, como la separación entre Iglesia y Estado, o el sometimiento de las órdenes religiosas a la legislación de sociedades civiles, y que pretendía detentar un auténtico monopolio de la enseñanza, de la moral y de las costumbres, y sobre todo, una defensa a ultranza de la propiedad privada y de las clases privilegiadas, así como una demonización del movimiento obrero y de las doctrinas marxistas y anarquistas. LA IGLESIA CATÓLICA PROPUGNABA EL EXTERMINIO DE SUS ENEMIGOS ATEOS Y REPUBLICANOS, EN NOMBRE DE DIOS Y DE SU SANTA IGLESIA.
La represión republicana contra la Iglesia Católica (no sólo anarquista, sino también de socialistas, comunistas y republicanos) se saldó finalmente con la cifra de unos 6.800 religiosos asesinados en toda España.
20 DE JULIO, LUNES POR LA TARDE
Companys, como presidente de la Generalidad, que aún existía, llamó a Palacio a los líderes de las distintas organizaciones, entre ellos los anarquistas. Se sometió a discusión de un pleno de militantes, reunido en la Casa CNT-FAI, si debían acudir a la cita propuesta por el presidente de la Generalidad, y tras un somero análisis sobre la situación existente en la calle, se decidió enviar al Comité de Enlace con la Generalidad a que parlamentara con Companys. Acudieron al encuentro
“Un golpe de teléfono de la Generalidad de Cataluña, de su presidente Companys, rogaba que una comisión de la Confederación Nacional del Trabajo acudiera urgentemente a la Generalidad. La comisión fue nombrada: la formábamos García Oliver, Durruti, Aurelio Fernández y yo. En la Generalidad fuimos introducidos al despacho de Companys; allí habían, además del Presidente, Artemio Aiguader y el místico Ventura Gasol, este con una cara agria.
Las primeras palabras del Presidente fueron las siguientes: “en primer lugar debo saludar a los héroes de la jornada”. Dichas estas palabras, continuó diciendo: “Yo ya no represento nada. A la CNT pertenece la presidencia de la Generalidad”. Con asombro oímos estas palabras, salidas de la boca de Companys. Le respondimos: “vuestro deber es de guardar la Presidencia [de la Generalidad], que os confió el pueblo de Cataluña”. Insistió en que se le diera una Centuria, que llevaría su nombre, y que con ella combatiría en el frente de Aragón, al límite de Cataluña. Le hicimos comprender que la lucha contra el Fascismo no podía ser limitada en una sola Región. Que teníamos que luchar en donde se encontrara el enemigo, y que estaba en todo el territorio Nacional. [Por] fin comprendió que su deber era el de guardar la Presidencia con toda la responsabilidad del momento.
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El Comité regional ampliado de la CNT, informado por la delegación cenetista de la entrevista palaciega, acordó tras una rápida deliberación comunicar telefónicamente a Companys que se aceptaba en principio la constitución de un Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), en espera de la resolución definitiva que se adoptara en el Pleno de Locales y Comarcales, que había de reunirse el día 21.
Esa misma noche se efectuó una primera reunión informal del CCMA, con propósitos exclusivamente informativos y preparatorios, una vez que la delegación cenetista había obtenido el consentimiento provisional del CR ampliado. Asistieron, por parte de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) y del gobierno de la Generalidad, Josep Tarradellas, Artemi Aguadé y Jaime Miravitlles, además de Comorera por Unió Socialista (USC), Peypoch por Acció Catalana y Gorkin por el POUM, mientras Buenaventura Durruti, Juan García Oliver y Aurelio Fernández lo hacían por la CNT-FAI.
21 DE JULIO, MARTES
El citado decreto decía así:
“La rebelión fascista ha sido vencida por el heroísmo popular y el de las fuerzas leales. Pero es necesario acabar de aniquilar en toda Cataluña a los últimos núcleos fascistas existentes y prevenirse contra posibles peligros de fuera.
Por lo tanto, de acuerdo con el Consejo Ejecutivo, Decreto:
Primero. Son creadas las Milicias Ciudadanas de Cataluña para la defensa de la República y para la lucha contra el fascismo y la reacción.
