28 marzo, 2024

Represaliados después del 39 | Edición impresa | EL PAÍS

RICARDO LIMIA. Vive en Dos Hermanas, cerca de donde estuvo el campo de trabajos forzados en el que 8.000 presos tardaron 22 años en construir el Canal del Guadalquivir. Allí posa, sobre los pocos restos que quedan. PÉREZ CABO
TRINITARIO RUBIO. Tario para todos, vive en Barcelona y no para de viajar, dar conferencias y escribir para que no se olvide la tragedia de los republicanos. Tiene una lista de 32 empresas que se aprovecharon de los esclavos de Franco. En la foto, al fondo, una reproducción del Valle de los Caídos, donde trabajó. JOAN SÁNCHEZ

Represaliados después del 39. Cientos de miles de republicanos sufrieron la represión franquista tras la contienda. Algunos viven para contarlo.

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Para muchos españoles, el parte más importante de la Guerra Civil reza: «Cautivo y desarmado el ejército rojo…». Pero es otro el que recuerdan, con los ojos enrojecidos, numerosos represaliados del franquismo, sus hijos y sus nietos. Decía así: «Nada tiene que temer de la justicia aquel que no tenga las manos manchadas de sangre». Era falso.

Tres larguísimos años de guerra habían traído un deseo enorme de paz. Y ganas de creer en el espejismo. Muchos miles de republicanos y sus hijos, los que no se exiliaron, confiaron en esas palabras del dictador. Se entregaron, y fue el principio de su calvario. «Cuando escuchamos eso gritamos: ‘¡Viva Franco!’. Pero al día siguiente ya bajaban sus tropas quitándonoslo todo, abusando de las chicas. Tenía 15 años. Pensé: la guerra no ha terminado, la guerra empieza ahora, la más larga, la de verdad. La del hambre, la miseria, la esclavitud, el terror, el fusilamiento, la injusticia», se emociona a sus 79 años el guerrillero José Murillo, Comandante Ríos.


Tras la contienda, el régimen de Franco encarceló a 270.000 personas y fusiló a 50.000. Unos 4.000 murieron de hambre y frío en las cárceles

Tario Rubio: «En la guerra hubo bestialidades en los dos bandos. Pero cuando acabó, en vez de ser generosos, siguieron matando, y de qué manera»

Sánchez Albornoz: «España tiene que darse cuenta de que es Europa. Hay que sacar a Franco de su mausoleo [del Valle de los Caídos]»

Vicente Muñiz: «Una herida cicatriza bien cuando se limpia bien. Si dejas el pus dentro, vas a tener que volver a abrirla. El tiempo no lo arregla. Es la justicia»

Carmen Puig Antich: «Pocas horas antes, vino un guardia y me dijo: ‘¿Sabes cómo lo matarán?’. Y me explicó cómo funciona el garrote vil. Yo tenía 19 años»


El viernes, el Gobierno discutirá la Ley de Memoria Histórica, que intenta resarcir a aquellos que creyeron en ese segundo parte de Franco. Muchos de estos hombres y mujeres, algunos muy ancianos, confían en que por fin, tras casi 30 años de democracia, el país reconozca oficialmente su desgracia.

La guerra fue terrible -600.000 muertos en total-, y la represión, aún peor. En la zona nacional cayeron 100.000 personas asesinadas; en la republicana, 60.000, entre ellos 7.000 religiosos. Hasta ahí el terror compartido. Porque a partir de 1939, con todo a su favor para ser generoso, el régimen de Franco encarceló a 270.000 personas y fusiló a 50.000. Al menos 4.000 murieron de hambre y frío en las prisiones (Víctimas de la Guerra Civil, Temas de Hoy; Morir, matar, sobrevivir, Crítica).

Marcos Ana

– – – Poeta, comunista. Pasó 23 años en la cárcel, 15 de ellos en Burgos.

«Los primeros años fueron durísimos. Nos comíamos las hierbas que crecían entre las piedras de la prisión. Cada día te enterabas de algún compañero muerto o fusilado. La cárcel estaba en el centro de Madrid, y cuando los sacaban para matarlos gritaban: ‘¡Viva la República!’. Les ponían un tapón de corcho en la boca».

