«SS Mendi»: el misterio sin resolver de la bestial tragedia naval que mató a más de 600 personas
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El 21 de febrero de 1917 este barco británico lleno de africanos se fue a pique después de ser embestido en extrañas circunstancias por un navío de su misma bandera. El capitán del bajel que impactó contra él no ayudó a rescatar a los supervivientes por una causa que, a día de hoy, se desconoce
Del «Titanic» al «Príncipe de Asturias». A día de hoy, existen tragedias navales imposibles de olvidar y que -gracias a los libros y las películas- permanecerán en nuestras retinas para siempre. Con todo, la historia también ha dejado en sus páginas algunos naufragios igual de tristes y de brutales que han sido olvidados.
Uno de ellos fue, precisamente, el del «SS Mendi», un buque que se hundió el 21 de febrero de 1917 en el Canal de la Mancha tras ser arrollado por un barco aliado (el «SS Darro») debido -oficialmente- a la mala visibilidad. Aquel día, en el que murieron 646 personas (la mayoría, negros llegados desde África para ayudar en las labores de intendencia de la Primera Guerra Mundial) sigue 100 años después rodeado de misterios. ¿Por qué el bajel que embistió al «Mendi» no ayudó en las labores de rescate? ¿Cómo es posible que no llevara ninguna señal que identificara su posición?
En guerra
Para entender el origen del desastre del «Mendi» es de obligación retroceder en el tiempo hasta agosto de 1914. Más concretamente, fue el día 4 de ese mes en el que el ejército alemán accedió a Bélgica en su camino hacia «la France». No iban al país galo precisamente a saludar, sino en misión de conquista. Tan solo dos jornadas antes, el ejército germano se había movilizado en masa ansioso de una victoria rápida contra el enemigo.
Y, con apenas un mes de distancia, se había sucedido el asesinato que hizo tambalearse las frágiles relaciones políticas del viejo continente: el atentado contra el archiduque Francisco Fernando (heredero del Imperio Austro-Húngaro) y su señora. Sus muertes en Serbia provocaron un conflicto internacional del que Europa no se recuperó. Y esa misma tensión la aprovechó Alemania para cargar unas semanas después contra los franceses, a los que tenía ya ganas (todo hay que decirlo) desde bastante antes.
Poco después, la conocida como Gran Guerra (Primera Guerra Mundial en nuestros tiempos) se convirtió en un conflicto global. A partir de agosto, los británicos y sus aliados (principalmente Francia y Rusia) se enfrentaron a los germanos y sus compinches en Europa, África y una infinidad de lugares más. Aquel era mucho terreno en el que dejarse la vida, sí, pero el frente que más vio más sangre derramada fue el Occidental donde -según el United States Holocaust Museum– se llegaron a fortificar 764 kilómetros de fronteras con trincheras (las más destacadas, ubicadas entre Bélgica y Francia).
En un principio, las potencias beligerantes confiaban en la victoria rápida sobre el contrario. Hablaban de veloces conquistas y rápidos golpes de mano. Pero, tras los primeros intercambios de cartuchos, esta opinión se demostró totalmente falsa. Por el contrario, los campos de batalla se estancaron, y el avance de los diferentes contingentes se detuvo en seco. Todo ello vino acompañado de grandes batallas en las que los generales hipotecaban la vida de miles y miles de soldados por, apenas, un palmo de terreno. Mala cosa.
«Tranquilos compatriotas. Vais a morir, pero eso es lo mismo que habéis venido a hacer aquí»
Las muertes de millares de hombres en batallas como la del Somme (donde cayeron fallecidos o heridos más de un millón de combatientes) no trajo consigo únicamente desgracias personales difíciles de superar (esta fue la época en la que se puso de moda el espiritismo para mitigar el inmenso dolor que sentían sus familiares), sino que también provocó todo tipo de problemas logísticos para los británicos. Entre los más destacados se hallaban -según explica la Commonwealth War Graves Commission en su dossier «SS Mendi»- la dificultad de hallar mano de obra que sostuviera las líneas del frente construyendo trincheras, trasladando vituallas o reparando caminos.
En principio, esas tareas las llevaban a cabo los militares de relevo. Es decir, aquellos a los que se les daba un permiso para que salieran durante un breve tiempo de aquellos hediondos agujeros excavados en la tierra en los que habitaban durante meses.
