¿Qué usábamos antes del papel higiénico? Los no tan cómodos antecedentes de nuestra higiene personal
El cepillo de dientes o las duchas dentro de casa son inventos relativamente recientes
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Por mucho que el papel higiénico escasera durante las primeras semanas del primer confinamiento –el Covid-19, ya saben–, lo cierto es que estamos tan acostumbrados a usarlo que ni siquiera sabemos qué utilizaban nuestros antepasados para limpiarse, cuándo empezaron a usar calzoncillos, con qué instrumento se cepillaban los dientes, cómo eran sus baños o cuándo empezó a llegar el agua corriente a las casas de los españoles. Y cuidado, que no hace tanto tiempo.
Para que se hagan una idea, cuando se aprobó el «Anteproyecto de Ensanche de Madrid» en 1860, el mismo que daría como resultado el nacimiento del céntrico barrio de Salamanca, la capital no era más que un pueblucho que acababa en la Puerta de Alcalá y donde las casas y las calles no disponían de alumbrado, ni alcantarillado, ni ese agua corriente tan imprescindible hoy. En aquella zona donde terminaba la Villa y Corte no había más que suciedad, alguna tierra de labor y chozas.
«¡Voy a dar a Madrid el más cómodo, higiénico y elegante de los barrios!», aseguró José de Salamanca y Mayol a mediados del siglo XIX. Y poco después, este aristócrata e importante hombre de negocios ya había construído entre los números 28 y 36 de la actual calle Serrano –hoy una de las más importantes, caras y exclusivas del país– las primeras casas de Madrid con váter y agua corriente. Antes, no había nada. Y no se crean que llegamos muy tarde a esta innovación, porque no fue hasta la llegada de los inodoros de lavado de Josiah George Jennings, mostrados por primera vez en la Gran Exposición Mundial de Londres de 1851, que la clase media pudo empezar a abandonar el orinal en favor de estos lujos.
El antecedentes de este váter con descarga de agua es obra, sin embargo, del ahijado de la Reina Isabel I de Inglaterra, Sir John Harrington, que lo diseñó en la década de 1590, pero este no se encargó de difundirlo entre su pueblo. Los primeros en instalar los lavabos con cisterna fueron los miembros de la aristocracia de Francia en el siglo XVIII, mientras que en España no se comercializaron hasta después de la exposición de Londres a mediados del XIX.
Papel higiénico
Lo del papel higiénico es más sorprendente. No llegó a Europa hasta 1857, por obra y gracia de Joseph Gayetty, que poco después decidió producir en serie su invento. Aún así, siguió siendo un producto raro y especial, puesto que el suyo fue el único que se vendió al público hasta 1890, tres décadas después. Fue entonces cuando entró la competencia en juego, a pesar de que su calidad dejaba mucho que desear: los usuarios solían encontrarse astillas en los rollos. Fue la Northern Tissue Company quien creó el papel higiénico sin astillas en 1935.
En los siglos anteriores, la mayoría de la población utilizó los utensilios más diversos e inimaginables, desde mazorcas de maíz en los países más cálidos, hasta la nieve en los más fríos, pasando por la cerámica o las propias manos. «La mayor parte del material utilizado no se ha conservado arqueológicamente, puesto que era orgánico y simplemente desapareció», explicaba en la web WordsSideKick.com la profesora de Literatura Medieval de la Universidad de Texas, Susan Morrison, autora del libro «Excrement in the Late Middle Ages» (Palgrave Macmillan, 2008).
Uno de los materiales más antiguos registrados para tal propósito fueron unos palos de madera o de bambú envueltos en tela, usados en China hace 2.000 años, según desvelaba un estudio de 2016 publicado en el «Journal of Archaeological Science». Durante el período grecorromano, entre el 332 a. C. y el 642 d. C., los griegos y los romanos usaron un utensilio parecido llamado «tersorium» o «xylospongium». Se trataba de un palo con una esponja en el extremo que era compartido por diferentes personas en las letrinas públicas. El problema era que, para limpiar dicha esponja, se usaba simplemente una palangana con agua a la que se echaba sal o vinagre, lo que convertía el método en un caldo de cultivo para las bacterias y para la propagación de enfermedades.