«En 1943, en Ocaña, un día me dijeron que me iban a matar esa madrugada. Los compañeros me despidieron. Pasé toda la noche viviendo las últimas horas; escribiendo cartas al partido, a mis amigos, y escondiéndolas en las grietas, como hacían todos los condenados. Escuchaba los pasos de los carceleros, pero no venían a por mí. A la mañana siguiente leyeron mi conmutación. El jefe de servicio, que me odiaba, lo había retenido para que pasara la última noche de un condenado a muerte».

«En Ocaña, cuando había saca, el corneta tocaba silencio de una manera especial, prolongaba el sonido. Cuando se iban los camiones había un silencio mortal, porque escuchábamos los tiros de gracia para saber a cuántos habían matado. Y comenzábamos a golpear con las cucharas».

«Nos organizábamos y repartíamos hasta el hambre. Al principio fue durísimo; pero cuando los nazis perdieron en Stalingrado, los carceleros empezaron a aflojar. Pensaron que el franquismo se acabaría».

«La verdad es que siempre he sentido más calor fuera que dentro de España, porque nosotros, los comunistas y republicanos españoles, estábamos en el corazón del mundo. Los falsificadores del pasado quieren establecer un juicio salomónico sobre la historia de España, pero no es igual luchar contra la libertad que defenderla. Esa guerra nosotros no la queríamos, no la necesitábamos, habíamos ganado las elecciones unos meses antes. Necesitábamos la paz. Quisieron cerrar a sangre y fuego ese proceso democrático».

«Se hacen algunas cosas, pero de extranjis, sin afirmar los valores que representamos. Incluso en el terreno económico se hace poco. Los portugueses dieron un millón de pesetas por cada año de cárcel. ¡Yo me habría podido comprar una casa, que no tengo! He sido el que más he cobrado: 2.200.000 pesetas. Un millón por los primeros tres años y 200.000 por cada trienio».

Nicolás Sánchez Albornoz

– – – Pasó cinco meses en el Valle de los Caídos en 1948. Su fuga inspiró la película Los años bárbaros.

Nunca ha vuelto al valle. Ni siquiera lo llama así. Para él es Cuelgamuros, el nombre de la finca. Este periódico le propuso acudir allí para rememorar su condena. Su respuesta fue tajante: «Cuando desalojen al bicho». O sea, cuando saquen de allí los restos del general Franco y se los entreguen a su familia. «Pueden hacer un centro de interpretación o lo que les dé la gana, pero para mí es insuficiente. ¿La cripta puede tener la tumba de Franco y José Antonio, y al lado unas placas hablando de la represión y los campos de concentración? ¡Se dan de patadas!».

«España tiene que darse cuenta de que es Europa, tiene que compartir sus estándares, y no admitir el mausoleo. Algunos sostienen con toda la razón que ellos, como europeos, tienen derecho a opinar sobre el mausoleo, que no es un hecho privativo de los españoles. Es un hecho europeo».

«Conmigo había gente que desde 1939 no había pisado la calle. ¿Por qué nueve años después de terminar la guerra tenían que estar presos? Era un gran negocio. Éramos alquilados a las empresas por 10,50. Nos daban 50. Los patrones tenían obreros a precio de saldo y disciplinados».

«[El Valle de los Caídos] se ha convertido en un símbolo del fascismo, donde se reúnen para todas sus ceremonias, incluidos los de la Legión Cóndor. La gente está harta; 4.000 fascistas no son nada frente a 40 millones de españoles y 500 millones de europeos. En España ha aparecido una generación que está pidiendo cuentas y reabriendo las fosas, pidiendo información de sus abuelos. Si sacan a Franco de allí, qué va a hacer el PP cuando vuelva, ¿traerlo otra vez? Sería irreversible y resolvería el problema para siempre. Si no, resurgirá».

José Murillo

– – – ‘Comandante Ríos’, guerrillero en Sierra Morena, 82 años.

