Rafael de Echagüe: El héroe vasco que defendió España frente a miles de rifeños en la épica batalla de Wad Ras
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Juanjo Florensa, del Centro UNESCO, recaba estos días apoyos en Change.org para que la calle melillense J. A. Primo de Rivera (que deberá cambiar de nombre atendiendo a una sentencia judicial) recupere su antigua denominación: Conde del Serrallo.
El título de Conde del Serrallo fue entregado en el S.XIX a Rafael de Echagüe, un militar de San Sebastián que luchó junto a catalanes y vascos en la contienda de Wad Ras. Una lid acaecida el 23 de marzo de 1860 en la que los españoles terminaran con la Guerra de África
Wad Ras empezó como un pequeño combate acaecido en las afueras de Tetuán, pero pronto acabó convirtiéndose en una auténtica batalla de esas que engrandecen a los soldados bisoños (novatos) y hacen dar un breve respingo de tensión a los combatientes más veteranos. Con todo, y a pesar de que costó al Ejército Español nada menos que 1.200 bajas, fue también la contienda en la que la resistencia rifeña fue brutalmente aplastada por el militar y político Leopoldo O’Donnell y sus principales generales.
Algunos tan tristemente desconocidos como Rafael Echagüe y Bermingham, el Conde del Serrallo. Un vasco de pura cepa que, junto a sus hombres, arrebató varias posiciones de vital importancia al enemigo cargando a bayoneta calada. Su arrojo se sumó -por cierto- al de sus paisanos quienes, en el flanco derecho del contingente, consiguieron rechazar a un gran número de marroquíes a pesar de que carecían de experiencia en la lid.
Estos hechos de armas, cada vez más recordados en una España que está dejando poco a poco de ser descafeinada para enorgullecerse de sus ídolos, son los que llevaron a Echagüe a ganarse su huequecito en la estantería de los héroes rojigualdos. Y es por ello que, a las puertas del verano, Juanjo Florensa (del Centro UNESCO de Melilla) se ha propuesto rescatarlo del olvido. Así pues, el activista cultural ha abierto una petición en la plataforma Change.org con el objetivo de que el título este vasco (Conde del Serrallo) sea el que nombre la actual calle José Antonio Primo de Rivera. Una vía melillense que, por orden del Juzgado de lo Contencioso Administrativo nº 1 de la ciudad (y debido a la Ley de Memoria Histórica) tendrá que ser rebautizada en los próximos meses.
Tal y como afirma Florensa en declaraciones a ABC, su propuesta recuperaría la denominación original de la calle, pues en la vía lucía la placa de «Calle Conde del Serrallo» hasta la llegada de la II República, cuando el nombre fue cambiado por el de «Calle Alcalá Zamora». En 1940, tras la victoria de Franco en la Guerra Civil, la denominación volvió a ser modificada por decisión del Pleno Municipal el 18 de Diciembre. Así fue como pasó a ser conocida como Calle José Antonio Primo de Rivera.
Y así permanecerá hasta los próximos meses, cuando será modificada. «Su nombre original era el de “Calle del Serrallo”. Así se podía ver en las postales de la época. Personalmente pude contar esa anécdota en las recreaciones teatralizadas que llevábamos a cabo en 2009 a través de la Fundación Melilla Ciudad Monumental», determina miembro del Centro UNESCO. Además, Florensa ha presentado una instancia en la Consejería de Cultura de Melilla (dirigida por Fadela Mohatar Maanan) para hacer efectiva esta petición.
[PUEDES VOTAR POR EL NOMBRE “CALLE CONDE DEL SERRALLO” SIGUIENDO ESTE LINK]
Cazador de carlistas
La vida de Echagüe permanece, en cierto modo, oculta al gran público. No obstante, su biografía ha sido ampliamente recabada en obras como el «Diccionario biográfico de parlamentarios de Andalucía (de 1810 a 1869)» (editado por el Centro de Estudios Andaluces) y la «Historia de la ciudad de San Sebastián a través de sus personajes» (este último, escrito por el historiador Javier Sada).