Inglaterra, en cuadro
Sin embargo, el incremento de bajas hizo que los mandos ingleses tuviesen que optar por una solución «alternativa». «Para el Imperio Británico, la demanda de mano de obra llevó a la creación de “cuerpos laborales extranjeros no combatientes”. Se formaron unidades a través de los territorios del Imperio, desde el Caribe a la India», explica la organización inglesa en el mencionado dossier.
A Europa llegaron así -desde todas las partes del mundo colonizado por los «british»- unos 300.000 hombres que, aunque tenían prohibido combatir, sí llevaban sobre sus hombros el peso de lo que, a día de hoy, se denomina «intendencia». Una labor básica en una guerra.
De entre los diferentes grupos de extranjeros que arribaban a Europa en buques de bandera inglesa, destaca por encima del resto uno: el Sindicato de Trabajadores Nativos de Sudáfrica (SANLC, atendiendo a sus siglas en inglés). Este llegó a contar con 20.000 integrantes en sus filas. «Entre ellos se encontraban guerreros y líderes tribales respetados», añade la organización.
Todos ellos acudían en ayuda de la corona, pero bajo una serie de premisas. La primera era que no podían portar armas. La segunda, que tenían prohibido mezclarse con las comunidades blancas. Finalmente, una vez en la región, deberían obedecer órdenes de un oficial blanco. Muchos se habían inscrito (pues no eran esclavos) con la esperanza de ganar posteriormente más libertades políticas si ayudaban al esfuerzo de la contienda.
El «SS Mendi» zarpa
Del Sindicato de Trabajadores Nativos de Sudáfrica eran, precisamente, los más de seis centenares de obreros que partieron, allá por el 25 de enero de 1917, de Sudáfrica al frente Occidental. Más concretamente, aquel día zarparon nada menos que 823 negros del quinto batallón del SANLC desde el puerto de Ciudad del Cabo (en el extremo sur del país) hacia el norte de la costa franchute.
Todos ellos iban en volandas en el navío «SS Mendi», un carguero de 110 metros de eslora por 14 de manga botado en 1905. A sus mandos se encontraba, además, una tripulación blanca formada por el capitán Lewes Hertslet, 3 oficiales y 17 suboficiales. El viaje que se desarrolló en los siguientes 34 días fue relativamente placentero. Las tres paradas que hizo el bajel antes de llegar a Plymouth (Inglaterra) el 19 de febrero ayudaron a ello.
Ya con alimentos cargados, el «SS Mendi» partió el 20 de febrero desde la costa inglesa hasta el norte de Francia. Esta vez, sin embargo, el trayecto no se planteaba tranquilo, pues las aguas del Canal de la Mancha albergaban entonces en su interior algunas crueles sorpresas en forma de submarinos germanos. Unos cazadores silenciosos ávidos de acabar con los mercantes que traían refuerzos desde el exterior.
«Aunque los aliados minimizaron la amenaza submarina, sus pérdidas en toneladas continuaron siendo elevadas hasta bien entrado 1918», explica David Stevenson en su obra «1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial». El mismo autor señala, además, que los sumergibles iniciaron una «campaña bélica sin restricciones» en la que acababan con civiles y militares por igual, siempre que estuvieran sobre los mares.
El miedo a que el «SS Mendi» acabase torpeado hizo que fuese escoltado por en esta última etapa del viaje por el destructor de la marina «HMS Brisk». En las siguientes horas, su viaje continuó sin dificultades hasta que, en la medianoche del 21 de febrero, una espesa niebla rodeó al carguero. Para entonces, este ya se encontraba a la altura de la isla de Wight (ubicada en la salida de Portsmouth), un territorio peligroso para no tener visión. «A las 4:57 A.M., el «Mendi» estaba a 11 millas naúticas (unos 20 kilómetros) de St Catherines’s Point, en el extremo sur de la Isla de Wight», explica en su dossier la Commonwealth War Graves Commission. Resignado, el oficial al mando ordenó parar máquinas para evitar darse de bruces contra alguna roca.
La tragedia
Entre la bruma todo parecía en calma. Pero a eso de las cinco de la madrugada, la tragedia se sirvió en bandeja de plata. Y es que, como si fuera el mismísimo Lucifer, un buque apareció de la nada a toda máquina y arrolló el lado de estribor del «SS Mendi».
La fuerza del impacto fue tal que el bajel abrió un boquete de seis metros en la bodega, donde dormía la mayor parte del pasaje. Por si esto fuera poco, para asombro de todos la bandera de este improvisado asaltante no era enemiga, sino que pertenecía… ¡a los británicos! «Era un vapor, el “SS Darro”. Una nave correo que tenía dos veces el tamaño del «Mendi»», añade la organización. Para hacerse una idea del calibre del golpe, es necesario señalar que el «Mendi» pesaba 4.200 toneladas, mientras que el «Darro» 10.500.