Vive en una humilde casa del barrio de Usera, en Madrid. Nunca se reconoció el carácter militar de la guerrilla, por lo que no recibe más pensión que la mínima. «Mi padre era socialista de toda la vida, pero cuando acabó la guerra creyó que no le pasaría nada porque no tenía las manos manchadas de sangre. Acabó en Castuera (Extremadura), uno de los peores campos de concentración. Los hombres morían comiendo raíces. Logró sacarlo un amigo falangista. Tenía seis hijos, yo era el mayor. Pensó que todo había acabado, pero el mismo día que volvió, con piojos y sarna, irreconocible, vino un falangista al que llamaban El Berraco -imagínese el personaje- y dijo que nos requisaba los animales y la casa».

«Mi padre me llevó aparte y me dijo: a mi hijo no lo van a matar de rodillas. Defenderemos nuestras vidas, no somos hombres de cárcel. Nos fuimos al monte. A mi madre la metieron en la cárcel como represalia. Seis años. A mi padre lo mataron de un tiro».

«Me hirieron, aún tengo las cinco balas en el hombro. Para hacerse una idea de cómo era un juicio franquista había que escuchar al fiscal: ‘¿Se puede consentir que en esta España católica, apostólica y romana existan seres que seis meses antes de nacer ya tenían instintos revolucionarios? ¡Pido la pena de muerte!».

«En la cárcel comíamos habas podridas y lentejas con bicho. Vivíamos entre ratas, yo incluso amaestré a un lironcillo para que comiera el bicho de las lentejas de mi mano, en la celda de castigo».

«La hermana de un compañero se hizo pasar por hermana mía para escribirnos, y así pasamos cuatro años. Nos enamoramos sin vernos. Luego nos casamos».

«Yo no he matado a nadie. He disparado muchas balas; me defendía, pero nunca a sangre fría. Murieron guardias civiles, sí, a manos de la guerrilla; pero los mató Franco, no yo. Él empezó la guerra. Sólo quiero que se reconozca que luchamos por la libertad, y que nos den una pensión digna».

Tario Rubio

– – – Tiene 86 años. Pasó ocho en prisiones y campos de trabajo, entre ellos el Valle de los Caídos.

«Las nuevas generaciones no tienen ni idea de lo que llegamos a sufrir, moral y físicamente. Por eso yo, a mis 86 años, sigo en la brecha: para que no se pierda esta memoria. Yo no quiero venganza ni remover el pasado. Pero veo esas inmensas manifestaciones contra el terrorismo de la ETA, apoyadas por el PP y la Iglesia católica, y pienso: vale, ¿pero por qué no condenan también el otro terror, el del franquismo? Porque en la guerra hubo bestialidades en los dos bandos, pero cuando acabó, en vez de ser generosos, siguieron matando, y de qué manera. Yo estuve en la cárcel Modelo de Valencia. Allí cada día se llevaban 10 o 15 a fusilarlos».

«Pasé ocho años encerrado después de la guerra. Estuve en cuatro campos de concentración. Te pegaban tantos palos que firmabas cualquier cosa. En las oficinas de depuración era terrible, había informes falsos que venían de los pueblos. Éramos 10 o 12 presos en tres metros cuadrados. Teníamos un váter y nos turnábamos para no dormir al lado de él».

«Mi tío Miguel, el cuñado de mi padre, tenía influencia con un falangista importante. Mi padre le pidió ayuda. Le respondió: ‘¿Tú vienes a pedirme avales cuando sabes que debías estar tú también en la cárcel por republicano? ¡Mi tío!».

«Cuando llegué a Cuelgamuros, en 1942, era diciembre. Hacía un frío horrible en esos barracones de madera, que tenían brechas por donde entraba el viento helado. No podíamos dormir por el frío. No te podías lavar porque allí no hay ríos ni nada. Te daban un cazo de agua sucia que le llamaban café, y hala, al tajo. A picar. Y eso que no me tocó en el agujero, sino en la carretera de acceso».