Segundo. Se nombra a Enrique Pérez Farrás, Jefe Militar de las Milicias Ciudadanas de Cataluña.
Tercero. Se nombra al consejero Lluís Prunés Sató, Comisario de Defensa de la Generalidad, con las atribuciones necesarias para la organización de la citada Milicia Popular.
Cuarto. Se designa un Comité de Enlace […].
Quinto. En toda Cataluña […] se constituyen los Comités Locales de Defensa, que actuarán en todo momento de acuerdo con lo que disponga el Comité Central.
Barcelona, a 21 de julio de 1936. Lluís Companys”.
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En la Casa CNT-FAI, que ocupaba los dos edificios incautados de Fomento del Trabajo y de la Casa Cambó, se sometió a la aprobación formal de un Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos, convocado por el Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña, la propuesta de Companys de que la CNT participara en un CCMA. Tras el informe inaugural de Marianet, José Xena, en representación de la comarcal del Baix Llobregat, propuso la retirada de los delegados cenetistas del CCMA y marchar adelante con la revolución para implantar el comunismo libertario. Juan García Oliver planteó acto seguido el debate y la decisión a tomar como una elección entre una “absurda” dictadura anarquista o la colaboración con las demás fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias para continuar la lucha contra el fascismo. De este modo García Oliver, conscientemente o no, hacía inviable ante el pleno la confusa y ambigua opción de “ir a por el todo”. Frente a lo de una intransigente “dictadura anarquista” apareció más lógica, equilibrada y razonable la defensa que hizo Federica Montseny de los principios ácratas contra toda dictadura, apoyada por los argumentos de Abad de Santillán de peligro de aislamiento y de intervención extranjera. Surgió una tercera posición, defendida por Manuel Escorza, que propugnaba el uso del gobierno de la Generalidad como un instrumento para socializar y colectivizar, a la espera de deshacerse de ella en cuanto dejara de ser útil a la CNT
. El pleno se mostró favorable a la colaboración de la CNT con el resto de fuerzas antifascistas en el Comité Central de Milicias, con el voto en contra de la comarcal del Baix Llobregat. La mayoría de asistentes al Pleno, entre los que se contaban Durruti y Ortiz, permanecieron callados, porque pensaban como tantos otros que la revolución debía aplazarse hasta la toma de Zaragoza, y la derrota del fascismo. Se pasaba, sin más consideraciones ni filosofías, a consolidar e institucionalizar el Comité de Enlace entre CNT y Generalidad, anterior al 19 de julio, transformado, profundizado y ampliado en ese CCMA que, mediante la unidad antifascista de todos los partidos y sindicatos, debía imponer el orden en la retaguardia y organizar y aprovisionar las milicias que debían enfrentarse en Aragón con los fascistas.
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En la primera reunión formal del Comité Central de Milicias, celebrada la noche del día 21 de julio, en el edificio de la Escuela Náutica, los representantes cenetistas[29] hicieron patente a republicanos y catalanistas su fuerza e indocilidad, editando un bando que daba al Comité Central muchas más atribuciones y competencias, militares y de orden público, que las dispuestas inicialmente por el decreto de la Generalidad. Se suprimía, además, el nombre de Milicias Ciudadanas por el de Milicias Antifascistas. No en vano a la pregunta, surgida en esta primera sesión del CCMA, de quién había vencido al ejército, Aurelio Fernández respondió que “los de siempre: los piojosos”, esto es, los parados, los emigrantes recientes y la población marginal y miserable de las barracas del Somorrostro, el Morrot, San Andrés, el Carmelo, Montjuic… y de las “casas baratas” de los polígonos de Milans del Bosch, Barón de Viver, Eduardo Aunós (en Can Tunis) y Ramón Albó, de La Torrassa, y de Santa Coloma, o el maltratado proletariado industrial que, en condiciones de vida durísimas, azotados por el paro masivo, con largas jornadas laborales, jornales de hambre y trabajos precarios pagados al destajo, se hacinaba en los barrios obreros de Pueblo Nuevo, Sants, Hostafrancs, la Barceloneta, el Chino, San Andrés o Pueblo Seco, arrendando o subarrendando cuchitriles, habitaciones o pisos mínimos con alquileres inasequibles, que había que compartir. El precio del alquiler solía llevarse un tercio del sueldo de un trabajador, por lo que era frecuente la cohabitación de varias familias, o fórmulas de ocupación de la misma habitación por turnos de ocho horas[30].
