21 noviembre, 2024

Rencor por carta: seis políticos más allá de Sánchez cuyas despedidas sumieron a España en una crisis

Carta de despedida de Alfonso XIII publicada en la portada de ABC cuando se proclamó la Segunda República
Carta de despedida de Alfonso XIII publicada en la portada de ABC cuando se proclamó la Segunda República ABC

La polémica generada por la carta en la que Pedro Sánchez se plantea si debe dimitir no es nueva en la historia de España. Otros presidentes, reyes y ministros de nuestro país escribieron sus propias misivas de despedida

La carta abierta publicada en las redes sociales este miércoles por Pedro Sánchez ha planteado un escenario inédito en la historia de España. En ella, el presidente del Gobierno se pregunta si merece la pena seguir como jefe del Ejecutivo después de la investigación abierta a su esposa, Begoña Gómez, a raíz de una denuncia de Manos Limpias por presunto tráfico de influencias y corrupción. Cuatro páginas en las que el líder socialista asegura que necesita «parar y reflexionar» hasta el próximo 29 de abril, cuando comparecerá ante los medios de comunicación y dará a conocer su decisión.

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Mientras la Moncloa y el PSOE denuncian esta supuesta «campaña de acoso» que traspasa «todos los límites», la pregunta que se hacen el resto de partidos políticos y los medios de comunicación es si Sánchez va a dimitir o no. El escenario, sin embargo, no es tan novedoso como pensamos si rebuscamos en el pasado, por lo menos en lo que a despedidas por carta se refiere. Tenemos unos cuantos ejemplos en los últimos 150 años: presidentes de Gobierno en España como Estanislao Figueras y Manuel Azaña, líderes militares que acabaron en política como Pascual Cervera y Topete y reyes como Amadeo de Saboya y Alfonso XIII.

Este último es uno de los casos más famosos de nuestra historia. Su misiva se publicó en la famosa portada que ABC publicó el 17 de abril de 1931, tres días después de que se proclamara la Segunda República. Alfonso XIII se dirigió a los españoles para explicar las razones de su abdicación y su salida del país: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo». A continuación, subrayaba: «Soy el Rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten, pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en una fratricida guerra civil».

Todo se había precipitado después de las citadas elecciones en las que los partidos monárquicos habían ganado sobradamente a los republicanos, pero en las que estos vencieron en la mayoría de las capitales, incluidas Madrid y Barcelona. Esto fue interpretado por algunos ministros como una derrota del sistema que exigía la salida del Rey. Por eso, cuando Alfonso XIII se asomó al balcón del Palacio Real el 14 de abril y vio a la muchedumbre revolucionaria, exclamó: «No quiero que por mí se derrame una sola gota de sangre». Pero hubo muchos más. Y aquí van por orden cronológico.

Amadeo de Saboya

Tras dos años de reinado, el rey Amadeo de Saboya se despidió de las Cortes con una misiva fechada el 11 de febrero de 1873 . Exactamente la misma jornada en la que fue proclamada la Primera República. La carta en cuestión fue enviada desde el Palacio Real y dejaba claro, ya en sus primeras líneas, que el monarca se había sentido orgulloso de dirigir a los que, hasta entonces, habían sido sus súbditos: «Grande fue la honra que merecí a la nación española eligiéndome para ocupar su trono; honra tanto más por mi apreciada, cuanto que se me ofreció rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado».

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A continuación, explicaba que «alentado […] por la resolución de mi propia raza, que antes busca que esquiva el peligro», se había decidido a colocarse «por cima de todos los partidos» y a «cumplir religiosamente el juramento por mí prometido a las Cortes Constituyentes» por el «bien del país». A su vez, señalaba con amargura que había estado dispuesto a «hacer todo linaje de sacrificios por dar a este valeroso pueblo la paz que necesita» y por lograr la «libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho». Ese tono lastimero se desprende de toda la misiva.

