23 noviembre, 2024

Rosario Buero Sanz Historia de un apellido «GUERRA CIVIL»

Rosario Buero, en su casa de Madrid.

por Sonia Aparicio

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«En Guadalajara, apellidarse Buero era sinónimo de rojos». Quien habla es Rosario Buero Sanz (1940), Chari. Esta maestra retirada es sobrina del escritor y Premio Cervantes Antonio Buero Vallejo (1916-2000), encarcelado en 1939 por su afinidad manifiesta al marxismo y condenado a muerte por ello, aunque se le conmutó la pena después y salió en libertad en 1946. Algo casi anecdótico en la historia de las familias Buero y Sanz, donde los rojos y azules de la Historia española se mezclan sin piedad para convertirles en víctimas de uno y otro bando. «A mi abuelo lo fusilaron los rojos; a mi padre lo encarcelaron; mi tío Antonio era el ‘rojo oficial’ y estuvo preso y condenado a muerte; a otro tío, materno, lo mataron [los republicanos] en el puente de Alamín… Nos dieron por todos lados», dice Rosario antes de entrar en detalles.

El relato de los Buero comienza con el abuelo, Francisco Buero García, militar gaditano, destinado en África y Canarias antes de llegar a Guadalajara, donde fue profesor de matemáticas e inglés en la Academia de Ingenieros. Militar culto, recto y tolerante, casado con una mujer no religiosa que presumía públicamente de no serlo. «Él se iba con mi tía de la mano a la iglesia mientras la abuela se quedaba en un mirador para que todo el mundo viera que ni iba a misa ni santificaba las fiestas», cuenta Chari. De ello, hace un siglo. «Fíjate si era tolerante, que cuando su hijo Antonio le dijo que quería hacer Bellas Artes (un hombre, en aquella época), no se opuso». Aquel hijo sería después uno de los dramaturgos más importantes de nuestro siglo XX.

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Cuando estalla la guerra, los Buero acababan de trasladarse a Madrid. «Le llamaron para que se presentara, y así lo hizo», cuenta Chari. Madrid era zona republicana y al comandante Francisco Buero lo metieron en la cárcel de Porlier. «Todas las semanas, la abuela le llevaba una muda limpia, y allí la dejaba porque no le permitían verlo. Hasta que un día le dijeron que allí ya no había nadie, sólo chinches, piojos y cucarachas». No supieron de él nunca más. «Asesinado el 7 de diciembre de 1936 en lugar desconocido», reza la esquela que ordenó su viuda. Alguien les dijo que a los de Porlier se los llevaron a Paracuellos, aunque su nombre no figura en la lista oficial.

Su padre, también militar, tuvo algo más de suerte. Francisco Buero Vallejo pasó ocho meses en la cárcel de la República y el resto de la guerra escondido en casa de unos parientes. Le echaron de la carrera militar y al terminar la contienda no pudo volver a ejercer; se buscó la vida como administrativo. Pasaron muchos años hasta que un Gobierno de Felipe González le rehabilitó y le reconoció su grado de comandante.

La familia materna de Chari no lo tuvo más fácil. «El hermano de mi madre [Antonio Sanz Granero] se posicionó a favor del levantamiento, vinieron a casa, era gente descontrolada, no eran del gobierno, ni de la policía… Le buscaron por todas partes hasta que le encontraron, le llevaron y le mataron. Con él murió mucha más gente en Guadalajara a principios de agosto». Su madre y su abuela tuvieron que dejar la casa y marcharse a Barcelona. «Les dijeron que sólo podían llevar lo puesto y un colchón. Pero mi madre, que era más lista que el hambre, se puso un vestido encima de otro para llevarse varias cosas, porque era muy presumida». Francisco Buero y Rosario Sanz, los padres de Chari, se reencontraron en Guadalajara después de la guerra. Novios desde la adolescencia, se casaron en 1939.

Todas estas historias las ha ido hilando Chari con el paso de los años, a través de relatos sueltos, fotos antiguas, charlas y comentarios en reuniones familiares. Los recuerdos de su infancia corresponden ya a la posguerra (nació en junio de 1940), tan dura o incluso más que la guerra en sí. De esa niñez recuerda las visitas a su tío Antonio [el dramaturgo] a la cárcel madrileña de Santa Rita («hacía muchísimo calor, íbamos en unos autobuses destartalados, esperábamos a que abrieran, éramos los primeros…»); los años de instituto en Guadalajara junto a su hermano mellizo («nos decían: ‘un Buero para junio y otro para septiembre’, porque dos ‘bueros’ no podían aprobar en junio»); el hambre y la escasez («mi madre tuvo que venderlo casi todo para comer»); o el carácter de la abuela («hablaba mal de Franco, continuamente, decía: ‘¡Ay, cuando se una el cielo con la tierra y caiga este señor!’»).

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Y lo que hoy queda de aquello: «Aprendí muy pronto que tenía que luchar, que no tenía que tirar nada, y todo lo guardo», cuenta esta mujer de 71 años al preguntarle en qué le ha marcado la guerra. «Ahora, cuando compro coliflor y me quitan lo verde, les pido que no me quiten lo verde, no. Mi madre se comía lo blanco por la mañana y lo verde por la tarde, trituradito…».

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De arriba a abajo, Francisco Buero García con sus hijos Francisco, Antonio y Carmen; imágenes de comunión de Francisco Buero García y Cruz Vallejo Calvo, abuelos de Chari; y Antonio Sanz Granero, fusilado en Guadalajara en agosto de 1936. | Fotos del álbum de familia de Rosario Buero Sanz

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