«Todavía hace poco, en una entrevista, vi que el abad de Cuelgamuros, con toda su caradura, un representante de Dios, decía que íbamos acumulando mucho dinero en un banco y que cuando salíamos ¡nos comprábamos las mejores casas! Le voy a escribir para saber en qué banco está mi dinero, para reclamarlo. Hicimos líneas de ferrocarril, reconstruimos el país, y empresarios como Banús se hicieron millonarios con los presos».

Vicente Muñiz

– – – 71 años. Fusilaron a sus padres, anarquistas, en 1941. Ha llegado hasta Estrasburgo para pedir la anulación del juicio.

«Mis padres trabajaban en la sede del POUM en Valencia: él, de chófer; ella, limpiando. Yo tenía cinco años cuando los nacionales entraron en la ciudad. Hice el saludo fascista, como todos, y mi madre, una mujer profundamente anarquista y republicana, me pegó un coscorrón enorme. Nos metieron a todos en la cárcel; allí estuve con mi madre y mi hermano pequeño dos años, hasta que los fusilaron, en Paterna. Allí cayeron 2.238 personas entre 1939 y 1956. A ella le acusaron de matar ‘a una mujer rubia de 17 años’. Sin nombre, sin cadáver, sin testigos. Hasta los 17 años estuve en un asilo de monjas, una cárcel de otra manera».

«Yo no puedo resucitar a mis padres, pero sí se les puede devolver el honor. Al pasar de la dictadura a la democracia se olvidaron de los perdedores. Yo no he pedido nunca dinero. Para mí el fusilamiento de mi madre y mi padre no tiene precio. Yo quiero que con los mismos papeles con los que los condenaron, que los tengo, pongan un tribunal de demócratas y anulen la sentencia».

«Un señor alemán dijo haber oído a mi madre decir que había matado a tres mujeres. Luego dijo que era mi padre. El tribunal, en vez de aclarar la cosa, dijo: bueno, pues los dos. Los mataron el 5 de abril de 1941, San Vicente Ferrer, patrón de Valencia, con otros 10. Los enterraron como perros en una fosa. La llenaban, y cuando estaba repleta, le echaban cal y abrían otra».

«El PSOE de Felipe González no tocó para nada este tema. Pero una herida cicatriza bien cuando se limpia bien. Si dejas el pus dentro, vas a tener que volver a abrirla para curarla. Piensan que el tiempo lo va a arreglar. Sólo la justicia lo arregla. Sólo pido que no se les acuse de auxilio a la rebelión. ¡Los que se sublevaron fueron ellos! Es como si ahora alguien cogiera las armas porque no le gusta el Gobierno. A mí no me ha gustado ninguno desde que hay elecciones, pero no se me ocurre coger un arma contra él, porque es democrático».

Nieves Galindo

– – – Nieta de Dióscoro Galindo, maestro republicano enterrado en una fosa en Víznar (Granada) con el poeta Federico García Lorca.

«Mi padre se murió pensando que algún día se recuperaría la memoria de mi abuelo. Casi desde el principio se supo que lo habían matado y enterrado con García Lorca en Víznar (Granada). Mi padre tenía 23 años, estaba en cuarto de medicina. Huyó. Cuando Franco dijo lo de las manos manchadas de sangre, se presentó, le pegaron palizas porque le reconocieron como hijo de Dióscoro y le metieron en la cárcel, dos años. Luego se vino a Madrid para estar lejos del pueblo, por miedo. Le destruyeron la vida. Estaba estudiando y tuvo que dejarlo. No quiso reclamar sus papeles universitarios por miedo a que fueran a buscarlo. Trabajó de repartidor, albañil y descargador de camiones. Nunca fue a Víznar, por miedo».

«Yo cumpliré su deseo. Ni siquiera pedimos sacarlos de la fosa, sino sólo tener la certeza de que están allí. Es muy fácil, porque a mi abuelo le faltaba una pierna. La familia de uno de los banderilleros también está de acuerdo. Pero la familia de García Lorca no quiere porque dice que eso es remover el pasado. Está todo pendiente de la Junta de Andalucía, que no ha dado el paso. Si es necesario, iremos al juzgado».

Carmen Puig Antich

– – – Es hermana de Salvador, el último ajusticiado a garrote vil. Condenado por la muerte de un policía. Era anarquista.