El «Darro», además, había contravenido todas las ordenanzas al navegar sin ninguna señal de advertencia que indicase su posición. Hertslet (que sobrevivió a aquella tragedia) narró así el tremendo impacto: «El recuerdo de esa mañana fría y brumosa sigue vivo en mi mente, aunque han transcurrido 23 años. Escuché el choque cuando el otro gran barco emergió de la oscuridad».
Con el «SS Mendi» herido de muerte comenzó el calvario. La mayoría de africanos que viajaban en su interior no habían visto el agua hasta llegar al puerto de Ciudad del Cabo, por lo que tendrían difícil sobrevivir nadando. Con todo, a la mayoría de ellos se les habían dado cinturones salvavidas para que los usaran de almohada durante el viaje, así que eso no parecía problema.
Según señaló el mismo capitán en la misma entrevista, los pasajeros se comportaron de forma heroica: «Vi al oficial a cargo de los bantúes [africanos] preocupado por la seguridad de sus hombres. Pude ver como cientos de personas subían desde la bodega y cada una encontraba su lugar en cubierta a pesar de la oscuridad. No hubo miedo. No hubo pánico. Se pusieron su ropa y sus cinturones de seguridad y esperaron». Para desgracia de los presentes, el «SS Mendi» tardó unos escasos 25 minutos en irse al fondo de las aguas, lo que impidió que las labores para lanzar los botes salvavidas fuesen eficientes. La mayoría estaban condenados.
Últimos minutos
Aunque no hubo miedo, la mayoría de los pasajeros sabían que estaban condenados. Por ello, fue de capital importancia la labor de aquellos como el reverendo Isaac Wauchope Dyobha. Este religioso, miembro también del Cuerpo de Trabajadores Nativos de Sudáfrica, ofreció consuelo espiritual a los pasajeros en aquellos duros momentos. Según dice la leyenda (la cual ha sido criticada por algunos historiadores) este pintoresco personaje invitó a todos sus compatriotas a hacer una curiosa «danza de la muerte» con la que demostrar que no tenían miedo a dejar este mundo. Se dice, incluso, que anduvo por el bajel repitiendo una y otra vez as siguientes palabras: «Tranquilos compatriotas. Vais a morir, pero eso es lo mismo que habéis venido a hacer aquí».
Cuando el buque se hundió no terminó la tragedia. Por aquellos días la temperatura del agua era de 9 grados. Extremadamente fría. Después de 15 minutos, aquellos que todavía no habían partido hacia el otro mundo empezaron a padecer los síntomas de la hipotermia. «Recuerdo el salto hacia el mar frío, el hundimiento bajo la superficie, y la subida de nuevo hacia fuera después de lanzarme al agua», dijo el capitán. El resultado fueron 646 muertos y 267 supervivientes. De ellos, 195 eran hombres negros, dos oficiales, y diez suboficiales. Una catástrofe similar a la de una cruenta batalla.
Misterio sin resolver
De entre todas las dudas que han surgido en torno a este naufragio, hay una que carcome todavía a los historiadores: ¿Por qué el capitán del «Darro», Harry Stump, no dio la orden de rescatar a los supervivientes del agua? Esta actitud desconcierta a los expertos, ya que su navío era lo suficientemente grande como para acoger a todos ellos. Su actitud, por el contrario, fue la de posicionarse en la cubierta de su gran buque y ver la tragedia en primera persona, sin hacer nada. De hecho, aquellos que no perecieron fueron recogidos por el «HMS Brisk» y otros bajeles posteriormente.
El historiador sudafricano, Albert Grundlingh, ha explicado durante estas jornadas a la cadena BBC que, a día de hoy, esta actitud «está envuelta en un gran misterio». «Frente al tribunal, el capitán dijo que estaba oscuro, y que no podía ver en aquellas condicione. Tal vez estaba confundido o había perdido los nervios. Pero también hubo especulaciones de que actuó así porque la mayoría de los hombres eran negros. De momento, no ha habido conclusiones», explica el experto. La noticia del hundimiento llegó a Sudáfrica dos semanas después, pero no fue dada a conocer de forma masiva.
Origen: «SS Mendi»: el misterio sin resolver de la bestial tragedia naval que mató a más de 600 personas