Segunda Guerra Mundial: El criadero que suministró cobayas para los experimentos humanos de Hitler
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El campo de concentración de Natzweiler-Struthof, ubicado en la Alsacia francesa, fue liberado a finales de noviembre de 1944
Corría finales noviembre de 1944 cuando las tropas estadounidenses arribaron al campo de concentración de Natzweiler-Struthof, ubicado en Alsacia. Por entonces, todavía faltaba más de medio año para que los soldados soviéticos descubrieran las tropelías cometidas por los nazis en Auschwitz y unos cinco meses para que los norteamericanos pisaran Ohrdruf (considerado el primer centro de muerte liberado por ellos en Alemania). Aunque es cierto que sabían de la existencia de estos tétricos lugares -los rusos ya se habían topado con Belzec, Sobibor, y Treblinka ese verano- para los hombres de las barras y las estrellas supuso un mazazo de realidad ver su interior.
Natzweiler-Struthof había sido abandonado en septiembre de ese mismo año para evitar que los aliados descubrieran sus secretos, es cierto. Sin embargo, y aunque mucho más pequeño que otros campos como Dachau, era el arquetipo de un campo de concentración nazi a pesar de hallarse vacío. No en vano contaba con su propia cámara de gas y era el centro de una red de 70 subcampos situados en Alsacia, Lorena, Baden y Wuerttemberg. Con todo, si hubo algo que lo hizo tristemente famoso fue que de su interior salieron los reclusos que el doctor nazi August Hirt utilizó, en plena Segunda Guerra Mundial, para llevar a cabo experimentos pseudocientíficos y atesorar una «colección» de 87 esqueletos humanos en el cercano Instituto Anatómico de la Universidad de la ciudad de Estrasburgo.
Nacido de la nada
El origen de este campo de concentración se remonta a mayo de 1940, cuando la « Blitzkrieg» (guerra relámpago) del general Heinz Guderian cruzó las Árdenas y logró superar, sin daños, las defensas galas afincadas en la Línea Maginot. Un mes después el país cayó bajo la bota del Tercer Reich y el nazismo ubicó en el poder a un gobierno títere tutelado por el mariscal Pétain. Francia, la que fuera la gran vencedora de la Primera Guerra Mundial, fue a partir de entonces una suerte de supermercado para un Adolf Hitler necesitado de todas las materias primas que pudiese atesorar para los enfrentamiento que se avecinaban.
En ese contexto nación Natzweiler-Struthof. «En septiembre [de 1940], el SS Standartenführer Karl Blumberg, en viaje de prospección por la región, decidió instalar cerca de Struthof, en la comunidad de Natzweiler, un campo de concentración cerca de una cantera de granito rojo para que los prisioneros extrajesen sus piedras», explica Manuel Morós Peña en «Los médicos de Hitler». Él fue la mano ejecutora, pero el verdadero artífice del lugar fue Albert Speer, quien necesitaba aquellas piedras para elaborar sus monumentales proyectos arquitectónicos en Núremberg.
La construcción comenzó poco después y se extendió hasta el 21 mayo de 1941, cuando arribaron al campo los primeros reos desde el cercano campo de concentración de Sachsenhausen. Hasta entonces, los presos (unos 1.500) habían residido en un hotel cercano. Las instalaciones no destacaban por sus colosales dimensiones. De hecho, Natzweiler-Struthof apenas contaba con espacio para albergar a dos millares de personas (mientras que Dachau, por ejemplo, contaba con 14.000 en 1937). A la postre, terminó siendo el centro de una red de más de siete decenas de subcampos cercanos.
Durante sus años de actividad (entre 1941 y 1945) los más de 52.000 prisioneros (entre 22.000 y 38.000 de ellos, víctimas) suministraron mano de obra a las fábricas de Adler o Heinkel, todas ellas clave para el desarrollo de las industria armamentística teutona. La mayoría de los internos fueron presos políticos franceses, alemanes y del norte de Europa. Aunque también pasaron por sus muros miles de presuntos miembros de la Resistencia cazados por las temibles SS en la «Operación noche y día» -acaecida en el verano de 1943-. La mayor parte de ellos acabaron en la cámara de gas de Natzweiler-Struthof, instalada en agosto de ese mismo año, y después en los crematorios móviles que los guardias llevaban hasta el lugar.
