Sir Julián de Romero, el temido «mediohombre» de los Tercios de Flandes
Cuando murió tenía 59 años, había perdido un ojo, una pierna y un brazo, tres hermanos y un hijo en combate. Al embalsamarlo hallaron que tenía el corazón sumamente grande y con pelo
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!No existía en su tiempo otro medio más democrático de ascender en la escala social que el ejército castellano. Hasta que la corrupción terminó por quebrar el sistema en el siglo XVII, los Tercios de Flandes permitían una oportunidad en igualdad de condiciones para voluntarios, nobles, hidalgos o campesinos. Natural de Torrejoncillo del Rey (Cuenca), Julián Romero de Ibarrola se lanzó en 1534 –el año en el que Carlos V reorganizó las coronelías para crear los tercios– a la captura de esa oportunidad.
Con dieciséis años, Julián ingresó en los tercios como mochilero y mozo de tambor. En el entonces manso Flandes, que años después se convertiría en un fango de turbulencias, el castellano sirvió en los ejércitos de Carlos V hasta el año 1543. Por entonces, ya convertido en capitán, Julián Romero acudió a Inglaterra en condición de mercenario del monarca Enrique VIII Tudor, cuya alianza con España se mantenía aún impertérrita. En las islas inglesas, el capitán castellano participó en la célebre batalla de Pinkie. La contienda es hoy en día recordada por ser la última batalla campal entre escoceses e ingleses y, quizá, la primera moderna en suelo británico. La derrota escocesa fue de entidad: casi 15.000 muertos y 2.000 prisioneros. Sobre los méritos del Romero debieron ser elevados, puesto que Enrique VIII le ascendió con presteza: de maestre de campo a sir y banneret. Lejanas sonaban entonces las miserias en Torrejoncillo del Rey para un caballero inglés con vasallos bajo su bandera («knight having vassals under his banner»).
Sir Julián al servicio de Felipe II
Julián Romero no podía continuar al servicio de la casa Tudor, cuya escisión con la Iglesia de Roma cada vez resultaba más honda. Al fin y al cabo, el castellano solo había acudido a Inglaterra por orden de su verdadero monarca, Carlos V. Tras más de una década al servicio de los intereses ingleses –lo cual sería de provecho, ante su conocimiento de la lengua y la cultura, para planear ataques contra la pérfida Isabel I–, Julián Romero fue recibido con los brazos abiertos en España. Felipe II, inmerso en otro episodio de las guerras contra Francia, le designó maestro de campo y caballero de Santiago.
No era Felipe II, ni mucho menos, de aquellos que dieran algo sin esperar recibir el doble a cambio. Julián Romero se situó a la cabeza de la infantería española e italiana, que, alineada en el centro, venció a los franceses en San Quintín. Pocos años después, en Gravelinas, otra derrota francesa, Romero lideró a los arcabuceros españoles en su empeño por rebajar a la altura del betún la moral francesa. Durante un periodo estuvo preso de los franceses, lo cual no le impidió batirse en duelo en Fontainebleau con un caballero español al servicio de Francia, al que acusó de traidor.
En 1563, el Gran Duque de Alba convocó a lo más granado de las tropas y oficiales españoles para ahogar la rebelión de Flandes; y allí acudió Julián Romero como Sargento Mayor General de los 1.500 soldados del Tercio de Sicilia. Flandes, convertido en un lodazal para los intereses hispanos, fue un laberinto de glorias y derrotas para muchos de aquellos capitanes. Pese a que el Duque de Alba desinfló sin dificultad las aspiraciones militares del principal líder de la rebelión, Guillermo de Orange, el castellano fue incapaz de comprender la situación política del país y, ante la ausencia de Felipe II –que había anunciado su llegada una vez terminada la represión–, el veterano general sumergió el conflicto en un punto de no retorno.
Del descrédito militar de la familia Orange participó, con gran empeño, Julián Romero en la batalla de Jemmingen. La frontera alemana con los Países Bajos fue testigo de una guerra de desgaste entre el Duque y Luis de Nassau–hermano de Guillermo de Orange– que, en contra de la intención del castellano, terminó en un choque frontal. Luis de Nassau, junto a un ejercito de 12.000 hombres, cometió el error de encerrarse en una península entre los ríos Ems y Dollar. Su escasa ventaja era que controlaba un puente de amplia senda que le brindaba la posibilidad de una retirada limpia. Pero cuando los españoles cargaron contra los rebeldes, poco pudo hacer Nassau mas que ordenar la destrucción del puente. No en vano, la sorpresa llegó cuando los españoles se abalanzaron a través del armazón en llamas con las barbas y ropajes en ascuas.
Tras reconstruir el puente, el Duque de Alba ordenó avanzar al resto de tropas. El enemigo quedó acorralado cerca de la localidad de Jemmingen. A falta del grueso del ejercito, los maestres de campo Julián Romero y Sancho de Londoño se dirigieron, con los Tercios de Sicilia y el de Lombardía, respectivamente, hacia la vanguardia enemiga. Las tropas de Nassau frenaron por varias veces las acometidas de los tercios de Romero y Londoño. Incluso se atrevieron a contraatacar. Julián Romero pidió refuerzos al verse superado en tres ocasiones al Duque de Alba, quien negó las tres veces como San Pedro. Cuando los españoles comenzaron a retroceder y el ejercito rebelde reveló su grueso, el Duque de Alba ejecutó su auténtico plan y precipitó todo el ejército sobre los rebeldes con un desenlace de 7.000 bajas entre las tropas de Nassau. Una carnicería.
