Resuelto el misterio del asesino más atroz que Jack el Destripador y su castillo de la muerte
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Hasta ahora, la tradición afirmaba que H. H. Holmes acabó con más de 200 personas en un gigantesco hotel de los horrores creado por él en 1893
Los diarios de la época llamaban a aquel horrible lugar de un millón de formas. Desde el «Castillo de la muerte» hasta el «Hotel de los horrores». En un artículo fechado el 29 de julio de 1985, «The New York Times» -periódico que le dedicó más de una veintena de reportajes al tema en cuestión- lo calificó, simplemente, como «The castle». Lo que se presume es que, en su interior, el estadounidense H. H. Holmes encerró y acabó con la vida de sus víctimas allá por el siglo XIX. Pero poco hay seguro alrededor de la figura de este cruento asesino que nació bajo el nombre de Herman Webster Mudgett y que se cambió de identidad para acometer con más tranquilidad la infame tarea del asesinato.
En el siglo que ha pasado desde que perpetró sus tropelías se le han atribuido doscientos crímenes y se ha definido su «castillo» como una suerte de laberinto lleno de trampas ideadas para desquiciar a las mujeres que capturaba. Una cámara de los horrores de tres pisos que contaba con pasadizos secretos, puertas corredizas, cámaras de gas y hasta un horno crematorio con el que deshacerse de los cadáveres. Sin embargo, todo parece indicar que, ni este Jack el Destripador estadounidense fue tan prolífico, ni su castillo fue tan complejo como se nos ha querido hacer creer. Así lo han afirmado, en declaraciones al canal History Channel, dos de los últimos biógrafos y estudiosos del personaje.
Muertes probadas
Según desvela History Channel, la primera falacia de este mito es el número de asesinatos. «El total de personas que podemos asegurar que mató es aproximadamente de 9. En su momento confesó 27 asesinatos, pero varias de las supuestas víctimas estaban vivas», ha explicado para la cadena Adam Selzer, autor de «H. H. Holmes». El investigador, dedicado desde 2011 al ensayo y a la divulgación histórica, es partidario de que las cifras fueron exageradas en primer lugar por la prensa y, en segundo término, por la obra «Gem Of The Prairie: An Informal History Of The Chicago Underworld», publicada en 1940 por Herbert Asbury. Este autor habría sido el culpable de generalizar la falacia de que H. H. Holmes asesinó a nada menos que 200 personas, la mayor parte de ellas, mujeres.
«Hasta entonces nadie había sugerido esa cifra. Pero, a partir de ese momento, todos los que se refirieron a la historia de Holmes utilizaron el dato como una estimación real», añade. A pesar de la ingente cantidad de muertes que se le han atribuido, los expertos consultados por History Channel son partidarios de que sus víctimas fueron, a ciencia cierta, un máximo de 9. El asesinato más conocido fue el de su colega, el estafador Benjamin Pitezel, en 1894. Holmes acabó con su vida para evitar que desvelara los sucios tratos en los que ambos estaban inmersos y, poco después, también con la de sus tres hijos pequeños. Su objetivo: encubrir el primer crimen. Este asesinato fue el que, a la postre, le llevó a la horca.
De las menos conocidas, las dos primeras víctimas de Holmes fueron Julia Connor y su pequeña de seis años, la pequeña Pearl. Ambas desaparecieron en la Navidad de 1891, después de que nuestro protagonista tuviese una aventura amorosa con la mujer. Tras ser capturado, y durante los interrogatorios, el asesino no quiso confesar su asesinato. Sin embargo, al final desveló que todo había ocurrido de forma accidental, mientras le practicaba un aborto. En la actualidad se desconoce qué les sucedió a ambas.
Las autoridades supusieron que había hecho otro tanto en los dos años siguientes con Emeline Cigrand y las hermanas Minnie, Nannie y Emeline Williams. Pero no se sabe qué sucedió con ellas.
El hotel de los horrores
Según las pesquisas de Selzer, tampoco existen evidencias reales de que atrapara a sus víctimas dentro de su hotel para acabar con ellas. El autor es partidario de que esas 9 personas a las que probablemente quitó la vida eran conocidas suyas. Para terminar, añade que el edificio que tenía en propiedad no era tal y como se ha definido. Ubicado en Chicago, el mitificado «Castillo de los horrores» habría contado con un primer piso lleno de tiendas con escaparates y un segundo con apartamentos que se podían alquilar durante largos períodos de tiempo.
«La verdad es que no fue hasta 1892 cuando adquirió un tercer piso. Fue entonces cuando dijo a todos que iba a montar un gran hotel, pero nunca se terminó, ni se amuebló, ni se abrió al público. Aquello solo era una mentira para engañar a proveedores, inversores y aseguradoras», añade el experto.
Su colega, el también ensayista y autor del «The New York Times» Harold Schechter (quien publicó hace una década «Depraved: The definitive true story of H. H. Holmes»), va incluso más allá y desvela que las trampas que presuntamente instaló en edificio no son más que una mera invención de la prensa de la época. «Creo que la historia es un invento sensacionalista».