En las siguientes líneas, Amadeo se excusaba por su escasa veteranía política, aunque también señalaba que había intentado paliarla con esfuerzo y trabajo por el pueblo español. «Creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar seria suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban a mi vista, en las simpatías de todos los españoles amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas», completaba en la misiva. El mensaje, sin embargo, no le hizo abandonar la huida.

Estanislao Figueras

La frase no tiene precio. La han usado diputados, periodistas, escritores y, en general, todo aquel hastiado con la política y la sociedad de nuestro país. «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros». Pocas palabras más hacen falta para demostrar la disconformidad y el hartazgo que las que pronunció el que fuera primer presidente de la Primera República española, Estanislao Figueras y Moragas, en junio de 1873. Al menos, eso se ha extendido a lo largo de las décadas, ya que la realidad es que no existe ninguna referencia documental de la época que acredite que la majestuosa afirmación fue del catalán. Sin embargo, la despedida más famosa de un político español –se desconoce si por mensaje o de viva voz– siempre permanecerá en la historia.

¿Qué hay de verdad en la leyenda? Alejandro Nieto –catedrático de derecho, ex presidente del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y autor de ‘La Primera República Española’ –, explicaba en declaraciones a ABC allá por 2022 que esta es una de las muchas frases que se atribuyen a personajes famosos sin saber a ciencia cierta si salieron por su boca o no. «Es posible que la dijera, pero no se puede probar porque carecemos de testigos directos», añadía. En sus palabras, ningún periódico de la época contó la noticia. Los archivos digitales de la Biblioteca Nacional le dan la razón: ni un solo resultado. Ni en castellano, ni en catalán. «No aparece en los diarios, ni hay ninguna referencia a ella. Se pudo generalizar en las cenas políticas de la época, pero que no sabemos de dónde viene», completaba.

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A cambio, lo que se sabe a ciencia cierta es que don Estanislao se marchó a Francia hastiado, entre otras cosas, por la reciente muerte de su esposa. «Quedó constancia de que compró los billetes porque se lo encargó a su secretario particular, al que le pidió secreto absoluto. Él fue el que acudió a la estación a adquirirlos. Se supo después porque el secretario dejó constancia de ello», sentencia Nieto. El experto español también está seguro de que don Estanislao estaba agotado de la política. Y con razón, pues había combatido durante años por el advenimiento de una Primera República desunida y en la que volaban los cuchillos.

Pascual Cervera y Topete

Pascual Cervera y Topete fue un héroe que vivió y murió por España. Un almirante que, a sabiendas de que los cinco bajeles bajo sus órdenes directas caerían tiroteados por los estadounidenses si salía de la protección del puerto de Santiago de Cuba, cumplió las órdenes gubernamentales y se enfrentó a los superiores buques norteamericanos. Los galones y el patriotismo, que obligan incluso a marchar hacia el exterminio con la cabeza bien alta. Aquel 3 de julio de 1898, como el mismo oficial señaló poco después, perdió todo… salvo una cosa: la honra de saber que había cumplido escrupulosamente sus deberes como militar.

Pascual Cervera y Topete ABC

Y, como todo buen héroe español, Cervera y Topete envió una carta de despedida antes de partir hacia el combate. El 28 de abril, antes de salir de Cabo Verde para enfrentarse a los norteameriacnos, escribió una triste carta de despedida en la que dejaba claro que se dirigía a la muerte: «Mis queridos hermanos: Acabamos de refrendar nuestros pasaportes para el cielo. Hoy hemos confesado y comulgado casi todos los de esta escuadra para cumplir con el doble precepto que nos obliga, el del precepto pascual y el del peligro de muerte. Algunos han faltado, con gran pena mía, pero no me ha parecido bien obligarles. Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. Vicente, si sucumbo, como espero, cuida tú de mi mujer y de mis hijos. A todos os abraza, Pascual».