En el Japón del siglo VIII, la gente usaba otro tipo de palo de madera llamado «chuugi», con el que se limpiaban tanto el exterior como el interior del ano, introduciéndoselo directamente en el cuerpo. A esto hay que sumar otros muchos productos usados durante la Antigüedad, como el pasto, las piedras, las pieles de los animales, las conchas marinas, los trozos de tapiz y hasta las piezas de cerámica redondeadas en forma de óvalo. Estas últimas, de los griegos y los romanos, se llamaban «pessoi» y a menudo eran decoradas con el nombre de sus enemigos o de aquellos condenados al exilio, según subrayaba la revista «Live Science».
Cepillos de dientes
El cepillo de dientes actual, por su parte, fue fabricado por primera vez por los chinos, pero nunca llegó a Europa hasta que este fue reinventado por William Addis en 1780. Este empresario inglés había sido encarcelado por causar disturbios en Spitalfields diez años antes. Y allí, mientras estaba en prisión, observó cómo se usaba la escoba para barrer el suelo y decidió fabricar un utensilio parecido para sus dientes. Empleó un pequeño hueso de animal de la comida y, tras hacerle algunos agujeros minúsculos, introdujo una serie de cerdas atadas como si fueran mechones. Después de su liberación, lo comercializó y se hizo rico rápidamente, con tanto éxito que la empresa permaneció en manos de sus descendientes hasta 1996.
Desde la antigua Roma y hasta ese momento, lo que se usaba en la mayoría de países era una ramita deshilachada o directamente un trapo. Algunos aristócratas romanos contaban con esclavos para que les cepillaran los dientes, los cuales les aplicaban también un polvo extraído del cuerno de los ciervos para iluminar el esmalte. A veces se les aconsejaba hacer gárgaras con enjuague bucal, pero no con Listerine, claro. Este no apareció hasta 1920. En aquellos casos usaban orina humana importada de Portugal, que era una especie de producto de lujo, o en el caso de los Tudors, vinagre ácido o directamente vino. Mucho más agradable.
La ducha
La ducha moderna tampoco fue inventada hasta épocas relativamente recientes. En las antiguas culturas mesopotámicas y egipcias encontramos las primeras muestras de algo parecido. Concretamente, en el 1350 a. C. en Egipto. Era un cuenco agujereado en el que los sirvientes vaciaban agua para que esta cayera en forma de lluvia sobre la cabeza de su señor. En la antigua Grecia se utilizaban duchas comunales en los baños públicos, llamados «balaneiones». Los romanos, por su parte, también imitaron estas duchas en sus termas, aunque durante la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna prácticamente desaparecieron.
Fue en 1767 cuando William Feetham diseñó el primer modelo de ducha mecánica. El agua caía tirando de una cadena con un chorro continuo, mientras una bomba manual recogía el agua de la base y la bombeaba a una cisterna superior. Este invento fue generalizándose a lo largo del siglo XIX como remedio de enfermedades mentales. Pensaban que las duchas frías podían enfriar los «cerebros ardientes» de los pacientes. Poco después se comenzaron a conectar las duchas con el agua corriente y, en 1872, el médico de la prisión Bonne-Nouvelle de Rouen, en Francia, instaló las primeras duchas colectivas con chorro individual para mejorar la higiene de los presos.
De ahí pasaron al Ejército prusiano, que implantó la obligación de ducharse para todos sus soldados. Y ya a principio del siglo XX empezaron instalarse en las viviendas, también en las españolas. En la década de los 20 y 30 ya era un elemento generalizado en los baños de las casas, aunque en muchas ocasiones fuera compartido por varios vecinos.
Origen: ¿Qué usábamos antes del papel higiénico? Los no tan cómodos antecedentes de nuestra higiene personal