29 marzo, 2024

Ser gladiador en Roma, un trabajo precario

Ilustración de Nerón en un combate de gladiadores
Ilustración de Nerón en un combate de gladiadores

Sus luchas fueron cada vez más seguidas por el gran público, que elevó a algunos a la categoría de estrellas, pero eso no significa que su actividad tuviese estatus

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En su origen fueron sacrificios humanos que honraban a los guerreros muertos en antiguas culturas de la península itálica. Ese rito de acabaría reemplazado, hacia el siglo IV a. C., por duelos entre rehenes a los que se forzaba a luchar a muerte. Pero con el tiempo aquellos enfrentamientos quedaron despojados de su significado religioso para pasar al capítulo del entretenimiento, sobre todo a partir de las últimas etapas de la República romana.

Al comprobar los votos que podía proporcionar la organización de unas luchas de gladiadores, muchos de quienes deseaban acceder a la magistratura invirtieron en ellas. Su poder propagandístico no fue ignorado por el Estado, que acabó monopolizando la organización de los combates en la época imperial.

El Coliseo en Roma, recinto de lucha de gladiadores

El Coliseo en Roma, recinto de lucha de gladiadores

Getty Images/iStockphoto

Poco a poco se fueron perfilando los elementos característicos del espectáculo. Además de construirse espacios definidos para su celebración (de los que el más célebre sería el Coliseo de Vespasiano), se establecieron programas con distintos tipos de lucha, de gladiadores y de armamento.

Las armas esgrimidas, al principio idénticas a las militares, fueron derivando en panoplias modificadas para acentuar la vistosidad y la agilidad de las fintas. Con este objetivo, abundaban, por ejemplo, las lanzas ligeras, los tridentes, los puñales y las espadas cortas, fueran rectas (o gladius, de la que proviene la palabra gladiador) o curvas, como la sica de estilo tracio. Se prescindió, por el contrario, de la larga y pesada lanza, o pilum, que acompañaba indefectiblemente a los legionarios.

El de los gladiadores era un oficio infame que repugnaba y atraía a la vez

Respecto a las defensas, los protectores corporales resultaban menos aparatosos que los usados por los soldados. Los escudos eran más pequeños y carecían de corazas. En cambio, los gladiadores imperiales tenían mejor resguardadas las extremidades para que la lucha no se interrumpiera por heridas en los brazos, las piernas o la cabeza.

Los cascos destinados a la arena eran más cerrados, consistentes y pesados –hasta el doble– que los empleados en las batallas reales. Esto obedecía a criterios funcionales (protegían mejor, pero podían ser portados un tiempo limitado) y ornamentales (las piezas estaban rematadas con gruesos adornos metálicos). Sin olvidar un efecto psicológico inherente a una completa cobertura facial. Llegado el momento, era más fácil degollar a un rival anónimo por el rostro enmascarado que asesinar a un compañero viéndole la cara.

Tipos duros

Junto con el arsenal también evolucionó la tipificación de los gladiadores, establecida definitivamente en pleno Alto Imperio, hacia el año 100 d. C. Los más antiguos imitaban en sus pertrechos y táctica de combate a viejos enemigos de los romanos. A esta categoría pertenecían los contendientes denominados samnitas y galos.

Otros de la misma clase, es decir, inspirados en rivales históricos, fueron los tracios y los hoplómacos. Sin embargo, estos últimos pervivieron mejor que los anteriores cuando, con la profesionalización de la época imperial, se buscó ante todo la espectacularidad. El hoplómaco tuvo un lugar destacado en la nueva era. El tracio también, aunque con alteraciones importantes en su indumentaria.

Fragmento del mosaico de Zliten, hallado cerca de Leptis Magna, en la actual Libia, y que muestra varios tipos de gladiadores en acción.

Fragmento del mosaico de Zliten, hallado cerca de Leptis Magna, en la actual Libia, que muestra varios tipos de gladiadores en acción.

Dominio público

Por el contrario, los galos y los samnitas fueron suplantados por un modelo tan original como llamativo, el mirmillón, que, como sus colegas el retiario y el secutor, nació de la fantasía circense. Todos ellos recibían su nombre no ya de pueblos foráneos, sino de sus aparejos o su manera de luchar.

El mirmillón tenía un casco que recordaba a un mormyr, un pez marino; el retiario imitaba con su red y su tridente a un pescador; y secutor, en latín, significaba perseguidor. También eran definidos por sus armas o sus artes el dimachaerus (peleaba con una espada en cada mano), el sagittarius (con arco), el laqueator (con lazo), el eques (a caballo) o el essedarius (en carro).

Despertaban admiración por su coraje y a la vez eran despreciados por la rudeza de su profesión

El grado de especialización que se alcanzó en el auge de los combates no solo condujo a diferenciar con precisión los géneros de adversarios. También hizo que se enfrentaran por tipos de un modo regulado, para garantizar duelos dinámicos, armoniosos y emocionantes.

Así, la lanza ligera del hoplómaco solía vérselas con la sica del tracio o con el gladius del mirmillón, mientras que el retiario era emparejado normalmente con un secutor. La espada recta del segundo, más larga que un gladius, daba juego contra el tridente y la red del primero.