Schechter afirma que no hay evidencias de que el «Castillo de los horrores», construido en Chicago a mediados de la década de 1890 y pensado en efecto por Holmes, estuviese diseñado en sus orígenes para esconder los cuerpos de sus víctimas. El ensayista es partidario de que una de las escasas evidencias que hallaron los medios de comunicación para sustentar esta afirmación fue una gran tolva que desembocaba en el sótano. No obstante, confirma que, por entonces, era habitual que muchos edificios contaran con una ya que permitía transportar la ropa sucia hasta el sótano.
A golpe de falacias, y en mitad de una época en la que primaban las noticias exageradas, se empezó a hablar de calabozos de tortura insonorizados, tuberías de gas tóxico y salas escondidas tras falsas puertas. «Todos estos mitos que, por desgracia, incluso yo mismo ayudé a perpetuar en su momento, fueron creciendo y se generalizaron», completa Schechter.
Sus declaraciones cobran más relevancia si se tiene en cuenta que, según explicaron en 1896 diarios como el mismo «The New York Times», el hotel se quemó poco después de que el asesino fuese juzgado y ahorcado. La tragedia ocurrió mientras el hotel era rehabilitado por un empresario que pretendía convertirlo en una atracción turística.
Según los diarios de la época, el 19 de agosto de 1896, a las 12:13, uno de los vigilantes nocturnos del ferrocarril vio que las llamas atravesaban el techo del «Castillo de Holmes». Tras unos segundos, tres explosiones hicieron estallar las ventanas del primer piso. El fuego estaba fuera de control cuando llegó la ayuda. Noventa minutos después de que se informara del incendio, el tejado se había derrumbado junto con la mayor parte del edificio. El origen del fuego no se pudo determinar, aunque, como señaló el diario «The Chicagoist» en 2015, es probable que algunos vecinos prefirieran ver el lugar destruido a que se convirtiera en un circo.
Un mito de un siglo
La historia de H. H. Holmes, o el mito que se ha generado a su alrededor, nos traslada hasta el final del siglo XIX. Herman Webster Mudgett nació en 1860 en Gilmanton, Estados Unidos, en el seno de una familia muy puritana. Al parecer, desde su adolescencia mostró una enfermiza obsesión por el sexo y se destacó como un joven avispado capaz de encandilar a quien fuera para lograr sus objetivos.
A los dieciocho años demostró ambas facetas cuando se casó con su primera esposa con la única finalidad de aprovecharse de su fortuna, con la que se pagó sus estudios de medicina. Poco después de licenciarse abandonó a la desdichada y se marchó en un largo periplo que terminó en Chicago.
Según se desvela en «Historias de asesinos», el todavía joven Webster se convirtió en un cazador de fortunas y en un embaucador de jovencitas. Tarea para la que se cambió el nombre por H. H. Holmes. Su mayor golpe lo dio tras ganarse la confianza de una viuda dueña de una farmacia en Englewood. A ella le estafó sin piedad a golpe de desviar dinero de los libros de cuentas del local. Terminado el trabajo, se marchó con los bolsillos cargados de billetes.
Los meses pasaron para el médico hasta que, en 1893, arribó hasta Chicago la Exposición Universal. Según el mito, el desquiciado trilero vio en este evento un momento idóneo para ganarse la confianza de jóvenes extranjeras y obtener una buena cantidad de monedas a cambio.
Aquí es donde la leyenda cobra más intensidad. Cuenta la tradición que, valiéndose de la fortuna que había amasado, Holmes diseñó un fastuoso hotel en el que incluyó todo tipo de trampas. Al parecer, él mismo terminó la construcción para asegurarse de que nadie conocía sus secretos… Hasta el edificio habría llevado, durante la Exposición Universal, a dos centenares de jóvenes solas y ricas para torturarlas, obligarles a entregarles su fortuna y, a continuación, acabar con su vida. En la obra se recogen los presuntos ingenios instalados por el médico. Y no tienen precio: escaleras que no llevaban a ninguna parte, una imposible máquina que hacía cosquillas en los pies a las chicas hasta que las mataba de risa y hasta un complejo sistema de tuberías que convirtió algunas habitaciones en improvisadas cámaras de gas.
El ingenioso Holmes solucionó también los problemas que suponía deshacerse de los cadáveres mediante una gran tolva que le permitía llevarlos hasta el sótano sin causar sospechas. Allí los desmembraba, los deshacía en ácido o los quemaba en un gran horno.
Así continuó hasta que la feria cerró sus puertas y tuvo que dedicar su ingenio a otros menesteres. Después de intentar estafar a la compañía de seguros (y fallar de forma estrepitosa) se marchó a todo correr hasta Texas, donde ideó una compleja estafa con el un nuevo colega: Benjamin Pitezel. La estafa funcionó, pero parece ser que la relación entre ambos se truncó cuando Holmes se negó a compartir las ganancias. La solución fue acabar con la vida de su socio y de sus tres hijos.
Al final, Holmes fue capturado y condenado gracias al testimonio de uno de sus compañeros de celda. Su leyenda se la empezó a forjar él en prisión. Y es que, durante los interrogatorios exageró el número de mujeres a las que había asesinado y se divirtió afirmando que personas vivas habían fallecido. La historia fue un regalo para unos medios de comunicación en los que primaba el amarillismo. Así, el «Doctor torturador» (como le llamaron) se ganó su hueco en las portadas, y también en la historia.
Origen: Resuelto el misterio del asesino más atroz que Jack el Destripador y su castillo de la muerte