No era el marinero que se necesitaba en el norte
El sustituto del Duque de Alba, Luis de Requesens –lugarteniente de Don Juan de Austria en la batalla de Lepanto– no gozaba del talento militar de su predecesor, uno de los grandes generales de su tiempo, pero la debilidad de la hacienda real obligaba a buscar una solución pacífica a la rebelión local contra su soberano, el Rey Felipe II. Así, antes de partir para Bruselas, el nuevo gobernador publicó una amnistía general, la abolición del Tribunal de Tumultos, símbolo de la represión española y la derogación del impuesto de las alcabalas. No obstante, el cambio de estrategia de la Monarquía hispánica fue interpretado entre las filas rebeldes como un síntoma de flaqueza y, a finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que recurrir nuevamente a las armas para imponer su autoridad.
En el mapa militar heredado del Gran Duque de Alba, aunque se mantenía bajo control la mayor parte de Flandes, se habían perdido las ciudades norteñas en la zona de Holanda y de Zelanda. En febrero de 1574 se extravió el importante puerto de Middelburg, lo cual obligó a Requesens a redoblar los esfuerzos navales, pero sin obtener apenas resultados.
«Vuestra excelencia bien sabía que yo no era marinero, sino infante; no me entregue más armadas, porque si ciento me diese, es de temer que las pierda todas»
Requesens reunió una precaria flota para auxiliar dos lejanas guarniciones (Ramua y Middlegurgo) en la provincia de Zelanda, que era una de las más hostiles a la autoridad real. Julián Romero partió al mando de 62 navíos de guerra, cuya estabilidad era como poco cuestionable. La flota rebelde, mayor en número y calidad, desarmó la escuadra española al primer encuentro. Tras resistir el ataque simultaneo de cuatro navíos, Julián Romero y diez soldados se echaron al agua. Al llegar a la orilla donde se situaba Requesens, el maestre de campo se dirigió al comendador de Castilla en palabras gruesas: «Vuestra excelencia bien sabía que yo no era marinero, sino infante; no me entregue más armadas, porque si ciento me diese, es de temer que las pierda todas». El Imperio español no tenía una flota adaptada a las características de las costas del norte de Europa y su auténtico poder manaba de la superioridad de su infantería, los Tercios Castellanos.
Por orden del general catalán, otro ilustre oficial, Sancho Dávila, hizo valer esa superioridad de los Tercios en la batalla de Mook, que tuvo lugar en el valle del Mosa. Allí perecieron dos hermanos de Guillermo de Orange, pero se obtuvieron pocas ventajas militares a consecuencia de lo que ocurrió tras la batalla. Cuando las tropas españolas avanzaban hacia Zelanda, se extendió un motín generalizado entre los ejércitos hispánicos por el retraso en las pagas de la soldada. El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó en punto muerto. Sin fondos, sin tropas, y cercado por el enemigo, que contraatacó al oler la sangre, Luis de Requesens trató de cerrar un pacto con las provincias católicas durante el tiempo que su salud se lo permitió. Enfermizo desde que era un niño, el catalán falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, a causa posiblemente de la peste, dejando por primera vez inacabada una tarea que le había encomendado su Rey y amigo Felipe II.
El fallido regreso del castellano de Flandes
La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión. Fue el conde de Mansfeld quien se hizo cargo temporalmente del mando del disperso ejército de 86.000 hombres, que llevaban más de dos años y medio sin cobrar. Sancho Dávila, junto a otros veteranos capitanes como Julián Romero, Mondragón, Bernardino de Mendoza y Hernando de Toledo, trataron sin éxito de convencer a los amotinados para permanecer unidos ante el enemigo común: los rebeldes, que aprovecharon las disensiones para medrar terreno. En noviembre de 1576, Sir Romero fue uno de los que acudió a Amberes, acompañado de 600 soldados, para defender a las tropas españolas acorraladas por los rebeldes. Por desgracia, el rescate devino en masacre, en lo que ha venido a conocerse como el saqueo de Amberes.
Felipe II no saldó su gran deseo, pero si convino cederle la castellanía de Hedín en Flandes
La imagen dada por los españoles en Amberes convenció a católicos y calvinistas de la necesidad de expulsar al invasor. Pero no iban a tardar en darse cuenta de que el problema iba más allá de una invasión extranjera, en realidad, era una guerra civil que daría forma a lo que hoy son los territorios de Bélgica, Luxemburgo y Holanda. Tras el fracaso del Edicto Perpetuo que había obligaba a las tropas españolas a abandonar Flandes, Don Juan de Austria –remplazo del fallecido Requesens– reclamó, una vez más, la vuelta de los españoles en 1577. Julián Romero, de 59 años, falto de un brazo, una pierna y un ojo –perdido durante el asedio a Haarlem–, falleció mientras adiestraba a jóvenes soldados en Italia a la espera de su nueva aventura en Flandes. Al embalsamarlolo hallaron que tenía el corazón sumamente grande y con pelo.
En los últimos años de vida, sus mayores ambiciones fueron regresar a España, donde llevaba nueve años ausente, y la concesión de una castellanía –gobernador de una fortaleza–. Felipe II no saldó su gran deseo, pero si convino cederle la castellanía de Hedín en Flandes. Difícilmente los sueños de aquel humilde mozo de Torrejoncillo del Rey sopesaron algún día convertirse en sir inglés o en castellano de una hostil tierra llamada Flandes.
Origen: Sir Julián de Romero, el temido «mediohombre» de los Tercios de Flandes