Entre rechazo y fascinación

La gladiatura era un oficio infame, en cierta forma un equivalente de la prostitución que, como ella, repugnaba y atraía a la vez. En una sociedad guerrera como la romana, los luchadores despertaban admiración por su coraje. A la inversa, hipócritamente, eran despreciados por la rudeza y bajeza de su profesión.

Algunos disfrutaron de una fama similar a la de los deportistas de élite actuales, como el feroz Hermes, el atractivo Celadio, idolatrado por las mujeres, o el audaz Triumphus, que en tiempos de Séneca lloró junto al Tíber porque escaseaban los enfrentamientos.

Un retiarius ataca a un secutor derribado. Mosaico de la Villa Borghese, Roma, c. 320

Un retiarius ataca a un secutor derribado. Mosaico de la Villa Borghese, Roma, c. 320

Dominio público

Sin embargo, la mayoría de ellos eran marginados, seres miserables, cadáveres ambulantes. Un astro, uno de los meliores, podía percibir entre 3.000 y 15.000 sestercios, una pequeña fortuna, pero los gladiadores normales, los gregarii, cobraban de 1.000 a 2.000. Casi todos eran esclavos que sus amos, si los consideraban capacitados, vendían o alquilaban con prontitud a los lanistae, los empresarios del ramo, por el capital que suponían.

De todos modos, en la arena se apreciaba más a los bandidos a quienes se conmutaba la pena de muerte por la posibilidad de combatir y a los hombres libres pero pobres que preferían jugarse el pellejo a continuar mendigando. Estos gladiadores vocacionales peleaban con ganas, daban un buen espectáculo.

No sucedía lo mismo con los obligados, es decir, los esclavos, los prisioneros de guerra, los reos condenados a morir en el anfiteatro o aquellos que abrazaban temporalmente la profesión por imperativo legal. Como rareza, las crónicas registran nueve emperadores, desde el demente Calígula al sabio Adriano el excéntrico Cómodo, que coquetearon con este oficio.

Centros de aprendizaje

Libres y cautivos, célebres y desconocidos, todos pasaban por una escuela de adiestramiento. Allí, bajo la atenta vigilancia del magister, se entrenaban protegidos por escudos de mimbre y atacando con una rudis de madera. Si las cosas iban bien, se les entregaría esta espada al final de su trayectoria, en señal de emancipación y de permiso para montar su propio centro de entrenamiento.

En la capital proliferaron los centros privados durante la República, pero en el Imperio los absorbió el Estado, necesitado de un suministro constante de luchadores. Las mejores escuelas estaban en Capua.

Mosaico del Gran Palacio de Constantinopla que representa a dos venatores enfrentándose a un tigre.

Mosaico del Gran Palacio de Constantinopla que representa a dos venatores enfrentándose a un tigre.

Dominio público

Un día en la arena

Una jornada típica en un anfiteatro comenzaba días antes de la cita, con su promoción. A través de anuncios el público se enteraba de dónde y cuándo se desarrollaría el evento, bajo el patrocinio de quién, con cuántas parejas en liza y demás detalles. La víspera de la pelea se ofrecía un festín al que podía concurrir, además de los contendientes, el público. Era una manera de estudiar de cerca a los luchadores y así afinar las apuestas que se realizarían luego en las gradas.

Una escolta de esclavos seguía el desfile de gladiadores portando las armas

El encuentro en sí se iniciaba con un paseíllo semejante al de los toreros de hoy. Una vez llegados en carro al anfiteatro desde la escuela de entrenamiento, los gladiadores desfilaban en torno a la arena engalanados con ropajes de color dorado y púrpura. Una escolta de esclavos les seguía, portando las armas. La acción empezaba después de que los combatientes saludaran a la autoridad. Era un comienzo suave, un lusorii, o enfrentamiento sin sangre.

Tras este precalentamiento, se sorteaban las parejas que pelearían a muerte mientras el editor revisaba las armas para comprobar su estado. Una trompeta de guerra señalaba el arranque de la lid. Los rivales se aproximaban, se medían y arremetían contra el otro. Estallaban vítores y vituperios por toda la plaza.

El cadáver del perdedor era tanteado con un hierro al rojo

Tan fuerte vociferaba el público que en ocasiones tapaba a la orquestina marcial, de flautas, pífanos, cuernos y trompetas, que tocaba durante la batalla. Los músicos también enfatizaban momentos teñidos de dramatismo, como los cambios de turno entre los asaltos, atentos a las instrucciones del magister que arbitraba, o el pronunciamiento del editor o del propio emperador sobre la vida de un gladiador vencido.

Si el veredicto era de muerte, el ganador recibía una palma tras ejecutar a su rival y daba una vuelta a la arena ovacionado por la multitud. El cadáver del perdedor era tanteado con un hierro al rojo por un asistente vestido como Mercurio y golpeado con un mazo por otro que simulaba ser Caronte para certificar su defunción. Luego se arrastraba el cuerpo fuera del recinto y la arena se batía y aplanaba para ocultar la sangre. Hasta el siguiente combate.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 452 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Origen: Ser gladiador en Roma, un trabajo precario

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