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Mientras tanto, Companys había autorizado a Martí Barrera, consejero de Trabajo, a que diera por radio noticia de las disposiciones acordadas sobre disminución de horas laborales, aumento de salarios, disminución de alquileres y nuevas bases de regulación del trabajo, que antes deberían pactarse con los representantes de las asociaciones patronales, como Fomento del Trabajo, Cámaras de Industria y de la Propiedad, etcétera, a quienes se expuso la necesidad de encarrilar el ímpetu revolucionario de las masas, como ya había hecho el director de las minas de potasa de Suria, que prefería tener pérdidas a volver a ser retenido por sus mineros. Durante el transcurso de la reunión varios representantes de la patronal recibieron llamadas de aviso para que no volvieran a sus casas, porque patrullas de hombres armados habían ido en su busca. La reunión acabó con el convencimiento de que los empresarios allí reunidos ya no representaban a nadie. Pero el mensaje se radió igual, algunos días después, como medio para encauzar ánimos y reivindicaciones.
22 DE JULIO, MIÉRCOLES
En el texto del editorial se denunciaba la larga y meditada preparación del golpe de Estado militar. Se analizaba el carácter clasista y reaccionario de las escuelas de formación de los oficiales del ejército: “integrado por los vástagos de los terratenientes, de la burguesía financiera y de las mancebas de los curas encopetados. Esta gentuza ha estado siempre dispuesta a asesinar a los trabajadores”.
El editorialista se felicitaba porque la derrota del ejército había “destrozado el cuadro de la oficialidad”, y ello era garantía para un avance de los trabajadores. Pero advertía que, en muchos lugares, como en Zaragoza, los militares eran dueños de la situación, y era previsible la extensión de su radio de acción a poblaciones colindantes, que “habrán de enfrentarse al valladar férreo de la clase trabajadora”.
Se señalaba que era hora de “una voluntad indomable y una decisión categórica” y de evitar “la más insignificante negligencia”.
Se evitaba “describir la salvajada que se desencadenaría en el caso de que triunfasen los militares”, porque “conocemos con hartos detalles el horror de las represiones de los elementos de la extrema derecha española”, dándose el ejemplo de “las matanzas de Asturias” en octubre de 1934.
El editorial advertía que la victoria sobre el fascismo era sólo parcial y debía erradicarse de toda la península: “se nos presenta el dilema de vencer o morir”.
Se ofrendaba un emocionado recuerdo a los caídos en la lucha y se hacía un llamamiento a la movilización y la venganza: “juramos que las fieras de los galones, de las estrellas y del fascio no hallarán el camino expedito”. Se finalizaba con el lema que encabezaba la portada: “¡No pasarán!”.
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En esa misma portada se publicaba un manifiesto de las Juventudes Libertarias, en el que se instaba a todos sus miembros a mantener permanentemente el contacto con la CNT y la FAI y con los comités locales y comarcales de las JJLL.
Se instaba a consolidar y extender la organización, incautándose de todo lo que fuera necesario: “Controlad con eficacia todo el material que se use en la contienda. Que nada se desperdicie. Perfeccionad la organización. Todo lo que necesitéis para vuestro desenvolvimiento orgánico, debéis requisarlo. Es preciso que nada os falte”.
Animaba a que los jóvenes se reunieran constantemente y a que, sin desperdiciar energías, “en obras prácticas, en labores que rindan beneficio a las ideas y al pueblo”, se lanzasen “manifiestos al pueblo, orientándole en sentido constructivo”.
Terminaba con la fórmula: “¡Por la Revolución Social! ¡Por el Comunismo Libertario!”. Firmaba el Comité Regional.
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Aparecía una breve y hermosa nota en la que se atribuía la victoria parcial y la resistencia armada popular al fascismo, en España, a su educación “en la acción directa”.
Se afirmaba que “el primer pueblo que lo ha repelido [al fascismo] de una manera tan rápida como violenta ha sido España, que es el país cuyas masas populares han recibido una más completa educación revolucionaria al margen de la política al uso”.