Ambas obras coinciden en que el militar vino al mundo en San Sebastián allá por el 13 de febrero de 1815. «Comenzó su larga carrera militar formando parte, como subteniente, de los Cuerpos Francos de Infantería que comenzaron a combatir en la Primera Guerra Carlista», destaca el Diccionario Biográfico. Durante esta contienda, el vasco siempre fue leal a la reina Isabel y contrario a los carlistas, ansiosos de otorgar la corona al Infante Carlos María de Isidro. Y por esta monarca recibió no pocas heridas en el frente, pues solía posicionarse en primera línea de fuego sin miedo al enemigo. Como un verdadero vasco. Su arrojo le valió dos ascensos. Uno en el año 1837 a capitán, y otro en 1839 a comandante de infantería.
Al año siguiente, Echagüe se dedicó a «cazar» a los militares carlistas que pululaban en el norte de España. Una labor que ejerció desde el 40 (cuando fue puesto a las órdenes del general Cabrera en el Frente de Aragón) hasta el 41. No le fue mal su trabajo de detective y militar, la verdad. Sin embargo, pronto sería trasladado de nuevo. «Derrotadas éstas [las partidas carlistas], en 1841 fue destinado al Ejército Español de Puerto Rico, donde permaneció hasta 1844», se determina en la obra del Centro de Estudios Andaluces.
Regresó a la Península cuatro años después, en 1848, momento en el que fue destinado a Cataluña con el objetivo de volver a atrapar a los enemigos de la monarquía. Así, hasta el cambio de década. «Los años que van de 1850 a 1853, Echagüe los pasa haciendo distintos servicios en las guarniciones de Cataluña y Castilla la Nueva», se añade en el texto.
Unos meses después, en 1854, nuestro protagonista comenzó a ganarse el cariño de Leopoldo O’Donnell al participar junto a él en la Vicalvarada. Un pronunciamiento (o revolución militar, como queramos llamarlo) mediante el que se mandó al infierno el gobierno moderado y se dio paso franco al del Partido Progresista.
A partir de entonces, Echagüe fue ascendiendo poco a poco en el escalafón y ganándose tanto el respeto de sus superiores como la fama -según explica Juanjo Florensa- de ser el ejemplo del perfecto soldado: «En el obituario publicado en la “Ilustración Española y Americana” al General Echagüe se le menciona como modelo de militar bizarro y caballeroso; con bellas cualidades de afabilidad, exquisita cortesanía, con nobleza y lealtad de carácter», añade el experto.
Problemas en África
Mientras todo eso sucedía en la vida de Echagüe, la situación en el gobierno en lo que respecta a las plazas africanas traían de cabeza a O’Donnell (entonces al frente del país). Todo, por los continuos ataques de algunas partidas marroquíes a españoles en las fronteras de Ceuta y Melilla. Si la situación ya era de por sí molesta, terminó desesperando al gobierno allá por agosto de 1859.
Y es que, fue en esa fecha cuando un grupo armado de nativos asaltó (y dio un buen susto) a una cuadrilla de peninsulares que construía una caserna cerca de Ceuta. La chispa había sido prendida. El gobierno de nuestro país, hasta la gorrilla de tantas tortas, exigió al sultán de Marruecos que castigase a los culpables. Y la respuesta, para su mayor enojo, fue el silencio y la pasividad del político. Poco después (el 22 de octubre) España declaró oficialmente las hostilidades contra al territorio. Acababa de comenzar la Guerra de África.
Los soldados españoles fueron movilizados entonces con el beneplácito de todos los grupos político. «Los centros de reclutamiento se llenaron de voluntarios, sobre todo vascos y catalanes, además de numerosos carlistas, presas de un fervor patriótico insólito», explican Juan Vázquez García y Lucas Molina Franco en su obra «Grandes batallas de España». De Algeciras partió posteriormente un contingente que -en palabras de estos autores (las cifras varían dependiendo del historiador)- sumaba 36.000 hombres, 75 piezas de artillería y 41 navíos.
