SELINA CASAS, MARGARITA NAVASCUÉS y SIMONA BLASCO. Pretendieron ser MUJERES libres. Los franquistas no lo consintieron y las FUSILARON. El círculo del crimen se completó cuando unas monjas se APROPIARON de sus hijas | RecueRda RepúBlica, documento memoria
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Dos mujeres llevaban a dos hijitas de pecho en sus brazos. El fraile Gumersindo de Estella, describe la frase de la joven Simona junto a la tapia del cementerio: “Ya quedarán quienes vengarán nuestra muerte”. “¡Tantos hombres para matar a tres mujeres!”, gritó una. Gumersindo presenció el robo de sus niñas dejando constancia en un estremecedor diario: “¡Por compasión, no me la roben! Que la maten conmigo”, gritaba una. “¡No quiero dejar a mi hija con estos verdugos!”, exclamaba la otra.
Se entabló una lucha feroz entre los guardias, que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus madres, y las pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido”. Los bebés, de un año, eran las hijas de Selina y Margarita. Las acusaban de haber intentado escapar a la zona republicana. “Sonó la descarga cerrada, les di la absolución, y antes de que el teniente descargara los tiros de gracia, me alejé caminando como un autómata”. Fueron asesinadas tres mujeres, Selina Casas, Margarita Navascués y Simona Blasco. Dos monjas recogieron a las niñas después de que mataran a sus madres. Era el 22 de septiembre de 1937.
Muchas mujeres como estas habían sido trabajadoras afiliadas a las Juventudes Comunistas, Izquierda Republicana, los sindicatos anarquistas CNT, FAI, o a las Juventudes Libertarias. Se habían enfrentado a cargas policiales por participar en huelgas, habían formado comitivas para exponer sus quejas o propuestas, habían defendido los derechos de los presos políticos. Tenían una intensa actividad sindical y lucha política a sus espaldas, no eran simplemente compañeras de hombres republicanos. Esta minoría militante ejercitó labores muy importantes, mujeres como María Domínguez, Pilar Ginés, Selina Cassas, Margarita Navascués, Victoria Gracia, Simona Blasco y sus hermanas Petra y Damiana, Leonor Lizandra, Quiteria Serrano, Angeles Santos, Maria Castanera, Concha Monrás, Julia Miravé, Alicia Casas, y tantas otras. Mujeres políticas que vendían prensa libertaria durante la República, miembros activos de células, propagandistas, asesoras de vecinos en temas sociales, promotoras de motines, asistentes a manifestaciones. Mujeres que en los primeras momentos de la sublevación colaboraron en el esfuerzo común de resistencia al golpe, asaltando los cuarteles de la guardia civil, cortando carreteras, pidiendo armas en la delegación de gobierno o secundando la huelga general.
Gumersindo contó el reproche de los reos: “No quiero confesarme a una religión que me mata”. Presenció 1.700 fusilamientos en las tapias del cementerio de Torrero (Zaragoza) entre 1936 y 1942. Don Tregidio exclamó: “¡Viva Dios y el socialismo!”. El comandante gritó: “¡Fuego!”, se oyó la fatal descarga. Ocho balas acribillaron cada cuerpo, cayeron de espaldas a tierra. Los cadáveres estaban sobre un charco de sangre que regaba cantidad de tomillos, confundidos con el rocío. Un teniente les dio dos tiros de pistola en la cabeza. “Como sacerdote y cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos y no podía aprobarlos”. Tampoco pudo impedirlos. El sacerdote se entristecía con una iglesia a favor del bando que ordenaba aquellas muertes, sin defensas, juicios ni garantías. La mayoría de los reos desconocían la acusación que les llevaba al paredón.
“Mi actitud contrastaba vivamente con la de otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban con regocijo extraordinario y no solo aprobaban cuanto ocurría, sino que aplaudían y prorrumpían en vivas con frecuencia”, escribió Gumersindo. Terminada la guerra, los fusilamientos seguían, cerca de 700 después de la contienda. Más de 3.543 republicanos fueron fusilados en aquel muro desde la madrugada del 19 de julio de 1936 hasta el 20 de agosto de 1946. No se dejó de matar ni un solo día, ni en nochebuena. En octubre de 2010 se inauguró en el cementerio una espiral con los nombres de todas las víctimas.