El éxito y entusiasmo del momento le permitía afirmar al articulista que “el apoliticismo ha confirmado un valor combativo, convirtiéndose en el baluarte contra el cual se ha estrellado el ataque reaccionario”.
Se constataba que “las aguerridas y fogueadas fuerzas de la CNT y de la FAI” habían sido las protagonistas de la lucha, y ello era consecuencia de una preparación previa de la que los demás carecían.
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En esa misma portada se publicaban una serie de breves notas, muy interesantes, en las que se anunciaba que el aprovisionamiento de la ciudad estaba asegurado pese a las molestias y al peligro que suponían “los cobardes que “paquean” escondidos en las azoteas y tras los balcones”, asegurando el Sindicato de Alimentación la normalización de la distribución de los artículos de primera necesidad.
Se hacía de nuevo referencia al paqueo, uno de los problemas más visibles de la hora, dando instrucciones de no disparar alocadamente, gastando municiones, sino “seguirle la pista hasta localizar el lugar de donde procede, y entonces atacar de firme, registrando la casa sin contemplaciones ni sentimentalismos”.
Se advertía que todo el mundo debía seguir las consignas que emanaban de los comités responsables de la CNT: “la circulación, el abastecimiento, el gasto de gasolina, la propia energía física de los luchadores debe ser minuciosamente controlada. Nada de iniciativas sin control; nada del clásico “me da la gana”. Todos a una, pero al unísono”.
Otras notas, de carácter informativo, denunciaban los disparos de algunos “pacos”, el lunes y martes, realizados “desde la calle Villarroel contra las ventanas del Hospital Clínico”. Pese a que “las rondas volantes de elementos populares no consiguieron localizar a los “pacos””, se les vigilaba estrechamente y su caída era inminente. Se deploraba y condenaba la cobardía que suponía disparar contra los hospitales. También se informaba del asesinato de tres compañeros cenetistas, que ejercían funciones de vigilancia en el barrio de Gracia, a causa de los disparos de unos “pacos” desde una finca privada.
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La segunda página de este número excepcional[32] de la Soli estaba encabezada por unos titulares de gran tamaño, en las que se decía que “las barricadas son el símbolo heroico de la revolución defendida por los obreros armados”, se lanzaba la consigna de que “nadie nos arrebatará las armas; antes moriremos con ellas en las manos” y la de que “no hay que abandonar las barricadas ni las armas”, porque el objetivo era “exterminar el fascismo hasta sus raíces”.
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Una breve anotación[33], comunicaba el sobreseimiento del proceso por el asesinato de Calvo Sotelo “dando de lado a tanto pujo de juricidad [legalidad] hipócrita que no sirve más que para librar al poderoso del peso de la ley y mantener al pueblo aherrojado a su triste destino de esclavitud”. Un suelto prevenía de la pérdida de unos carnets sindicales que podían usarse “para introducirse entre nosotros”. También se hacía un torpe llamamiento a los soldados contra el fascismo y en favor de la revolución social.
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El Sindicato Único de la Metalurgia ordenaba la incautación de las fábricas Torras, Girona y Ribera de Pueblo Nuevo, de la Hispano-Suiza de La Sagrera y de la Marítima de San Andrés, “para el blindaje de camiones y otros trabajos necesarios que en las respectivas barriadas se les indicará”.
Los comités revolucionarios de barrio estaban iniciando, por iniciativa propia, la transformación de algunas industrias catalanas en industrias de guerra: “Las Comisiones de las diferentes barriadas orientarán a los trabajadores sobre su misión a cumplir”.
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Bajo el título de “Justicia directa e inmediata del pueblo” se publicaba una declaración de los CR de la CNT y de la FAI, que decía: “Los elementos fascistas, los regresivos verdugos del PUEBLO Y SUS LIBERTADES han desencadenado con toda consciencia la carnicería despiadada y a sangre fría de las masas obreras y de la llamada pequeña burguesía liberal. En poder de los medios de muerte y destrucción a los que el mismo pueblo inexperto contribuyó con el impuesto y la contribución VOLUNTARIA A LA GUERRA. Nada, ni religión, ni sentimientos humanitarios, ni la misma sagrada enseña de la Cruz Roja, ha bastado para detener sus ambiciones y malvados designios. EL PUEBLO, y sólo él – armado – debe asegurarse de que NUNCA MÁS sucederá esto.