O’Donnell dividió este considerable ejército en tres cuerpos de ejército. Dos de ellos, al mando de Ros de Olano y Zavala (también Zabala) de la Puente. Nuestro protagonista, como veterano militar que era, recibió también la dirección de uno de ellos. «En la conocida como Guerra de África (1859-1860) se le confirió a Echagüe por Real Orden de 12 de noviembre de 1859 el mando del Primer Cuerpo del Ejército Expedicionario», determina Florensa.
«Los centros de reclutamiento se llenaron de voluntarios, sobre todo vascos y catalanes»
La caballería quedó bajo las órdenes del general Félix Alcalá Galiano y el cuerpo de reserva, por el general Prim.
La invasión se inició oficialmente en noviembre de ese mismo año. Así lo determina, en este caso, Joaquín de la Santa Cinta en su obra «50 héroes españoles olvidados»: «En diciembre, el ejército desembarcado el mes anterior en Ceuta inició la invasión». Para desgracia de nuestro país, aunque el número de combatientes era amplio, no lo era tanto la formación de los soldados. «Se trataba de un ejército mal preparado, mal equipado y peor dirigido, con una logística y sanidad muy deficientes», añade el autor. Los objetivos, según determina, era conquistar la ciudad de Tetuán y ocupar el puerto de Tánger.
Del Serrallo a Tetuán
Pocos días después de que comenzaran las tortas en el norte de África, Echagüe participó en una pequeña batalla que, a la postre, le granjearía el título de Conde del Serrallo. La toma de un alcázar bajo las garras de Marruecos. «Echagüe se apoderó de los Altos del Serrallo enarbolando el pabellón español, acción donde resultó levemente herido. Era el Serrallo un Alcázar de la época del Emperador de Marruecos –Muley Ismail– situado a unos cuatro kilómetros a las afueras de Ceuta», destaca Florensa.
Así narró el suceso el soldado y periodista Pedro Antonio de Alarcón (quién participó en la contienda africana) en su obra «Diario de un testigo de la Guerra de África»: «El Serrallo ha sido indudablemente un soberbio alcázar, si no tan vistoso por fuera (lo cual es propio de las construcciones árabes) como los que habitan nuestros soberanos europeos, muy bien acondicionado para llevar una vida paradisíaca. Hoy solo quedan allí cimientos y algunos patios medio derruidos, en cuyos cenadores se conserva algún alicatado, algún calado primoroso, algún mosaico, algún revestimiento de ataurique que indica la pasada belleza del edificio». Nuestro vasco acababa de demostrar que andaba sobrado de naso.
Después de aquello, el grueso del Ejército Expedicionario continuó avanzando en el territorio con dirección a Tetuán, a dónde llegó (tras varias escaramuzas) el 4 de febrero de 1860. Aquel día, el Ejército Español logró una gran victoria a las órdenes de Prim, quien tomó la plaza tras silenciar a base de cañón las baterías enemigas y acabar con las defensas marroquíes con una épica carga a bayoneta. Aquella gesta se cumplió de manos de los Voluntarios Catalanes (más que presentes durante toda la contienda) y con un saldo de bajas de unos 70 muertos y 700 heridos. Con todo, en esta contienda no participó Echagüe, pues recibió la orden de permanecer en Ceuta para protegerla.
Hacia Wad Ras
Después de la conquista de Tetuán, Echagüe fue llamado a filas para tratar de completar el siguiente objetivo del Ejército Expedicionario: la toma de Tánger. Tal y como afirma Pedro M. de Soraluce en su obra «Wad-Ras» (escrita en 1913), la idea del contingente era «remontar por el valle el curso del Guad-el-Jelú» para llegar hasta esta ciudad. El camino, con todo, no se les planteaba sencillo. Y es que (además de que dependían de los ingenieros para solventar los múltiples obstáculos con los que se iban a tropezar) debían atravesar «el célebre desfiladero del Fondak por el puente de Buceja» para llegar a su destino final. Y en los alrededores de esta estructura, sin que ellos lo supieran, se estaban arremolinando los enemigos.
