Quién era San Isidro Labrador: San Isidro Labrador, el pocero mozárabe que se convirtió en patrón de la tierra del agua
La historia de este humilde labrador es excepcional para una época, el siglo XI, donde la gran mayoría de santos eran de origen eclesiástico o noble. Madrid, conocida en la época de los visigodos como «la madre de las aguas», vivió los milagros de un hombre estrechamente vinculado al líquido elemento
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En su relación con la divinidad, Isidro Labrador fue un santo zahorí, pocero y hacedor de lluvias al que se le achacan más de 400 milagros, aunque el «Códice de San Isidro» solo describe cinco de ellos. Pese a que no fue beatificado hasta el siglo XVII, no cabe duda a la vista del fervor popular que siempre arrastró este labriego mozárabe de que fue un personaje destacado en su tiempo, el Madrid de influencia musulmana del siglo XI. Así, en un tiempo repleto de santos procedentes del clero y la nobleza, emergió la excepcional figura de un laico de orígenes humildes casado con una mujer que también llegaría a santa.
Como suele ocurrir con todos los santos medievales, el mito y la realidad confluyen en su biografía sin que sea posible saber dónde empieza uno y dónde acaba otro. Isidro nació en torno al año 1082, poco antes de que el territorio madrileño pasara a manos cristianas, y lo hizo en el Mayrit musulmán. Siguiendo la estela de los visigodos, los musulmanes establecieron un asentamiento fijo en el centro de la meseta debido a su abundancia de agua y de otros recursos. Es por ello paradójico que la ciudad del agua –conocida desde los tiempos de los visigodos por el enorme acuífero que atraviesa el subsuelo madrileño– diera luz al santo labriego que tantos milagros realizó vinculados al líquido elemento.
Un labriego al servicio de Juan de Vargas
En 1085, Mayrit pasó de ser parte de la taifa de Toledo a ser dominio de Alfonso VI, Rey de León, Galicia y Castilla. Esta expansión territorial fue cubierta sobre todo con poblaciones de colonos labradores, ganaderos y artesanos de origen visigodo y bereber, los denominados mozárabes. Tradicionalmente, se ha considerado que San Isidro fue uno de esos colonos mozárabes, nombre por el que era conocida la población cristiana de origen hispano-visigodo residentes en el territorio musulmán de al-Ándalus, que suponía casi la mitad de la población en el siglo XI.
Los padres de Isidro, Pedro e Inés, llamaron así a su hijo probablemente en honor de San Isidoro, el emblemático Arzobispo de Sevilla de la época visigoda. Con la llegada de los cristianos, la pareja comenzó a trabajar en calidad de arrendamiento las tierras del caballero Juan de Vargas –cuyo descendiente lejano sería uno de los consejeros más destacados de los Reyes Católicos y de Carlos I–, aunque nunca se ha podido encontrar ninguna prueba documental fiable que respalde la vinculación de esta familia noble con la del santo. No en vano, el documento más antiguo y prácticamente el único próximo al periodo sobre la vida de San Isidro es el denominado «Códice de Juan Diácono», un texto anónimo de 25 hojas de pergamino agrupadas en tres cuadernos escritos en latín medieval que narran una relación de milagros recopilados «a mayor gloria de San Isidro». Datado posiblemente en 1275, se trata de un documento vertebrado por los relatos orales de testigos contemporáneos al cronista y, por tanto, cuenta con poca precisión los hechos.
Según estos testimonios, la infancia de San Isidro transcurrió en los arrabales de San Andrés, en lo que hoy es el céntrico Barrio de La Latina, pero la inestabilidad militar en Madrid –que seguía siendo un objetivo recurrente de los musulmanes– obligó a la familia del santo a trasladarse a Torrelaguna, donde se dice que conoció a su mujer, María Toribia, la cual también alcanzaría la santidad con el nombre de María de la Cabeza. En su edad adulta, Isidro aparece en el códice como un humilde siervo, laico, labrador incansable, casado, padre preocupado y que trabajaba con sus propias manos en campos ajenos.
«Isidro no abría pozo del que no manase abundante caudal, aun tratándose de tierras secas», afirma el códice sobre el tipo de milagro más abundante de entre los 400 que se le achacan: encontrar agua incluso en las zonas más angostas. Como prueba de ello, hizo brotar un manantial de un campo seco en una ocasión con solo un golpe de báculo, abasteciendo a Madrid en un año de sequía. Otros milagros reseñables del hombre nacido en la «Matriz de aguas» (Madrid) también tuvieron al líquido elemento por protagonista: como cuando salvó a su hijo único que había caído en un profundo pozo o cuando permitió a su esposa María pasar a pie enjuto sobre el río Jarama y así librarse de los infundios de infidelidad que contra ella lanzaban las gentes.
Siendo ya muy anciano, Isidro Labrador falleció en el año 1172 y su cadáver se enterró supuestamente en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había nacido. Uno de sus milagros póstumos más famosos fue el de guiar –junto a otros santos– a las tropas castellanas en la victoria de Las Navas de Tolosa contra el ejército Almohade. Por ello, el Rey Alfonso VIII levantó una capilla en su honor en la iglesia de San Andrés y colocó su cuerpo incorrupto en la llamada arca «mosaica». Desde entonces, el fervor del pueblo por el milagroso pocero no dejó de aumentar y su vida fue difundida de forma oral hasta que Felipe II trasladó la capital del reino a Madrid y mostró interés en recopilar su historia de forma escrita.
Un santo cristiano con elementos del Islam
En el siglo XVI, las autoridades eclesiásticas plantearon la posibilidad real de canonizar a Isidro Labrador ante la insistencia de Felipe II, quien, como otros muchos miembros de la Familia Real española,recurrió en varias ocasiones a las aguas del santo madrileño en busca de la curación de sus enfermedades. Finalmente, fue beatificado por Paulo V en 1618 y canonizado por Gregorio XV en 1622, cuando se aprobó su Patronazgo sobre la Villa y Corte de Madrid. En la actualidad, los restos del santo residen en el retablo central de la colegiata de San Isidro.
Lejos de lo que se pudiera imaginar a simple vista, la historia de San Isidro se sale de lo común en el santoral de España. En un tiempo durante el cual la mayoría de santos respondían al perfil de eclesiásticos y hombres de familia noble, el relato de un hombre laico y casado de origen popular que alcanza la santidad a través de milagros de naturaleza agrícola ha llamado enormemente la atención de los historiadores y los estudiosos de los mitos, hasta el punto de identificar en él elementos más propios de la religión musulmana que del Cristianismo. Por las crónicas que reconstruyen su juventud, se detecta una mezcla de los modelos de santidad islámica y cristiana en San Isidro, quien realiza milagros de carácter conciliatorio entre las dos religiones y promulga valores como el matrimonio y el trabajo esforzado que se suponían alejados de la virtud esperada en los santos cristianos de finales del siglo XI y principios del XII.
Asimismo, en sus estudios sobre la biografía del santo madrileño, la historiadora Matilde Fernández Montes traza un paralelismo con la figura islámica del wali (traducido como «el protector» o «el ayudante»), una clase de santo musulmán muy popular en el periodo entre los cuales abundaron los esclavos, los hombres de campo, los analfabetos y en general los marginados que conseguían llegar a ser unos venerables ascetas e incluso ejercer totalmente sus virtudes religiosas incluso estando casados. Según estas teorías, la historia de San Isidro pudo ser la de un santón musulmán de origen bereber, el cual vivió en un periodo previo a la llegada de los cristianos a Mayrit, que fue asumida y adaptada por los cristianos con el cambio de Rey y de religión en estas tierras.