Sólo el título aislado de esta declaración podía interpretarse como un llamamiento o autorización a que el pueblo, “las masas obreras”, se tomara la justicia por su mano; puesto que el texto de la declaración lo único que hacía era acusar a los fascistas de verdugos, que habían desencadenado una carnicería popular, que sólo el pueblo armado podría detener.
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Aparecía un entrefilete que decía: “El fascismo es el último baluarte del sistema capitalista en ruinas, junto con el fascismo deben desaparecer las causas que lo generan: la desigualdad política y económica inherente al régimen burgués”.
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El resto de artículos de esta segunda página de la Soli eran narraciones o comentarios de los recientes hechos de armas, acontecidos en las calles de Barcelona, ya explicados más arriba. Se señalaba, además, el asalto al Centro fascista alemán, situado al lado del Hotel Ritz, y de las Oficinas del Trabajo alemán, donde se incautó abundante documentación. Se daba noticia del incendio del convento de las dominicas de Horta y de “los luisos carlistas”.
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- Se establece un orden revolucionario para el mantenimiento del cual se comprometen todas las organizaciones que integran el Comité.
- Para el control y vigilancia, el Comité ha nombrado los equipos necesarios para hacer cumplir rigurosamente las órdenes que del mismo emanen. A este objeto los equipos llevarán la credencial correspondiente, que hará efectiva su personalidad.
- Los equipos de noche serán especialmente rigurosos contra aquellos que alteren el orden revolucionario.
- Desde la una hasta las cinco de la madrugada, la circulación quedará limitada a los siguientes elementos:
- A todos los que acrediten pertenecer a cualquiera de las organizaciones que constituyen el Comité de las Milicias.
- Las personas que vayan acompañadas de algunos de estos elementos […].
- Los que justifiquen el caso de fuerza mayor que les obligase a salir.
- […] las organizaciones que constituyen el Comité quedan autorizadas para abrir los correspondientes Centros de alistamiento y entrenamiento […].
- El Comité espera […] no tendrá necesidad para hacerse obedecer de recurrir a medidas disciplinarias.
El Comité”.
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Los CR de la CNT y de la FAI publicaron en la “Soli” un manifiesto, dirigido al pueblo trabajador, en el que advertían que la lucha no había terminado: “En Zaragoza, Sevilla y otros puntos de la Península todavía existen focos fascistas”. Al mismo tiempo hacían un llamamiento al alistamiento de los trabajadores en las Milicias Populares: “¡Organízate en las Milicias, no entregues armas ni municiones! No pierdas el contacto con los Sindicatos. Tu vida y tu libertad están en tus manos”.
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El CR de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña (CRTC) y la Federación Local de Sindicatos Únicos de Barcelona se dirigieron “a todos los Sindicatos, compañeros y Grupos” para advertirles del peligro de que elementos del hampa se introdujeran y mezclaran “en nuestros medios”, exigiendo un mayor control a todos los organismos. Se hacía, además, un alarmante aviso para “impedir los saqueos, saltos, robos y toda clase de fechorías que puedan realizar quienes nada tienen en común con nosotros”.
Advertían que no debía confundirse la lucha antifascista y por las ideas “con las fechorías y robos que sólo tienden al beneficio individual”. Los ideales no debían ser manchados por desaprensivos “con sus actos injustificables”. Del mismo modo debía procederse al desarme de cualquier borracho, y despojarle de toda documentación que le acreditase como elemento antifascista.
Concluían que “somos revolucionarios. Tenemos ideales propios. Pero no somos ladrones ni beodos, ni gente irresponsable. Que así lo entiendan todos”.
Y sentenciaban tajantemente: “Contra el fascismo, arma al brazo. Pero contra los desaprensivos y golfos, también”.