Uno de los partes oficiales (el que se puede leer en la obra «Crónica de la guerra de África», pues se escribieron varios informes) corrobora esta idea al destacar lo siguiente: «No creí en un principio que pudiera empeñarse un combate importante [en esta zona], calculando que lo reservarían para las posiciones del Fondak». Con ese pensamiento en la mollera se ordenó a las 4 de la mañana del 23 de marzo de 1860 (2 de la mañana, según otros documentos similares ofrecidos por Alarcón), batir tiendas a su ejército y formar. Algo que se hizo «con un cañonazo desde la alcazaba».
Echagüe: al centro
El orden de marcha que estableció era el siguiente:
-El Primer Cuerpo, dirigido por Echagüe, llevaría la voz cantante en centro. Así lo afirma, en este caso, Alarcón en «Diario de un testigo de la Guerra de África»: «El Primer Cuerpo, al mando del general Echagüe, con dos baterías de montaña, toda la fuerza de ingenieros y un escuadrón de Albuera, formando la vanguardia del resto del ejército, emprendió su marcha por el camino que conduce al puente de Buceja, siguiendo por la derecha del río Jelú».
«La posición quedó en nuestro poder, siendo horrorosos los estragos que el enemigo sufrió en su tenaz resistencia»
-El Segundo Cuerpo de Prim siguió a Echagüe y, detrás de él, se ubicó caballería de Galiano. Tras todos ellos se situó el Tercer Cuerpo del general Ros de Olano y, en palabras de Alarcón, «cerraba la marcha, cubriendo la retaguardia, la primera división del Cuerpo de Reserva a las órdenes de Mackenna».
-Finalmente, el flanco siniestro correspondería al general Ríos, como bien destaca el parte oficial: «El general Ríos, con cinco batallones de la segunda división de reserva, tres de la vascongada mandados por el general Latorre, y dos escuadrones de lanceros, debía marchar por la derecha, ganar los montes de Samsa y seguir de posición en posición hasta colocarse en los que dominaban la izquierda del valle Wad-Ras, atravesando por el puente Buceja».
El vasco, en batalla
Según el informe, no habían andado ni una legua cuando el Primer Cuerpo de Echagüe entró en lid.
Primero fueron las avanzadillas, y luego el contingente principal. En pocos minutos, los españoles quedaron detenidos por un indeterminado grupo de rifeños (el parte afirma que podían ascender hasta un total de 50.000) que les disparaban salva tras salva de plomo desde las orillas contrarias al río.
El avance fue costoso. Y no solo porque los nuestros recibían un nutrido fuego, sino porque el terreno estaba impracticable y los combatientes se veían «detenidos continuamente por la necesidad de que los ingenieros preparasen pasos en los frecuentes y hondos regatos». Después de unas escaramuzas iniciales, y tras ver que el enemigo era más cuantioso de lo que había imaginado en un principio, el mandamás hispano se dispuso a doblegar al enemigo.
El hombre que ocupa nuestras páginas hoy, Echagüe, recibió la orden inicial de dirigir a parte de los hombres del Primer Cuerpo contra una colina cercana que ofrecía un punto de tiro idóneo para los rifeños. La misma contra la que, momentos antes, había cargado un batallón de Cazadores de Cataluña (y que trataban de mantener enfrentándose al enemigo cuerpo a cuerpo).
Nuestro vasco, viendo que sus compatriotas estaban siendo aniquilados en aquella posición, dirigió un asalto sumamente oportuno «a bayoneta» (según los informes de Alarcón) para arrasar definitivamente a los contrarios. La lucha por aquel pequeño pedazo de Marruecos fue más que sanguinaria, pero se saldó con una victoria hispana. «La posición quedó en nuestro poder, siendo horrorosos los estragos que el enemigo sufrió en su tenaz resistencia», añade el cronista.