En 1944, en el campo de Natzweiler-Struthof había unos 7.000 presos y 20.000 más en la red de subcampos. El alto número de reos lo convertía en uno de los principales activos dentro de la economía armamentística nazi. Sin embargo, después de que los aliados desembarcasen en Normandía el 6 de junio y avanzasen a toda velocidad hacia el interior del país, los germanos decidieron trasladar a todos los internos hasta Dachau a partir de agosto. Eso hizo que, en noviembre (el día 23 para algunos historiadores, el 25 según otros tantos), los estadounidenses lo hallasen totalmente vacío.
Experimentos humanos
Con todo, el personaje más tristemente famoso de Natzweiler-Struthof fue August Hirt. El que fuera director del Instituto anatómico de la Reichuniversitat de Estrasburgo vino al mundo en Mannheim (una ciudad al suroeste de Alemania) en 1898. Apasionado desde su juventud con el mundo marcial, se alistó en el ejército germano en 1914, por lo que tuvo que darse de fusilazos en la Primera Guerra Mundial contra los enemigos de su país. Parece que no combatió mal, pues -tras ser herido en combate- fue galardonado con la Cruz de Hierro y enviado a su casa para recuperarse. De vuelta en su hogar, se tituló en medicina por la Universidad de Heidelberg, su otra gran pasión debido a su gran interés por la anatomía.
Sin embargo, la llegada del nazismo a Alemania de la mano de Adolf Hitler le hizo volver a realistarse, aunque en este caso en las temibles SS, las tropas más crueles y sangrientas del bando germano. Una vez en este organismo, fue uno de los mayores defensores de la superioridad de la raza aria y la necesidad de acabar con la vida de los judíos, los gitanos y todo aquel que fuera considerado inferior. Sus teorías, junto a las de otros tantos miembros del partido, terminaron derivando en la terrible Solución Final, el plan ideado por el «Führer» para aniquilar de forma sistematizada a cualquiera que no se considerase digno de este mundo.
En la década de los 40, tras varios años de servicio y con una buena parte de Francia conquistada por los alemanes tras iniciarse la Segunda Guerra Mundial, Hirt fue nombrado director del Instituto anatómico de la Reichuniversitat de Estrasburgo. Un trabajo que le apasionaba y que le permitió satisfacer su necesidad de saber en el campo de la anatomía judía. «Era un hombre sin escrúpulos y con una curiosidad enorme por el judío y por sus dimensiones craneales, entre muchas otras cosas. Quería demostrar científicamente las teorías antisemitas defendidas por el Partido como una realidad incuestionable», explica el escritor e investigador Pablo Jiménez Cores en su obra «La estrategia de Hitler: Las raíces ocultas del Nacionalsocialismo».
De esta forma, comenzó a hacerse -poniendo como excusa la ciencia- con cráneos de prisioneros judíos. Sin embargo, en 1942 se percató de que tenía acceso a un número muy reducido de restos humanos, por lo que llamó a altos cargos de las SS para remediar este problema. «Para realizar sus estudios se puso en contacto con Himmler para ver si este podía solucionar las dificultades con las que la “tesis antisemita” se enfrentaba al disponer de “un número limitado de calaveras judías”. El jefe de las SS se sintió muy conmocionado por el interés que Hirt mostró en el estudio de la inferioridad de la raza judía, y ordenó que se le ayudase en todo lo que se pudiera», completa el investigador en su obra.
Así fue como a Hirt empezó a tener contactos con los directores de varios campos de concentración nazis y, poco a poco, consiguió que le fueran enviados al instituto multitud de cadáveres de presos para estudiarlos. Tal era su interés, que el médico llegó a financiar con el dinero del Instituto la cámara de gas del campo de concentración de Struthof-Natzweiler. «Según las órdenes de Hirt, se enviaron prisioneros suficientes y en buen estado a la cámara de gas de Struthof, empleando para su asesinato sales de ácido cianhídrico preparadas por el mismísimo Hirt», señalan José Manuel Gomis Aracil y Pedro Sala Jiménez en su libro «La sangre de la eternidad».
Fue precisamente en uno de esos asesinatos masivos -sucedido en 1943- en el que Hirt se hizo con los 87 cuerpos con los que creó su colección personal. «La ejecución, realizada en varias tandas y supervisadas por el Sturmführer del campo, Josef Kramer, acabó con la vida de 86 personas, de las cuales 30 eran mujeres», añaden los expertos. La víctima número 87 era famosa, pues era una espía conocida en media Francia. Esta, tal y como afirman los dos investigadores, fue asesinada mediante un antiguo reto ceremonial de las SS en el que se la decapitó de forma cruel. Una vez que todos dejaron este mundo, sus cuerpos fueron enviados al doctor, quien los conservó en alcohol y se hizo una colección personal con ellos.
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