Este breve demuestra que la CNT, ya en fecha tan temprana como la del 22 de julio, anticipándose a cualquier otra organización, denunció a los elementos del hampa y delincuentes que efectuaban robos y delitos de todo tipo, aprovechándose del desorden existente a causa de la insurrección revolucionaria contra el alzamiento militar. Lo alarmante era que esos delincuentes se infiltraran, o se hicieron pasar con tanta facilidad, como militantes cenetistas o anarquistas.
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El tema era tan preocupante que, en esa misma página de la “Soli”, aparecía otra nota contra el pillaje, en la que, por una parte aceptaban “que los revolucionarios, que han aplastado con las armas en la mano al fascismo, no pasen hambre”; pero, por otra parte, amenazaban a los delincuentes, dedicados al pillaje, que “los núcleos revolucionarios de la CNT y de la FAI se convertirían en “guardianes del orden revolucionario establecido”.
¿Cómo podía nadie diferenciar entre incautaciones y pillajes? ¿Cómo podía controlarse a unos y otros? El texto parece anunciar un primer esbozo, o al menos la necesidad, imperiosamente sentida, de crear lo que pronto se conocería como Patrullas de Control del CCMA.
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En el apartado regional se informaba de las luchas desarrolladas en diversas poblaciones catalanas: Mataró, Lérida, Tarragona y Sabadell. También se publicaron varios balances y listas de muertos y heridos, sin distinciones organizativas, según informaciones del Hospital de San Pablo, distintas casas de socorro y dispensarios.
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En la contraportada se destacaba en extensos titulares de gran tamaño que el CCMA había formado milicias para desplazarse allí donde hubiera focos fascistas. La consigna de la hora era: “Hoy, nuestro grito debe ser: ¡A Zaragoza!”.
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El CR publicaba al pie de tal consigna una curiosa declaración:
“Ha quedado constituido el Comité de Milicias Antifascistas en Cataluña, en cuyo Comité, la CNT tiene representación directa de igual manera que la tiene la FAI.
No vamos a discutir la formación de dicho Comité. Más que perder tiempo en ello, hay que aprovecharlo en la actuación [acción].” Se advertía que, pese al triunfo aplastante sobre el fascismo en Barcelona, en otros lugares había triunfado, por lo que era necesario inscribirse en las recién creadas milicias confederales. Repetía el argumento inicial: “No es hora de discutir camaradas. Cuando el adversario trata de dominar, nosotros tenemos el deber de dominarlo”. Zaragoza necesitaba el apoyo de la CNT y no era cuestión de negárselo”.
Lo curioso de tal declaración era precisamente ese empeño en dejarse de discusiones internas, porque era momento de acción, de formar las milicias y de ayudar a Zaragoza. ¿Qué discusiones?: como decía esa declaración, la aceptación del CCMA, que era, no lo olvidemos, un organismo de colaboración de clases.
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Como recordaba un entrefilete, en esa misma contraportada: “La clase trabajadora tiene consignas y objetivos propios en todas las revoluciones que se producen. Entre el millonario explotador de obreros y los trabajadores que mueren de hambre no existen fórmulas de convivencia armoniosa”.
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Dos breves artículos trataban parcialmente el tema religioso. En el titulado “Ojo avizor” se decía que “quemar iglesias y conventos es una válvula de escape de la presión popular sobre sus enemigos; pero éstos no se sienten mayormente intranquilos mientras directamente no se les ataque en sus privilegios”. En el titulado “No hay tal espíritu religioso” se desmentía el tópico de que España había sido “el país más religioso del mundo, porque en estos días del 19 y 20 de julio, habían demostrado que “el espíritu religioso del pueblo” se había esfumado”. Lo que seguía persistiendo amenazante era la economía capitalista: “No nos dejaremos arrebatar el control de la economía, porque hemos demostrado que los anarquistas sabemos organizar la vida de las colectividades[39] y más en España, donde tantas y tantas muestras de convivencia, al margen de la moneda y la organización burguesa se han realizado”.
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Se daba noticia de la convocatoria de un Pleno local de Grupos anarquistas y de la creación de un nuevo “Comité de Información y Propaganda”, con sede en el “que fue Fomento del Trabajo Nacional, en la vía Layetana”.