Con todo, aquel envite fue solo uno de los preludios del grueso de la batalla, la cual se sucedió en el puente sobre el río Buceja. En él, moros y cristianos se jugaron el destino del Rif. Sobre sus tablas (o piedras, o el material con el que estuviese fabricado) lucharon los batallones de Cazadores de Cataluña y Madrid. Valientes unidades que, una y otra vez y en el cuerpo a cuerpo, lograron rechazar las continuas embestidas moras hasta que llegaron los esperados refuerzos de los Voluntarios Catalanes. En todo ese tiempo, el Primer Cuerpo de Echagüe se batió en primera línea de batalla y sostuvo fuego el arrojo de los contrarios.
Fue resistente, eso sí, pero también ofensivo. Así quedó patente en el informe oficial citado en «Crónica de la Guerra de África»: «El conde de Reus entre tanto avanzaba según las instrucciones que le había dado para acosar al enemigo sobre el puente de Buceja, romper su línea por el frente protegiendo la extrema izquierda, colocándose en contacto con el Primer Cuerpo, que conducido por los generales García y Echagüe cargaba de nuevo y tomaba á la bayoneta otra segunda posición que el enemigo en gran número sostenía con empeño».
Estas son las únicas ocasiones en las que se nombra a Echagüe en los informes sobre esta contienda. Algo normal, pues uno de los oficiales que más destacó en la batalla fue Prim. Y es que, después de que el puente fuese asegurado, el catalán recibió las órdenes de conquistar el único camino que daba acceso directo hacia Tánger.
Lo hizo junto a sus hombres sufriendo una ingente cantidad de bajas y, de hecho, se cuenta que se negó a ponerse a cubierto cuando las balas del enemigo volaban sobre su cabeza. «No hay cuidado. Las balas vienen todas con «sobre» y ningún «sobre» va dirigido a mí», afirmó (según se puede leer en la obra decimonónica «Las calles de Barcelona: origen de sus nombres, sus recuerdos, sus tradiciones y leyendas, biografías de los personajes ilustres que han dado nombre a algunas»).
Con todo, la ayuda de Echagüe fue determinante para que la batalla se llevase a buen término -a costa de 1.200 bajas- (se desconocen las rifeñas) y se llegase hasta las puertas de Tánger. «La derrota militar desarboló a las irregulares fuerzas marroquíes y provocó la inmediata petición de conversaciones para concertar la paz», determinan Vázquez y Molina. El golpe fue tal que los musulmanes solicitaron la paz. «Tras un período de armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad Ras en Tetuán, el 26 de abril de 1860, por el que España ampliaba a perpetuidad los territorios de Ceuta y Melilla», añaden los expertos. El pacto se acompañó de todo tipo de ventajas políticas para nuestro país. Una victoria en toda regla.
Fin de sus días
Después de la Guerra de Marruecos, y en palabras de Sada, Echagüe «desempeñó la Capitanía General de Valencia de 1860 a 1862, cuando pasó a ser Gobernador y Capitán General de Puerto Rico». Dos años después ocupó el mismo cargo en Filipinas hasta 1867. Y, en 1868, contribuyó al derrocamiento de Isabel II, la misma por la que había combatido en las Guerras Carlistas.
Poco después recibió el honor de ser nombrado Conde del Serrallo por la acción militar de la Guerra de África. «El título nobiliario de Conde del Serrallo, perteneciente desde entonces a la Casa del Infantado, fue concedido por el Monarca Amadeo I de Saboya por Real Decreto de 21 de marzo de 1871 a favor de Rafael de Echagüe y Bermingham (1815-1887). Posteriormente en 1876 Alfonso XII le concedería el Título de Grandeza de España (GE)», completa -en este caso- Florensa.
Nuestro protagonista falleció en 23 de noviembre de 1887, y su cadáver fue trasladado a su tierra natal.