Aunque Cervera y Topete no ejercía entonces cargo político, sí lo tuvo a su llegada a España. Después del trago amargo que supuso el combate de Santiago de Cuba, fue elevado a Ministro de Marina y Senador vitalicio.

Manuel Azaña

Mucho hay que reseñar de la vida de Manuel Azaña, aunque poco que no se conozca ya. Presidente de la Segunda República durante la Guerra Civil, ministro de Defensa y, en definitiva, cara visible de la lucha contra los sublevados, este madrileño vivió sus peores momentos como político en enero de 1939. Fue un viernes 13, casualidades de la fortuna, cuando le informaron de que el desastre era total y que debía abandonar Tarrasa, uno de los últimos refugios del Gobierno, ante el avance imparable de las tropas de Francisco Franco. Así lo narra Santos Juliá en ‘Destierro, persecución y muerte de Manuel Azaña’.

En Perelada, Gerona, Azaña recibió la mala nueva: Barcelona había caído. Y con ella, la última esperanza de la República. Con ese negro panorama, el presidente, su familia y su séquito pusieron rumbo hacia la frontera norte de España. El camino al destierro comenzó la mañana del 5 de febrero, a eso de las seis de la madrugada. Una jornada después, el presidente se instaló en una casa situada a 300 metros de la frontera franco-suiza. Fue la primera de las muchas en las que residió durante un exilio que, a pesar de ser breve, le llevó por Collonges o –entre otros lugares– Pyla-sur-Mer, cerca de Burdeos. El miedo fue su principal acompañante en el periplo de Azaña. Ya desde el exilio, el 27 de ese mismo mes, Azaña envió un mensaje de despedida al presidente de las Cortes:

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«El reconocimiento de un Gobierno legal en Burgos por parte de las potencias, singularmente Francia e Inglaterra, me priva de la representación jurídica internacional para hacer oír de los Gobiernos extranjeros, con la autoridad oficial de mi cargo, lo que no es solamente dictado mi conciencia de español, sino el anhelo profundo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Desaparecido el apartado político del Estado, Parlamento, representaciones superiores de los partidos, etc., carezco, dentro y fuera de España, de los órganos de Consejo y de acción indispensables para la función presidencial de encauzar la actividad de gobierno en la forma que las circunstancias exigen con imperio. En condiciones tales, me es imposible conservar ni siguiera nominalmente mi cargo al que no renuncié el mismo día que salí de España porque esperaba ver aprovechado este lapso de tiempo en bien de la paz».

Juan de Borbón

El hijo de Alfonso XIII, Don Juan de Borbón, escribió su propia carta un día después de la proclamación de la Segunda República en 1931, cuando tenía 17 años e iba camino de París en compañía de su padre y su familia. En su caso, estaba dirigida a uno de sus compañeros en la Escuela Naval Militar de San Fernando, la misma en la que se preparaba para convertirse en un gran marino: «Supongo que os habréis dado perfecta cuenta, el martes, de porqué no me despedí de vosotros de otra forma, pero me fue imposible. Aunque hubiese querido, no me lo habrían permitido, por deber permanecer mi partida en secreto hasta el último momento».

Alfonso XIII solo regresó a España en un par de ocasiones, de incógnito, y Don Juan no pisó de nuevo su país hasta medio siglo después, lamentando siempre no haber podido ser Rey. «Mi querido Revuelta, a ti, como el más antiguo de todos mis compañeros, me dirijo para que hagas el favor de transmitir a los demás mis más afectuosos recuerdos. […]. No sé qué efecto os habrá causado ver izada la bandera Republicana en la Escuela. Solo sé lo que me ha causado a mí verla esta mañana, cuando llegué en el torpedero a un pueblecito al lado de Gibraltar. Os recomiendo que seáis ante todo buenos españoles, porque quién sabe si todo lo que está pasando no será para bien de España, ya que Dios lo permite. Estudiad mucho, todo lo que aprovechéis ahora será luego en bien de nuestra gloriosa Marina de Guerra», continuaba.

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