23 DE JULIO, JUEVES
En la Casa CNT-FAI, se sometió a discusión de un Pleno conjunto de la CNT y de la FAI[40], es decir, de un pleno de notables[41], la importante resistencia y oposición que la entrada de anarquistas y anarcosindicalistas en el CCMA hallaba entre la militancia, muy remisa a aceptarlo[42]. Al parecer, se acordó que el Comité de comités, formado por los Comités Regionales (CR) de la CNT y de la FAI, notables y resto de comités, reunidos prácticamente a diario, dirigiría la Organización y decidiría colectivamente sobre las cuestiones de mayor urgencia. Ese mismo día, al anochecer, los miembros del grupo “Nosotros” se reunieron en casa de Gregorio Jover, para analizar la situación[43], y como despedida[44], ante la salida al día siguiente de las Columnas de milicianos dirigidas por Buenaventura Durruti, que salió por la mañana desde el Cinco de Oros por carretera, y la de Antonio Ortiz, que salió en ferrocarril por la tarde del mismo día 24[45].
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El CCMA tomó el acuerdo[46], “de crear un apéndice que se denominó Comité Central de Abastos”, que “se instaló en vía Layetana 26, donde estaba el Departamento de Estadística Municipal”. Su principal misión fue “la de aprovisionar las milicias y regular la circulación de los productos alimenticios, en el preciso momento en el que la calle armada ocupaba, en total desorden, los grandes depósitos de víveres, principalmente ocupados por los Comités de barrio, que no tenían una misión lo bastante definida”.
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La prensa publicó numerosos artículos[47] que denunciaban los cuantiosos abusos, asaltos y pillajes que padecían, en Barcelona, las tiendas de todo tipo:
“Acabada la lucha contra los militares facciosos y cuando ya no había peligro de salir a la calle, diversos establecimientos de comestibles, estancos y otras tiendas, fueron asaltadas y saqueadas. Los saqueadores no eran, en ningún momento, elementos que hubiesen participado en la lucha. Estos se limitaban a requisar, mediante documentos autorizados por sus respectivas organizaciones, los alimentos más imprescindibles para poder mantenerse en condiciones de combatir.
En la mañana de ayer, martes, los saqueos amenazaban con propagarse. Por eso las autoridades, y las organizaciones obreras, tomaron el acuerdo de iniciar inmediatamente una actuación enérgica contra estos actos que desvirtúan el honor y la eficacia del magnífico movimiento de defensa de la República.
De acuerdo con esas órdenes, ayer fueron detenidos numerosos individuos que no pudieron exhibir ningún documento acreditativo y muchos de ellos eran delincuentes habituales, muy conocidos por la policía.
Uno de esos detenidos, que fue conducido a la Comisaría General de Orden Público, al ser cacheado, se le encontró una credencial que lo acreditaba como miembro de Falange Española. Igual sucedió contra otro tipo, detenido por incitar unos grupos a incendiar edificios religiosos. Con esto se ve claro que todos los que provocan o ejecutan actos que desvirtúan la dignidad de la valerosa lucha de estos días, lo hacen, no para ayudar al movimiento, o por necesidad, sino para provocar una perturbación y alarma que dificulten la victoria y que alejen las evidentes simpatías de toda la población por los hombres que se han jugado la vida en defensa de la República”.
Estos pillajes, decía el articulista, encolerizaron a los trabajadores y guardias que habían luchado contra los militares facciosos y los fascistas, venciéndoles en la calle, y que ahora garantizaban el orden ciudadano, hasta el punto que “adquirió en algunos casos, carácter de castigo inmediato y varios de esos saqueadores cayeron víctimas de” su indignación.
Se exponía el caso de una tienda de carne en el Mercado del Borne, donde un obrero armado, presentando un papel demandaba una determinada cantidad de carne para abastecer a los milicianos “destacados cerca del lugar”. Al poco, se presentaron en la misma tienda dos individuos que, sin presentar documento alguno, exigieron que se les dieran unos trozos de carne, que la atemorizada vendedora les entregó. Poco después, ambos individuos fueron detenidos por unos milicianos que los estaban siguiendo. Entregados a la policía, fueron identificados como descuideros profesionales.
El artículo terminaba con un llamamiento a la denuncia de tales casos.
Agustín Guillamón