«Lo detuvieron un 25 de septiembre y lo juzgaron el 7 de enero. Ese día ya estaba la condena a muerte. Apelamos. El 15 de febrero se confirma la sentencia, y el 2 de marzo de 1974 era ejecutado. Les interesaba ir rápido, como venganza por lo de Carrero Blanco [diciembre de 1973]. Al día siguiente del atentado teníamos visita con Salvador. Sólo 20 minutos. Nada más vernos, él lo dijo: ‘ETA m’ ha matat’. Tenía razón. Recuerdo cada minuto de las últimas 12 horas, las que llaman en capilla. A ratos hablábamos, a ratos nos abrazábamos, nos tocábamos el pelo. A veces él tenía que ir al servicio por el miedo que estaba pasando, y le obligaban a hacerlo con la puerta abierta. Era horrible. Una hermana mía perdió la cabeza y decía que mi madre, muerta, iba a hacer algo».

«Hay un momento en que yo me quedo sola. Eran las cuatro de la mañana. Y un hijoputa de funcionario, un tío de 50 años, que me acuerdo de su cara, pero no de su nombre, me dijo: ‘¿Tú sabes cómo van a matar a tu hermano?’. ‘No’, le contesté, ingenua. Me explicó con pelos y señales cómo funciona el garrote vil. Cuando volvió mi hermano no sabía qué cara poner. Yo tenía 19 años».

Ricardo Limia

– – – 89 años, comunista. Trabajó como preso cuatro años en el Canal del Guadalquivir, al que ahora llaman «canal de los presos».

«Cuando estalló la guerra y tomaron Sevilla, yo estaba en las Juventudes Socialistas. Organizamos una columna para venir a buscar a Queipo de Llano. Pero nos engañaron, nos dejaron solos a los de las Juventudes, nos ametrallaron y mataron a todos los que iban en el camión. Yo me salvé porque iba detrás con una moto».

«Nos fuimos al monte. Vivíamos en los túneles de viejas minas abandonadas. Nos juntamos 200 personas. Cuando acabó me entregué. Me condenaron a muerte, pero me libré gracias a un familiar. Acabé en el campo del canal. Era muy duro, pero mejor que la cárcel. Se comía algo, porque había que trabajar duro y no podían tenernos muertos de hambre».

«En la cárcel moría mucha más gente, de hambre y de pena. Te daban un cazo de agua a mediodía y otro por la noche. En la prisión de Cádiz estuve siete meses comiendo lentejas con bicho al mediodía y por la noche. Aún así, en el campo había hambre. Un día cayó muerto un mulo atravesado en el canal y a los 20 minutos no quedaba nada, nos lo habíamos comido. Aunque no todo era malo. Allí me enamoré de una chica de Dos Hermanas que venía a llevarme comida. Me llevó tortilla la primera vez, aún me acuerdo del sabor. Luego nos casamos».

«El Gobierno no se preocupa de nada. No es justo que te den un milloncejo de pesetas por pasar 15 o 20 años de cárcel y campos de concentración sin ningún motivo. Sólo quiero que reconozcan que luchamos en beneficio de España, no nuestro, por la libertad de todos. A mí, como a todos, me hacen homenajes, pero a nivel particular; el Estado no hace nada, no hay reconocimiento oficial».

Isabel González Losada no ha hablado para este reportaje, pero también fue víctima del franquismo. Perdió a su hermano. Su tesón hizo que se abriera la primera gran fosa en El Bierzo, en 2002. Hace unos meses se quejaba de la lentitud del Gobierno: «Estábamos esperando algo de una vez, fuimos a la comisión interministerial para las víctimas de la guerra y el franquismo. Nos escucharon, pero luego no nos han dicho nada. Estamos perdiendo la paciencia. Somos gente muy mayor y no podemos esperar». Isabel murió hace dos semanas.

Con información de Lali Cambra, Cecilia Fleta, Fernando Gualdoni y Guillermo Altares

Origen: Represaliados después del 39 | Edición impresa | EL PAÍS

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